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El blog de Angel Arias

Relatos de A. Arias

Cuentos para solitarios: Pasión por la lectura (Parte 2)

(sigue de la entrada anterior: Cuentos para solitarios "Pasión por la lectura")

Debí imaginarme que el maravilloso local en donde servían una horchata como las de antes, estaba cerrado por vacaciones. Pude suponer, -aunque la veloz carrera en un equilibrio que se me antojaba precario sobre la moto me había dejado bastante aturdida-, que el sitio recomendado estaba justo al lado del piso de mi colega de patología quirúrgica, en el que, naturalmente, había amplio acopio de bebidas refrescantes y, por añadidura, la ocasión de escuchar el último cd de Sandra Polop.

-Sube solo un ratito, mujer. Arriba estará mi madre, que andará ya preocupada por mi tardanza. Tomamos un refresco y escuchamos esas canciones dedicadas al amor y a la soledad, que te prometo que te gustarán. Si es que hasta te pareces algo a la Polop...aunque tú eres más bonita.

-Pero es que yo...

La mamá podría estar preocupada por su hijo, pero no se hallaba. Según me explicó, seguramente había salido para no perderse el rosario -¿de la mañana?-, como cada día. El salón estaba amueblado de forma acogedora y había un tresillo en el que uno de los sofás, según el experto, se encontraba situado en una posición estratégica:

-Desde aquí se escucha mejor, porque el sonido es plenamente cuadrafónico; es como si estuviéramos en un concierto.

Mientras se iba a la cocina por los refrescos, aproveché para husmear en su biblioteca. Junto a algunos volúmenes relativos a técnicas quirúrgicas, había varios ejemplares de entomología y, entre ellos, manifiestamente descolocado, un tomo de la novela Ana Karenina, que tomé en mis manos.

-¿Lo has leído? -me preguntó, acercándome un vaso de naranjada en el que, al primer sorbo, noté el sabor del vodka, que, a su antojo, había mezclado en él-. Me entusiasma ese personaje. Representa, para mí, la fuerza de lo femenino. Lo encuentro fascinante, muy útil para conocer las peculiaridades del alma de la mujer.

-No deja de ser una visión masculina -repliqué-. No entiendo los remordimientos y los celos enfermizos de esa mujer. Y, desde luego, no comparto la decisión de que se suicide. Es un truco de Tolstoi para forzar un mensaje moralizante, una torpe advertencia para pecadores.

En el aparato sonaba la letra de El Secreto de Alex, "Mi cielo" : "Desperté sin saberlo en la cara oculta de la luna; me quedé en ese invierno discutiendo con mis dudas".

No sabría precisar en qué momento él se sentó a mi lado, sobre el brazo del sofá. El setter se fue, dócil, a la terraza.

Supe de inmediato que pretendería besarme, y, sin que probablemente fuera oportuno, esbocé mi opinión:

-Prefiero, con el mismo argumento, una película que me ha emocionado recientemente. "Io sono l´amore", con una actriz que me encanta, Tilda Swinton.

Sus labios sabían también a vodka con naranja, mi bebida preferida. Al torcer la cabeza, mientras él se deslizaba sobre mi regazo, advertí que en la esquina del salón, en el ángulo más oscuro, había un piano.

Pasó toda la tarde; se hizo tarde la noche. Llegué aquella noche a casa, muy a destiempo, conducida otra vez por el sidecar, y más apretada esta vez al cuerpo del otro. Todo estaba en silencio. Cuando me levanté para desayunar, dije a mis padres que esperaban alguna explicación, que había ido a ver unos fuegos artificiales con unos amigos y me habían entretenido.

-Ya era hora de que alguien te sacara a pasear a la luz de la luna, jovencita -comentó mi padre, sin que, en mi opinión, su observación viniera a cuento-. Ah, y ha llamado un profesor de la Facultad para completar tus datos; dijo que necesitaba tu teléfono móvil para recomendarte al Mir.

Me sonrojé como una novicia y me oí decir, en un sueño:

-Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía. Mientras haya un misterio para el hombre.

Y, en ese momento, sonó el aviso de entrada de un mensaje en mi teléfono móvil.

Esperé para leerlo a encontrarme sola en la habitación, con el corazón palpitándome, y esta vez no por mi pasión por la lectura.

