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El blog de Angel Arias

Papeles comprometidos (Cuentos de Pareja)

Como regalo de Navidad, obsequio a mis lectores con este Relato de mi Libro: "Cuentos de Pareja". Ojalá os guste. 

  Escribió con bolígrafo en una hoja atrasada del calendario de la cocina: "Tienes tortilla en el horno", dejó el papel sobre la mesa del comedor y se acostó. No estaba cansada, pero quería demostrarse que no iba a permanecer indefinidamente esperando por él. Ella no era reposo del guerrero de nadie.  

Al poco tiempo, volvió a encender la luz. Nerviosa, exploró en el montón de revistas de moda y ecos de sociedad, que se habían ido amontonando durante meses, y encontró un libro cuya presencia había olvidado. Acostumbraba a dejar material de lectura junto a la cama, para entretener las horas hasta que le vencía el sueño. También era un pretexto con el que acallaba su necesidad de acumular defensas a su lado del dormitorio.

El libro estaba en inglés, y al retomarlo en sus manos recordó nítidamente el momento en que lo había comprado. Había sido en París, en una librería de viejo a la que habían entrado en su deambular por las callejuelas cercanas al Sena. Leyó varias veces su título, mientras arrancaba con la uña la etiqueta con el precio que todavía estaba adherida a la cubierta: Dried Flower Ideas.

El tema le había parecido entonces atractivo, pero el interés había quedado pospuesto sucesivamente y, dadas sus dificultades con el idioma, resultaba complicado seguir las instrucciones para secar flores y componer centros de jardinería muerta, que la autora detallaba tan prolijamente. Javier había empezado a traducírselo, pero pronto lo dejó, alegando que era lo más cursi y pedante que se había echado jamás a la cara. Así que, desde aquella noche, allí había permanecido aquél libro.

Habían transcurrido dos meses y seis días desde entonces; fué la última vez que hicieron el amor.
 Como no estaba libre de raíces románticas, y menos al principio de una noche en la que apetece tener a alguien al lado pero ese deseo no va a realizarse, aplicó su fórmula de cabecera para salir de la confusión: ningún hecho trivial carece de significado.

Desde niña, le gustaba interpretar los imprevistos como un mensaje. Por eso, se tradujo a sí misma la razón oculta del hallazgo de ese libro inocente: necesitaba ideas para recomponer el decorado de su propia vida, debía darse prisa en incorporar nuevos elementos, antes de que se marchitasen los antiguos.

La reflexión le resultó banal, pero, desde su pesimismo actual, razonó también que cualquier medida terapéutica llegaría ya demasiado tarde. Su vida había encallado, al parecer, en el atolón del aburrimiento sin remedio.
 

Intentando cambiar de aires, y con la mirada absorta en una composición floral de aquenios, siemprevivas y bártulos, rememoró la alocada carrera juvenil con la que ella y su amiga Gloria habían alcanzado el ferry que hacía el trayecto turístico sobre el Sena. Cogidas de la mano, como dos adolescentes, habían subido al barco cuando empezaban a izar la rampa de acceso.

Gloria trastrabilló y estuvo a punto de caerse al agua, pero, instintivamente, había apretado su mano en la suya y, gracias a esa ayuda, pudo recuperar el equilibrio. "Están Vds. locas" -dijo el patrón, moviendo la cabeza con reprobación. "Cada cinco minutos hay un barco idéntico. ¿Tanto les molestaba esperar?".
 

-Me has salvado del ridículo -había susurrado su amiga, todavía sofocada, mientras ambas se sentaban al fondo de la embarcación, con algunas miradas centrándose sobre ellas.-Vamos a necesitar más salvadores -recordaba haber replicado ella misma-. Acabo de leer que los billetes se compran en el muelle antes de embarcar y que la multa por subirse sin ellos es de ciento cincuenta francos.-Eso te pasa por saber francés. Yo alegaré ignorancia invencible.-El letrero está también en español.-Quelle paveur!. Pues si nos obligan a abandonar esta chalupa, cruzaremos el río a nado, como buenas espaldas mojadas -le sonrió Gloria, acariciando su tobillo derecho, algo dolorido-. Cuando lleguemos a la otra orilla, pondremos a secar nuestras ropas sobre el muro y, mientras tanto, interpretaremos un número bufo de zarzuela.-Sí. Sólo nos faltaría don Hilarión. -Ese papel se lo adjudico al patrón de este bateau. Mira la cara de rijoso que se le ha puesto; va a estrellarnos. 

Reavivar la presencia de la sonrisa espléndida de Gloria, una mujer llena de vitalidad, de talante tan inteligente como despreocupado, le reabrió las puertas de la injusticia de la vida. Tuvo una sensación, más que un pensamiento elaborado: somos prisioneros de recuerdos que nos hacen daño. Gloria se había muerto a la semana de aquél viaje, estrellando su coche de madrugada contra la medianera de la autopista a Barcelona; un extraño accidente. 

