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El blog de Angel Arias

La generación Linkweak

Para aquellos que no sepan hasta ahora de este personaje de mi invención, recojo aquí que Linkweak, (el "enlace débil") es el apellido singular del protagonista de una serie de viñetas en las que reflejo las aventuras y, en especial, las desventuras, de un cincuentón, universitario, trabajador cumplidor y eficiente que es despedido sin preaviso de su empresa y que, desde entonces, trata de encontrar un nuevo rumbo a su vida, en un mundo en el que, aparentemente, nadie le echa de menos.

El 6 de junio de 2012, en el acto organizado por KnowSquare en el salón de Actos de la Fundación Lázaro Galdiano, bajo el lema, un tanto enigmático de "La tercera transición", la intervención de Juan Antonio Ortega y Díaz Hambrona, el primer conferenciante de un cuarteto de alta categoría política histórica, me recordó a Linkweak.

Ortega había preparado una alocución sistemática sobre las razones por las que "los parámetros que se dieron en la Primera transición" (admitió la propuesta de los organizadores de que fue la que condujo a la Constitución de 1978) "ya no están en vigor".

Después de enumerarlos, concluyó: "Hubo una generación de la transición, que nos vamos despidiendo, los nacidos entre 1930 y 1945" (a la que pertenecieron todos sus protagonistas, puntualizando la salvedad de Fraga, "que, además, se le notó" ). En este momento, "debe tomar el relevo la generación de 1960 en adelante".

Así que los nacidos entre 1945 y 1960 pertenecemos a una generación que no protagonizó ningún cambio, ni tiene ya opción de dirigirlo. Se nos pasó el arroz: somos la "generación Linkweak".

Por supuesto, se pueden enumerar muchos nombres de personas nacidas en esas fechas que han ocupado y ocupan lugares desde los que se toman decisiones. No son, genuinamente hablando, Linkweak y, dejando abierta la opción de escape, habrá muchos (conozco algunos) que lo están haciendo muy bien.

Los organizadores de KnowSquare habían ubicado una "segunda transición" en el momento de la entrada de España en el euro (puede que, haciendola más larga, desde al incorporación al Mercado Común y hasta ese momento). Allí cabría identificar algunos de los nacidos en esa "generación perdida" (no empleó esta palabra, desde luego), para Ortega y Díaz-Ambrona.

Delimito, pues, a los Linkweak. Los Linkweak somos universitarios y, aunque muchos de entre nosotros tenemos una formación económica o jurídica, somos, fundamentalmente, técnicos. Nos caracterizamos por haber respondido siempre con trabajo y dedicación sin reservas, cuando fuimos solicitados para llevar a cabo, por supuesta capacidad, cometidos no siempre fáciles, pero sin que llegáramos a asumir los papeles principales del libreto. Los aplausos los recogieron otros.

En realidad, la culpa, como siempre en la vida, fue de nuestra actitud. Acumulamos  muy variadas razones: fuimos al extranjero, y vivimos en él, cuando nadie quería ir; pretendimos insuflar nuevos aires a la vida empresarial, universitaria y social, pero aquí la resistencia era numantina; quisimos trasladar modelos que habíamos conociendo directamente, pero los que tenían las sartenes por los mangos (hablo tanto de eempresarios como de sindicalistas, de gobernantes como de gobernados) interpretaron otras conveniencias.

Por cierto, cuando volvimos del más allá, no teníamos a nadie esperando por esa vuelta, y si lo estaban algunos, era de uñas.

Por esa combinación de estar en los lugares equivocados para los que decidían dónde había que estar en cada momento, por respeto hacia los mayores en el que fuimos educados cuando niños, por creernos que si alguien afirmaba que estaba seguro de lo que hacía, sabía lo que hacía; por menosprecio hacia los coetáneos oportunistas de los que siempre vislumbrábamos un final de caída estrepitosa, y por voluntad de enseñanza leal a los más jóvenes, a los qur propusimos que empujaran muy fuerte, nunca tuvimos verdadero protagonismo.

Pero, como sería injusto no hacer una reseña de la Jornada y dedicarme a lamer las heridas en nombre de los Linkweak, abordaré el detalle de lo que los ponentes expresaron, en próximos comentarios. Quede aquí recogido que fue una jornada llena de interés.

