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El blog de Angel Arias

Temas de Asturias

Jugando en corto: Varios perfiles del paisanaje de Asturias: Sergio Alvarez Requejo

Ya hace más de dos años que Sergio Alvarez Requejo anda moviendo sus proyectos por sitios en donde hay que suponer que a las buenas ideas no les ponen zancadillas. El 7 de enero de 2007 se murió de cáncer y tuvo, cómo no, en San Juan el Real de Oviedo, una despedida multitudinaria.

Sergio jugaba muy bien al dominó y en el Club de Tenis de la capital del Principado participaba en una tertulia casi muda -cierro al dos, te colgué el seis doble, no llevo pitos- de prejubiletas y funcionarios en la que era difícil conseguir que pagase los cafés. Como yo estaba viviendo en los Madriles, no fui jamás vencido por esa afición tardía y, para mi mayor pesar, tampoco pude asistir a darle el último adiós.

El si fue a despedirse a mi restaurante, en una de esas falsas recuperaciones en las que se convencía o se dejaba convencer de que ya estaba curado. Vino acompañado de Rosa Elisa y algunos de sus hijos. Yo tampoco estaba aquel dia. Con su temperamento exquisito, alabó todo lo que le sirvieron, no aceptó la invitación y, cuando lo llamé para darle las gracias por la visita, me dejó unas palabras algo enigmáticas en el libro virtual de los honores del restaurante: "Te falta solo plantar un par de manzanos en la terraza y traer el Cantábrico a la Almudena para que desde este sitio no eches de menos a Asturias".

Como otras veces, la perspicacia de Sergio me había dado en el clavo de la sensibilidad. A la caída de la tarde, cuando aún no habíamos abierto para el turno de la cena, no faltando el humor, yo me sentaba en la terraza de aquel falso negocio que concebí como la prolongación del salón de mi casa, y, en la calle peatonal sin ruidos ni voces, me creía transpuesto a la tierrina.

Fueron muchas las veces en las que Sergio y yo nos encontramos en la vida de ambos, y por muy variados motivos, profesionales y personales. Siempre mantuve con el y con los suyos una sintonía sin fisuras.

Son lazos imperecederos que se construyen, en las ciudades pequeñas, sin necesidad de verse todos los días. Solo con sentir con el otro está ahí, que te aprecia, que lo quieres.

Su querida hija Beatriz fue secretaria del Colegio de Ingenieros de Minas del Noroeste cuando yo era vocal de aquella Junta que creó Entiba y otras iniciativas de interés. Elena Carantoña, hija de Cruz Alvarez Requejo y del también desaparecido Paco Carantoña, director del mejor El Comercio, fue compañera inquieta y sabihonda en los tiempos de mis escarceos políticos con el Principado. No voy a citarlos a todos, pero con muchos miembros de esa familia grande de Sergio tuve y tengo relaciones sin precio.

Las crónicas de su sepelio hablan de que asistieron cientos de antiguos compañeros de las múltiples tareas en las que se involucró, de hoz y coz, como siempre hizo, Sergio.

Gentes del campo que también se cultiva en los despachos, como el director del Instituto de Desarrollo Rural, Santiago Alonso, pero a las que no les importa mancharse las botas de boñiga y barro cuando hace falta. Amigos de la música, como Jaime Martínez -con cuyo hermano, Alfredo, compartí durante algunos años un despacho en la Investigación Operativa de Ensidesa- o como Jaime Alvarez-Buylla, entonces presidente de la Filarmónica de Oviedo.

Y estaban también en San Juan, juntó al párroco Fernando Rubio, el de la voz tronante y el corazón almohadillado, los fundadores de aquel invento genial que duró tan poco y acabó tan mal, que fue la UCD asturiana, junto a Sergio,  como Alvaro Vega, Luis Riera y Adolfo Barthe-Aza, gentes de las que ya quedan pocas.

Y estarían muchos otros, de los que las crónicas no hablan, pero que yo sé que apreciaban a Sergio como a alguien de los suyos.