Llamaron al teléfono. Se levantó, rápida, sin ponerse encima la bata ni calzarse las zapatillas. Sintió el frío de las baldosas en las plantas desnudas de los pies. Era él. "Estamos celebrando que han hecho fijo a Miguel en la agencia". Su voz tartamudeaba un poco, como le sucedía cuando había bebido una copa de más. Le pareció entender un fondo musical, pero sólo se le ocurrió preguntar: "¿Quién es Miguel?". "Se te oye muy mal. ¿Cómo está el niño?. Se me acaban las monedas."-comentó la voz, que no parecía querer hablar de más-.

Ella sabía bien quién era Miguel: uno de los personajes ilocalizables que Javier movilizaba para dar mayor credibilidad a sus historias. "Llegaré tarde". "Ya es tarde. Hace rato que Javi está acostado" -replicó ella, aunque añadió en tono amable:- "Tienes tortilla en el microondas". Siguieron algunas palabras, que sonaron a trámite burocrático: "No me esperes levantada. Acuéstate".
 

Permaneció un rato oyendo el tono del aparato, distraída, antes de colgar. La casa estaba silenciosa, aunque atendiendo mejor se distinguían algunos ruidos de coches procedentes de la autovía. La única sensación que tenía era de soledad. Entonces se percibió de que estaba descalza, y un escalofrío la recorrió.

"Sólo falta que agarre una gripe", pensó. Le sorprendió el sonido ligeramente enfadado, de sus palabras: las había pronunciado en voz alta.
 

A la mañana siguiente, ambos se sobresaltaron a causa del despertador. El se quejó de dolor de cabeza. Pero ella se interesó por la tortilla de patata: "¿Comiste la tortilla?". "Qué cosas tienes, mujer. No me apetecía nada. Además, ya habíamos picado algo por ahí".

El hubiera hecho un comentario acerca de la luz encendida que encontró cuando llegó, a las cuatro de la madrugada, o de las razones que explicasen el cursi libro abierto en su regazo o, mejor aún, hubiera detallado la manera delicada con la que había subido el embozo de la cama, para cubrir sus hombros.

Ella de buena gana hubiera deseado conocer a qué hora había llegado, aclarar con él si había sido ella misma la que había vuelto a colocar el libro sobre la mesita y resolver, en fin, la duda bastante infantil sobre si había sido Javier quien, algo bebido, le había dado un beso y le había acariciado bajo el camisón, o eran solo figuraciones construídas desde el sueño.

Marta miró la espalda desnuda de Javier, sentado en la cama mientras se ponía los zapatos y los pantalones; sin explicación, tuvo el deseo de recorrer con sus manos aquella figura que conocía bien; le hubiera dado un pellizco en las nalgas; no necesitó contenerse, porque desde hacía algún tiempo, su cerebro no mandaba a las manos.
 

No se dijeron más hasta que entró en la cocina el pequeño Javier. Entonces se concentraron en él. Como todos los días, el niño se había incorporado al oir el trajín de la casa, y se acercó somnoliento, en pijama y chancletas, tanteando la protección de su madre, para que lo vistiera para ir a la guardería. -¿Pasas hoy a buscarlo tú? -preguntó Javier, engullendo a grandes mordiscos una tostada con jamón de york y mermelada. "Vamos a llegar tarde", le dijo al pequeño, con la boca llena, sin esperar una respuesta inmediata de Marta, que estaba acabando de componer la cama de matrimonio.

Desde hacía dos meses, la operación resultaba más cómoda, ya que, como sus cuerpos apenas si se rozaban, el lecho no se deshacía. Ella miró la hoyada de ambos, bien perfilada, y aspiró el aroma que despedía el hueco que él había dejado, un olor a almendras y a salina.

Generalmente, Javier llevaba al chico a la escuela, porque le quedaba de paso. Por el contrario, recoger al pequeño se convertía en una operación que debía ser negociada diariamente.
-Hoy me viene mal -la voz de mujer provenía ahora del cuarto de baño, en donde ella se estaba peinando los rizos con un cepillo-. Tenemos reunión de grupo.-Tenéis reunión cada dos días.-El nuevo jefe de departamento es mucho más estricto. Quiere revisar los expedientes de la sección de hemiplejía con un fisioterapeuta rumano.-Bueno, pues iré a buscarlo yo.  

Ella adivinó el tono de disgusto, porque atajó sin contemplaciones: "-Por una vez que hagas algo por el niño, no te vas a herniar." El no contestó, cogió al niño de la mano y se marchó sin despedirse.

Marta se fué al microondas y miró la tortilla de patata; la recogió y la arrojó a la basura, cerrando después la bolsa.
 La ilusión había ido languideciendo poco a poco, aunque en los últimos meses la caída se había acelerado. No encontraban una razón concreta. Pero lo cierto es que habían dejado trascurrir mucho tiempo sin hacer el amor, es decir, sin borrar las huellas de la falta de diálogo, sin renovar el interés. Faltaba una explicación coherente.

