Al socaire: Por cada trabajo en economía sumergida hay hasta nueve ocupados indirectos
La foto la he tomado ayer, en la Puerta del Sol. La escena recupera una vieja imagen que muchos ya considerábamos abolida. La del limpiabotas que lustraba por unos céntimos nuestros zapatos y los de otros, y los hacía brillar como no era posible conseguirlo en casa. Nuestro padre nos hacía sentar en aquel trono de circunstancias, donde reinábamos por un par de minutos, y lo hacíamos encantados, porque podíamos leer un TBO o El Capitán Trueno de la colección que estaba a disposición de los clientes.
Los limpiabotas de mi infancia ovetense tenían su lugar como realquilados en el Café Peñalba, situado en calle Uría, y el inolvidable cafetón estaba entonces junto a un carbayón que era un hijo bastardo del árbol-símbolo.
Mientras yo me absorbía en la lectura de las aventuras de la familia Ulises y de Crispín y Goliat, uno de aquellos señores del maletín con betunes, laminillas de cuero y grasas de caballo para el toque final, se esmeraba, escupitajos incluídos, en dejar mis cueros, -que estaban hechos una lástima de jugar al balón y dar puntapiés a las piedras-, tan relucientes como el sol. Se que siempre era domingo por la mañana, y recuerdo que mi padre se tomaba un vermú con una aceituna servida dentro de la copa, planificando negocios imposibles con los amigos que tenían los padres, y de los que los niños siempre supimos muy poco. "Hay que ayudar a este pobre hombre, que no tiene otra forma de ganarse la vida", era la justificación.
En la instantánea que saqué a la carrera, cuento hasta nueve personas (y hay otras que han quedado fuera de objetivo), todas ocupadas.
No sé cuantas de ellas tendrán un trabajo remunerado (evidentemente, en otra parte). Enumero: Está el joven que se hace limpiar sus zapatos, en evidente edad de poder hacerlo por sí mismo; no lee, sino que observa la operación con juicio crítico . Está el limpia, en edad de estar jubilado y con apariencia de querer ganarse unas pesetillas extra aprovechando el buen tiempo. Están los asesores, amigos seguramente del joven que se deja querer los pies, y que parecen estar dando consejos a uno de ambos protagonistas principales. Están los que miran a los asesores, y que tienen cara de dudar acerca de la calidad del producto final. Está el transeúnte, que también valora el trabajo ambulante, quizá para ser cliente en otra ocasión, pues sus zapatos de hoy relucen...
Lo dicho: la creación de puestos de ocupación del tiempo de ocio en nuestra sociedad avanza a ritmo acelerado. ¿Quedará alguien que trabaje, de verdad, en algo útil? ¿Qué se puede hacer?. La palabra del toldo que corona la escena, escrita en inglés, sugiere la solución-respuesta: "Change". Será por dinero...
3 comentarios
Rafa Ceballos -
Echo en falta el limpiabotas del Café Varela y del Cafe de Levante (Ebn el Gijon todavía lo hay). Lamento que no haya limpiabotas en las peluquerías y que hayan desaàrecido los pocos "Salones de limpiabotas" que había por Madrid.
Odio y rechazo los sinvergüenzas de arrancatacones que pululan por la Plaza de España y otras plazas de concentración turística. Odio al que utiliza de forma aparente una profesión para sacudirte un estacazo o desgraciarte los zapatos con potingues hediondos.
En mi nostalgia sobre el limpiabotas no parecen los mirones, aunque sí se acercaba alguien, de cuando en cuando, para pedir la vez.
parado -
Pensaba que el oficio estaba en franca regresión en España, pero como bien comentas, la sociedad que avanza a ritmo endemoniado es capaz de recuperar trabajos tan desfasados e innecesarios.
sue975 -
Un saludo!!!