En el día de Internet

El 17 de mayo se conmemora a Internet, esto es, se venera a la red telemática, ese instrumento tecnológico que nos permite enviar y recibir información a través de las ondas, o por cable telefónico, o por fibra óptica, o por quién sabe cómo.

Internet es una tecnología y, por tanto, neutra: no es ni buena ni mala, ni útil ni abominable, ni rentable o despilfarradora. Como pasó con sus madres, abuelas y tatarabuelas, vivirá momentos de gloria y se caerá en el precipicio de la crisis y de los análisis de porqué suceden las cosas a los hombres.

Pero, aprovechemos el momento de verla tan lozana, fresca, con ganas de comerse el mundo y, por cierto, que ya ha empezado a hacerlo por la parte más jugosa, allí donde la carne de esta sociedad es más blanda: por la vía de la ignorancia.

No nos apresuremos: no sería justo atribuir a internet ninguno de los males de esta sociedad, porque conviven con nosotros, son consustanciales a nuestra filosofía de existir y aprovecharnos de las oportunidades que dejan libres los demás, sobre todo, los incautos o los inocentes.

Internet es neutral, pero quienes manejan alguno de sus misterios saben cómo hacernos esclavos, colaboradores, cómplices necesarios y, en algunos casos, compañeros de algún viaje. Se hace dinero con esta tecnología, como se consiguió con la informática o con la máquina de vapor o la guillotina.

Recordamos bien -solo los mayores, pero no fue hace tanto tiempo, jóvenes- los ejércitos de chicas uniformadas perforando fichas (por eso se las llamaba "perforistas") que se tragaban unas máquinas gigantescas que tenían capacidades de procesamiento asombrosas para la época, pero en un lugar ridículo respecto a la máquina de Turing y el laptop (Por cierto, para lectores apresurados: la máquina de Turing, como más avanzada).

No sabemos cómo podrá evolucionar internet antes de acabar, como toda tecnología, languideciendo o muriendo en brazos de otra más poderosa.

Metidos de lleno en la ignorancia de cómo funciona de verdad su misterio, sin saber a ciencia cierta quién está en situación de controlar el fondo del asunto, nos contentamos con utilizarla, porque nos hace algo más felices durante un tiempo: podemos chatear con amigos y desconocidos, bajarnos películas y canciones de servidores que están en nubes remotas que no parecen tormentosas, obtener información en tiempo real -repito las palabras mágicas: ¡en tiempo real!- sobre cualquier asunto, comprar o vender tangibles e intangibles, y hasta podemos permitirnos placeres anónimos, poniendo a parir al más pintado o, si no hay escrúpulos, ensuciar los archivos de otros con virus, pornografía o spyware.

Jóvenes, verdaderos jóvenes, los que no os dejáis vencer ni por el desánimo ni por la avaricia, los que no solo creéis que tenéis futuro, porque es lo que siempre viene, sino que estáis actuando para que sea mejor -con ilusión, con estudios, con ganas- a vosotros me dirijo: en el día de internet, felicidades a vosotros. Porque tenéis en vuestras manos la posibilidad abierta de una tecnología que lleva en su núcleo el germen de una nueva sociedad: no dejéis que desaparezca sin haber conseguido transformar el concepto aún utópico de sociedad del conocimiento en un camino hacia la solidaridad global de nuestra especie, una eterna nonata, hija de la ética y la filosofía.

 

Donges contra Krugman: libertad de cátedra o compromisos ideológicos

Jürgen B. Donges, respetado asesor económico del neo-milagro alemán y declarado discrepante de los planteamientos socialistófilos del Premio Nobel Paul Krugman (supongo que, por otra parte, también envidiado por ese galardón), pronunció el 8 de mayo de 2012 en el Foro de la Fundación Rafael del Pino una conferencia inolvidable con el pretexto de un título de gran gancho mediático: "Europa y España: ¿Cómo volverá la confianza?"

No tiene Donges, por supuesto, la solución a la pertinente pregunta, pero sí -como ya en él es habitual en sus disertaciones en foros españoles- ha utilizado la plataforma para vender las medidas de austeridad que propició, ya hace más de 10 años, el gobierno del canciller Schröder, lanzando críticas, desde su conocimiento -relativo, pero no superficial- de la realidad e idiosincrasia hispanas, respecto a nuestro, en su opinión, desmesurado por insostenible, modelo de bienestar.