Ahora, simplemente un día se superponía sobre el otro, y la acumulación de jornadas de silencios, de incomprensión, de fastidio, adquiría una dimensión que empezaba a dar miedo, porque servía de argumento para admitir una jornada más sin intervenir, y la distancia aumentaba.

Marta se notaba a sí misma cansada para hablar, para disculpar, aunque la ausencia de sus caricias y pensamientos pesaba como una losa sobre el alma. No era ella una persona sensual, ni mucho menos, pero algunos días sufría la necesidad de que la acariciasen, la tocasen, la escuchasen.

En esas fechas, que no tenían que ver con el período ni con el tiempo atmosférico, quería sentirse mimada y deseada. A veces sospechaba de las infidelidades de Javier y, desde luego, no estaba dispuesta a perdonárselas, pero no tenía ningún fundamento serio; era la carencia física lo que no resultaba fácil de suplir. No le bastaban los besos, abrazos y achuchones que prodigaba al inquieto y revoltoso Javier.

Quería un roce más áspero, en el que ella no llevase la iniciativa, donde ella fuera el juguete.
 ¿Estaba él en la misma situación?. Para Marta, era posible que, aunque pretendiera refugiarse con sus escapadas de la realidad, en sus silencios, él también sufriera.

Confiada a sus pensamientos, Marta retiró las llaves del coche, puso una nota para la asistenta, y cerró la puerta de casa con doble llave. Nunca se había imaginado a Javier en brazos de otra, pero no podía descartar la sospecha de que él se hubiera echado una amiga, a la chita callando. Sabía que él era una persona mucho más sexual que ella. Si Javier se había enamorado de otra, porque algo debía haber, era porque ya no la amaba. Le dió rabia que hubieran perdido, sin defenderlo, la fe en el proyecto que habían intuído cuando decidieron vivir juntos.

Se convenció, mientras conducía maquinalmente de semáforo en semáforo hasta el Hospital, de que ella tampoco quería como antes a su marido. Ya no.
 

Sonó el teléfono móvil. "¿Qué te pasa, te has dormido?. Estamos esperando desde hace ya un buen rato". Despertó de pronto. Estaba llevando el coche, sin darse cuenta, al domicilio de sus padres, en Aravaca. "Estoy metida en un atasco -improvisó, volviendo a la realidad en un instante-. Llegaré en cinco minutos." Aguantando el aparato entre la cabeza y el cuello, farfulló más disculpas, y salió de la autopista por el desvío inmediato; oyó algunos pitidos de claxon, protestando por la forzada maniobra.

Retornó hacia Madrid a toda la velocidad que le permitió la fuerte congestión de tráfico de aquella hora de la mañana. "Me estoy comportando como un autómata mal regulado", razonó para sus adentros.
 

Tenían muchos amigos, que habían ido recogiendo a lo largo de los años, sobre todo por la gran facilidad de Javier para acercarse a todo el mundo. Parecía capaz de entablar amistad hasta con un chimpancé del Retiro. Salían todos los viernes a cenar con otras parejas; dejaban al pequeño alternativamente con los padres de él o de ella.

Los abuelos se disputaban el placer de quedarse con el niño. Marta era muy consciente de que los mayores se lo estaban malcriando, pero necesitaba ese día de expansión a la semana, para desconectar de las duras jornadas de rehabilitación, de los apósitos, de los masajes y la sangre.

La mayor parte de los conocidos los había aportado él; eran compañeros de su trabajo en la agencia, clientes o antiguos compañeros de estudios, con los que Javier parecía disfrutar organizando cenas en las que las esposas eran un adorno necesario.

Pasaban el tiempo juntos contándose banalidades, en donde Javier resplandecía. Era un vendedor, había nacido para convencer, persuadido él mismo de que nada se podía resistir a su fórmula, que le llevaba a seducir indiscriminadamente. Marta fué uno de sus trofeos.
 

"-Daría una uña del dedo gordo del pié por averiguar lo que pasa hoy por esa cabeza", le dijo, lanzándole una bolita de papel, el director del Departamento, mientras repasaban en grupo las actividades del día y las incidencias de la noche. "Estoy preocupada porque Javier está enfermo", mintió.

Le apetecía darse un paseo sola por algún Parque. "¿Con quién lo has dejado?", preguntó amablemente el Dr. Vartrina, que aprovechaba cualquier circunstancia por ganar algunos enteros en su objetivo de seducir a la bella Marta. "Está con la asistenta, pero hoy me gustaría marcharme en punto." "¡Ah, las madres!. Sois muy capaces de ignorar un sarcoma en vuestro marido, pero perdéis el culo ante la menor gripe de vuestros hijos", se creyó con la oportunidad de intervenir el seboso Ricardo, ATS de Generales, machista acomplejado. Marta le dirigió una mirada de desprecio, pero sus ojos verdes, grandes y melancólicos, reflejaban mal los sentimientos duros.
 

