Al pairo: Oportunistas, inútiles e imprescindibles
En aquellos ejercicios espirituales en los que a los niños de mi generación de envejecientes nos amedrentaban con las penas del infierno, se nos imbuía de un consejo agobiante: "Obra como si este fuera el último día de tu vida". Para reforzar el mensaje, se nos encaraba con la pregunta de concretar que es lo que haríamos si aquel fuera el día postrero de nuestra existencia infantil. La mayor parte contestaban -la Religión era una asignatura- que correrían a confesarse y a pedir perdón a los seres celestiales para quedar definitivamente exculpados de los inocentes pecados pueriles.
No por llevar la contraria, pero me atrae actuar como si cada uno fuera el primer día de mi vida. Claro que en sus últimas consecuencias ello nos llevaría al impulso exterminador de estar siempre tejiendo lo que nunca habríamos de ponernos, como un Sísifo-Penélope que todos los días se encontrara en la falda de la montaña con su labor de punto por empezar. Pero, más bien, a lo que me refiero es a mantener intacta la ilusión de hacer algo de lo mucho que es posible, como si nos quedara toda la vida por delante.
Tengo buenos modelos. Mi padre, estudiaba griego y japonés con casi ochenta años cuando le sorprendió la Parca una noche de imprevistos. Mi tío Manolo se acaba de comprar varios libros de autómatas programables -no se crea el lector que folletos de divulgación, sino verdaderos análisis para especialistas- y se los está estudiando, y doy fe que aprendiendo, con el mismo furor que si le fuera el empleo, aunque tiene ochentaycinco años...y su profesión, cuando el mundo laboral le reconocía oficialmente útil, era la de químico de Laboratorio.
Este periplo mental que estoy haciendo me lleva a poner de manifiesto -¿una vez más?- que las categorías humanas se pueden también dividir entre oportunistas, inútiles o tontos útiles e imprescindibles. Oportunistas son los que aprovechan los momentos para instalarse en ellos, y se pasan acechando instantes en que poder colarse, y allí se incrustan, convirtiéndose en algo así como funcionarios (es un símil, perdón) para toda la vida, nutriéndose hasta su muerte de ese día en el que, aunque vivos, extraoficialmente se habrían muerto.
Hay otros -los inútiles- que están siempre atentos a cumplir lo que les ordenen, sin detenerse a valorar si lo que les mandan los otros está bien o mal, tiene sentido o es una majadería. Como perritos falderos que hacen gracias cuando el amo les indica, apuntan con el hocico al mandamás, gustosos de hacer sus cabriolas para recibir la galletita de los mimos. La vida de estos débiles -que son, por lo que tengo analizado, mayoría- se limita a seguir la senda del que han elegido como líder, y les da igual el palo en el que la suerte les haya colocado, porque nunca se preguntarán el sentido de lo que hacen. Su gracia es aplaudir al otro; en realidad, nunca habrán vivido por sí mismos, se parecen al muérdago en relación con el manzano donde crece.
Me gustan, claro, los que llamo imprescindibles. Puede que los demás no lo adviertan, y que ellos mismos se vean como despilfarradores de energías. Exploran en sitios que están abandonados por estériles; repiten con variantes lo que todos conocen hasta la exasperación. Cuestionan lo que se sabe de memoria, critican al que parece más seguro, haciéndole tambalear por inseguro.
Si lo analizamos desde la calma, solo aquellos capaces de cuestionar lo que se da por esclarecido, nos hacen avanzar. No son oportunistas (pueden ser molestos), no son inútiles (para eso están otros), nos son imprescindibles. Porque cada día empiezan su labor creyendo que será el primer día de su vida y de los otros, y se van con su bagaje de preguntas por la senda del futuro de todos.
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