Es muy difícil, y arriesgado, discrepar de Donges en su presentación de lo que nos pasa. Sus argumentos tienen una base sólida constatable: a Alemania le va bien y a España le va mal.

Pero no por ello quiero dejar de exponer mis críticas a su exposición, empezando por lo que me parece la mayor carencia de su análisis. España carece de la estructura industrial y tecnológica de Alemania, es un país notablemente más pobre, y la apelación devota al impecable funcionamiento de los mercados, en la que basa sus exposiciones, ignora una premisa a la que no deberíamos renunciar en nuestro país, que es la defensa de los logros del estado de bienestar y avance social conseguidos aquí.

Por eso, las recetas que sirvieron a Alemania -y cuyo buen funcionamiento está apoyado en la combinación de una base empresarial sólidamente entretejida, tecnológicamente avanzada, nacionalista y firmemente vinculada al estamento político,- poca aplicación tiene en un país bastante atrasado tecnológicamente, que desprecia la investigación y la cultura técnicas y en donde continuamente estamos redescubriendo debilidades, carencias, alumbrando nuevas vías sin cerrar las antiguas y tropezando a cada poco con inconcebibles descalabros financieros, adobado todo ello con el predominio de una clase política inculta, un pueblo reivindicativo sin mesuras y un empresariado incapaz de desprenderse, en general, de apetencias filibusteras y visiones de rentabilidad a corto plazo.

Es cierto que la España de las Autonomías, como detecta Donges, ha propiciado increíbles despilfarros, y que el gasto público ha tenido destinatarios no ya ineficientes, sino que han servido para crear espejismos de desarrollo: aeropuertos sin tráfico, inversiones sin futuro, gastos suntuarios, altos déficits estructurales, presupuestos amañados, cheques bebé sin otra aplicación que el beneficio electoralista, subsidios a sindicatos y patronales sin lógica social, etc. Y todo ello, adobado con un marco de presión popular para que se otorguen ventajas sin reparar en costes, huelgas salvajes, algaradas reivindicativas sin reparar en quién paga los platos rotos, etc.

Estoy de acuerdo también en que los problemas españoles tienen dos raíces bien detectadas: los desfases presupuestarios y el déficil exterior por cuenta corriente. El estado no ingresa suficiente y nuestro ansia de bienestar, unido a la falta de competitividad exterior, ha provocado el déficit de nuestra cuenta corriente, con un sobreendeudamiento soportado por acredores extranjeros.

Pero no puedo estar de acuerdo en que el modelo de solidaridad europeo se rompa, alegando que Alemania "ha hecho sus deberes" y ahora nos corresponde hacerlos a nosotros, y mucho menos puedo aplaudir los vaticinios de descalabro hacia la presunta política social del recién elegido presidente francés, Hollande (al que llamó "un Zapatero a lo galo").

Porque es cierto que la Unión Europea no funciona como una entidad solidaria, que los acuerdos de Schenken y la política económica comunitaria han beneficiado a Alemania y Francia y perjudicado a los países mediterráneos (inundados por una inmigración europea que no necesitaban y con la generación, cada vez más evidente, de cárteles dominantes en sectores estratégicos), aumentando las disparidades regionales y la frustración respecto a un proyecto común, recuperándose las exaltaciones nacionalistas y los desprecios a clases, posiciones políticas legítimas y nacionalidades "periféricas", a las que se atribuyen formas de pensar y vivir irresponsables.

(continuará)

 

En torno a las Jornadas de Exaltación de la Verdura de Tudela

Me da mucha pena que se mate a los animales para comérnoslos, pero me resisto a convertirme en vegano por la misma razón desvergonzada de todos los carnívoros: están muy ricos.

A lo que nunca llegaré -aunque, en estos tiempos, resulta más arriesgado que en otros afirmar que de un agua no beberé y hasta jurar que no hay relación directa genealógica con un cura desde que se admiten las pruebas de ADN incluso con cadáveres- es a lo que, desde hace ya casi dos décadas, se han encaramado los han llegado los tudelanos: la exaltación de la verdura.

Las verduras de Tudela (Navarra) tienen fama de ser las mejores de España, como también la tienen las de Nájera (La Rioja) y las de Aranjuez (Madrid). Habiendo sido tierra agrícola durante siglos, no es de extrañar que también tengan esa fama las de Lorca (Murcia), Lérida (Cataluña) y, por supuesto, las de la huerta del Narcea (Asturias).