Recreó la circunstancia en que encontró a Javier. Hacía once años. Ella cumplía ese día diecinueve. Había invitado a un grupo de compañeros de la escuela de enfermería a tomar alguna cosa. Se habían sentado en torno a dos mesas en un bar de Atocha, mientras compartían cuatro raciones de jamón y queso y bebían Valdepeñas de un porrón.

Charlaban sobre los próximos exámenes, quizá teorizaban sobre las dificultades para encontrar empleo cuando terminasen, probablemente se zambullían, como los somormujos en su lago, a la busca del alimento del bienestar, pasando sobre lugares comunes. Javier se acercó con una carpeta azul en la mano y preguntó si alguno de los presentes era dueño de un coche que estaba aparcado fuera. "Un fiat rojo", aclaró.

Era un chico alto, moreno, de pelo negro intenso.
 Contestaron que no, que qué más querrían. No tenían coche alguno, eran modestos peatones. "Me impide salir." -explicó el extraño- "Se ha puesto justamente tapándome el camino. Hay gente que no tiene ninguna consideración con los que estamos trabajando".

Marta se fijó en sus ojos, con inconfundibles matices burlones, y se despachó en su abierta sonrisa. Le gustó a primera vista, antes incluso de que pidiera permiso para sentarse con ellos.

"Ya que no puedo sacar el coche, si no os molesta, me apetecería quedarme un rato con vosotros, hasta que el tío del fiat se digne mover su chatarra". "¿Y tu trabajo?"-preguntó uno de los muchachos, molesto por la intromisión de un competidor de aspecto aventajado. "Por hoy, ya he hecho bastante"-explicó el desconocido-. "En todo caso, como el jefe de mi negocio soy yo, puedo darme permiso hasta mañana". "Bueno, pues quédate con nosotros" -se había precipitado tal vez a ofrecer Marta, encontrando que aquél muchacho, algo mayor que ellos mismos, ofrecía el interés que sus amigos tenían agotado. "Estamos celebrando mi cumpleaños. Pero te advierto que hemos decidido pagar a escote".

Javier se introdujo rápidamente. Era ocurrente, ágil, distendido; pasó a ser, sin dificultad ni recelos, el protagonista de la reunión. No tenía reparos en explicar, ridiculizarse, recomponer. Pidió más cosas de comer, cacahuetes, almendras, uvas pasas; hizo cambiar el vino Valdepeñas por ron y coca cola para todos. Persuadió a las chicas para que llamasen a sus casas, ofreciendo a cada una, la excusa adecuada -a su carácter, decía- y, en su momento, propuso que siguieran la celebración en una discoteca. A esas alturas de la fiesta, nadie se extrañó de que no tuviera coche, porque se dividieron con toda naturalidad en dos grupos para tomar un taxi.
 

Esa misma noche contó a Marta que se había sentido atraído por Gloria, que era pelirroja, pecosa, distinta. Hablaba sin parar y no aburría. "Creí que era extranjera" -sus palabras, más que a justificación, sonaban a maniobra para generación de celos- "Aunque me dí cuenta de que la más interesante del grupo eras tú". Bailaba muy bien, apretándose suavemente en cada movimiento. "Ya, pero deja las manos quietas", había dicho ella, pugnando por no sucumbir al hechizo de su locuacidad, de la noche, de su masculino atractivo.  

Aquella velada fué preludio de otras más, en las que cultivaron la amistad y el interés recíproco, hasta desembocar en una vida en común, en el matrimonio, en un hijo que fue el premio que se concedieron cuando la relación empezaba a palidecer -se daba cuenta ahora.

La carpeta azul se quedó en la guardarropía de la discoteca y, como nunca más se acordó de ella, Marta dedujo que debía contener papeles en blanco, y hasta admitió que la utilizase también como fantasía para entablar relaciones.

Después de algún tiempo de convivencia, apreció que la simpatía de Javier se desarrollaba, sobre todo, de puertas para fuera. Era extrovertido, jovial, exultante hasta el propio desprendimiento, con cuantos acabara de encontrar. Pero no profundizaba, se mantenía flotando en la superficie de los afectos que se sabía granjear de forma tan sencilla.
 

Cuando le entró la duda de si Javier era real o imaginario, se casaron, porque decidieron que debería tener un hijo antes de treinta años. Trataba a todos como conocidos de antiguo, seduciendo con idéntica despreocupación a los que se cruzaban en su camino. Era espléndido, pero con una largueza que se multiplicaba cuanto menor relación le unía con el objeto de sus regalos, de su conversación ilusionada, de su atención desproporcionada.