Cuentos para solitarios: Pasión por la lectura (Parte 1)

Cuentos para solitarios: Pasión por la lectura (Parte 1)

Me gusta la poesía desde niña. No toda, desde luego. Esa poesía que llaman social, violenta, no me atrae. No quiero decir que esté en desacuerdo con la necesidad de mejorar el mundo, pero creo que no es adecuada esa forma de expresión literaria para difundir los mensajes de reforma.

Estuve siempre enamorada de Gustavo Adolfo Bécquer. Me lo imaginé, desde que leí los primeros poemas suyos, como alguien desvalido, a quien sería muy reconfortante proteger con cariño.

¡Cuántas veces recordé aquellos versos que, si podía, recitaba en voz alta, casi a voz en grito: "Tú eres el mar y yo la alta roca que desafiaba su poder, quisiste doblegarme o morir, no pudo ser"!

-Tu hija salió romántica empedernida, -expresó una vez mi padre, que era maestro industrial en una fábrica de corte de chapa.

Así me sentía yo, en efecto, romántica empedernida. Lo era aún después de haber terminado con sobresaliente la carrera de Medicina; pensaba presentarme a la siguiente convocatoria de plazas Mir, para optar a la especialidad que más me atraía, la geriatría, y pretendía consultar en el tablón de anuncios de la Facultad el anuncio del comienzo de las clases preparatorias.

Ninguna información había aparecido al respecto.

Recuerdo que era un día caluroso, como Madrid nos tiene acostumbrados a finales de julio. Un hombre de unos cuarenta años, que sujetaba un perro de raza setter y llevaba unos horribles pantalones cortados a media pierna, se acercó también con la aparente intención de descubrir algo de su interés en la misma vitrina.

El bicho me olió.

-No tema al perro. No muerde si no se le enfada -anunció, sin que yo le pidiera explicación, aunque tal vez debió advertir que no me agradan mucho los animales de compañía.

Como no tenía nada que hacer allí, ya me iba, cuando el individuo me preguntó:

-Perdone, ¿está usted esperando las notas de alguna asignatura?. ¿Tal vez, patología quirúrgica? Porque saldrán mañana.

Creo que fue entonces cuando reconocí a uno de los profesores de prácticas de la fastidiosa asignatura, encargado de uno de los grupos a los que yo no había pertenecido. Tenía fama de ligón con las alumnas.

-Por fortuna, ya he terminado la carrera, aunque no de estudiar. Estoy esperando el anuncio de las clases para la convocatoria del Mir.

-Entonces, colega -aclaró, risueño, el propietario del perro- debemos tutearnos. Y, para corregir el resultado de mi petulante metedura de pata, propongo tomar algo fresco con lo que combatir este calor. Tengo la moto en el parkíng y, si no tienes miedo a acompañarnos a Renco y a mí en un vehículo con sidecar, sé de un sitio en donde aún hacen la horchata exprimiendo chufas, como cuando tú no habías nacido.

No podría explicar el motivo por el que no supe negarme a una invitación tan improvisada, tan forzada, con los antecedentes que obraban en mi memoria del comportamiento del dicharachero, pero a los pocos minutos estábamos enfilando hacia Madrid.

Así que me encontré agarrada a la espalda de un desconocido en varios frentes y, al lado, acomodado en el sidecar e irguiendo la cabeza como en una viñeta de cómic, un perro lanudo que se comportaba de forma tan apacible como si yo le hubiera estado sirviendo el pienso toda su vida.

(sigue)

Cuentos para solitarios: Consecuencias de la afición a la ornitología (y 2)

(Esta es la segunda parte del Relato "Consecuencias de la afición a la ornitología)

II

El viajero la miró, con curiosidad que no pudo disimular:

-¿Le gusta a usted la ornitología? -preguntó.

-No, no. No entiendo nada de pájaros, pero me encanta oirlos cantar. Me relaja.

En aquel momento, un zorzal asomó de entre el follaje y atrapó algo en el aire.

-Fíjese -señaló la mujer- ese pájaro viene todas las mañanas al árbol que tenemos enfrente, que es un tejo, recoge uno de los frutos, se lo come ávidamente, y vuelve al cabo de un rato, hasta que se sacia.

Después de tomar un sorbo del café, con una sonrisa, el hombre no pudo contener su asomo de erudición.