Sergio hizo como ningún otro por la manzana asturiana y, sobre todo, por la manzana de sidra. Inventó de la nada la Pomológica de Villaviciosa y la Fiesta de la manzana -dicen que a partir del modelo del Apple Blossom, de Washington, pero a mí me parece que fue al revés, que lo copiaron-. Estudió y seleccionó cientos de tipos de manzanos y otros frutales -y era un gozo ver aquella finca, destacando sobre todas las de Asturias-, pero no se quedó ahí. Nunca se quedó ahí.

Ingeniero agrónomo de convicción, estuvo metido en prácticamente todos los proyectos que tenían algún interés, real o potencial, para el campo asturiano, experimentando, probando, impulsando, dando opinión, siempre sincera pero, aún mejor, siempre técnicamente fundamentada.

Yo lo tuve (como otros que sabíamos de su esplendidez y la utilizábamos, porque él era dadivoso con todo lo que tenía, aunque para eso había que caerle bien, es decir, ir de frente y sin recovecos) de consejero particular en los temas del campo y de la ganadería, cuando me pusieron en las manos el proyecto titánico de crear nuevas actividades para Asturias que sustituyeran al carbón y al acero, que ya estaban cayéndose a toda velocidad.

Juan Carlos Rodríguez-Ovejero -que era director del IFR- y yo lo utilizábamos como mentor, consejero aúlico y, a veces, como paño de lágrimas. Si nos hubieran hecho caso -a él, por lo que decía y sabía, a nosotros por lo que aprendímos de él y trasladábamos a veces a los eriales de la política trapacera- otro gallo nos hubiera cantado en la corrala.

El paso del Iryda a las autonomías regionales privó a Sergio de su puesto de capitán de la entidad malaiya, por culpa de malentendidos con el consejejero de Agricultura, Jesús Arango, que vió en él a un opositor político -dicen- cuando solo era, ni más ni menos, que un independiente con ideas. Eran tiempos del eucalipto, las cuotas de la leche, el no se qué de abandonar el campo.

Sergio supo de tarascadas, de siegas malintencionadas bajo los pies, de empujones, de desprecios a su capacidad y a las buenas intenciones. No desfalleció jamás. Puso su bandera de calidad en cada esquina de su labor, de hombre honesto, cabal, serio en el trabajo, inflexible con la tontería.

Le avisaron de la noche a la mañana que tenía que dejar la Pomológica de Villaviciosa. Anduvo con un disgusto inmenso, porque lo entendió como una cuchillada, no a él, sino a su proyecto más querido, al que llevaba dedicando casi treinta años. Emprendió algunos negocios nuevos y se refugiaba desde entonces en Colunga y Gijón, más que en Oviedo. Andaba algo escapado de los bullicios, escribía para luego.

Los reveses forzados no le habían afectado al sentido del humor con notas  ácidas que tanta rabia causaba a los que pretendían haberle hecho daño, y que adornaba con una sonrisa socarrona que podía interpretarse como de suficiencia, y que era solo de defensa, una antesala para que no le entraran a mansalva.

Alguna vez, mientras tomábamos un café para curarme los malos aires de expatriado, y mientras me ponía al tanto de la familia y de las otras cosas, me contaba chistes. Que me perdone en esto, pero me parecían bastante malos.

Se reía con ganas de las tonterías que preocupaban a otros. Como pueden reirse los gigantes de los enanos, de sus comparsas y sus pajes. Por cierto, que sabía hacerlo en inglés, incluso, porque, a diferencia de tantos otros de su generación, había tenido también tiempo para hacerse entender en otras lenguas.

En la próxima reencarnación lo haremos aún mejor, Sergio, estáte bien seguro. En la paz del espíritu, es donde mejor se aprende.

A barlovento: El poeta Angel González puesto en música

Susana Rivera, -"la viuda de Angel González"- llenó de pequeñas y emotivas anécdotas un espacio especial, el que se creó en el Salón de Actos de  las oficinas de Asturias en Madrid. Se presentaba en la sociedad matritense un proyecto un tanto retorcido, un CD de Joaquín Pixán: "Cinco versiones musicales para tres poemas de Angel González. Fue el 3 de febrero de 2009, ante una sala repleta de público.

