Al socaire: Abandono de la Colegiata de Cornellana (Asturias)
Cornellana es una pequeña población del Concejo de Salas, en Asturias, que tuvo tiempos mejores, alguno de ellos en el siglo XX, cuando el general Franco venía con frecuencia a las orillas del Narcea a dejar .decían- que le ensartasen salmones en el anzuelo.
Entre los años 1950 y 1970, este pueblo alineado sobre la carretera general, pero con una vida propia que permanecía oculta al visitante ocasional, sirvió de lugar de encuentro de pelotilleros, ganapanes, lameculos y advenedizos - que trataban de hacerse notar por el entonces Jefe de Estado.
Había también algunos lugareños, pescadores de verdadera afición y, por los veranos, venían gentes de Oviedo a disfrutar del espectáculo de ver lloviznar entre montañas.
Pero, obviamente, la historia de Cornellana y de los asentamientos en la zona es mucho más antigua, y en la hermosa vega del Narcea hay muestras del pasado esplendor de la zona que, algún día se investigará, se remonta probablemente hasta bastante antes de la era cristiana.
El camino de Santiago se vuelca hacia Salas, lo que no impidió que en esta villa con aspecto tranquilo, se cocieran también muchas habas. De entre los monumentos, iglesias rurales, casonas de indiano, mazos y molinos que luchan contra el paso del tiempo, alineándose por la senda del Narcea hacia el Pigüeña, y más allá, hacia Belmonte y Pola de Somiedo, el más imponente es el monasterio-colegiata-iglesia de San Salvador en Cornellana.
El complejo de edificaciones, Monumento Nacional y, por tanto, merecedor de especial atención, ofrece un aspecto de abandono. Estado que resulta especialmente deplorable, por los dineros que se le han dedicado no hace tanto, y la necesidad de mantener las referencias arquitectónicas e históricas que jalonen el paseo de los turistas y peregrinos por esta ruta.
La iglesia barroca permanece durante toda la semana cerrada a cal y canto, y sus puertas se abren apenas los domingos durante los tres cuartos de hora que dura la misa de doce, para recoger a los devotos locales. En lo que fue colegiata, hoy en parte Albergue de Peregrinos, múltiples cristales rotos de las ventanas, por donde entran vientos, fríos y aves, evidencian que el edificio también recibe visitas no deseables.
Una placa situada en la plaza, deteriorada y casi ilegible en algunos puntos, trata de ilustrar de que en la portada-frontón de la iglesia románica, del siglo XII (u XI), puede descubrirse una loba amantando una criatura. Nada indica, sin embargo, que hay que desplazarse hacia la izquierda del complejo, y contemplar la otrora fachada, ya exenta de su templo, a través de las rejas que cierran la entrada al albergue. Un simple arco, en el que la otrora famosa loba comiendo o amamantando un ser con aspecto humano, puede solo atisbarse en la distancia.
Los tres ábsides y la torre quedan flanqueados por una balaustrada-mirador, en franca ruina. Figuran en los libros que ya no se estudian, como ejemplo primerizo del clasicismo arquitectónico asturiano y podrían ser ejemplo, ahora, de la desidia moderna. Los retablos barrocos quedan ocultos a la curiosidad del viajante, salvo que se anime a hacer una prospección en busca de las llaves del templo, pero no apetece ni esforzarse en buscar ni dar respuesta. Nadie responde al repicar de la aldaba.
Dando la vuelta al recinto, se pueden ver, asomando entre hierbas y yedras que cubren las piedras, fechas del final del XVII. Hay una higuera en estado salvaje en el jardín, ortigas, hartos, suciedad.
Al lado de la Colegiata, discurre un afluente del Narcea, el Nonaya, proveniente de Salas, la tierra del inquisidor Valdés. Un contenedor de basura, lleno y abierto, está volcado sobre sus aguas, que bajan -supongo que excepcionalmente- sucias. Junto al puente de acceso a la plaza, un hombre lava concienzudamente su coche. Un padre enseña a su hijo a manipular un avión teledirigido -de juguete- y, en la casa rural que hace la esquina, también albergue o posada por los signos, los coches aparcados sobre el césped y los restos de comida sobre las mesas dan fe de que hay visitantes foráneos.
No sé si ahora hay que llamar de verdad a Cornellana, Curniana, como rezan los indicadores supuestamente bilingües, pero al abandono de un elemento tan importante para el turismo y la cultura comarcal y regional, se le podía seguir llamando incuria. No sabría decir exactamente de quién.
Sugiero que el alcalde del concejo podría darse una vuelta, a mirar antes de actuar, y exigir los dineros que hagan falta para recuperarlo de los daños. El trato que reciben algunos monumentos de referencia para Asturias tiene un triste ejemplo en el estado de la Colegiata de Cornellana.
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