-¿Y no sabe qué clase de pájaro es?

-No. Parece un gorrión, pero más grande.

-Es un zorzal común, un tordo. En efecto, canta muy bien. Aunque lo que seguramente Vd. oye por las mañanas y al atardecer es a algún petirrojo.

Ella mordisqueó su tostada, que había untado con mermelada.

-Sí, sí. A los petirrojos los distingo. -y, para apoyar su comentario, señaló al pájaro que se había acercado, dando saltitos, a picotear algo en el suelo.

-No, siento contradecirla. Pero ese es un gorrión molinero. Se distingue de los gorriones comunes en que tiene el pecho de color marrón oscuro. En todo caso, los gorriones no trinan, más bien gorjean y chillan.

El camarero irrumpió, curioso. Posiblemente había estado escuchando.

-¿Quieren alguna cosina más? Ye porque vamos a cambiar el turnu, y quieru dejálos ya servidos.

Ambos respondieron al unísono:

-No, gracias, va bien así.

-Pídoios perdón si ofendo -expresó el lugareño- pero mátame una curiosidad. Esos paxarinos encapirotáos que tan picotiando la fruta de aquel árbol, ¿sabe cómo se llamen?

-Por supuesto. Son herrerillos. Seguramente son familia. Los padres y los dos pollos, ya criados. Fíjense que bulliciosos. Aunque tampoco cantan. El sonido que emiten es un débil sshii.

De aquella conversación sobre ornitología elemental no hubiera habido, seguramente, recuerdo alguno, salvo porque la huésped quiso conocer la razón de la afición a los pájaros del viajero.

-Ya se ve que le gustan los pájaros. ¿Es usted biólogo? -preguntó.

-Solamente aficionado. Mi profesión no tiene nada que ver con la biología ni con la ornitología.

-Déjeme adivinarla. -y, antes de que pudiera expresar ninguna conclusión de su adivinanza, él la cortó-.

-No conseguiría acertar... -expresó, con una sonrisa- No tengo estudios universitarios. Soy un pertinaz procastinador.

Ella le obsequió con una mirada en la que había complicidad.

-No tiene porqué avergonzarse. Hoy día, hace falta de todo.

Un silencio extraño permitió oir un eco de trinos alborotados, una secuencia de gorjeos saltarines y alegres, que el experto identificó de inmediato como de un grupo mixto de jilgueros y verderones.

Cuentos para solitarios: Consecuencias de la afición a la ornitología

Cuentos para solitarios: Consecuencias de la afición a la ornitología

Ignoraba dónde estaba. No del todo, obviamente. Se encontraba en un pueblo del occidente de Asturias, en una casona rural que había sido rehabilitada como hotel de tres estrellas.

Había llegado en plena tormenta la noche anterior. El objetivo era acercarse un poco más hacia Galicia, pero se le había hecho tarde como consecuencia de la sobremesa con unos amigos de Oviedo y, cuando empezó a llover intensamente no dudó en detenerse en el primer albergue con garantía de mínima limpieza y comodidad con el que se cruzó.

Abrió la ventana de la habitación y contempló el paisaje. La inclemencia de ayer se había vuelto luminosa claridad. Un escenario de verdes montañas en varios planos, salpicados aquí y allá con alguna casa de labranza se extendía como un lienzo espléndido. Se vistió rápidamente y bajó con la intención de desayunar.

El hotel parecía vacío. Ni personal, ni huéspedes, aunque los grandes ventanales, con sus hojas desplegadas y las cortinas corridas, revelaban que alguna mano había cuidado del orden de las cosas desde primeras horas de la mañana.

Se sentó en una de las mesas del jardín, la única que tenía un jarrón con flores. Tres hermosos capullos de rosa. Una frescura suave le inundó el alma.

Apenas se había acomodado, un camarero se le acercó, con una sonrisa y un fuerte acento asturiano.

-Buenos días, ¿quiér bollines, casadielles o pan bregáu?

El viajero miró al lugareño, sin estar seguro de haber comprendido.

-¿Puede ser un poco de todo?. Estoy de turismo por la zona y me interesa conocer la gastronomía. Y tráigame sobre todo café, por favor. Mucho café.

