A sotavento: Lo grande puede ser horrible y lo muy grande, deplorable
Me apetece tanto decirlo...: tengo la firme convicción de que las cosas sin valor artístico, no lo adquieren por construirlas en tamaño gigantesco, de la misma forma que un tiburón mal disecado por un presunto artista no es más valioso que la misma pieza preservada por un buen taxidermista.
De la misma manera, los edificios más altos, no son más bellos que los modestos palacetes, las corralas de vecinos, las plazas mayores con soportales. Son, seguramente, mucho menos estéticos, aunque estén firmados por arquitectos famosísimos que han hecho calcular sus estructuras con forma de lápiz, plano inclinado o plancha al vapor, por anónimos ingenieros o aplicados físicos.
¿Qué se podría opinar de una gigantesca soldadura realizada con cuatro chapas de acero cortén o de seis varillas de acero inoxidable unidas por remaches, supuestamente adornando una plazoleta, aunque las firmase el mismísimo Premio Nacional de Escultura? Pues, sin miedo a equivocarnos, que resultaría más hermoso una fuentecilla con agua reciclada en la que un par de sátiros de piedra labrada vertiesen una y otra vez el líquido por cualesquiera orificios.
Hoy día, los museos no pueden acoger más que unas pocas obras, porque los supuestos artistas se empeñan en llenar los espacios con pinturas, esculturas, móviles y recolecciones de objetos muy variados, cada vez más y más grandes. Cuanto mayor sea el lienzo, más inmanejable el moldeado, más aparatosa la composición de desechos seleccionados en los basureros o en liquidaciones de almonedas y retros, más posibilidades parece tener el adefesio de que entre por los ojos de los comisarios de exposiciones educados en el noteneisniideadeloqueeselverdaderoarte.
Hace ya algunas décadas nos convencieron (otros) de que lo pequeño era hermoso. En aquel entonces, con nuestros ojos limpios, miramos lo que teníamos delante con el espíritu libre y confirmábamos, para siempre y para nuestro completo gozo, que lo pequeño, en efecto, generalmente es hermosísimo.
Tiene, además, la inmensa ventaja de que, si con el tiempo no nos gusta, lo podemos arrumbar en cualquier sitio y desplazar sin coste hacia otro lugar en donde estorbe menos. Los museos y exposiciones pueden acoger miles de obras pequeñas y, si nos apetece alguna, podemos adquirirlas al alcance de nuestro bolsillo y encajable en el reducido espacio de nuestro salón.comedor.
Lo grande puede ser horrible y, generalmente, lo es. Pero cualquiera se atreve a derruirlo, con lo que cuesta transportar escombros en estos tiempos.Lo grande, una vez que ha tomado corporeidad, nos perseguirá para siempre, como una amenaza sobre nuestro mundo de lo asequible, de lo que mantiene la dimensión justa para que no nos abrume con su inquietante presencia.
Además, lo muy grande, corre el riesgo de acabar pareciéndonos deplorable. Cuando descubramos que su gran dimensión es un pretexto para ocultar su vacuidad, una trampa para que no percibamos su fealdad, nos hará ya daño a la vista, de forma ya irremediable, implantándose como un grano incómodo en el rostro de nuestra inteligencia colectiva.
Recuperemos lo pequeño, reconozcamos que lo hermoso no necesita ser grande para ser magnífico.
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ignatius -