Al socaire: El otro discurso de Navidad del Rey
Ignoro quien le escribe los discursos al SM El Rey Juan Carlos, y ni siquiera se si está resuelta la muy pertinente cuestión de quién se los lee. Desde luego, que oigan el discurso de Navidad tiene que haber muchos, dada la difusión mediática del mismo, y la hora elegida para su retransmisión, con las gentes ya en sus casas, esperando que en cocina anuncien que las viandas están listas para la mesa.
Particularmente, lo que dudo es que la mayoría escuchen -en el sentido de "pongan atención a"- lo que dice el Monarca.
Por una parte, está el escollo de las insalvables dificultades expresivas de Don Juan Carlos –rotundamente demostradas en lo que respecta a la dicción en absolutamente todas sus apariciones institucionales formales, aunque desmentidas en cuanto a Su talante por muchos que han tenido ocasión de compartir algunos momentos distendidos con El-.
Por otra, están los contenidos de sus mensajes, preparados cuidadosamente para que no digan nada relevante. Porque, a pesar de los esfuerzos de los exégetas del día después, las frases que hilvana una tras otra en Su monótona lectura, son una invitación permanente a descartar la opción de profundizar en la interpretación de Sus palabras. Son lo más parecido a una insulsa declaración de buenas voluntades.
En justa reciprocidad, siempre que tuve ocasión de asistir al seguimiento del Mensaje navideño desde cualesquiera locales publicos, vengo constatando que los súbditos asisten a la retransmisión con una respetuosa indiferencia, habiendo sido completamente asumido por el personal que El no va a decir nada relevante.
Ante todo, cabría preguntarse porqué quien escribe los discursos del Rey mantiene una obsesión por navegar en la obviedad, o acumular frases de inocuos consejos y vacuas llamadas a la convivencia pacífica, a la cooperación general o al mantenimiento de los objetivos comunes, en un diálogo sereno y esforzado. Nadie sensato pondrá en duda que es necesario actuar en este entendimiento, pero tampoco es necesario esforzarse en señalar la trivialidad. Todos queremos el progreso, el final del terrorismo nacional e internacional, el discurrir pacífico de la convivencia, y la integración sin traumas de la inmigración, pongo por caso.
No alcanzo a imaginar porqué ha de antojársele al ilustrado negro que le escribe los discursos al Monarca que El no puede referirse a la necesidad de eliminar toda corrupción en la vida política, de perseguir como prioridad los enriquecimientos ilícitos antes que los pequeños hurtos, de agilizar y homogeneizar el funcionamiento de las instituciones o de revisar, para contenerlos, los planteamientos desestabilizadores de la unidad de España, movidos según podría estimarse por oscuros sentimientos de insolidaridad regional.
Puede ser algo más problemático, pero sería visto como un elemento rejuvenecedor de la institución monárquica, el que el propio Monarca reafirmase su papel de garante de la democracia, entendida como manifestación de pluralidad y de justicia distributiva, y la preminencia de la figura que encarna como parte del equilibrio entre los intereses nacionales, incluídas las facciones republicanas. No se trata de mantener abierto permanentemente el debate sobre la forma de gobierno que preferírían los españoles, sino de consolidar la referencia a la monarquía como una manera perfectamente moderna de incorporar la jefatura del Estado, actuando por encima del debate político y siendo permanente regulador de las tensiones prioritarias de la vida nacional.
Me parecería también muy atractivo que el Monarca hubiera hecho una referencia a la cuestión de la ley sucesoria, expresando Su inquebrantable conformidad constitucional por la que la continuidad de la realiza española se concreta hoy en Don Felipe, pero lanzando el guante blanco de que, de acuerdo con los tiempos y la igualdad de sexos de la que El se ha convertido en primer defensor, la infanta Doña Leonor debería ser educada como futura Reina de España, y, por ende, la reforma constitucional, en ese aspecto al menos, no debería demorarse.
Sería interesante que el Rey expresara Su voluntad de involucrarse activamente en la solución al conflicto entre las civilizaciones cristiana y musulmana, desde el respeto a las creencias, desde luego, pero en coordinación con otros jefes de Estado, y particularmente los europeos, para incrementar la cooperación internacional y acelerar la eliminación de las desigualdades económicas, utilizando para ello Su indudable carisma personal y, en concreto, la relación afectuosa que mantiene con homólogos de los países árabes .
Y, en fin, me parecería especialmente imprescindible que el Monarca aprovechase ese momento de atención generalizada para hacer un repaso a las actuaciones más relevantes realizadas durante el año que termina, tanto por El mismo, como por su sucesor. Ello ayudaría a eliminar la creencia, pienso modestamente que muy extendida, aunque alimentada con muy variados intereses -incluídos los desestabilizadores-, de que se trata de una mera figura decorativa, y por tanto, prescindible y costosa.
Incluso, para reforzar los rasgos humanos de un personaje que merece seriedad en la atención mediática pero que necesita ser comprendido como un ser de carne y hueso que vive y siente como los demás humanos, se agradecería que ofreciera un par de pinceladas de su visión personal, incluso familiar o de sus relaciones.
No pretendo -válgame Dios- que el Monarca explique urbi et orbe cuáles son sus intereses económicos o las razones por las que miembros de su familia aparecen involucrados en Consejos de Administración de sociedades mercantiles. Pero, en fin, para empezar, una referencia al riesgo de que se suprimiera la fiesta nacional de los toros, a la que se le sabe aficionado, o al tiempo que los españoles dedican semanalmente a ver partidos de fútbol, paralizando el país, podría ayudar en horas de máxima audiencia, a acercar la figura humana de un personaje que se protege como si se tratara de un personaje de ficción.
Si quedan huecos en el tiempo de discurso navideño, tampoco estaría de más el lanzar algunas consejas generales, sobre la necesidad de respetar seriamente el ambiente y no solamente de boquilla, cuidando de no destruir especulativamente los parajes naturales y, más en particular, nuestras costas, ...
Un par de frases bien elegidas podrían hacer recapacitar, incluso a los más reacios, de lo erróneo de la apreciación de que el Rey no vive la realidad nacional que se ventila más allá del refugio de la Zarzuela, de lo que le cuentan de vez en cuando los presidentes del Gobierno de turno o algún político relevante de su leal oposición, o de lo que le cotillean sus vecina/os de mesa en las cenas oficiales. Una realidad que tampoco le van a trasladar en las audiencias reales las series clónicas de envarados personajes que le proponen retahilas de presidencias de Honor y le regalan placas de plata mientras se fotografían con El para sus ménsulas de despacho.
2 comentarios
Administrador del blog -
La de que SM o el hipotético personaje de la Corte que le maneje los hilos -qué irreverencia, ¿no?- me fichen como asesor de Sus discursos la conjeturo como matemáticamente nula. Aunque me complace deducir de tu amable comentario que te ha parecido pertinente lo que escribí. Eso da fuerza a los que pretendemos seguir creciendo incluso en las sombras.
albert -