Al pairo: Agrupémenos todos en la lucha final
La comprensión cabal del mundo en el que nos ha tocado vivir aporta elementos especialmente intensos que pueden hacernos creer, fundadamente, que nuestra generación va a ser testigo del fin del mundo, entendiendo con este término, la hecatombe de la especie humana. Al menos, si atendemos a la opinión científica mayoritaria, la contemplación de este espectáculo puede darse por segura para los que tengan menos de cuarenta años y resistan otros cuarenta más.
Por supuesto, nadie es tan absolutamente catastrofista como para no ofrecer ligeros atisbos de solución, pero condicionados a un propósito de la enmienda tan estricto que resulta inalcanzable. Los gurús (visionarios) de lo que nos espera, después de presentar gráficos y proyecciones con datos tomados, bien con instrumentos ideados para andar por casa o con complejísimos sistemas de captación ligados a supercomputadoras, indican que, si se quiere evitar este final,- y queremos, ¿no?- habría que tomar medidas urgentes.
Por todas partes nos ilustran con las actuaciones que son obligadas. Es imposible que cualquier ciudadano occidental no las conozca. Unas se llaman reducción de emisiones contaminantes, otras, paralización de la deforestación y defensa de la biodiversidad, algunas, alianza de civilizaciones. No es una sintesis, pretendo dar solamente unos ejemplos de las opciones salvadoras, según voceros proféticos o eruditos bienpensantes.
Lo que sucede es que, a pesar de algunos intentos de que cada uno calcule su potencial individual contaminante, las cifras de la contaminación que provocan las grandes empresas son tan desproporcionadas en relación con lo que cada uno puede hacer, -y es tan agradable seguir disfrutando de nuestro bienestar- que, secretamente, tomamos la decisión de seguir con nuestro ritmo. Es decir, asumimos estoicamente nuestro final. La batalla la damos por perdida.
A medida que los expertos en detectar los avances del mal van concretando sus previsiones, toma cuerpo, por lo demás, la idea de que el final no va a ser demasiado atractivo. Para los que sobrevivan a los sucesivos embates de un descalabro escalonado, las desgracias naturales y artificiales se sucederán, en un crescendo insuperable. Habrá apagones eléctricos que dejarán sin luz y calor (o refrigeración) a millones de personas durante suficientes períodos como para que no puedan soportarlo. La escasez de agua potable en ciertas zonas provocará éxodos de desesperados y un par de guerras sin más capitulación posible que la entrega de las fuentes del, ahora sí, preciado líquido.
Aunque, si lo que queremos es construir un guión completo del desastre, las opciones para definir los elementos concretos del cataclismo, son tan variadas, múltiples, que establecer prioridades o distribuir probabilidades es difícil. Puestos a elucubrar, la más probable causa de final, podría ser la tensión creciente provocada por el lanzamiento de bombas atómicas con misiles de alcance larguísimo de lado a lado del planeta. Sería una consecuencia lógica de la lucha por las civilizaciones, terminada -oh, paradojas-en empate. Sin vencedores ni vencidos. Sin supervivientes.
Claro que también tiene muchas opciones la subida del nivel de los oceanos debido a ese calentamento global que ni Tokio ni Nairobi ni los voluntaristas esfuerzos de ecologistas y ahorradores van a poder parar. No habremos mejorado mucho, entre tanto, nuestro nivel de vida. Los bosques del Amazonas habrán sido convenientemente pulidos del planeta, al grito de “ahora es nuestro turno”, justamente defendido por los países en desarrollo pero también en estado de necesidad, de aquella parte del planeta. Tienen razón: ¿cómo vamos a impedirles que destruyan ellos, si están siguiendo el ejemplo de sus mayores? ¿Bastarán los mecanismos de desarrollo limpio para compensar sus destrozos con los nuestros?...
En paralelo, es claro que en el mundo occidental, habrán conseguido enriquecerse algunos más aprovechando su cercanía a los orígenes del dinero. Que se apresuren, porque les puede servir poco. La especulación inmobiliaria, sin embargo, habrá podido contenerse en un par de lugares emblemáticos, pero en el resto de los lugares, la costa habrá sido embellecida con rascacielos (antes de ser inundada) y los campos de golf, reconocidas zonas verdes y fáciles de cuidar, habrán sustituído a los bosques autóctonos (antes de secarse). Las ciudades lucirán cada tres o cuatro años nuevos modelos de enladrillados, adoquines, bolardos y marquesinas, y habrá túneles y autopistas para todos, aunque, desgraciadamente, faltará combustible barato. Pero los partidos habrán gozado de una financiación muy necesaria.
Otro ejemplo: la recogida separativa habrá alcanzado, en las poblaciones de mayor nivel de vida y teórica conciencia social, niveles altísimos: es posible que los residuos se separen incluso en diez, quizás veinte montones (pilas botón, plásticos, papeles, metales, residuos orgánicos, aceites usados, residuos de construcción, residuos informáticos, muebles, etc). Ello no impedirá, sin embargo, que la sensación de inmundicia nos invada progresivamente: será el triunfo de los intereses particulares sobre los colectivos, del yo lo ví primero, del a mí qué me dices, del qué se fastidien los demás. Por favor, que vuelvan a sembrarse vocaciones de santos prelados que convenzan al personal de lo importante que es practicar la caridad para tener un poco de vida eterna. Se recuperaría así la fe de algunos agnósticos.
Desde este pedestal que me proporciona un cuaderno informático que controlo como me apetece, aconsejo que, los que puedan, se gasten sus dineros en viajar por el mundo: se puede fotografiar los últimos elefantes, gatos monteses, garcetas imperiales, baobabs o manglares. Hay incluso tribus de seres humanos que aún viven con notables retrasos (a pesar de que sus casas tienen televisión y secador para el pelo), y defienden el mantenimiento de sus costumbres ancestrales, y que se dejarán fotografiar a cambio de un par de dólares-euros para nuestros álmbumes familiares. También se puede realizar una gira por Guantánamo, y, si no se nos permite la entrada, cabe ir a Shaigón, México DF, Kabul, o Bagdag, y hacer fotografías desde el exterior de las cárceles en donde se examinan las razones -supongo-por las que el mundo no es capaz de entenderse en paz.
Lamento no haberme levantado hoy más optimista. Pero me ha dado por leer de golpe los periódicos de la semana y, viendo así agrupadas todas las noticias, me ha parecido descubrir una sonrisa malévola contemplando los pasos de la humanidad hacia el desastre.
2 comentarios
Administrador del blog -
Lo de que mi "post es un claro ejemplo de desaliento frente (a) la situación actual"...ya me parece excesivo. Sin pasarse.
chus -