Jugando en corto: Porqué no me gustó Io sono l´amore
En estos días de mayo de 2010 se está proyectando en los cines la película de Luca Guadagnino, Io sono l´amore, de la que es intérprete y productora principal una actriz admirada en papeles secundarios, Tilda Swinton.
La película viene precedida de cierta expectación conseguida con las insinuaciones respecto a si refleja o no la vida de la familia Agnelli y ha sido adobada con críticas entregadas, que alaban su encaje con el mejor cine italiano, citando a Visconti como padre putativo de la creación fílmica.
Tonterías. La obra, que empieza bien y en algunos momentos encuentra un ritmo interesante, se malogra en varios aspectos, hasta hacerse pesar como larga y desconcertante. Está bien el intento de reflejar una vida de lujo, aunque me parece que el director, a diferencia de Luchino V., sabe bastante menos acerca de lo que es vivir sin limitaciones económicas.
Hay demasiados criados en la casa imaginaria de la familia protagonista con escasos cometidos, (me recordó a la madrileña de Isla Mauricio que presentó por estas fechas el programa de Telemadrid "Madrileños por el mundo", la cual, aprovechándose de que la mano de obra está, según cuenta, muy barata en esa esquina del mundo, tiene cinco criados -dos de ellos jardineros- para atender a su minihacienda).
La señora de la casa va a recoger -al parecer a pie- la ropa de su hija a la lavandería y se hace cortar el pelo por un amigo de su hijo que cocina muy bien y, por lo visto, también maneja las tijeras como los ángeles. Su ama de llaves la viste y desviste, pero la pudiente matrona cocina ella misma cuando tiene invitados, vaga sola por ciudades desconocidas y habita en una casa-mansión que parece estar realizada en chicle, pues las habitaciones se estiran y encogen a voluntad de la cámara...
Las relaciones sexuales de que disfrutan o padecen los miembros de la familia son confusas, y algunos personajes no tienen carácter, por lo que su existencia en la trama se diluye en un papel de decorado y no de coactor de la historia. Si es una historia de amor, como se pretende, no destila la película mucho amor, precisamente. Hay sexo explícito que da mucha risa, lo cual no debe ser ni la intención ni el caso.
La magnífica Swinton no está ya para enseñar mucho -nació en 1960-, y nos gusta más verla insinuando conflictos interiores -algunas escenas parecen repetidas de otras películas en las que actuó, como en "Michael Clayton", o "La zona oscura"- en lugar de haciendo alardes con un veinteañero; la superposición de chinches, escarabajos y florecitas entre las escenas de sexo, desconcierta, porque no encaja, además, con lo que se nos ha venido insinuando y, menos, con lo que será la explosión casifinal que llevará al primogénito a caerse de espaldas en la piscina de la mansión, después de una discusión en ruso con su madre, cuyo fundamento se desconocerá.
Sobra carrete y falta más guión. No es una mala película, desde luego, pero no es brillante. Es una realización del montón, como hay muchas, que cuenta cosas que ya hemos visto muchas otras veces, y mejor y, por supuesto, no le llega a la altura de los zapatos a El Gatopardo, que habría que ver de rodillas, si esta mereciera la atención que se le quiere dispensar por cierta crítica, como el, por lo demás, generalmente objetivo, Javier Ocaña, que no se sabe bien a qué están jugando en esta ocasión.
Porque si han visto la película, como es obligado suponer tratándose de gente seria, les habrá decepcionado en buena parte, como me pasa a mí y a medio mundo. Es una peli para pasar el rato, pero nada más. Obvia, ligera, algo aburrida; con buena fotografía, música estridente a veces para resaltar lo mínimo, y una interpretación demasiado explícita y completa para lo que al parecer se pretendía: insinuar conflictos. ¿Insinuar? Hasta el espectador más distraído comprenderá la historia.
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