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El blog de Angel Arias

A sotavento: Pobres y desarraigados entre la opulencia

Van en aumento y molestan desde muchos puntos de vista. No son animales, no parecen feroces ni dañinos, aunque su visión no resulta agradable. Son seres humanos, existen aunque pasemos a su lado sin querer advertirlos, haciendo que ignoramos su presencia, tal vez pasando a centímetros de de su cuerpo tendido en la calle.

También ellos parecen ignorarnos a nosotros. Son un problema inespecífico de Madrid, Barcelona, Washington, París o Berlín. De cualquier ciudad del mundo, sobre todo de las más opulentas. Forman un grupo especial de marginados, son los más desarraigados, los sin techo. Viven en la miseria absoluta, y no tienen más vivienda que la calle. No hablan prácticamente con nadie. Otras características: edad intermedia, independientes. Suelen respetar la propiedad ajena, pero hacen sus necesidades en cualquier sitio, huelen muy mal, a veces gritan, se pelean, cantan o lloran a destiempo, son capaces de morirse en un soportal o a la puerta de un garaje.
 

No pretendo hacer un perfil completo de ese colectivo porque, además de pretencioso por mi parte, resultaría insuficiente. Su número cambia, porque tiene continuas entradas; muy pocas salidas, sin embargo. No hay que confundirlos con los irregulares, con quienes no tienen los papeles en regla. La mayor parte de los que se ven por Madrid (y supongo que sucede igual en otras ciudades españolas) son nacionales; casi todos, ciudadanos de la Unión Europea. Se calcula que puede haber en toda España entre 20.000 y 30.000 personas en esas condiciones de marginación y existencia.  

El concejal de Seguridad de Madrid, Pedro Calvo, sintiendo la presión social desatada a raiz del asesinato hace días de una indigente a manos de otro en la Plaza de Soledad Torres Acosta, a plena luz del día, ha sacado el tema a debate. Anuncia la decisión de llevar un Informe al Congreso de los Diputados y al Gobierno de la Nación. En nombre del Ayuntamiento de Madrid, pedirá la modificación de la Ley de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, con el objetivo de poder obligar a quienes están "degradando y estigmatizando el entorno" a trasladarse a los albergues. Los colectivos afectados serían mendigos, prostitutas y toxicómanos. De ellos, más precisamente, quienes duerman en la calle. 

En el distrito de Centro, en Madrid, están localizados, según el Concejal de esta zona, unos 800 de estos marginales. No son muchos, comparados con el número total de parados, alcohólicos, o reclusos. Toda la gente de orden tenemos nuestro propio archivo mental de algunos de esos desarraigados. Aunque no sepamos sus nombres, hablaríamos del de la cara cortada por una pelea a navajazos, del que canta zarzuela antes de caerse rendido por la borrachera diaria, de los que venden figuritas de hojalata, de la pareja de toxicómanos que duerme frente al edificio de la Panadería, etc.  

Si hemos entablado ocasionalmente conversación con alguno, podremos constatar que no responden a nuestro estereotipo de pobres. Muchos han llegado a esa categoría de desarraigados sin pasar por la pobreza. Un buen día decidieron sumergirse en las profundidades de su marginación. Algunos tienen estudios abandonados, incluso en la Universidad; otros cayeron en esto después de una discusión con los padres, con una esposa. Muchos están entregados a la bebida, varios se pinchan, toman pastillas a destajo. Aunque la mayoría son hombres, hay algunas parejas.  

No suelen quedar en un mismo sitio, prefieren el nomadismo, pero si se encuentran a gusto en un lugar, allí se aposentan, vuelven una y otra vez, mientras nadie les importune. Por las noches recogen algunos cartones de un contenedor o de los embalajes de algún comercio cercano, y se encierran y arropan con ellos. Hay quienes habitan en edificios abandonados, en zonas poco transitadas, sobre las que acumulan (hasta que los servicios de limpieza se los quitan), muebles desvencijados, alfombras deshilachadas, tarteras, vasos. Parece que han construido un remedo de un hogar.  Pocas veces son agresivos. Pero cuando lo son, algunos pueden ser peligrosos, sobre todo entre ellos. Por un lugar más cerca de la luz, por una medalla, por los restos de una botella de alcohol en un cubo de la basura. 