El conjunto del acto fue un bellísimo regalo. La voz magnífica de Pixán, y las interpretaciones entregadas del chelista Guillermo Pastrana, del clarinetista Justo Sanz o del pianista Julio Muñoz a unas partituras de Antón García Abril, Milena Perisic y Zulema de la Cruz, resultaron conmovedoras. María Gil coordinó el acto con simpatía. Un dibujo de Maite Bäckman y fotografías de los intervinientes daban fondo al pequeño escenario.

Pero, que me perdonen, nada de lo nuevo fue comparable a la voz de Marta Arbas cantando "A la mar fui por naranjas", reforzada a la gaita por José Angel Hevia; y qué decir de la emoción que se desbordó por el auditorio cuando  Joaquín Pixán nos obsequió con la asturianada "Si yo fuera picador", con los tres solistas haciendo de miniorquesta, puede que improvisada, puede que en sitio no apropiado, aunque suficiente para ponernos a todos en pie, con la piel de gallo o de gallina.

Porque Angel González es uno de los mejores poetas de todos los tiempos en lengua española, pero el proyecto que le propuso en su momento Joaquín Pixán a su amigo, "para renovar los textos de la música asturiana" tiene mejor intención que plasmación. No es tan fácil poner en solfa -va sin doble sentido- unos poemas. Sobre todo, si se confiesa un propósito que no es posible conseguir, por irreal, por estrictamente inalcanzable.

Los tres poemitas del poeta asturiano son muy agradables, pero tanto la letra original de las tres canciones  asturianas en los que se inspiró, como su música, son intocables: "A la mar fui por naranjas (cosa que la mar no tiene)", "En el campo de San Roque (perdí yo la verde liga)" o "Al alba" (A dónde vas a dar agua, mozo de mulas), son tres de los grandes exponentes de la música popular de la región.

El proyecto consistió en encargar a cinco autores dotar de música a las tres recreaciones de Angel González. Como la letra es ya otra y la música, por supuesto, muy distinta, el resultado es irreconocible en relación al material original. Como se dispuso únicamente de tres letras, y se han hecho cinco versiones musicales para cada una, es imposible que el oyente aficionado retenga la forma de cantarlas, hecha, desde luego con la maestría y el encanto que pone a todas sus cosas ese maestro asturiano que es Joaquín Luxán.

No impide cuanto se diga reconocer que el CD es interesante por sí mismo y por las versiones musicales que ofrece. Recordábamos, al escucharlas, la voz con melódicos tonos gringos de Susana Rivera, la inteligente mujer a la que Angel González tuvo la suerte de acompañar unos cuantos años; con seguridad, los mejores de su vida: "Cuando Angel estaba bien, cantaba asturianadas a capela" o esta perla: "Maestro de la palabra, transformaba las frases a base de aplicar propiedades eufónicas".

También Miguel Munárriz, el delegáu, aportó su regalo al público, con esta pieza de coleccionista, del tan admirado Angel González: "Cuando el músico guarda el viloncelo/en su negro sarcófago/ el cadáver de Dios huele a resina". 

Como hay que apoyar todo lo asturiano -y más en Madrid-, compré el CD, claro. Es una buena inversión para el espíritu y una manera simbólica de apoyar una buena intención para que se recuerde a un vitalista que, según Susana -terminó así su emocionante panegírico del poeta amado-, le sigue diciendo a veces desde las altas esferas: "cállate ya"...

Incorregible. Nómenó, tocayo, déjala que se explaye: "La muyer de buen marido siempre parece soltera". Ahora, ella es tu viuda. Qué tiempos aquellos...

