Al socaire: Póngase a la cola
La teoría de colas me ocupó profesionalmente en los tiempos en que yo trabajaba en el Departamento de Investigación de Operaciones, de un complejo siderúgico muy apañado, que entonces se llamaba Ensidesa (cuyas dos primeras letras correspondían al acróstico de empresa nacional). Sus restos, requetetransformados hasta casi la miniatura, han sido engullidos sucesivamente por peces más grandes y son teledirigidos hoy desde un lugar remoto de la India o de Estados Unidos, por una familia que se apellida Mittal y que, por lo que han pagado, se diría que le ha encontrado el punto a los temas controvertidos de la rentabilidad y al carácter si estratégico o trivial del acero.
Aquellas colas que entonces me centraban la atención eran bastante prosaicas, que se puede traducir aquí, sin ofender a nadie, como ingenieriles de andar por casa. Las formaban, por poner un decir, los torpedos que servían para repartir el arrabio entre las factorías de Avilés y Veriña, mientras esperaban para vaciarse ante los convertidores LD; o las provocaban los camiones en donde descargaban la caliza los dumpers de la cantera del Naranco, y que luego tenían que subir la cuesta de la Miranda, causando más colas, éstas de vehículos "ligeros"; o eran las de los desbastes que se amontonaban para ser recalentados a la temperatura idónea de laminación a la entrada del semicontinuo.
Yo hacía simulaciones de estas y otras colas con un programa americano para Propósitos Generales, muy versátil y apañadito, que me permitía ocupar mi tiempo laboral y hacer méritos. También me provocó, como daño colateral, desconfiar de la capacidad de los técnicos de proceso de datos para que no se les saltara alguna ficha perforada de la interminable secuencia de fichas a que obligaban aquellos programas de la edad de piedra informática. Pero, para mi satisfacción juvenil, aquellas colas simuladas me servían para realizar decenas de informes prácticamente ininteligibles y con varias páginas, que, tengo entendido, llegaban hasta la Dirección General.
Aunque para esto ya no utilizaba ningún simulador, eran igualmente objeto de mi atenta observación las colas que formaban los trabajadores (entonces se llamaban productores) que aguardaban a que el reloj marcase la hora en punto para fichar su salida de la fabricona. De esas situaciones hacía chistes en las hojas de mi almanaque Mirga y alguna vez incorporé un comentario cáustico sobre el asunto en mi semanario irreverente El Lucero de Ensidesa, de muy restringida difusión.
Las colas que hoy traigo aquí, más de treinta años después, son de facturas actuales y de creación moderna, por más que sus protagonistas sean españolitos de todas las edades. Se generan a diario en nuestro entorno, y las convoco en este cuaderno porque, como las que yo estudiaba cuando ingeniero recién destetado, se me antojan igual de evitables, con planificación y medios adecuados. No me refiero a la manera conocida y utilizada por algunos privilegiados para saltárselas, ésos que conocen al policía de la entrada, son primo-hermanos del director del Hospital General o se han hecho amigos de la funcionaria que extiende los visados de extranjería. No, estoy convencido de que si los responsables de cada lugar en donde se forman colas se propusieran eliminarlas, y si tuvieran más respeto por el tiempo y el dinero que se pierde con ellas, la mayoría se esfumarían.
En estos días, he sufrido muy variopintas colas. Me voy a referir solo a algunas de ellas. He tenido que renovar el carnét de identidad, y tuve que aguantar a la intemperie, con otros cientos de ciudadanos en igual necesidad, más de tres horas de espera, ante las oficinas de la Policia Nacional -omito el nombre de la dependencia, para no centrar mis iras sobre ella, ya que he podido comprobar que el mal es general-, mientras decenas de uniformados pululaban sonrientes y jacarandosos de aquí para allá sin aparente destino. Cuando fui admitido, número en ristre, tuve acceso a una sala vacía, y muy bien calefactada, en donde una señorita, con exquisita amabilidad, me atendió en solo dos minutos. Todo lo que había que hacer conmigo como con la inmensa mayoría de los que esperamos horas, era confirmar nuestros datos, manchar nuestro dedo índice de la mano derecha con tinta (comprobando así que nuestras huellas eran las mismas que hace diez años) y darnos un papel-resguardo para que recojamos el nuevo carnet...en un mes.
