En el Aniversario del fusilamiento de Federico García Lorca
Hace 73 años, el 19 de agosto de 1936, a las 5 menos cuarto de madrugada, fusilaron a Federico García Lorca. Fue sepultado allí mismo, en un lugar que permanece impreciso.
Tenía 38 años, una actitud vitalista, gran potencia creativa. Era poeta, liberal y homosexual. Maricón, se decía entonces, resumiendo esas tres cualidades.
Para cuantos no vivimos la guerra civil -y, si fuimos conscientes de sus consecuencias, fue para tomar conocimiento de nuestra incómoda situación de privilegiados-, todo lo sucedido aquellos años tiene el carácter de incomprensible. Pero sucedió. Familias contra familias. Vecinos contra vecinos.
Aún no he comprendido por qué, exactamente, se luchaba en cada bando. Suena ahora bien eso de que eran los defensores del orden institucional contra los sublevados fascistas. No nos lo presentaron así, cuando nos pretendieron educar los verdaderos vencedores.
No lo comprendemos tampoco así, ni los hijos de los vencidos ni los de los hipotéticos vencedores. ¿Lucharon pobres contra ricos? ¿agnósticos contra católicos? ¿republicanos contra monárquicos? ¿legitimistas contra revolucionarios?.
En el gran desorden que preside toda guerra civil, cualquier diferencia será, según las crónicas de las que ya tuvieron lugar, suficiente para que te fusilen.
Puedes morir por ser profesor universitario, pobre de solemnidad, emigrante con éxito, guapo, poseedor de una tierra apetecida, amante, poeta, torpe, católico, agnóstico. Puedes morir por estar en la calle en el momento en que se escogen a varios transeúntes para fusilarlos como represalia. Puedes ser rojo, azul, héroe, villano o desertor, por estar en el lado equivocado o en el sitio feliz.
No es Federico uno de mis poetas preferidos. Es, desde luego, culpa mía. Envidio, por supuesto, la musicalidad de su verbo, su fuerza, su alegría vital. Como ser humano cuya vida fue truncada por la barbarie, tendrá siempre mi devoción, toda mi simpatía.
Gracias a sus escritos, sigue con nosotros. Por su fusilamiento incomprensible -como el de tantos otros intelectuales de uno y otro lado; pero ¿se puede comprender la muerte de un ser humano por otro?-, ha sido elevado a la categoría de mito universal.
En el aniversario del día en que destruyeron su existencia por ser homosexual y liberal, utilizando como armas mortíferas los elementos de la envidia y la pobreza mental, quiero rendirle el sencillo homenaje de uno de mis poemas.
Los poetas somos profesionales del reclamo.
Cazamos sensibilidades ajenas
y de un sólido plumazo
las convertimos en palabras y retos,
tantas veces
sin sentido.
La impunidad nos permite
actuar como profetas: ese trance
exige dejarse llevar por el misterio
y asomarse al abismo.
Pocas veces el eco devuelve
más que silencios
de los gritos.
Otro juego es ser dioses.
Creernos responsables
de hacer belleza
con letras y espacios vacíos,
y poder romper el vidrio
de la imaginación
liberando arcanos,
apagar o encender a voluntad
los incendios del deseo.
Espejismos.
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