A barlovento: Aforismos y Refugios: Jaime Herrero y Gonzalo Suárez en Asturias

Con el pretexto de la presentación de un librito ("El secreto del cristal. Aforismos y desafueros"), en el que se recopilaron algunas frases más o menos lapidarias, expurgadas por Anne-Hélène -su hija- y Salvador Foraster de lo mucho escrito por Gonzalo Suárez, -el polifacético cineasta ovetense-, se reunieron en la Delegación del Principado de Asturias en Madrid un par de centenares de los admiradores del autor de "Remando al viento" .

Miguel Múnárriz, el delegado, hizo de anfitrión del acto, que se celebró el 18 de noviembre de 2008, y en el que leyeron algunos aforismos, con su empostada voz de seductores, Carmelo Gómez y Pastora Vega. Hubo antes y después un coloquio, dirigido por Javier Rioyo, en el que lució la socarronería y la simpatía de Gonzalo Suárez, que se dirigió a todos como si estuviera entre amigos, recibiendo aplausos y risas.

("Todos tenemos la fuerza suficiente para soportar la desgracia de los demás"; "Es el libro que menos trabajo me costó escribir" "Entre los aforismos se coló uno que no es mío, pero el autor (de la Rochefoucauld? Lichtenberg? Hipócrates?...qué más da) ya está muerto y no reclamará derechos"; "Has puesto el dedo en la llaga...pero sigo buscando", contestó a una asistente impertinente que le preguntó si no le parecía que después de Remando al viento no había hecho ninguna otra película a la misma altura)

En la misma sede, en las otras salas de Exposiciones del amplio local, el gijonés Jaime Herrero tenía colgadas unas treinta obras con un título común: "Refugios". Con el carácter de consistencia casi etéreo al que los años han dotado de un aura blanca, el pintor más envidiado y admirado en Asturias y parte de la tierra conquistada, por más de un par de las últimas generaciones de pintores de la tierrina, andaba por los espacios, buscando como al descuido los vacíos, supongo que para observar desde allí todo lo demás.

Los últimos cuadros de Jaime Herrero, ya entrado en esa peligrosa edad que son los setentayalgo, rezuman inquietud y tristeza. El me dijo que había decidido reducir el mensaje, para hacerlo totalmente inteligible. Ignoro si la cosa va por ahí, porque me contestó con evasivas y mucha cortesía. Con predominio de blancos y negros, el elemento conceptual común a bastantes de esos grafismos es una maraña de elementos indescifrables (¿rostros de ausentes, monstruos, vermes?) que se conectan a una bolsa de luz por medio de un hilo umbilical o una línea recta.  ¿De qué tenemos que refugiarnos,?, le pregunté.

Pero la respuesta era obvia. Después de oirle comentar, como quien cuenta la sesión que tuvo con su sicoanalista, porqué había pintado la desaparecida tienda de juguetes que estaba en la calle donde vivían de niño -con su caja de muelles, y las pequeñas piezas extraídas de ese cajón en donde guardábamos los chismes rotos-, o aclarar que, en efecto, la figura sentada en el jardín era él mismo fumando un cigarrillo y, con desmesurada cortesía, asentir al comentario de María Jesús de que, quizá, el cuadro más esperanzado era aquel del amanecer desde el estudio, le espeté sus cuadros de los ochenta me resultaban menos inquietantes y me sugerían, por ello, más.

"Puede que tengas razón", condescendió, "Pero la técnica es la misma. La inspiración es hija del alcohol y las vivencias".

Quizá el aforismo no fue exactamente así, y yo reinterpreto a Jaime Herrero. No tengo más autoridad que los muchos amigos comunes y el tiempo que pasamos juntos, yo mirando sus cuadros y él, ausente de la sala. Tampoco estoy seguro de que fuera Gonzalo Suárez quien firmaba autógrafos en el libro que su hija y aquel amigo le habían hecho, encaramado sobre el atril de la entrada a la delegación de Asturias. Un cartel precisaba que los ejemplares se vendían a 12 euros. Pero las cosas gratas son impagables.

Salimos a la calle y Madrid nos absorbió de inmediato. Atrás quedaba Asturias, la nostalgia, el credo.