El sirviente hizo como que arreglaba el búcaro con las flores y, antes de marcharse a cumplir la orden, espetó:

-La mesa taba preparada pa otru guéspe. Peru, non se preocupe, que pué quedase n´esta, que seguro que no-i-mporta.

Apenas se había ido, apareció "el otro huésped". Una mujer de unos cuarenta años, rubia, con un libro en la mano. Su vestido estampado ponía una nota adicional de color al jardín. Miró hacia la mesa ocupada y, luego, pareció que buscaba otra con un jarrón de flores.

-Disculpe, señora. Me he sentado en su mesa creyendo que era el único cliente del hotel. El camarero me explicó, ya demasiado tarde, que estaba preparada para otra persona. Pero, si es usted tan amable, le pediría que compartamos la vista de este precioso trío de rosas, y le prometo hacer lo posible para que la conversación le resulte agradable.

La recién llegada sonrió, agradeció la atención y, sin hacer más comentarios, acercó una silla, y se sentó enfrente. Justo cuando el camarero traía una bandeja con varios bollos, un zumo de naranja, una humeante cafetera italiana y una jarra con leche, igualmente caliente.

-¿Qué i traigo? ¿Lo de siempre? -preguntó a la señora.

-Sí, por favor, Arturo. No me tueste mucho el pan.

-Mi marido aún duerme -explicó, cuando el camarero se fue.- A mí, en cambio, me gusta levantarme pronto para disfrutar el día desde el comienzo. Ver amanecer, oir el primer canto de los pájaros mientras desayuno.

(seguirá)

-

 

 

Terrarios con iguana y vecina (segunda parte)

Terrarios con iguana y vecina (segunda parte)

(continúa desde la entrada anterior)

II 

Hasta donde alcanzaba mi cultura sobre los reptiles, estaba convencido de que la iguana era un animal protegido, prácticamente en extinción y –ya en un plano más personal- me hubiera parecido una solemne majadería mantener un bicho de ese tamaño y características en este lugar del mundo, tan lejos de su hábitat natural.

Salvo que se tratara de una investigación sobre las consecuencias del cambio climático y se estuviera introduciendo la fauna adecuada al aumento de temperaturas.

No me parecía que la iguana fuera, además, el típico animal de compañía, la mascota dinámica y simpática con la que retozar cuando se llega cansado del trabajo, el bichito cariñoso que se puede regalar a un hijo o a la sobrina cuando supera con notable las pruebas de final de bachillerato.

Estos días de mediados de verano hace mucho calor, duermo muy mal y me despierto muy temprano. Aprovecho para ordenar papeles atrasados y, sí, de vez en cuando echo un vistazo tratando de descubrir algún movimiento en el terrario de enfrente.

La cortina echada me hurta la visión de lo que pasa al otro lado, aunque –a riesgo de ser calificado como obsesivo- me imagino la escena con detalle. Por el cambio de luminosidad, presiento a la vecina encendiendo la luz del terrario y supongo que alimenta a su iguana con frutas y verduras frescas. He leído que nunca deben dársele espinacas.

También he identificado al lagarto de enfrente como una iguana rayada; algo más pequeñas que las iguanas verdes y son las que tienen el rabo listado.

Hace un rato me desperté alborotado. Acababa de librar una lucha terrible contra un dragón abominable que custodiaba en una torre muy alta a una delicada princesa, y a la que su padre le había entregado, cuando era una adolescente, a cambio de que dejara de comer a los vecinos de su reino cuando iban a recoger frutas y maderas al bosque.

El dragón estaba enamorado de la joven, pero mi valiente subconsciente le había cercenado la cabeza de un certero tajo con una espada de acero, por lo que merecía el premio de casarme con la princesa.

Lamentablemente, la escena se desvaneció sin dejar más rastro que un sudor frío, y pegajoso. Como un autómata, fui a mi despacho y miré por la ventana.

La de enfrente estaba abierta de par en par, y la cortina, desplazada a un lado.

La iguana se giró y pude ver su rostro. Un rostro inequívoco de dragón que, en la boca amenazadora, dibujó lo que interpreté como una mueca.

Pero lo que más me impresionó fue ver a la vecina.

Convencida de que a esa hora del amanecer no tendría testigos, la vecina estaba desnuda. Comprendí que no podía descubrirme, enmascarado yo por el reflejo, porque se movió libremente por el cuarto, trajinando con total despreocupación.

