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El blog de Angel Arias

Niveles de solidaridad y socialismo en tiempos de vacas flacas

Alguna prensa norteamericana anda con la mosca cojonera detrás de la oreja del presidente Obama, intentando hacerle confesar que su política es socialista, que, por aquellos predios, es sinónimo -parece- de marxista-leninista. Todo porque su preocupación expresada no es ya solamente salvar la tramoya principal de la estructura de mercado, apoyando, con condiciones, al sector bancario, sino introducir medidas de asistencia social que, dicho sea de paso, ya fueron adoptadas por los gobiernos de derecha y de izquierda en la vieja Europa.

Para quienes seguimos con atención las decisiones concretas de Barack Obama, desde la libertad ideológica, pero con plena asunción del concepto de solidaridad, nos merece máxima comprensión y estímulo la estrategia del nuevo Presidente. Su actuación se enmarca dentro de una política razonable, técnicamente solvente y sensibilizada con la economía real, cuyos principales sufridores, en este momento de vacas flacas, son los menos favorecidos, los que viven al día, los que necesitan de un salario para sobrevivir.

Pero no tiene sentido que gastemos nuestros aplausos y beneplácitos en lo que se hace fuera de nuestras fronteras, cuando en nuestro país, la situación se complica gravemente. Hay seguramente ya más de 4 millones de parados (quizá 12 o 15 millones de personas afectadas) y, desde luego, el colectivo que más está sufriendo la crisis, es el de inmigrantes y, de entre los trabajadores autóctonos, los de quienes tienen menor preparación y, por tanto, disfrutan de menor acomodación y juego de cintura para aguantar el chaparrón.

Es momento, por tanto, de apelar a la solidaridad, que no es socialismo, sino humanismo. En la prensa actual, se subraya ahora el problema del contingente de los llegados en pateras, que hemos distribuido por la geografía, sin permiso de residencia, abandonados a su riesgo y ventura de ilegales, y condenados a vivir, por tanto, de la caridad pública.

Hace falta ser muy poco observador y tener nula sensibildad para no percatarse de que han crecido los desarraigados, los pobres de la calle, los pedigüeños que demandan una caridad para sobrevivir.

No están allí por su voluntad, no se les puede atribuir peligrosidad, no son drogadictos: son seres humanos a los que la crisis ha lanzado a la pobreza. Su número va en aumento, y no debe tranquilizar a nadie que las cifras oficiales estiman en un millón de personas el número de los que no tiene ayuda pública, bien por no cumplir las condiciones para ser merecedores (cruel palabra) de la asistencia social, bien porque nunca han tenido un empleo oficialmente.

Nuestra sociedad tiene un problema macroeconómico, desde luego, pero no es admisible mirar hacia otro lado cuando se topa con miles de personas que no pueden organizarse, no tienen a dónde acudir -pocos sitios para tantos necesitados-, no saben cómo hacer para encontrar los medios mínimos para sobrevivir. No importa si se retraen por desconocimiento o por vergüenza. Existen y no tienen nada.

Hay que apelar a las conciencias de los que podemos resistir. Esos pobres son, en este momento, nuestros pobres y pesan sobre nuestras conciencias individuales, porque aunque no somos culpables de la crisis, sino también sus sufridores, mantenemos nuestro juego de cintura para aguantar... al menos, por ahora.

Por ello, mi recomendación es que seamos espléndidos con los que nos piden limosna. El sistema no sabe qué hacer con ellos, con todos ellos, y su supervivencia se confiaba a los desechos de una sociedad opulenta. Pero hoy no podemos ignorarlos, porque corren el riesgo de morirse al alcance de nuestras manos y, por tanto, de pesar para siempre sobre nuestras conciencias.

 

1 comentario

ignatius -

El tema elegido esta vez, era una gran oportunidad para la demagogia, pero, cuando parecía que íbas a dejarlo en lo convencional , vas y haces una propuesta que parece manida y no lo es. Dar limosna. Me he criado en un entorno en el que me entrené duramente para no dar nada a los que piden. Hasta que también yo caí en esa situación (hace años). Mi formación y mi vergüenza me impidieron (como a muchos otros actualmente) pedir. Pero, aunque pude salir de aquella situación a tiempo y no tuve que pedir dinero, sí tuve que pedir favores, incluso a desconocidos, que al final fueron las que me permitieron salir del pozo. En mi situación actual puedo ver los toros desde la barrera. El problema es que, aunque ya no esté en el ruedo, sí lo están mis hijos, mis amigos, mis vecinos y mis prójimos en general. Y ciertamente, es muy difícil salir de esa situación sin la ayuda de los demás. Por eso, no es ninguna mala idea la de dar limosna, aunque estemos más habituados a lo contrario. Dar limosna es relativamente fácil a poco que uno se entrene, pero lo que es más difícil es resolver el problema de fondo de esa persona. Si podéis, ayudad, pero si no podéis hacerlo, no os comáis el coco pensando en que no habéis ayudado lo suficiente. Quien tiene que resolver los problemas de la sociedad son los gobernantes, no nosotros. Esos problemas son muy difíciles de resolver, porque no se han generado de repente sino después de un largo proceso de maduración durante el que el entorno mundial puede haberlo empeorado. Seamos humildes: ayudemos sólo en lo que podamos. El resto, dejémoslo. No es nuestro problema.