 

 

Jugando en corto: Asturias es España y lo demás, depende

Los asturianos estuvimos diciendo durante mucho tiempo, a quien quería escucharnos, que "Asturias es España, y lo demás, tierra conquistada". Se aceptaba que la conquista había sido realizada a los moros, huestes invasoras que, guiadas por los míticos caudillos Tarik y Muza, se había topado en Covadonga con Pelayo y los suyos que, lanzándoles piedras desde lo alto y con ayuda de la virgen local -"La Santina"-, les hicieron poner los pies en polvorosa.

Hace ya algunos años que  algunos se empeñan en demostrar que los moros no eran tales, que no venían a conquistar sino a rapiñar lo que podían, que no entraron por el centro de la Península, sino que se acercaron siguiendo la costa, y que nunca hubo la batalla de Covadonga. Es un terrible infundio, porque, además, la batalla de Covadonga se libra casi cada día. Contra los moros, contra los infieles, contra los fieles, y contra el resto del mundo.

El día 24 de octubre de 2008 se repartieron los Premios Príncipe(s?) de Asturias, ahora más asturianos que nunca (los Príncipes), ya que el futuro Rey de España elogió a una de las hijas de nuestra hidalga tierra para fundar una familia, despreciando todas las candidatas de sangre azul y otras muchas de sangre menos clara, pero adaptadísimas. Ergo, algo tendrán nuestra agua y nuestras mozas cuando las bendicen.

La ceremonia en sí, como no podía ser de otra manera, fue una combinación atinada de coñazo y espectáculo. Mucho mejor organizada que, por ejemplo, la Ceremonia de los Oscar, toma de ésta algunas líneas generales, pero no tiene comparación el que este reparto de galardones asturianos a gentes de por ahí, sea presidido por un Príncipe y tome la característica inconfundible de un acto de Estado.

Cierto es, sin embargo, que la escasez presupuestaria -a pesar de que, por lo oído, el Banco de Santander esté detrás del evento- obligue a SAR D. Felipe a asumir el papel de telonero y glosador de los premiados. La culpa la tiene la ausencia de la previsión de proyectar en una pantalla gigante, los méritos y jugadas más interesantes de los galardonados, todos ellos meritorios secundones de la élite mundial -salvo, por cierto, en el caso de Rafa Nadal, Premio de los Deportes, del que la presentación de un par de reveses y varios liftados hubiera sido muy de agradecer y más entretenido.

Aunque la secretaria de la Fundación Príncipe de Asturias ya había realizado un pase por los currícula de los premiados, no debió de parecer suficiente a los que prepararon el speech que habría de leer quien tenía tanto la presidencia de honor, como la fáctica, del acto.

En su discurso de más de media hora, mezcló D. Felipe nanopartículas, leds, infografía, materiales ultraresistentes, citas a Camus, elogios al Ejército colombiano, petición de reforma de la solidaridad internacional, deseos de recuperación para Seve Ballesteros, convicción de que la malaria tendrá vacuna en dos años, exhibición de conocimiento exhaustivo de Margaret Atwood y su inmensa obra, posesión de fino oído musical y vocación de fan del bueno de José Antonio Abreu, y otros miles de detalles que avalarían una cultura enciclopédica y le garantizaría un puesto de primera línea entre los eruditos que pretendieran hacer la competencia a Google (incomprensiblemente, uno de los premiados).

Pero con actos así, Asturias demuestra ahora que es España, y que siente el orgullo de formar parte de una nación que llenó páginas de historia, reales o bien inventadas, y que está presta a continuar haciendo un buen papel en el futuro. Y, como la puerta está abierta, quien quiera pertenecer a esa aventura, sea bienvenido; y los que no quieran, pudiendo, pues peor pá ellos, van aviáos.

 

Al socaire: Abandono de la Colegiata de Cornellana (Asturias)

Cornellana es una pequeña población del Concejo de Salas, en Asturias, que tuvo tiempos mejores, alguno de ellos en el siglo XX, cuando el general Franco venía con frecuencia a las orillas del Narcea a dejar .decían- que le ensartasen salmones en el anzuelo.

