Ante la convocatoria de huelga general en un momento muy particular
(Este Comentario fue escrito el 28 de marzo de 2011, pero no he podido publicarlo hasta el día siguiente, por problemas en el servidor del blog).
Nada que objetar, naturalmente, al ejercicio del derecho a la huelga, previsto en la Constitución Española como una forma de expresión y defensa de los intereses de los trabajadores.
Los convocantes han comunicado con suficiente claridad las razones que entienden les asisten para convocar la huelga y, como la reforma laboral que pretende el Gobierno está redactada y publicada en forma de Decreto Ley, existen elementos suficientes para que cada uno decida la posición a adoptar.
Estas son las mías: Como profesional autónonomo, he de valorar que acudir a la huelga, en su forma práctica, me supondrá tener que recuperar la tarea que eventualmente no haya realizado, en los días siguientes, y, como trabajo con plazos muy cortos, seguramente lo deberé hacer ya al mañana mismo; como es probable que muchos de mis clientes no secunden la huelga, debo estar a su disposición también durante la huelga; y, desde luego, no voy a protestar contra mí mismo -soy un autoexplotado- ni preveo que en los próximos años mi carga de trabajo disminuya. Cuando no tengo tarea para un cliente, me la invento para preparar el futuro.
Si me faltan las razones personales, me sobran, en cambio, las generales. No estoy a favor de la reforma laboral, pero porque la considero parcial, peligrosa en sus efectos e injusta en sus planteamientos.
Por una parte, porque, como conocedor del mundo laboral, desde muy diversos ángulos, he comprobado que existen muy diferentes tipos de empresarios y de trabajadores, y es un error tratarlos a todos con el mismo rasero.
No es igual ser empresario de una gran empresa que de una pyme. No es lo mismo estar involucrado en la gestión de hoz y coz que hacerlo a través de unos directivos a los que se les paga y entregan sustanciosos bonus para rentabilizar, como sea, las actividades empresariales.
No se puede juzgar de forma idéntica al trabajador que se entrega, con lealtad, a la empresa u organismo que le emplea, y el que está solo obsesionado en escabullir el bulto, fingir enfermedades, alcanzar el mínimo de días de cotización para irse al paro, ni, mucho menos, equipararlo con el que, creyendo que el empresario es un ladrón, le roba horas y material para emplearlo en su propio beneficio.
Estoy a favor de conceder mayor libertad a los empresarios para conseguir la rentabilidad de las empresas en las que tienen invertido su capital y esfuerzo personal y, en esa línea, me parece lógico que no se les obligue a asumir la carga económica que supone un exceso de fuerza laboral inefectiva, y que comprometa, por tanto, la viabilidad de los proyectos.
Pero también apoyo la urgente necesidad de involucrar más al personal en la gestión y en el control de los resultados, del reparto de beneficios, de las inversiones que se efectúen y de la plasmación de las líneas de futuro.
Necesitamos unos sindicatos y unas organizaciones laborales que no solo se contenten con ejercer posiciones reivindicativas, abandonando definitivamente la opción de ver al empresario como explotador y ejerciendo, con conocimiento y seriedad, el papel de colaboradores eficaces en la empresa.
Algo debe cambiar también entre los empresarios, especialmente en los que representan la cúpula de las organizaciones empresariales, porque son mayoría -en mi opinión- los emprendedores que actúan de forma entregada y honesta con sus empresas, que tienen preocupación como los primeros por mantener los puestos de trabajo y que se empeñan, con dineros y con sus esfuerzos, en viabilizar sus negocios, y que no siempre cuentan con la comprensión y apoyo de –todos- los trabajadores.
Hay mucho que discutir, con claridad, con espíritu de colaboración, a nivel de empresa, y no se resuelve, desde luego, con huelgas ni gritos en la calle. Ni con leyes impuestas desde el Gobierno.
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