En esto de las verduras, sucede, pues, lo mismo que con las vírgenes. Que cada pueblo quiere tener la suya y defiende que es la más milagrera.

Pero así como a las vírgenes se les puede, y debe (según creencias) exaltar, lo que, según el diccionario de la RAE, encajaría dentro de algunas de las acepciones de la palabra, no atino a ajustar el significado que cabría dar a la exaltación con lo que se puede hacer con las verduras, que están hechas para comérselas.

Me hubiera gustado encontrar, en lo mucho que se ha escrito sobre estas Jornadas dedicadas a la huerta de ese pueblo navarro, la explicación de porqué se están exaltando sus verduras, atribuyéndoles, pues, cualidades que corresponderían a los seres animados o, al menos, venerados por encontrarse por encima de los mortales.  

No hallo nada y me veo, pues, en la necesidad de improvisar. Quienes idearon esta celebración tuvieron que caer en el mismo sopor o arrebato incontrolable que quienes, al probar un guiso, encuentran que las manos que lo cocinaron debieron ser angelicales.

Expresiones, que todos hemos pronunciado alguna vez, tratando de ser amables, como "Esto me sabe a gloria" o, de forma más rebuscada (solo justificable, después de haber comido unas habas algo prietas en casa de la futura suegra)  "Después de comer esta fabada me siento transportado al paraíso", no son, en realidad, más que licencias.

Así que, mientras los tudelanos caen en el vicio pecaminoso de idolatrar a sus verduras, como paso previo a engullírselas -seguramente, con connotaciones que se podrían juzgar de sacrílegas-, los demás ensaltecedores de lo propio tendremos que esperar a que les pase el sofoco, metiéndonos entre pecho y espalda, como siempre en estas fechas, una menestra de esas que no se las salta un gitano.

Libros y ricos

Escribo esto el 23 de abril de 2012, en que se celebra el Dia del Libro. Las Bibliotecas Municipales de Madrid (que es donde vivo) regalan un libro, nuevo, a todos los que hoy se deciden a sacar otro de sus estantes.

No están los hornos para bollos, y la simpática bibliotecaria que me atiende, y a la que insinúo, cuando le/la felicito por la iniciativa, que "el Ayuntamiento está tirando la casa por la ventana", me replica de inmediato que "en absoluto, porque ése no tiene un duro. Los libros son todos de donación".

Así que, del montoncito que había sobre el mostrador he seleccionado uno relativo a la guerra de la Independencia, editado por la Comunidad de Madrid, y que es obra de tres autores muertos en olor de calidad: Alejo Carpentier, Blanco White y Pérez Galdós.

En realidad, ya tengo ese libro, pero me encuentro algo aturdido. Cuando volvía a mi despacho, después de haber recogido de un procurador el enésimo escrito y documentos de una de las partes contrarias a las que yo defiendo -siempre del lado de los pobres-, me he tropezado con una cola de personas que sobresalía de El Corte Inglés (en Goya), donde se ofrecía el género, como en todas las librerías en ese día memorable, con un 10% de descuento.

Pregunté a uno de los desocupados que aguardaban turno, y me respondió, tan solícito como ufano, que el acontecimiento mundial que perturbaba el ocio de estas buenas gentes era que estaba firmando el prolífico pensador César Vidal ejemplares de su último libro, que se titula algo así como "De lo divino y de lo humano. Las pasiones en la Biblia".

Hubiera creído que en los barrios tenidos por ricos de la capital de España, la gente anduviera preocupada por la Bolsa, ya que no por la sostenibilidad global o la caída del empleo ajeno. 

Pero no. Las calles del centro bullen de actividad a cualquier hora: parejas de señoras de buen ver entrando a saco en los comercios, ya sean de joyas como de ropa exterior; cafeterías en donde se cobra el café a tres euros sin sonrojo; tipos con cartera y aire de comerse el mundo entre cerveza y tapita de gambas, que van de un sitio hacia ninguna parte a ganarse los euros con que acomodar el qué dirán.

Y, encima,  pagan por los libros. Al menos, por alguno. Eso sí, aprovechándose que, con ocasión de la muerte de Cervantes y Shakespeare, dieciocho euros valen como  veinte un día al año en las librerías; qué importa que en las bibliotecas públicas, regalen resúmenes de Historia; eso es para los pobres.

