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El blog de Angel Arias

Jugando en corto: entre caspias y garapiellos

Antes de entrar en materia, tengo que aclarar para asturianos que no hayan crecido en la aldea, que la caspia -o jaspia- es la parte de la fruta carnosa, sea pera o manzana, que alberga las pepitas; y los garapiellos son las brácteas de las flores del avellano que, cuando se convierten en el preciado fruto, lo sostienen hasta que, maduras, se desprenden las avellanas o ablanas.

Los chavales de mi tiempo -y, desde luego, los de generaciones anteriores- cuando veíamos a un compañero comer una jugosa pera, le pedíamos: "Déjame la caspia, ánda". Y si estaba de humor, el colega nos cedía el resto de la fruta, para que, al menos, disfrutáramos de algo de lo que él había tenido en mayoría. La caspia se tira hoy tranquilamente y, como las cabezas de las sardinas, las raspas y los mondos, ya no tienen valor alguno salvo para la empresa que recoge los residuos y nos los hace pagar a 30 o 200 euros la tonelada, según los hayamos clasificado en los contenedores.

Los garapiellos se utilizaban como un indicador estupendo para saber el estado de la avellana. Normalmente, la fruta madura caía sin ese adorno inútil, pero si se encontraban juntos, era señal de que la avellana tenía gusano, estaba podre o no valía la pena de la agachada.

Me acuerdo hoy de estas palabras del bable de mi infancia, porque sospecho que hoy día, tiramos muchas caspias y recogemos bastantes garapiellos. Y allá vamos, cargados con lo inútil y sin haber disfrutado del último resto de lo provechoso que, como todo lo que anuncia períodos de escasez, es, si bien se mira, lo más sabroso. Vuelven tiempos adecuados para distinguir entre caspias y garapiellos.

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