A barlovento: Héctor Perea nos trae a Alfonso Reyes de nuevo a Madrid
Un poco antes de comenzar la presentación de la Exposición homenaje a ese polifacético universal que fue Alfonso Reyes (1889-1959), algunos empleados del Instituto Cervantes, en la sede principal de Madrid, estaban dispuestos a organizar una cacerolada, reivindicando estabilidad en el empleo. Se trataba de un mensaje dirigido a la ministra Carmen Calvo, que presidiría el acto, quien, hábilmente conducida por manos discretas, entró por otra puerta al edificio.
Como alguien del grupo mexicano comentó que "deberíamos haber contratado a unos mariachis", y unos pasos más arriba, a la entrada del metro de la Puerta del Sol, convertida como se sabe en sucedáneo cutre del Zócalo, justamente había varios músicos ataviados de tales, yo traigo aquí la foto para ilustrar mi comentario y darles gusto tardío, eso sí, dentro del mayor respeto y cariño hacia mis amigos del otro lado del charco, aunque, huelga decir, de la misma orilla de la afición por la cultura.
Ninguna circunstancia exterior podría empañar el trabajo serio del comisario de la Exposición, el brillante periodista Héctor Perea, que preparó una recopilación -diría él- en tres ejes: a) la parte literaria, tan fecunda; b) su vida como embajador, hombre público y -con recuerdo inolvidable para muchos- protector de tantos exiliados españoles, huídos del hambre y del recor que nacían de la guerra y la posguerra inciviles; y c) su afición como coleccionista de arte, siendo el óleo de Diego Rivera sobre la Plaza de Madrid, "el mejor de todos", al decir del profesor Perea. A mí me gustó, además, el fundido que Maru Santos hizo de Reyes, con las manos cruzadas para apoyar la barbilla, y que estaba expuesto enfrente de varias reproducciones de fotos familiares
Por la tarde, en una mal llamada mesa redonda -porque allí solo hablaron los ponentes-, pero que rezumó de erudición, se recordó al gran poeta Alfonso Reyes desde muy diversos ángulos. La parte cercana, emotiva, estuvo muy bien presentada por la nieta del homenajeado, Alicia Reyes, escritora ella misma, y directora de la Capilla alfonsina, que estaba flanqueada por su hijo Philippe Marcillac, experto en restauración (me apetece decir: moi, non plus; Philippe, que es sabio, me perdonará la gracia).
Gabriel Rosenzweig, jefe de la Cancillería en la embajada de México en España, repasó la extensa bibliografía del ilustre, y luego, Sealtiel Alatriste (director de Literatura de la Universidad Autónoma de México) y Javier Garcíadiego (Presidente del Colegio de Médicos de Nuevo León) pusieron luz, con buen tono vital y algunas anécdotas, sobre ese gigante, demasiado desconocido en España, que es Alfonso Reyes.
Carmen Calvo había dicho por la mañana, en palabras sencillas, exhibiendo memoria, que con esta Exposición-Homenaje se compensaba un olvido de 30 años a una persona de gran dimensión humana, política y literaria, que fue puente entre las culturas española y mexicana, desde una inmejorable comprensión de ambas. Estaba acompañada por Trinidad Jiménez ("ex-proto-alcaldesa de Madrid"), Sergio Sela (presidente de Conaculta, que recitó un soneto de Reyes compitiendo así en memoria con la responsable de cultura) y mucha gente más, en esas categorías inevitables en los actos públicos de admiradores, estudiosos, lectores, amigos, curiosos, despistados y transeúntes. Héctor Perea estaba radiante, contento de haber puesto una plataforma para que se lucieran otros. Así es el personaje.
Contaba Alicia Reyes que cuando sus abuelos, recién llegados a Madrid, contemplaban un escaparate, alguien se acercó para piropear a Manuela, que era bastante más alta que el ilustre. "¡Guapa y reguapa!", le dijo. El molestado embajador (poeta, sobre todo, poeta) se dirigió al importuno, exigiéndole disculpas. Pero no consiguió mucho: "Repito: Usted, guapa y reguapa. Y en cuanto a usted, !a crecer, amigo¡".
Como Héctor tenía que hacer el rendez-vous con la ministra y la secretaria de Relaciones Exteriores, y la gente de Nuevo León y del Cervantes, se me concedió un almuerzo inolvidable con Carmen Carrión (esposa del Comisario, como él es esposo de la Secretaria General Ejecutiva del Comité Norte de la Comiisón Mexicana de cooperación con la Unesco), Rufina Moreno y Lola Martínez, en donde estuvimos recordando o reinventando, que ya no sé, cosas de Oaxaca, de Monterrey, de Granada, de Oviedo, y repasando gracias y desgracias de los amigos comunes. Utilizando, en fin, lo mucho que nos une a lo que no hemos perdido, qué va, la capacidad de mirar hacia delante sin tropiezos a la espalda.
Por días como éste merece la pena darle cuerda al vivir y al gusto de dejarse hacer amigos. Qué ratos. De pronto me vino a la memoria aquello de "¿Vós le hablás al Sr. Ministro de tú?. Pós hablále de mi", que era un chascarrillo que le escuché a Oteiza , mira que pasaron años, en San Angel Inn. En esa cena, me acababa de enterar que era el cumpleaños de Adriana Alanis de Peñaloza, y, sin otra cosa que regalarle, le puse en las manos "Absueltos de todo don", con una dedicatoria por lo que me permití flirtear acerca del futuro, ese pozo sin fondo. El embajador me comparó en un momento con Alfonso Reyes, y yo, aparentando estar escandalizado pero henchido de satisfacción, simulé pedirle perdón al autor de Visión de Anagua , en nombre de todos, argumentando que no le llegaría al tacón de la bota entachuelada.
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