Aunque para leer lo que cuenta César Vidal sobre pasiones de personajes que los judíos hicieron célebres gracias a la Biblia yo no pagaría ni un duro. Ya tengo bastante con leer los periódicos -físicos como digitales- sobre pasiones y vicios de algunos de mis contemporáneos, ésos que están protagonizando su remake (1).

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(1) Remake es una horrible palabra, de una lengua foránea, además, pero que forma parte del escaso acervo gramatical de la juventud actual, a la que dedico, como su defensor in pectore, este Comentario.

(R.A.E. remake. Anglicismo evitable que puede sustituirse por los equivalentes españoles (nueva) versión o adaptación, según los casos. Así, en «Esta película es un “remake” del cuento de Collodi» (Mundo [Esp.] 3.12.95) o «David Greene dirigió un mediocre remake televisivo de este clásico» (LpzNavarro Clásicos [Chile 1996]), pudo decirse versión o adaptación; y en «Tuvo la película [...] un enorme éxito, e incluso fue objeto, años más tarde, de un “remake”» (Abc [Esp.] 4.7.89), pudo sustituirse el anglicismo por nueva versión.)

Ante la convocatoria de huelga general en un momento muy particular

(Este Comentario fue escrito el 28 de marzo de 2011, pero no he podido publicarlo hasta el día siguiente, por problemas en el servidor del blog).

Nada que objetar, naturalmente, al ejercicio del derecho a la huelga, previsto en la Constitución Española como una forma de expresión y defensa de los intereses de los trabajadores.

Los convocantes han comunicado con suficiente claridad las razones que entienden les asisten para convocar la huelga y, como la reforma laboral que pretende el Gobierno está redactada y publicada en forma de Decreto Ley, existen elementos suficientes para que cada uno decida la posición a adoptar.

Estas son las mías: Como profesional autónonomo, he de valorar que acudir a la huelga, en su forma práctica, me supondrá tener que recuperar la tarea que eventualmente no haya realizado, en los días siguientes, y, como trabajo con plazos muy cortos, seguramente lo deberé hacer ya al mañana mismo; como es probable que muchos de mis clientes no secunden la huelga, debo estar a su disposición también durante la huelga; y, desde luego, no voy a protestar contra mí mismo -soy un autoexplotado- ni preveo que en los próximos años mi carga de trabajo disminuya. Cuando no tengo tarea para un cliente, me la invento para preparar el futuro.

Si me faltan las razones personales, me sobran, en cambio, las generales. No estoy a favor de la reforma laboral, pero porque la considero parcial, peligrosa en sus efectos e injusta en sus planteamientos.

Por una parte, porque, como conocedor del mundo laboral, desde muy diversos ángulos, he comprobado que existen muy diferentes tipos de empresarios y de trabajadores, y es un error tratarlos a todos con el mismo rasero.

No es igual ser empresario de una gran empresa que de una pyme. No es lo mismo estar involucrado en la gestión de hoz y coz que hacerlo a través de unos directivos a los que se les paga y entregan sustanciosos bonus para rentabilizar, como sea, las actividades empresariales.

No se puede juzgar de forma idéntica al trabajador que se entrega, con lealtad, a la empresa u organismo que le emplea, y el que está solo obsesionado en escabullir el bulto, fingir enfermedades, alcanzar el mínimo de días de cotización para irse al paro, ni, mucho menos, equipararlo con el que, creyendo que el empresario es un ladrón, le roba horas y material para emplearlo en su propio beneficio.

Estoy a favor de conceder mayor libertad a los empresarios para conseguir la rentabilidad de las empresas en las que tienen invertido su capital y esfuerzo personal y, en esa línea, me parece lógico que no se les obligue a asumir la carga económica que supone un exceso de fuerza laboral inefectiva, y que comprometa, por tanto, la viabilidad de los proyectos.

Pero también apoyo la urgente necesidad de involucrar más al personal en la gestión y en el control de los resultados, del reparto de beneficios, de las inversiones que se efectúen y de la plasmación de las líneas de futuro.

Necesitamos unos sindicatos y unas organizaciones laborales que no solo se contenten con ejercer posiciones reivindicativas, abandonando definitivamente la opción de ver al empresario como explotador y ejerciendo, con conocimiento y seriedad, el papel de colaboradores eficaces en la empresa.