Entre los años 1950 y  1970, este pueblo alineado sobre la carretera general, pero con una vida propia que permanecía oculta al visitante ocasional, sirvió de lugar de encuentro de pelotilleros, ganapanes, lameculos y advenedizos - que trataban de hacerse notar por el entonces Jefe de Estado.

Había también algunos lugareños, pescadores de verdadera afición y, por los veranos, venían gentes de Oviedo a disfrutar del espectáculo de ver lloviznar entre montañas.

Pero, obviamente, la historia de Cornellana y de los asentamientos en la zona es mucho más antigua, y en la hermosa vega del Narcea hay muestras del pasado esplendor de la zona que, algún día se investigará, se remonta probablemente hasta bastante antes de la era cristiana.

El camino de Santiago se vuelca hacia Salas, lo que no impidió que en esta villa con aspecto tranquilo, se cocieran también muchas habas. De entre los monumentos, iglesias rurales, casonas de indiano, mazos y molinos que luchan contra el paso del tiempo, alineándose por la senda del Narcea hacia el Pigüeña, y más allá, hacia Belmonte y Pola de Somiedo, el más imponente es el monasterio-colegiata-iglesia de San Salvador en Cornellana.

El complejo de edificaciones, Monumento Nacional y, por tanto, merecedor de especial atención, ofrece un aspecto de abandono. Estado que resulta especialmente deplorable, por los dineros que se le han dedicado no hace tanto, y la necesidad de mantener las referencias arquitectónicas e históricas que jalonen el paseo de los turistas y peregrinos por esta ruta.

La iglesia barroca permanece durante toda la semana cerrada a cal y canto, y sus puertas se abren apenas los domingos durante los tres cuartos de hora que dura la misa de doce, para recoger a los devotos locales. En lo que fue colegiata, hoy en parte Albergue de Peregrinos, múltiples cristales rotos de las ventanas, por donde entran vientos, fríos y aves, evidencian que el edificio también recibe visitas no deseables.

Una placa situada en la plaza, deteriorada y casi ilegible en algunos puntos, trata de ilustrar de que en la portada-frontón de la iglesia románica, del siglo XII (u XI), puede descubrirse una loba amantando una criatura. Nada indica, sin embargo, que hay que desplazarse hacia la izquierda del complejo, y contemplar la otrora fachada, ya exenta de su templo, a través de las rejas que cierran la entrada al albergue. Un simple arco, en el que la otrora famosa loba comiendo o amamantando un ser con aspecto humano, puede solo atisbarse en la distancia.

Los tres ábsides y la torre quedan flanqueados por una balaustrada-mirador, en franca ruina. Figuran en los libros que ya no se estudian, como ejemplo primerizo del clasicismo arquitectónico asturiano y podrían ser ejemplo, ahora, de la desidia moderna. Los retablos barrocos quedan ocultos a la curiosidad del viajante, salvo que se anime a hacer una prospección en busca de las llaves del templo, pero no apetece ni esforzarse en buscar ni dar respuesta. Nadie responde al repicar de la aldaba.

Dando la vuelta al recinto, se pueden ver, asomando entre hierbas y yedras que cubren las piedras,  fechas del final del XVII. Hay una higuera en estado salvaje en el jardín, ortigas, hartos, suciedad.

Al lado de la Colegiata, discurre un afluente del Narcea, el Nonaya, proveniente de Salas, la tierra del inquisidor Valdés. Un contenedor de basura, lleno y abierto, está volcado sobre sus aguas, que bajan -supongo que excepcionalmente- sucias. Junto al puente de acceso a la plaza, un hombre lava concienzudamente su coche. Un padre enseña a su hijo a manipular un avión teledirigido -de juguete- y, en la casa rural que hace la esquina, también albergue o posada por los signos, los coches aparcados sobre el césped y los restos de comida sobre las mesas dan fe de que hay visitantes foráneos.

