Al pairo: Cultura de la convivencia y Justicia por la mano
Hay días en que podría parecer que los pacíficos, pese a ser clara mayoría, lo tenemos cada vez más crudo. Porque uno mira la prensa y cunden los ejemplos de gentes de variados pelajes que se animan, solos o en compaña, a tomarse la justicia por su mano. Otros casos de aprendices de legisladores-jueces y verdugos, todo en un paquete, ni siquiera trascienden a los media. Los padecemos, más o menos en silencio: son los que no respetan el ceda el paso o el turno de la cola, los que ponen petardos para festejar que un equipo ganó cualquier liguilla, o nos plantan un ascensor cortando vigas y forjados comunitarios porque se les antoja que así dan mejor servicio a su clientela. Son solo unos ejemplos, por supuesto.
El día de fin de año, este impulso desordenado, anárquico, que nada tiene que ver con la educación y si con los bajos instintos del ser humano, floreció en varios sitios. No hace falta ser un lince para atribuir a las libaciones de alcohol el descarrío incontinente de tan improcedente conducta justiciera, no por ser adoptada en colectivo menos reprobable que cuando se administra en solitario.
El ejemplo más sobresaliente en nuestras tierras fue el de Villaconejos, que fue capaz de desorganizarse en una turba de unos 400 individuos para pasar a cenizas las pertenencias de la familia de un fulano que los importunaba, según dicen, amedrentándolos con sus bravuconadas y, además, se iba a veces sin pagar su consumición en el bar del pueblo. Después de manifesarse unánimente contra ETA, pedir a ZP que dimita y desearse felicidad para el año que estaba a punto de comenzar, se fueron, aprovechando que estaban ya agrupados, a la casa del foráneo. Hubo disparos, intervención permisiva de la Guardia civil y abstención total de los bomberos, a quienes los vecinos jueces no dejaron pasar más que para mojar los rescoldos.
No faltaron en el pueblo de los buenos melones (vegetales) las declaraciones incongruentes del alcalde, enterado porque su hijo le fue con el chivatazo de que la juventud preparaba una gresca en represalia por las actitudes del bravucón. ¿Quién era este?. El personaje que provocó tanto encono era un malhumorado ex-presidiario, con almorranas por seguro, que a pesar de llevar unos cuantos años en el municipio, no había conseguido evidentemente integrarse en el pueblo y que, por la enumeración de todo lo que les quemaron, debía ser él o su familia persona de cierto estándin, porque tenían varios coches, motos y otros aparejos. "Si nos preguntan, diremos que hemos sido todos juntos", aclaran ahora los vecinos. Fuenteovejuna, esta vez, sin objetivos.
Tenemos en España una indudable tradición de dejar las cosas en el sitio que más queremos, saltándose las reglas, que algunos no quieren que se acabe. Florecen por ello grupos de individuos que, al abrigo de los más variopintos argumentos, quieren torcer las leyes y procedimientos previstos, para ahorrarse todo esfuerzo, en especial el de razonar, y así llegar por la brava a la conclusión que les beneficia, administrando la verdad.
La mayor lacra que en este momento vive entre nosotros, comiéndonos esencia, tiempo y ganas, alimentada por la cerrazón de creerse en posesión de la verdad y, en puro desatino, con autoridad para matar como les venga en gana, es ETA. Ese grupúsculo de visionarios de lo que conviene -dicen- a su pueblo y no quieren darle a los que no pertenecen -dicen- a su árbol genealógico ficticio, pretenden que a base de colocar bombas que causen mucho daño y -por favor, que nadie dude, sin pretenderlo ellos- hasta provoquen unas cuantas muertes, van a alcanzar sus objetivos. A fuerza de matar y violentar, defienden estos delincuentes de la peor estopa que los pacíficos les acabaremos otorgando la razón.
Ya me imagino cómo sería el mundo ideal perseguido por los elementos integrantes de la banda terrorista. Cualquiera que crea tener razón en algo, quedaría autorizado sin problemas a poner una bomba bajo el coche del que le importune; da igual que sea el maestro que haya suspendido a su juvenil retoño, o el jefe que se resista a subirle el sueldo. Las diferencias se ventilarán a bofetadas o a machete, y, si algún vecino se insolenta, no hay que dudar en quemarle la hacienda, con la familia dentro, a ser posible, para que aprenda por siempre jamás.
En Villaconejos, en donde hasta ahora eran conocidos por cultivar los mejores melones del mundo, ya se han declarado partidarios de tomarse la justicia por su mano. Las cosas de los Tribunales van para ellos muy despacio, las fuerzas del orden son unas timoratas, y los bomberos solo tienen sentido para apagar los fuegos cuando ardan las casas de los que juzgan, no de presuntos ni sospechosos ni implicados.
Hay, salvando las distancias, un cierto parecido con las pretensiones de los villaconejinos y los etarras: el juego democrático, en este caso, se les antoja lento e inútil a la banda terrorista. Como tienen razón sin paliativos, no encuentran problemas en ir por el atajo de las bombas y pistolas. Ellos ponen las normas.
Como otro hatajo los veo, y bien pongo la hache: de cobardes. La cultura de la convivencia tiene otros valores.
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