Algo debe cambiar también entre los empresarios, especialmente en los que representan la cúpula de las organizaciones empresariales, porque son mayoría -en mi opinión- los emprendedores que actúan de forma entregada y honesta con sus empresas, que tienen preocupación como los primeros por mantener los puestos de trabajo y que se empeñan, con dineros y con sus esfuerzos, en viabilizar sus negocios, y que no siempre cuentan con la comprensión y apoyo de –todos- los trabajadores.

Hay mucho que discutir, con claridad, con espíritu de colaboración, a nivel de empresa, y no se resuelve, desde luego, con huelgas ni gritos en la calle. Ni con leyes impuestas desde el Gobierno.

Eloy Alvarez Pelegry, académico en la RAI

Eloy Alvarez Pelegry es un ingeniero de minas ovetense que el 27 de marzo de 2012 leyó el Discurso de toma de posesión como académico en la Real Academia de Ingeniería española.

Eligió para la ocasión un tema de amplio espectro: "Energía, tecnología e ingeniería", que liquidó con solvencia, aunque sin entrar en mayores honduras. Seguramente no le pareció al conferenciante que era el caso de poner sobre el tapete, en ese acto bastante íntimo -como son los de la muy apacible Real Academia-, las complejas interrelaciones entre esas tres entidades, de las que Eloy es un buen conocedor.

Otro ingeniero de minas, José Luis Díaz Fernández, académico supernumerario, glosó su currículum en un breve discurso de bienvenida.

La Real Academia de Ingeniería es una Corporación de moderna creación (lo fue por R.D. 859/1994), formada teóricamente para "fomentar la ingeniería española", y en la que se integran personalidades procedentes de las distintas ramas de la ingeniería, hasta alcanzar un número máximo de 60 académicos numerarios; cuando un académico alcanza los 75 años, pasa a la posición de supernumerario.  

Por cierto, que viendo la relación de académicos, advierto que no todos son ingenieros (hay arquitectos, químicos y hasta una filósofo), lo que me hace suponer que la promoción de la ingeniería la realizarán por afectos sobrevenidos.

Estuve presente, junto con varios miembros de la familia de Eloy, algunas decenas de académicos y varios compañeros y amigos del nuevo académico; incluso me tomé una copa en el cóctel posterior, tan austero como el propio acto principal, y recogí al salir el texto impreso de la conferencia, que será cuestión de leer con más calma, para poder glosarla en otro comentario.

Del acto mismo, poca historia cabe hacer. Concebido con un aire un tanto rancio, los académicos vestían chaqué; incluso se nos indicó al público asistente que deberíamos ir con traje gris, además de haber tenido que anunciar previamente la aceptación de la invitación para asistir.

Díaz Fernández resaltó en su alocución que Eloy será el único ingeniero de minas de entre los académicos de número, carrera que en ese momento no estaba representada en el selecto grupo, al haber superado la edad máxima los académicos de esa profesión que ocuparon las medallas (además del propio Díaz Fernández, Emilio Llorente, Adriano García-Loygorry y José Ramón Irisarri Yela).

Que la incorporación de Eloy Alvarez Pelegry ayude a la reactivación de la Corporación, a prestigiar a los ingenieros y, más en concreto, a los que estamos ejerciendo la profesión de ingeniero de minas. Su reconocimiento académico como el compañero de mayor prestigio de entre los que tenemos esa titulación debe llenar de satisfacción a él y a los que le apreciamos.

Hay que darle también la enhorabuena por haber superado esa otra carrera de obstáculos, nada académica, que supone avanzar hasta esa posición relevante superando las presumibles envidias, reticencias, zancadillas y otras malignas artes humanas de quienes se especializan en oponerse, negando a quien destaca, acreditar suficientes méritos.

Por fortuna, de vez en cuando se asiste a la demostración de que coinciden distinciones y merecimientos, y aquellas llegan aún con plena vitalidad, no en homenajes póstumos.

 

El Tribunal Supremo ratifica la no obligatoriedad general del visado de proyectos

El Tribunal Supremo, por su Sentencia del 9/03/2012, ha desestimado las pretensiones del Consejo Superior de Colegios de Ingenieros de Minas de reconocer que todos los proyectos que realicen estos profesionales afectan a la seguridad de personas y que, por ende, deben ser incorporados a la relación del RD 1000/2010, que enumera aquellos trabajos que deben ser obligatoriamente visados.

