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El blog de Angel Arias

Al socaire: Indígenas, globalización y política

Al socaire: Indígenas, globalización y política

 Asistí hoy a la sesión-coloquio organizada por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales sobre el atractivo tema: “Pueblos indígenas en América latina: ciudadanía, constitucionalismo, derechos.”  

Estuve solamente durante parte de la sesión de la mañana, (la reunión empezó ayer y se concluía hoy por la tarde). Lo justo para escuchar las intervenciones de  Atencio López (Congreso general del pueblo Kuna, Panamá), de Zósimo Hernández (Programa México nación multicultural, consultor indígena UNICEF) y del profesor de la Universidad de Santiago de Compostela, Ramón Máiz. 

No pretendo hacer el resumen de las ponencias, ni siquiera trasladar el interesante debate posterior, en el que con la habitual vehemencia expresiva en este tipo de reuniones, distintos portavoces indígenas (reales o sedicentes) y amigos (francos o sobrevenidos), mezclaron conceptos y posiciones desde muy variados puntos de vista. Lo que sí me apetece es  trasvasar a este cuaderno algunas de las reflexiones que me surgieron al hilo de las intervenciones de unos y otros. 

En primer lugar, entiendo que los movimientos indigenistas se mueven en dos direcciones, seguramente de difícil integración: el que llamaría de naturaleza endogámica, que defiende el reconocimiento de su propia idiosincrasia y diferencia cultural, reclamando derechos extra-constitucionales. Y la posición panindigenista, que buscaría la unión internacional, para propiciar una especie de Gran Rebelión –pacífica inicialmente, potencialmente revolucionaria-. 

La existencia de entidades indígenas, es una consecuencia de la subestima por parte de los colonizadores y de sus herederos, sobre el valor de las propiedades donde se asentaban estos pueblos. Eso les permitió subsistir sin mayores problemas hasta hoy, y por eso son reductos de un pasado que, en general, ya no se encuentra. Son una reliquia de los movimientos globalizadores, por su propia naturaleza, destructivos de cualesquier individualidad, que han conformado lo que hoy llamamos mundo desarrollado. El trasfondo de mi anotación se encuentra, por ejemplo, en los planteamientos del comandante Marcos, en México: En Oaxaca no ha habido revolución, es tiempo de que la haya. 

Por otra parte, lo indígena en las comunidades latinoamericanas, aparece ligado al concepto de raza (adulterado en parte por el mestizaje, aunque no siempre sea reconocido así por sus portavoces, que se apellidarán, significativamente, Hernández, López o Martínez, por ejemplo), unido al de ruralidad/campesinado y al de marginación.

Como todo movimiento insurgente de desplazados, sus líderes se forman de aquellas personas que han tenido ocasión de asomarse al otro lado de la singularidad, y han tenido la oportunidad de integrarse. A la cabeza de los movimientos indigenistas se encuentran profesores universitarios, perfectamente bilingües o incluso trilingües, de  hábitos claramente occidentalizados o criollos. ¿Qué les distingue respecto a sus colectividades? El aparecer esgrimiendo un discurso de naturaleza política.
 

Coincido por ello, con los argumentos del profesor Máiz. Detrás de los movimientos indigenistas, que se agudizan en los 80/90, hay una etnificación de lo político, y no se pretende con ella el retorno a los orígenes, sino la emergencia de una nueva identidad, lo que los convierte en un proceso constituyente. Sus identidades, como todas, son contingentes, y dependen del contexto socio-político. Son un recurso, una componente de la estrategia, una munición.  

Mi intervención en el debate se centró en la necesidad de clarificar, desde su planteamiento, que es lo que se pretende conseguir. Desde mi conocimiento -parcial- de las realidades rurales latinoamericanas, creo que es necesario concretar los elementos de cambio que las comunidades indígenas, en una sociedad de naturaleza básicamente mercantilista, desean poner sobre el tapete.

La otra opción, sería defender a ultranza el mantenimiento de su aislamiento, defendiendo el derecho a conservar, con todas las consecuencias, su cultura, sus usos y costumbres, sus órganos rectores, su marginalidad.
 Pero si lo que se pretende es salir de la marginación, hay que poner en valor los recursos, sobre todo naturales, de las tierras en donde se asientan todavía las comunidades indígenas: digamos, sus reservas de  agua, los minerales extraíbles de su subsuelo, su biodiversidad. 

Mi pregunta fue ¿a dónde queréis ir? No tiene sencilla respuesta, ni tampoco esperaba que se me diera en un auditorio de encendido pro indigenismo. Aunque lo que está en juego, para mí, es la capacidad para movilizar operaciones de transacción, para lo que es imprescindible conocer bien lo que se tiene, y de entre ello, lo que se desee conservar. Para los elementos con los que se desee negociar, es crucial clarificar su valor de cambio, y contra qué se desea, en principio, cederlo: ¿infraestructuras? ¿cánones para su uso por la colectividad? ¿mejoras asistenciales y, especialmente sanitarias?...

La historia de las comunidades indígenas que han llegado vivas hasta nosotros, aparece ligada a su subestima por parte del poder. El representante de los Kunas, de la Comarca Dule Naga, con sus 3.200 km2, nos contó cómo no fueron colonizados hasta 1900, cuando Panamá se independiza de la Gran Colombia. Su movilización tardía se ejercita contra el gobierno panameño en 1930, que pretendía eliminar la cultura indígena, lo que desata la revolución kuna, que, con la solidaridad de EEUU, consigue una autonomía de hecho. La paz se firma a bordo de la fragata Cleveland, y no hace falta expurgar la historia para imaginar los intereses subyacentes. 

Con su acercamiento al desarrollo, me temo que las comunidades indígenas están abocadas a desaparecer, engullidas por la amplia capacidad fagocitadora de las ventajas del mundo tecnificado. Me despiertan afecto y simpatía por ofrecerme la imagen de un mundo perdido, incluso del mundo que pudo haber sido, pero tienen relativamente poco que ofrecer económicamente. Y los valores culturales, étnicos, tienen una capacidad limitada en el tapete de la negociación.

Cuando a esas tierras hoy olvidadas se incorporen nuevas comunicaciones, se les dote de las infraestructuras que se necesitan para extraer de ellas lo que es valioso para el mundo desarrollado, sucumbirán unas formas de regir la comunidad, de practicar la convivencia, que consideramos primitivas, desde este lado de la valla simbólica. Mejorar sus bajos índices sanitarios, eliminar su incultura y atraso, colmar sus muchas necesidades –sentidas ahora por comparación hacia el mundo no-indígena, criollo, occidental-...lleva en sí el germen de su destrucción.
 

Habrán conseguido, eso sí, sus líderes, obtener un lugar en la comunidad política de sus naciones, pero no deben engañarse: lo indígena se muere ante la globalización, más tarde o más temprano.El magnifico libro de Richard Leakey, “La sexta extinción: el futuro de la vida y de la humanidad”, daría a indigenistas y contestatarios unas buenas respuestas. Aunque, como Leakey, a veces me siento escéptico para creer que dispondremos de suficiente tiempo para analizarlas.

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