Tenía todo el tiempo del mundo para el último en llegar. Pero para quienes formaban parte de su círculo más íntimo, para sus mejores amigos y, en especial, para Marta, le faltaba tiempo. Se escapaba.
 

-¿Por qué no te preocupas más por mí o por el chiquillo?-Ya lo hago. Os dedico todo mi tiempo libre. -a Javier la pregunta le había cogido de improviso, y la despachó como quien receta aspirinas. -No te fijas en nosotros. Somos parte de un decorado.-No seas ridícula. -la miró a los ojos, intrigado por la seriedad del tono de sus reparos- Sois la razón por la que lucho en la vida.-Eso no te lo crees ni tú. La razón fundamental de tu vida eres tú mismo. Por no fijarte, ya ni te fijas ni en mi cuerpo. -movió su pelo, coqueta- Hace unos días me paseé desnuda ante tus narices y me miraste como si fuera la televisión.-¡Ah, estás picada por eso!. Te ví pasar en bolas y pensé que estabas depilándote. -Sí, recordaba bien, por supuesto, la exhibición del cuerpo femenino, extemporánea, sorprendente; una travesura portadora de un mensaje que había captado perfectamente, pero que no consiguió reformar su malhumor, en otras ocasiones, vulnerable.-Hace unos años no habrías resistido el deseo de abrazarme.-Si después de once años de intimidad siguiera siendo excitable por las exhibiciones nudistas de mi esposa deberían llevarme al circo Price, entre los enanos y el domador de canguros.

Había sido cruel, pero el supuesto ingenio le bloqueó aún más la puerta de salida. Así que, para Marta, los días empezaron a ser inextricablemente iguales unos a otros. Cuando volvía del Hospital, tomar el relevo de la asistenta para disfrutar del pequeño Javier era la única diferencia que añadía encanto a la realidad anodina en la que se habían convertido las intenciones de ambos, cualesquiera que fuera su signo. Javier padre parecía vivir una existencia al margen; llegaba cada vez más tarde, hablaba muy poco.

Unicamente en las reuniones de los viernes, volvía a lucir con luz propia. Contaba historias fantásticas, desplegaba el mismo derroche de simpatía que le había caracterizado siempre. Marta se sorprendía al principio, extrañada de lo que creía era capacidad de disimular de su esposo. Acabó encontrando en esos encuentros una razón más de la falsedad que la envolvía, episodios inducidos por un ser con personalidad de artificio, que se ocultaba durante la semana para resplandecer con todas sus galas ante quienes le podían dar mucho menos que ella.
 

La noche del accidente de Gloria, habían estado cenando los cuatro en un restaurante argentino. Javier estuvo divertido, como siempre. Incitaba a las dos mujeres a contar el detalle de su semana en París, y cuando ellas hablaban de monumentos, museos y chocolate con cruasán, él inventaba que sus esposos habían contratado los servicios de un detective que les había pormenorizado sus andanzas, con un informe reservado de las salidas del hotel, sus paseos románticos en barco y fogosas noches de placer. Gloria reía, divertida, siguiéndole sus bromas (a veces picantes) y Marta tuvo por un momento fugaz la intuición de que Javier gustaba a su amiga.

Era natural, después de todo.
 -Vuestro detective se ha equivocado de personas -dijo Gloria, entre risas, mirando sobre todo a Javier, quien había encendido un cigarrillo-. -Hay incluso fotos comprometedoras.-¡Qué traidor! -Marta permanecía callada, observando a Mario-. ¿A qué vuestro hombre va a ser el fulano que se ofreció para enseñarnos Pigalle?.-No creo. Nuestro enlace era un patriota, pero de los Pirineos para abajo. Salvo que le hayáis hecho todo "un francés" por vuestra cuenta-a Javier le gustaba bordear la chabacanería; el humo de su cigarrillo se extendió sobre las cabezas de los cuatro.-Imposible. Era muy basto y estaba sin duchar -Gloria repuso, rápida, y al moverse hacia atrás en el asiento, su pelo rojo adquirió nuevos reflejos.

Marta estaba siempre sorprendida de que ellos dos improvisaran diálogos tan vivos, ingeniosos y variados; si no conociera tan bien a ambos, le parecería que los hubieran ensayado-. Lo más que pudimos hacer por él fué regalarle un champú para que se quitase el olor a aprisco de Guadalajara. Así que lo que haya hecho el alcarreño, lo habrá hecho con vosotros.
 

Mario no sintonizaba bien con Javier porque, a diferencia de la inmensa mayoría, la amistad con aquella pareja era una aportación de Marta. Era un ingeniero más bien soso, blanco de tez, de pelo ya clareando. Tenía ojos oscuros de mirada inquisidora, pero contenido inexpresivo. Era responsable de redes en una compañía eléctrica, aunque su trabajo parecía importarle menos. Le gustaban los coches, los viajes; era tímido con las mujeres.

