Al socaire: Alvaro Delgado y el premio de la longevidad para un pintor
A Alvaro Delgado, pintor vocacional nacido en 1922, le exponen alguno de sus últimos cuadros -pintados en la década reciente- en los Salones de la Delegación del Principado de Asturias en Madrid. Artista consagrado, ampliamente laureado desde la primera juventud, es un gozo oirle hablar, con sincera modestia, rechazando elogios, definiéndose como un pintor que trata de aprender, de reflejar la vida, lo que le interesa. Sin parar.
Alvaro Delgado ha pintado mucho, pero, por supuesto, no demasiado. Advierto en sus cuadros actuales una mayor tendencia a la ironía. El título del cuadro da, por lo general, la clave imprescible para entender lo que, en un principio, podría parecer como una mancha. Así destaca de pronto la razón de la flor del farero, la gaita en los gaiteros de Aristébano o el porqué de los retratos de ramirenses.
Al llegar a la exposición, me topé con la viuda -qué palabra terrible, qué injusta semeja- de otro admirado, Angel González, contemplando el retrato que le hizo Alvaro Delgado al poeta. No la conocía, y, como acostumbro a hacer desde mi petulancia de artista cuando encuentro algo que me gusta (o que no me gusta) y tengo público, comenté en voz alta que "había algo del gran poeta, en el cuadro".
Susana Rivera (me la presentaría poco después Miguel Munárriz) me sonrió, con su hermosa sonrisa de curiosa impenitente. Yo había leído que ella había dicho de su esposo que "había sido inconformista, comprometido social y políticamente". Se casaron en 1993, el año de la jubilación como profesor de la Universidad de Nuevo México de Angel, en donde Susana era y sigue siendo una joven profesora.
La exposición es un éxito. Va a significar también una sorpresa, porque va a permitir a muchos conocer a un pintor joven a sus 86 años. Como se conoce a los artistas, por su obra. Líneas predominantemente curvas, amplias manchas de colores surcadas por líneas recias de otros tonos complementarios o agresivos, en cuadros de formato medio, colocados con cariño y maestría por la comisaria de la exposición, Marta.
Cuando se leen los títulos, todo encaja mejor y hay que volver a mirar los cuadros. Una segunda mirada. Está allí, en ellos, lo que Alvaro Delgado quiso destacar de todo lo que vió, con esa capacidad especial para captar la realidad que tienen los que se han acostumbrado a observarla y, además, saben contarlo. Está también un poco Alvaro Delgado en el retrato de Angel González, del Inquisidor Valdés, del campesino naviego, ... Y seguramente, en otros retratos que no se trajeron, y que habría que ver, para dilucidar el camino que sortea ese añejo pintor desde la fotografía a la caricatura cuando pinta a mujeres que conozco: Laura Ponte, Angeles Caso, ...
Paz nos decía que "Alvaro Delgado trajo más cuadros y quería ponerlos todos". No le dejaron. Otro Alvaro (Cuesta) me escuchaba decir, intuitivo: "No me extrañaría que acabara colgando alguno de los que pinte esta semana".
Marta me aconsejaba volver dentro de unos días, para ver la exposición en soledad -será difícil conseguirlo, va a atraer a mucha gente-, tal vez sorprenda a este pintor tan longevo como Tiziano y Tintoretto (la comparación es de Gracia-Noriega) pintando lo que se le ocurra en las paredes blancas. Manchas primero, luego líneas aquí y allá que les dan sentido; y el título, para acabar el proceso.
¿Cuál es el premio para Alvaro Delgado a su longevidad?. Tener la satisfacción de que ya no necesitas buscar el reconocimiento por lo que haces. No te hace falta, aunque te lo otorgan sin cesar, hagas lo que hagas. Puedes permitirte decir: "A veces, estoy descontento con lo que pinté. No me gusta". O "No entiendo los elogios, creo que soy un pintor normal".
Puedes permitirte lo que te apetezca, y hacer recuerdo de tus años mozos, o de ayer, y amar al mismo tiempo a Luarca, a Salas, a Madrid o a San Pedro del Horrillo. Te quitan los cuadros de las manos, y ya no necesitas el dinero para nada.
Quince mil euros, por lo menos, te pagan por "los pequeños"; algo más de lo que gana al año la mitad de la población española que no pinta.
Todos los cuadros de la Exposición de Alvaro Delgado en la delegación de Asturias en Madrid forman, en verdad, un solo cuadro. Encajan como un rompecabezas. En colores, en líneas, en personajes, en mensaje.
Miré el grupo de asistentes a la inauguración, en animada conversación tomando una copa de sidra El Gaiteru, y dirigí otra mirada al, para mí, mejor cuadro de los que se presentan en la sala: "Campesino de Boal"... y que por alguna razón (¿soy tan singular?) no figura entre los seleccionados para el estupendo Catálogo de la Exposición.
Y me fui. Nos fuimos. Ya habrá tiempo de abrazar a este recio referente de la generación de mis padres, sobreviviendo a la adulación, al tiempo que nos queda, al éxito, a las zancadillas, a los gozos y sombras, y oirle decir con ironía: "Pinto lo que me apetece destacar". De los amigos, de los enemigos, de los indiferentes, de los desconocidos...hasta de los hórreos y de las cebollas.
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