No sé si ahora hay que llamar de verdad a Cornellana, Curniana, como rezan los indicadores supuestamente bilingües, pero al abandono de un elemento tan importante para el turismo y la cultura comarcal y regional, se le podía seguir llamando incuria. No sabría decir exactamente de quién.

Sugiero que el alcalde del concejo podría darse una vuelta, a mirar antes de actuar, y exigir los dineros que hagan falta para recuperarlo de los daños. El trato que reciben algunos monumentos de referencia para Asturias tiene un triste ejemplo en el estado de la Colegiata de Cornellana.

Jugando en corto: entre caspias y garapiellos

Antes de entrar en materia, tengo que aclarar para asturianos que no hayan crecido en la aldea, que la caspia -o jaspia- es la parte de la fruta carnosa, sea pera o manzana, que alberga las pepitas; y los garapiellos son las brácteas de las flores del avellano que, cuando se convierten en el preciado fruto, lo sostienen hasta que, maduras, se desprenden las avellanas o ablanas.

Los chavales de mi tiempo -y, desde luego, los de generaciones anteriores- cuando veíamos a un compañero comer una jugosa pera, le pedíamos: "Déjame la caspia, ánda". Y si estaba de humor, el colega nos cedía el resto de la fruta, para que, al menos, disfrutáramos de algo de lo que él había tenido en mayoría. La caspia se tira hoy tranquilamente y, como las cabezas de las sardinas, las raspas y los mondos, ya no tienen valor alguno salvo para la empresa que recoge los residuos y nos los hace pagar a 30 o 200 euros la tonelada, según los hayamos clasificado en los contenedores.

Los garapiellos se utilizaban como un indicador estupendo para saber el estado de la avellana. Normalmente, la fruta madura caía sin ese adorno inútil, pero si se encontraban juntos, era señal de que la avellana tenía gusano, estaba podre o no valía la pena de la agachada.

Me acuerdo hoy de estas palabras del bable de mi infancia, porque sospecho que hoy día, tiramos muchas caspias y recogemos bastantes garapiellos. Y allá vamos, cargados con lo inútil y sin haber disfrutado del último resto de lo provechoso que, como todo lo que anuncia períodos de escasez, es, si bien se mira, lo más sabroso. Vuelven tiempos adecuados para distinguir entre caspias y garapiellos.

Jugando en corto: Una persona importante para la siderúrgica asturiana

Jugando en corto: Una persona importante para la siderúrgica asturiana

Hoy -16 de junio- es el cumpleaños de una de las personas de cuantas conozco (y huelga decir que he conocido a muchas) que más han hecho por Ensidesa. Cumple 86 años. Se llama Juan Manuel F. Carrio, y es químico. Es uno de los químicos más inteligentes y versátiles  que ha dado este país desde la postguerra civil.

No va a pasar a la historia de Ensidesa, ni a la de Arcelor, ni a la de Mittal. Ni a ninguna historia, salvo a la de quienes lo conocieron en su salsa, la de su ámbito concreto, en ese trono de respeto en el que reinan los discretos. Nunca le han dado una medalla, ni una cruz del mérito, ni sus colegas químicos le han ofrecido jamás un homenaje. Y, hasta el día de hoy, inclusive, nunca ha dejado de trabajar. Muy duro.

La fama pública, los honores, el dinero, se la llevan siempre otros. Ya se sabe. Está escrito que la labor callada de quienes trabajaban en los turnos, los laboratorios, las delegaciones de ventas, sortean chispas entre coladas, respiran gases, cortan flejes, regulan trenes de desbastes o definen la composicion de los carriles permanezca ignorada frente a otras actuaciones más vistosas, que se ventilan en los despachos, en los palacios de moqueta.

Carrio, como le conocían todos, era una institución en los Laboratorios de Ensidesa, hasta su jubilación. Resolvió múltiples problemas, de los que rara vez salen en los periódicos: emborricamientos de altos hornos y calderines, partidas de benzol mal calificadas, discrepancias en la fabricación de naftalinas, variaciones en la recuperación de alquitranes.

