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El blog de Angel Arias

Terrarios con iguana y vecina (segunda parte)

Terrarios con iguana y vecina (segunda parte)

(continúa desde la entrada anterior)

II 

Hasta donde alcanzaba mi cultura sobre los reptiles, estaba convencido de que la iguana era un animal protegido, prácticamente en extinción y –ya en un plano más personal- me hubiera parecido una solemne majadería mantener un bicho de ese tamaño y características en este lugar del mundo, tan lejos de su hábitat natural.

Salvo que se tratara de una investigación sobre las consecuencias del cambio climático y se estuviera introduciendo la fauna adecuada al aumento de temperaturas.

No me parecía que la iguana fuera, además, el típico animal de compañía, la mascota dinámica y simpática con la que retozar cuando se llega cansado del trabajo, el bichito cariñoso que se puede regalar a un hijo o a la sobrina cuando supera con notable las pruebas de final de bachillerato.

Estos días de mediados de verano hace mucho calor, duermo muy mal y me despierto muy temprano. Aprovecho para ordenar papeles atrasados y, sí, de vez en cuando echo un vistazo tratando de descubrir algún movimiento en el terrario de enfrente.

La cortina echada me hurta la visión de lo que pasa al otro lado, aunque –a riesgo de ser calificado como obsesivo- me imagino la escena con detalle. Por el cambio de luminosidad, presiento a la vecina encendiendo la luz del terrario y supongo que alimenta a su iguana con frutas y verduras frescas. He leído que nunca deben dársele espinacas.

También he identificado al lagarto de enfrente como una iguana rayada; algo más pequeñas que las iguanas verdes y son las que tienen el rabo listado.

Hace un rato me desperté alborotado. Acababa de librar una lucha terrible contra un dragón abominable que custodiaba en una torre muy alta a una delicada princesa, y a la que su padre le había entregado, cuando era una adolescente, a cambio de que dejara de comer a los vecinos de su reino cuando iban a recoger frutas y maderas al bosque.

El dragón estaba enamorado de la joven, pero mi valiente subconsciente le había cercenado la cabeza de un certero tajo con una espada de acero, por lo que merecía el premio de casarme con la princesa.

Lamentablemente, la escena se desvaneció sin dejar más rastro que un sudor frío, y pegajoso. Como un autómata, fui a mi despacho y miré por la ventana.

La de enfrente estaba abierta de par en par, y la cortina, desplazada a un lado.

La iguana se giró y pude ver su rostro. Un rostro inequívoco de dragón que, en la boca amenazadora, dibujó lo que interpreté como una mueca.

Pero lo que más me impresionó fue ver a la vecina.

Convencida de que a esa hora del amanecer no tendría testigos, la vecina estaba desnuda. Comprendí que no podía descubrirme, enmascarado yo por el reflejo, porque se movió libremente por el cuarto, trajinando con total despreocupación.

Luego, abrió la puerta del terrario y se introdujo dentro.

Juro que no volví a verla.

Tampoco a la iguana.

Me pregunto qué se supone que debería hacer.

1 comentario

Luis -

No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.


Lorca. Poeta en Nueva York


Pero ojo con soñar con iguanas!!!