Cuando le parecía que debía hablar, soltaba cuentos de enamoramientos misteriosos en la empresa, historias cruzadas de traiciones en matrimonios y gozos prohibidos entre sombras, que contaba con una frialdad excesiva, y con tan pocas palabras, que reducía cualquier anécdota a caricatura. Desprovisto de gracia, lo curioso era apreciar que le gustaba contarlas.

Desde que murió Gloria no se había prodigado más. El día del funeral fué un fantasma, y luego desapareció. Aunque cada viernes pensaban en llamarlo, invitarlo a cenar, ni Javier ni Marta tomaban la iniciativa de decírselo al otro, con lo que el tiempo pasaba y también esa relación se estaba enfriando. Se había destruído el eje de la amistad, que era la intimidad entre las dos mujeres.

Marta no esperaba por eso que Mario le telefonease aquella tarde al Hospital. La telefonista de la centralita le pasó la llamada al box de enfermeras en rehabilitación. "Es una voz de hombre, pero no es Javier" -le previno.
 -Hola, ¿Cómo te va? -reconoció inmediatamente la voz de Mario, ronca por el tabaco, que parecía siempre preparada para estallarle en el gaznate.-¡Mario!. Estamos todo el tiempo pensando en llamarte, pero ya sabes cómo es esta ciudad. ¿Qué tal han ido las cosas?.

Marta sintió vergüenza por el tiempo que había pasado desde que se besaron, llorando, en el funeral de Gloria: todo el mundo estaba de acuerdo en que ellos dos eran los más afectados. Pero la amistad verdadera era con Gloria, su amiga muerta, aquella con la que había compartido tantos secretos.

-Ayer iba a dar a Cáritas la ropa de Gloria y, al revisarla, encontré un diario. Habla de tí. Bueno, habla de todos, pero lo que cuenta te interesa a tí.-¿Un diario? -era la primera noticia que tenía de las aficiones literarias de su amiga- ¿Y habla de mí?. ¿Qué dice?La voz de Mario se tornó aún más enigmática, firme, cerrada: "-Prefiero no comentártelo por teléfono. Te invito a tomar un café hoy después del trabajo".

Lo cierto es que a Marta no le apetecía remover heridas; no tenía suficiente confianza con Mario y le molestaba tener que compartir secretos, por lo que parecía, con un hombre sin atractivo personal, y de una manera tan forzada. Siempre lo había considerado poco, un tipo obsesionado por el trabajo, sin juego de cintura, torpe en todo lo que no fueran las tarifas eléctricas.

Así que pretendió excusarse: "-Tengo reunión de grupo."
Pero él se encontraba persuasivo: "-No será tan importante. Anúlala. Pide permiso por algo urgente. Dí que tu niño se ha puesto malo". Inventar enfermedades para el pequeño Javier parecía el argumento fácil para todo el mundo aquél día y, sintiéndose supersticiosa, claudicó: "-Bueno, quedamos a las siete y media. Aquí cerca". "En la cafetería Arizona."-reaccionó Mario. El piloto de la habitación 315 se encendió, acompañado de un pitido de aviso. Marta se levantó, sin soltar el teléfono: "-Allí estaré", dijo con voz tenue. 

Mientras preparaba la jeringa para inyectar un calmante, se mantuvo en la intriga acerca de los motivos de aquella llamada, que le abría la existencia de un diario ignorado, de una amiga con la que había compartido todos los secretos. ¿Habría recogido en él, imprudentemente, alguna de las cosas que le había contado?. ¿Pero qué cosas?. ¿Y por qué?. Gloria y Marta se habían prometido lealtad, renovando ese pacto agradable en múltiples ocasiones.

Después del viaje a París, conseguido como un triunfo de la independencia respecto a sus esposos -era el regalo a los treinta años de existencia de ambas-, se había profundizado la relación. Eran como dos hermanas. Ella sabía cómo había sentido su muerte, hasta qué punto la había aturdido. Cómo se sentía culpable de haber provocado, la noche de su muerte, la estúpida discusión que motivó que Gloria cogiera el coche y saliese, enfadada, del restaurante en donde se estaban divirtiendo.
 

Cuando llegó a la cafetería, Mario ya estaba allí esperando. Se dieron un beso, y ella notó su boca caliente en el rostro frío. Estaba más delgado, y el pelo desarreglado le hacía aparecer mayor. Debía tener cuarenta años. "Estás tan guapa como siempre", dijo él."¿Qué tal os van las cosas?".

A Marta se le hizo otra vez cuesta arriba explicar dos meses de silencio, llenos de sinrazones que no era fácil compartir. "Bien; bien. Javier tiene más trabajo que nunca. Y el niño ocupa mucho tiempo. Hemos pensado en llamarte..."