Dió ejemplo de palabra justa en aquellas reuniones largas en las que se reunían, bajo la batuta de un jefe que pocas veces sabía de qué hablaba, decenas de despistados, opinando sin saber. Jamás levantó la voz para reclamar un mérito. Lo cedía a otros, más ineptos generalmente para la labor, más hábiles para la usurpación.

Su modestia, como tantas veces en las vidas de muchos, sirvió de plataforma para que otros, más apegados a las cosas de este mundo, se auparan sobre sus logros.

Para quienes le conocieron en sus trabajos, como jefe de Laboratorio de baterías de cok, y, sobre todo, como profesor de cientos de actuales ingenieros, químicos, maquinistas navales, físicos, matemáticos, ha significado un recuerdo imborrable. Sabía.

Sabía enseñar y sabía de casi todo. Aceptó dar clases particulares a muchos, aprendiendo antes que ellos asignaturas muy variadas y complejas: de Exactas, de Ingeniería de Caminos o de Minas, de Físicas, de Aeronáuticos...Desde el Cálculo infinitesimal a la Electrónica, desde la Topología a la Teoría de Máquinas. Con una memoria envidiable y un ansia de conocer casi intacta, todavía sabe.

Su vida no será glosada por ningún historiador de los que escriben hagiografías al uso. Sin embargo, es una de las trayectorias vitales más interesantes que conozco. Superado el examen de ingreso en la escuela de ingenieros industriales, a punto de terminar paralelamente la licenciatura en exactas, cayó enfermo de tuberculosis, cuando de eso se moría en España. Perdió diez años, pero se salvó.

Terminó la carrera de quimicas en tres años y entró en Ensidesa, en donde se convirtió en un especialista a nivel europeo en temas de destilación y cromatografía. Aficionado a la agricultura y a la ganadería, plantó frutales, cuidó vacas, ayudó -discretamente, por supuesto- a fundar la Central Lechera asturiana, arregló televisores al tiempo que podaba árboles o ponía a punto columnas de destilación.

Me decía hace un rato que nunca ha mentido en su vida. No ha necesitado hacerlo, apostilla. Para muchos, será un defecto. Qué equivocados están. Sé que es un motivo más de satisfacción para él. Las ventajas de estar seguro del camino que se pisa.

Feliz cumpleaños, tío Manolo.

 

Jugando en corto: Vaqueiros en Madrid

Con una importante afluencia de público -aforo completo-, tuvo lugar el 12 de junio de 2008 la presentación en el Salón de Actos de la Delegación del Principado de Asturias en Madrid, del 50 Aniversario del Festival Vaqueiro que se celebra desde 1958, puntualmente, el último domingo de julio, en las brañas de Aristébano.

Miguel Munárriz -el delegado- hizo la presentación del acto, que se demoró algo en sus comienzos por culpa de la espera por Santiago Menéndez de Luarca, que no apareció, y que, al parecer, estaba previsto que hiciese de telonero mayor. No se echó de menos, sin embargo, ningún discurso, pues a las medidas palabras de Miguel, se añadieron las disertaciones de Carmen Martínez Pérez, Carminina, Pta. del festival Vaqueiro, de Ramón Muñiz, Fundador del Festival y ex-alcalde de Luarca, y Modesto González, en representación de la Mancomunidad Vaqueira.

No figura Belmonte entre los municipios vaqueiros de la Mancomunidad, ausencia que ignoro a qué se debe, pues varios de los intervinientes se refirieron a esta comarca. Mis referencias primeras al mundo de los vaqueiros provienen justamente de allí, cuando yo era un infante que pasaba los largos veranos de los cincuenta entregándome a las raíces de mi asturianía, entre fesories, boñigas, gavitos, guiadas, caleyes y raitanes.

Todos recordamos a Rogelia Braña, poetisa y cantante de las canciones de los Vaqueiros de alzada y sentimos un poco de nostalgia cuando, trayendo de la mano el verso de Tagore de que "la fama es la espuma de la corriente del río", Ramón Muñiz, que se preparó una disertación de antología, nos recordó lo efímero de las cosas de esta tierra.