Otra cola. He tenido que recoger varios sobres certificados, porque, al parecer, el repartidor de Correos de mi zona prefiere rellenar al papel diciendo que no estoy en casa, en lugar de molestarse en tocar al timbre y subir a entregarme la correspondencia, y allí estaba, independientemente de la hora del día, la correspondiente cola, aguardándome. Las vicisitudes que demoraban lo indecible el proceso de entrega variaban, en este caso, desde la búsqueda infructuosa de algún paquete, la parada para el desayuno del único atendiente, o la inadecuada cumplimentación de los requisitos para recoger el certificado por parte de alguno de los predecesores en la cola.
También hice colas para pagar en el supermercado Día (en plena política de ahorro de personal), para salir del centro comercial de Alcobendas con el coche (nadie se movía durante horas), para entrar en el metro (Sol y Opera, con puñetazo a un joven que intentó colarse por parte de un guarda teóricamente de seguridad), para visitar el Belén de la plaza de la Villa, para ver la exposición de Sorolla-Sallent (mereció la pena), para que me atendieran de un esguince en el ambulatorio que me correspondía (desistí), para... Algunas de ellas, lo fueron porque me apeteció; en otras, adiviné la mano de la falta de planificación; en muchas, culpabilizo a una Administración Pública con mal control, desmotivada y sin autocrítica.
Estoy hasta el gorro de las colas. Siempre encuentro en ellas a las mismas personas, además. La pareja que se queja de lo mal que funciona el gobierno de turno (hoy Zapatero, ayer Aznar, mañana quién lo sabe), el niño incontinente, el trío que acaba de descubrir que son gallegos, la joven que volverá mañana, el anciano cojo al que no dejarán colarse, el aprovechado que me pide que le guarde la vez mientras va a otros asuntos...Cuando llevo dos horas en la cola me convierto en un funcionario ejemplar: indico cuál es el tiempo de espera aproximado, lo que hay que hacer en cada vicisitud, la ventanilla adecuada, los impresos necesarios.
Deberían pagarme por mis esfuerzos ciudadanos para mejorar el humor de los que guardan cola. Dinero no va a faltar. He calculado, por ejemplo, y solo para el DNI, que si 30 Millones de españoles renuevan cada 10 años su carnet y se les hace perder en media unas tres horas, esos 9 Millones de horas anuales corresponden, al menos, a unos 100 Millones de euros/año, que darían para crear unos 5.000 puestos de trabajo estables. Sin contar con los que se crearían si consiguiéramos echar a todos los funcionarios incompetentes, indolentes, malhumorados, incomprensiblemente extresados o enchufados cuando su partido estaba en el gobierno o su papá tenía mano en algo de la Administración.
(texto del dibujo, realizado en Hoja de almanaque Mirga el 30 de enero de un año de los 70, y que representa una cola de productores, con su ficha en la mano, esperando que el reloj marque la hora para fichar la salida del trabajo: "Dicen que en el extranjero fichan cuando les sale del pito y asi evitan aglomeraciones". "¡Toma!. Como nosotros a la entrada"
Otro: "Me realizo en esta cola" "Yo me meo"; Se ven al fondo unos individuos que ya ficharon, corriendo hacia los coches en marcha en donde algún compañero les espera -y por el que han fichado- gritando: "¡Vooooyyy!")
2 comentarios
Administrador del blog -
Las colas que me enervan muy especialmente son las que se producen por la evidente mala planificación del que ofrece el servicio: poco personal, vacaciones otorgadas sin tener en cuenta el servicio, incompetencias...
Y las que me exasperan son las provocadas -¿adrede?- por funcionarios que no tienen consideración hacia el que aguarda a que le atiendan. Ni perdonan la pausa del bocadillo, ni se permiten unos minutos extra, ni ocultan su desfachatez paseándola ante las filas de pacientes ciudadanos que, no solamente pagan sus sueldos, sino que les sitúan en un pedestal de respeto que no siempre merecen.
albert -