El la interrumpió, justo cuando Marta se apercibió de que estaba a punto de repetirle la torpe razón de su silencio, el socorrido argumento de que la gran ciudad fagocita a las personas. "No es tan fácil olvidar a Gloria.-dijo Mario, y bebió un sorbo del refresco que tenía sobre la mesa-"La casa es silencio, ahora. No puedo pasar tiempo allí. Algunas personas se acercan a mí para animarme, pero... Como no tenemos niños, pensaba que me resultaría más sencillo recuperarme. Pero Gloria está siempre ahí. Viva, pujante, fuerte. Actuando. No quiere morir, Marta. Al menos, no quería hasta ayer, en que su diario me desveló a otra. Hemos estado queriendo a otra persona".
 

Mario sacó un librito de un bolsillo exterior de la chaqueta."-Esta historia parece un cuento de amor trasnochado. Uno de esos cuentos que suceden a los demás".

Suspiró, podía estar molesto consigo mismo, pero quería mantener la teatralidad: "Gloria se entendía con tu esposo". Marta reaccionó con una sonrisa de incredulidad, no le gustó la broma: "-No seas ridículo"."Eso me parecía a mí, que la historia era imposible. Nunca sospeché nada. Pero ahí está escrito, de su puño y letra." -buscó en la agenda abierta la referencia que había señalado con un trozo de periódico, la mano todavía firme- "No puedo entender por qué Gloria quiso reflejar en un diario su pasión inconfesable, sabiendo que un día u otro yo lo descubriría... Lee tú misma".
 

Le tendió el librito, escrito con la letra ordenada y pulcra de Gloria. Marta dudó. No quería leer, no le apetecía. No experimentaba ningún interés por alumbrar ninguna historia de su amiga ni de Javier.

Vió la foto del coche de Gloria, destrozado contra la valla de protección, y el cuerpo de la amiga cubierto con una manta de plástico; ella había bebido demasiado; Javier les llenaba a todos las copas una y otra vez, pero la bebida no parecía hacer mella más que en Mario y en la propia Marta. No recordaba bien por qué habían discutido. ¿Se había sentido celosa?. No quería hacer justicia al pasado, desenterrar sentimientos.

Tampoco quería recordar, pero por supuesto que lo había hecho, que Mario se le había insinuado más de una vez, cargado de copas, entre bromas, y ella había resistido siempre el asedio con mucha destreza, defendiéndose con que debía toda lealtad a su esposo.

Era una situación tragicocómica, además, confirmar por él, no ya la traición que sospechaba de Javier, sino la de su mejor amiga. No podía soportar tanta dureza.
 Leyó en voz baja: "He estado otra vez con Javier. Cada vez son más frecuentes nuestros encuentros. Mario está a uvas, porque nos lo montamos bien. Mario es el ingenuo perfecto. Lo he convencido de que tuve que visitar a una amiga de mi madre en Torrelodones. Quería acompañarme. Me preguntó por qué no había ido por la mañana, ya que tengo todo el día libre. Se creyó fácilmente lo que Javier me había preparado. Le dije que le iba a entregar un regalo que no me había llegado hasta media tarde. No sé lo que Javier le pudo haber contado a Marta. Ella está tan metida en sus cosas, que ni se preocupa de lo que hace su marido. Para Gloria lo único importante es su niño. Su hijito del alma."

Marta dejó de leer; Gloria había escrito las últimas palabras con mayúsculas.
 -No quiero seguir leyendo. No me interesa.-Lo dijo en un tono resueltamente firme, devolviéndole el diario a Mario, pero su movimiento era menos convincente. Este lo tomó, y, con rostro impasible, continuó, en un tono monótono, conteniendo la altura de la gruesa voz metálica; parecía leer un informe del Plan Energético para el sector eléctrico: "No imagino cómo terminará todo esto. Javier me excita muchísimo. Su forma de hacer el amor me vuelve loca. Todo imaginación. Es muy diferente a Mario. El improvisa, no para de hablar. Me descubre lo que soy, una puta. Mañana hemos quedado a cenar los dos matrimonios. Me excita pensar que nuestras parejas están ignorantes de todo. Por la mañana, como Marta tenía día libre, he salido de compras con ella. Estuvimos hablando tranquilamente. Tiene remordimientos por su viaje a París. Ella siempre ha estado con Javier de la misma manera. Qué distintas somos. No tengo el menor rubor por estarme acostando con su esposo. De todas las maneras imaginables". 

A Mario le temblaba algo la mano. Cerró el diario y miró por encima de Marta, por encima de las cabezas de los demás clientes; no veía nada. Era fácil entender que aquella lectura le había deshecho muchas imágenes agradables, le había servido para revisar su conocimiento de una persona a la que amaba. Complicaba su existencia sin destino. Marta comprendió lo que pretendía, supo que se sentía ridiculizado por una muerta y que abrigaba deseos de venganza. ¿Pero cómo?. Quería hacerle compartir la burla puesta de manifiesto, el dolor, el desánimo de descubrir la vejación de que había sido objeto, liberándose con ella. No quería participar. 