Aunque no tengo a la vista más que el texto que afecta a los ingenieros de minas, el tenor de la Sentencia -cuyo ponente fue el magistrado José Manuel Bandrés- me permite asegurar que todas las demás reclamaciones de otros Colegios profesionales -particularmente, los de ingeniería- serán ventiladas con idénticas conclusiones.

Es decir, no será necesario visar los proyectos, en general, y, con ello, se cierra definitivamente -a salvo que se modifique el RD citado- la posibilidad de estos ingresos, que representaban una parte sustancial -más del 50% en todos los casos- de los ingresos de los Colegios y que estarían llamados, por tanto, a una profunda reconversión o a desaparecer.

La Sentencia del TS me parece magnífica (lo que no quiere decir que no me duela, como miembro de la Junta directiva del COIMCE) y, contrariamente a lo que pudiera tender a expresarse desde una posición de defensa temperamental de posiciones, excelentemente fundamentada.

No estoy con ello haciendo la pelota al alto Tribunal (para lo que le iba a importar a sus doctos magistrados), desde luego, sino destacando que la Sentencia pone el dedo en la llaga en las profundas contradicciones con las que se ha desenvuelto la apacible e inconsciente (por lo letal) vida de los Colegios profesionales y, en nuestro caso, del Consejo Superior de Colegios.

Pasando por alto el análisis detallado de las seis pretensiones anulatorias del RD 1000/2010, esgrimidas por la representación letrada del Consejo Superior de Ingenieros de Minas, (algunas traídas por los pelos, en mi opinión), y que el alto Tribunal se pasa por la piedra de su sabiduría incontrovertible, y que sería motivo de charla con chocolate y churros entre juristas de pelaje jurídico-político, las claves de esta Sentencia se encuentran ya todas en otra anterior, recaída en el recurso 408/2010, del 31 de enero de 2012, y que la nueva cita a placer.

El punto capital del razonamiento el TS, en cuanto afecta a la sustancia material de lo debatido se encuentra en el rechazo a la pretensión de que el RD 1000/2010 infringiría el principio de prohibición de la arbitrariedad.

No le importa al TS que la Ley 25/2009 haya hecho una transcripción de la Directiva 2006/123/CE incorporando medidas que no venían obligadas por ella. Es decisión del Poder Legislativo y ejercicio de su autonomía.

No pueden los Colegios profesionales por sí mismos imponer la obligación de visar los trabajos (y no encuentra contradicción con el art. 13 de la Ley 2/1974, cuya hipotética inconstitucionalidad nadie ha denunciado), sino que ahora ha de venir solicitado el visado por los clientes o impuesto por un R.D. Y no le parece al TS que este cambio sea arbitrario puesto que (y aquí copio, sintetizando mucho, los razonamientos de la alta magistratura): a) porque "el visado colegial se reduce a meras constataciones de carácter formal y de ningún modo abarca los aspectos esencialmente técnicos o facultativos de las actuaciones a él sujetas" y b) puesto que el visado no controla ni la corrección material ni la calidad técnica de los trabajos, y aunque "sí existe una relación de causalidad directa entre el trabajo prfoesional y la afectación a la integridad física y seguridad de las personas", por eso "se confía su ejecución a personas debidamente formadas y especializadas en las respectivas materias, que asumen por sí mismos la responsabilidad correspondiente". (la letra bastardilla la incorporo yo al texto)

Más claro, el agua. Cogidos en la propia trampa de la inactividad colegial. Como lo vengo advirtiendo desde hace muchos años, no se si debo de aplaudir la perspicacia de los magistrados del TS en descubrir los agujeros del vestuario de los Colegios técnicos, o si lamentar el que tanta inteligencia y comprensión se hayan concentrado en este aspecto misérrimo de una actividad profesional que algunos venimos tratando de cambiar, utilizando los pocos mimbres que teníamos al alcance, para hacerla realmente útil a la sociedad y a los colegiados paganinis, o si, finalmente, lo que debemos todos entender es que ha llegado la hora del doctrinario más perverso, a saber: que a quien Dios se la dé, san Pedro se la bendiga; y que a falta de pan, buenas son tortas; y que el que no llora, no mama; y que a perro flaco todo se le hacen pulgas; y que el que tiene padrino, se bautiza; y que...