Tampoco suelen frecuentar los lugares de comida gratis, ni los albergues, porque les restan indepndencia. Hacen la calle durante dos o tres horas, para recoger las monedas suficientes para prepararse un par de bocadillos y comprar unos litros de vino, una botella de coñac barato.

En España hay más de 600 centros de acogida para atender a personas sin hogar, la mayoría gestionados por entidades religiosas, con un gasto anual superior a los 150 Mill de euros. Madrid tiene albergues para 1.900 plazas, y los responsables municipales indican que no es con más camas como se solucionaría el problema de los que duermen en la calle.  Tampoco se solucionaría con más lugares de comedor gratuito la situación de indigencia de este colectivo. Hay 30.000 lugares en las mesas para pobres, suficientes para los que tienen graves problemas económicos. En todo caso, no son frecuentadas por el colectivo del que escribo. 

Quienes están en estado de muerte social, no pretenden ni conseguir un trabajo,  ni desean reinsertarse. Esta población está enferma, síquica y físicamente en muchos casos. La calle es su hospital siquiátrico, y su estado, con el tratamiento que reciben, con la vida que llevan,  claramente irreversible.

Creo que la mayor prioridad es realizar el análisis sociológico y sicológico, incluso siquiátrico, de cada una de esas personas. No me parece que el problema se pueda solucionar trasladándolos a albergues, reponiendo las leyes para vagos y maleantes, ni, por supuesto, será posible confinarlos ni siquiera desplazarlos contra su voluntad, -si no han cometido delito alguno-, como muy bien recuerda Antonio Torres del Moral, catedrático de Derecho Constitucional de la UNED,. Vulneraría el derecho a la libertad personal de circulación y disfrute de los espacios públicos. Con el importante matiz, sin embargo, de que no puede pretenderse ni acaparar el uso de lo público ni allanar lo privativo.

Hay que tratarlos como un subproducto no previsto, pero un hijo legítimo, de nuestro estado de bienestar, de nuestro mundo de entrecortadas libertades, una consecuencia más de nuestra sociedad egoísta y alterada. Solucionar el problema es, en mi opinión,  un trabajo de mediación social, y nos obliga a acercarnos al colectivo con algo más que la Ley en la mano o unas monedas, para entender el momento en el que esos seres humanos, conciudadanos nuestros, aunque no les queramos así, tomaron la decisión de separarse de nosotros, para seguir viviendo a nuestro lado, ensuciándonos nuestras calles y paisajes, mancillando nuestro impoluto estado de bienestar. Algo nos están diciendo.

2 comentarios

Administrador del blog -

Bueno, bueno...
Tu comentario es, más que una apostilla al mío, una ponencia.

Como sucede, por tanto, cuando se exponen ideas desde otra posición conceptual, existen varios puntos para la discrepancia (constructiva).

No pretendo exponer aquí mis diferencias con tu argumentación, (las dejo para alguno de lós próximos Al socaire o A sotavento), pero si quiero dejar indicado que, para mí, la mayor satisfacción a la que puede aspirar el ser humano es ayudar a mejorar el mundo durante su existencia efímera. Combinación de capacidad de percepción, inteligencia, oportunidades, medios y buenas compañías.


No soy un iluso ni mi altruismo me lleva a confundir el interés de los demás para subordinatlos a los de mi familia, a los de mis próximos, o a los míos.

Pero es insoportable que en el mundo subsistan ingentes masas de pobreza, que se siga explotando a los semejantes (magnífica palabra en la que nos escondemos cínicamente tantas veces) de los países menos desarrollados.

No es viable, a escala planetaria, que el bienestar de los países más ricos (traducido en términos de renta per cápita) crezca en una proporción mucho más alta que el de los más pobres, en donde las desigualdades internas, igualmente, se acrecientan. Pagaremos ese peaje; lo estamos ya empezando a pagar: violencia, guerras; inmigrantes desesperados; terrorismo; carrera nuclear; falta de autoridad internacional; etc.