-Nos han estado traicionando.-dijo.-Gloria está muerta -replicó Marta-. No merece la pena escarbar en el pasado de los muertos. Mucho menos si nos hace daño.-Pero Javier está vivo. El me ha puesto los cuernos con mi mujer.

-Olvida ese diario. Deja la memoria de Gloria como estaba antes.-No puedo ni creerlo, ¿sabes? -Mario tenía los ojos húmedos, la boca seca-. Hubiera jurado que nuestro matrimonio era feliz. Ella era muy cariñosa conmigo. Jamás sospeché nada.

Marta tuvo presente la última vez que habían hecho el amor, Javier y ella: el día que volvieron de París. Tenía ganas de borrar su aventura francesa, recuperar su papel de esposa intachable. Fue una relación satisfactoria; creía que se había realizado con el gozo de ambos, como en otras ocasiones; la había aliviado, se había sentido liberada de culpa. Así que dijo resueltamente: "Vamos a quemar ese diario ahora mismo." 

Se levantó y Mario la siguió fuera de la cafetería. Había anochecido y agradecieron haberse abrigado bien. Mario se puso incluso una bufanda en torno al cuello, carraspeó y le tendió en silencio el diario. Mantuvieron, rozándose, las manos de ambos sobre la cubierta. "Quémalo tú".

Sin pensarlo más, Marta se dirigió al puesto de una castañera y le pidió permiso para arrojar el librito entre las brasas de carbón. "Da pena quemar un libro de tapas tan bonitas", dijo la anciana, pero ella misma lo arrojó, abierto, al fuego y revolvió con el atizador. Chisporroteó todo el tenderete, por un momento pareció que las llamas saldrían fuera del hornillo.

Estuvieron un rato mirando la puerta abierta, mientras la castañera revolvía con el atizador. Luego se fueron sin despedirse, no dándose cuenta, aturdidos.
 

Marta estuvo caminando sin rumbo. No encontraba el coche, no sabía cómo ordenar sus sensaciones. Creyó que la noche del accidente, Gloria y Javier se habían citado, una vez más, utilizando en el juego los sentimientos de sus esposos.

Cuando llegó a casa, encontró a sus dos Javier jugando con un mecano de piezas de plástico. "¿Qué tal con los parapléjicos?", preguntó el padre. "Uno de ellos empezó a andar esta tarde, como un milagro -contestó Marta, enigmáticamente, y le dió un beso en la frente, sorprendiéndole-. "A veces se consigue en un día lo que no se logró en tres años".

Eran casi las diez, hacía tiempo que el pequeño debiera estar acostado. "Creía haberte oído decir que los avances con los paralíticos eran cuestión de paciencia y método", comentó Javier. La mirada de Marta tenía señales nuevas.
 Javier-niño tenía restos de comida de la merienda. "Lo ha atiborrado a galletas", pensó su madre. Pero no recriminó a su marido, ni pensaba hacerlo.

El padre trató de guiar la mano del niño para que situase correctamente una pieza del mecano: "No me atreví a bañarlo. Creo que tiene catarro". Ella seguía de pie en el salón, contemplando la escena como si la historia no fuera ya con ella. "Fíjate qué extraño. Ayer he soñado con Gloria -comentó Javier, sin dar importancia a sus palabras-. Estaba en la cubierta de un barco y escribía un diario. Miraba hacia delante y sonreía. Ella nunca escribía nada, ¿verdad?".

Marta le miró, inexpresiva:" Gloria sería incapaz de escribir una frase al lado de su propio nombre". El se encogió de hombros, y puso la pieza más alta en la torre que estaba construyendo con su hijo: "Las mujeres sois un enigma permanente. Todas sois distintas, pero todas parecéis iguales". "Nuestros sentimientos son como las flores secas", teorizó Marta, cogiendo al pequeño para llevárselo al baño: "La mayoría los tiran a la basura. Los que saben, hacen centros para la mesa del comedor".

Javier la vió marcharse con el niño, con sus conclusiones, sin entender nada.
 

Madrid, dos de noviembre de 1996

2 comentarios

Administrador del blog -

Gracias, Pilar. Le he mandado un correo a la dirección que me indicó con su mensaje, pero el servidor me lo devuelve con la indicación de que no corresponde a ningún usuario. Así que es Vd. una admiradora de la que no conozco más que el nombre y su fidelidad a mi cuaderno. Qué crueldad.

Pilar -

Qué bonita historia. Algo enrevesada, pero muy creíble. Tu forma de inventar la realidad me gusta mucho, y es una de las razones por los que sigo tu blog y la recomiendo a mis amigos. También me gustan tus comentarios políticos, porque expresan una independencia muy saludable en estos tiempos de servilismo.