Luego, abrió la puerta del terrario y se introdujo dentro.

Juro que no volví a verla.

Tampoco a la iguana.

Me pregunto qué se supone que debería hacer.

Terrarios con iguana y vecina

 

Para refrescar el verano, me propongo escribir, en cuanto disponga del tiempo necesario, algunos cuentos. Los recopilaré, en principio, con el titulo, "Cuentos para solitarios".

Este es el primero de la serie, que distribuiré, como haré con los restantes, en dos entradas al blog. Que lo disfruten.

I

Mi vecina de enfrente era una persona discreta, de lo más normal, -al menos, para mí-, hasta que descubrí su secreto: en su casa tenía un terrario con una iguana.

Ignoro cuánto tiempo llevaba allí -quiero decir, la iguana-. A la vecina la conocía de saludarla por la calle, Hola y Adiós, sin más conversación, porque no había razones para mayor intimidad.

Además, no suelo fijarme en lo que hacen los vecinos, quizá como defensa de que no deseo de que se preocupen por lo que yo hago de mis puertas adentro.

No es que no hubiera mirado nunca hacia la ventana de enfrente. Mentiría. No soy curioso, pero lo que tenía enfrente resultaba poco interesante.

Las cortinas se encontraban permanente corridas y el reflejo sobre el cristal me dificulta la visión.

Con todo, resultaba evidente que la habitación parecía destinada a una utilización que pudiera resultar escandalosa en otros tiempos, pero no ahora y menos para mí, que tengo que vérmelas a diario con las aficiones de mis inquietos alumnos universitarios.

Había creído que lo que guardaba la vecina, oculto tras una cortina de los ojos curiosos de los demás (y, particularmente, de los míos), era una plantación de marihuana para su uso privado.

Todo me parecía encajar. La luz del techo, encendida durante horas, destinada a acelerar el crecimiento de las plantas; las cortinas como protección visual ante el único que podría descubrir la relajante afición; y, en fin, hasta me pareció distinguir en las sombras la apariencia de hojas verdes dispuestas permanentemente para la cosecha. 

Descubrir la iguana en el terrario de la vecina fue una sorpresa. Se convirtió, también, en un símbolo, un secreto compartido sin querer.  También tuve el presentimiento de que ese conocimiento nos acercaría, a la vecina y a mí.

Cuando la ví, estaba mirando distraído por la ventana del despacho, preparando las preguntas del examen de Contabilidad Analítica.

La cortina había quedado ligeramente descorrida. Por el hueco, aparecía lo que, en un primer momento, identifiqué como un tronco de árbol.  Pero, al volver a mirarla, advertí que se había movido algo.

Era un trozo de cola. Inmensa. Una cola a rayas, gorda, provista de unas excrecencias que parecían púas.

Quise ver más, pero resultó imposible. Ni alargando el cuello, ni cambiando de posición. El animal no se movía.

Así que mi vecina  pasó a tener un secreto al descubierto. Albergaba en su casa, como mascota, una iguana.

No marihuana –ni mariguana-, iguana. Un animal de extraordinaria quietud, que, según comprobé de inmediato en internet, podría llegar a medir hasta dos metros.  Lo que, por el tamaño del trozo de apéndice que se había desvelado a mis ojos, ya era el caso.

A barlovento: Porqué he publicado mis Ensobrados en Bubok

Hace un par de meses, como anuncié en este blog, publiqué como libro, en la opción que ofrece la web Bubok, -una de las iniciativas de mi amigo Angel María Herrera-, la colección de Comentarios que había venido recogiendo durante 2009, prácticamente cada día, en mi blog Alsocaire.

Lo titulé Ensobrados, en referencia a los títulos de estos Comentarios, ya que todos empiezan con la palabra "Sobre...". Escritos sobre muy variadas materias, con diferentes niveles de profundidad, e incluso bajo discutible sentido de oportunidad, constituyen, sin duda, un reflejo de mi pensamiento, formación, inquietudes e ideas.

¿A quién interesa ésto? La respuesta más directa, para la que podría ponerse como punto de apoyo, tanto las entradas en el blog (el record de entradas lo sigue teniendo, de lejos, mi comentario en éste cuaderno titulado Consejos para torpes sobre cómo arreglar una persiana) como la elocuente cifra de ventas realizadas hasta este momento del libro (cero patatero) sería también obvia: a nadie. Bueno, dejando un agujerito abierto: a casi nadie.