Pero en mi artículo yo no hablaba de los pobres oficiales, sino de los desarraigados, de los clochards, de los que han dicho no conscuientemente a la sociedad de la opulencia, en la que podrían haber sido uno más, uno de los nuestros. Esos son la mayoría de los que encontramos atravesados en las calles (aunque últimamente vemos ya muchos balseros subsaharianos que, por el momento, prefieren agruparse por las noches en los rincones oscuros de la ciudad y dedicarse al atardecer al oficio -tercemunista, of course-, de "gorrillas")

Luis -

Los de mi generación, que hemos estado educados en un entorno católico, hemos sido sometidos desde que tenemos uso de razón a una especie de demonización del rico frente al pobre, como figuras antagónicas no sólo desde la perspectiva del poder adquisitivo sino también de la propia moral. Recuerdo, entre mis lecturas de infancia, una de las parábolas de Jesús a los fariseos donde el rico Epulón era condenado al fuego infernal mientras que el pobre Lázaro conseguía la vida eterna. Esta visión, la recogía igualmente ese tal Calderón del que hablábamos el otro día en su gran teatro del mundo, y, curiosamente, al final de la obra, la única figura arquetípica que se condenaba era el rico. La conclusión de estas lecturas de adolescencia podía ser peligrosa porque alguien podría pensar que la actitud ante la vida debe ser conformista, emulando a Lázaro o al pobre, para conseguir el premio final en la otra vida. Esta interpretación del “efecto adormidera” de los hombres por causa de la religión coincide con la interpretación marxista de la religión como opio del pueblo. O concepciones más pesimistas de la vida como la de Schopenhauer y seguidores. Naturalmente, esa no es mi visión de la sociedad que soy un ferviente admirador del progreso, fruto del esfuerzo y de la inteligencia del hombre. En ese sentido, la experiencia personal me lleva a pensar que nuestra generación vive mejor que la generación de nuestros padres y que la de nuestros hijos vivirá mejor que la nuestra. Nuestro modelo de sociedad, hablo de la sociedad cercana, yo me atrevería a decir, que es paradigma a seguir por otras muchas. La marginación es un “subproducto”, utilizando tu término, de ese estado del bienestar que estamos alcanzando. El problema de este colectivo es que siendo pequeño, no obedece a pautas homogéneas. Tú lo has descrito muy bien, unos proceden del mundo de las drogas, otros son nómadas incorregibles ... Pero sí tienen un común denominador, no dependen de nadie ni tienen que dar cuentas a nadie. Un enfermo, un alcohólico, un drogadicto, un insumiso, en un entorno familiar, podrá o no querer curar su mal pero siempre tendrá el apoyo de ese entorno. Si el entorno no existe, la sociedad tiene el compromiso social de crearlo, pero desde luego no creo que el método sea dejando que campeen a sus anchas por las ciudades, sino acogiéndolos, muchas veces incluso en contra de su voluntad, diagnosticando su mal y canalizando posteriormente según el diagnóstico.

Permíteme, Angel, ganar ahora el barlovento, y manifestar un problema aparentemente más lejano en el espacio, que es el de la distribución de la riqueza a nivel global. La estadística que nos presentas, supone que uno de cada diez mil madrileños pertenecen a ese grupo de desarraigados; a esa estadística, añado otra, uno de cada cinco españoles están por debajo del umbral de pobreza. Preocupante, pero si utilizamos otra referencia, podríamos concluir que no vamos por el mal camino cuando dos de cada tres habitantes de la tierra son pobres. Y lo que me preocupa todavía mucho más es que los epulones del siglo XXI se sientan en Davos, salvo aquel montaje de Nueva York, y los lázaros en Porto Alegre. ¿Estará ese tercio de la humanidad condenada a consumirse en el fuego infernal? Si esto es así, yo también quiero ganar la tierra prometida pero no a costa de renunciar al progreso ...