Mi sentido de la rentabilidad, el escaso tiempo libre de que dispongo, mi trayectoria personal de tipo sensato y, desde luego, la experiencia profesional de concentrarse en lo que conozco mejor, me aconsejarían, pues, recapacitar en varios sentidos respecto a la dedicación que estoy dispensando a este medio de difusión.

Si lo que escribo no alcanza a despertar el interés que debería pretender, o bien me replanteo aumentar los medios de publicidad que estoy utilizando para dar a conocer y difundir mi trabajo, o bien  me abandono sin más a la idea de no seguir malgastando esfuerzos y tiempo en un proyecto que no ha cuajado.

Voy a seguir escribiendo.

En un pimer análisis, existen dos razones, objetivas y claras, por las que mis blogs no tienen mayor proyección hasta el momento. Una. es la falta de especialización con la que escribo, relacionada también con la persistencia en aparecer como outsider de las corrientes y agrupaciones dominantes. Escribo sobre casi todo lo que me interesa, desde la política, el derecho, el ambiente, las cuestiones administrativas, al arte o la literatura.

Voy a seguir escribiendo.

Pero es que, además, lo hago de una manera absolutamente independiente, sin estar afiliado ni comprometido por nada ni por nadie. No soy simpatizante definitivo de ningún grupo, y me repugnan tanto (o casi tanto) los exabruptos parafascistas de la derecha pancista e insolidaria como los ilusos análisis de la izquierda revanchista y falsaria. Tampoco me considero de centro, porque estoy por cambiar cuanto sea innecesario y mejorar todo lo que funciona mal.

Voy a seguir escribiendo.

Hay otra razón: no divulgo (al menos, hasta ahora) mis blogs a través de redes sociales, no hago propaganda de los mismos, no aparezco por esas reuniones físicas, convocadas a decenas, en las que webmasters y blogueros de profesión se dan abrazos y entrelazan sus productos mentales mientras beben cerveza o calimocho.

Voy a seguir escribiendo.

Esto tiene sus consecuencias, sin duda. Estar en la independencia puede ser asimilable a estar solo. No lo es, en realidad, pero lo parece. Un comentario elogioso (por ejemplo) a la actuación del partido de Rosa Díez en cuanto a la movilización de técnicos hacia la política, que mereció aparecer en la página de portada de UPyD durante un día, puede ser causante de una detectable subida en las entradas. Pero si al día siguiente critico el Programa ambiental de ese mismo partido, es casi seguro de que me borrarán de los afectos, poniéndome en el frigidér (aunque, hoy por hoy, me sigue pareciendo la más razonable -¡y la más sana!- de las opciones políticas disponibles).

Respecto a las propuestas concretas que en distintos temas han realizado PSOE, PP, IU o CiU hay en estos Ensobrados también numerosos ejemplos de mis observaciones, que procuro sean reflexivas y, en todo caso, sinceras.

En los aspectos tecnológicos relativos a las TICs, no quiero (ni puedo) pertenecer al grupo de fanáticos, que se cruzan y entrecruzan las referencias a sus webs, y blogs y se entrelazan como posesos. Ni tengo tiempo para dedicarlo al ordenador (en ese sentido), ni me apetece esforzarme en engañar las estadísticas con entramados ficticios de interés.

Porque muchos de los que alardean de estar al día en comunicaciones, en disponer de las características del último aparato multifunción, en el conocimiento de las tecnologías web 5.2 (no creo que exista aún) y que publican en su juguete, al mismísimo instante en que los detectan, los últimos avances japoneses, norteamericanoso o chinos, no persiguen otra cosa que engordar sus posiciones en los buscadores, amañando sus cifras de difusión y circulación, a la espera de que alguien les pague por poner la publicidad en el blog o la web en la que han convertido su ocupación habitual.

No explicará esto porqué he publicado mis Ensobrados en Bubok, cuando, además, los contenidos de mis blogs son libres y cualquiera puede bajárselos gratuitamente. Esa es una tercera razón, supongo, por la que los que me siguen a diario no encuentran ninguna ventaja en tener un libro físico de casi 300 páginas que más se puede parecer a La vida, instrucciones de uso, de Georges Perec, que a un libro de amena lectura, de esas 12 horas que, automáticamente, calculó el programa de Bubok que supondría su lectura.

Por eso, también, puedo justificar que ni yo mismo lo he comprado. Para qué, si lo que escribo ya lo tengo presente en mi cabeza.

Voy a seguir escribiendo. Voy a seguir escribiendo. Voy a seguir escribiendo.

Réquiem por una mujer de agallas

Réquiem por una mujer de agallas

Acaba de morir. Hace tres años le dediqué, en estas mismas páginas lanzadas a la estratosfera de lo metafísico, un mensaje de devoción, de amor y de esperanza. Su agradecimiento de entonces, publicado en este blog, respondiendo como "una mujer de agallas" -el título que le había dado en mi Comentario-, y que he vuelto a leer, emocionado por la noticia de su fallecimiento, desgraciadamente ya temido desde hace unos días, adquiere una dimensión especial en este momento. Es la voz congelada, escrita, de una persona excepcional.

Se llamó, hasta la mañana de hoy, 8 de febrero de 2010, Biba Bevc. No voy a hacer aquí su panegírico. Hija de emigrantes de un país que ya no existe (Yugoslavia), polifacética, multilingüe, trabajadora incansable, estuvo siempre luchando contra la mala suerte. Una mala suerte que, en su vida como en la de otras existencias ejemplares, de personas muy valiosas, ha sido cuidadosamente tejida por personajes lamentables, incapaces de valorar el esfuerzo de otros por hacer este mundo algo mejor.

A pesar de su enfermedad, hasta pocos meses antes de que las frecuentes sesiones de quimio y las intervenciones operatorias le descompusieran brutalmente la agenda, trabajaba fuera de casa, conducía su coche, viajaba; no tenía mucho dinero y vivía sin lujos, en una Alemania que, a pesar de lo que algunos creen, también tiene su crisis: económica, de valores, de objetivos. Pero era muy espléndida: le entusiasmaba hacer regalos, materiales y espirituales.

Emprendió muchas cosas, siempre persiguiendo la plasmación de sus ideas brillantes, tal vez algo ingenuas -maravilloso encanto el de lo ingenuo-, y que le salieron sistemáticamente mal.

Organizó un macroevento para festejar el final de un milenio que se acabó sin pena ni gloria -tanta que hasta se sigue dudando si su término fue el año 2000 o el 1999, o, tal vez, el 2001-. Perdió todo cuanto tenía, una vez más. En lo económico, no consiguió vencer la fatalidad de los enemigos de la inteligencia: la envidia, la desidia, la trapacería. En realidad, y para lo que de verdad le importaba, tuvo éxito completo: ganó más amigos.

Trabajó en empresas de importación y exportación, que explotaron su capacidad para hacer contactos y que, en algún caso, le quedaron a deber dinero, y que siempre le resultaron deudoras de su increíble ilusión y capacidad de trabajo.

Yo fui su jefe en Alemania, en la empresa que el INI de entonces creó para vender acero en la Comunidad Europea y preparar un desarrollo tecnológico español que permitiera a nuestro país sacar mejor provecho de la inminente entrada de España en ese reducto de comerciantes que utilizaban a su antojo la bandera europeísta.

Cuando, en una maniobra de turbio alcance político que provocó que a mí me marginaran en la pretensión de hundir mi incipiente carrera, quisieron destinarme a Nueva Delhi cuando mi especialidad era el conocimiento de Europa, ella se despidió de la empresa con una carta dirigida al Presidente en la que afirmaba que "no se sentía cómoda trabajando con gente que no valoraba la capacidad de sus empleados".

Nos contaba desde que se le descubrió un cáncer que ya tenía el marchamo de una metástasis incurable, que el haber entrado en contacto con un grupo de practicantes del budismo (Soka Gakkai) le estaba ayudando a entender, ya que no su enfermedad, el sentido de la vida. Un sentido de la vida que le permitió seleccionar lo que le parecía más importante: entenderse como un elemento más, pequeño y pasajero, de un Universo inabarcable.

Se llamará siempre en mi corazón, Biba Bevc, una mujer de agallas. Nam Mioho Renge Kio, querida Biba.