Editorial de Entiba: Tacones más cercanos
Este Editorial de Entiba, del que es autor el Administrador de este Cuaderno, fue publicado en marzo de 1995. No estoy desempolvando viejos escritos de mi Baúl de los recuerdos (aunque podría...e incluso debería). Pero me gusta ofrecer a nuevos lectores aquellas ya añejas reflexiones. Los 50 Editoriales que escribí en su momento, durante varios años, para la revista del Colegio del Noroeste de Ingenieros de Minas de España, fueron recopilados por mí en un Libro que, propuesto para su publicación como testimonio de una época, nunca alcanzó más difusión, porque mis colegas de la nueva Junta desestimaron la sugerencia.La sociedad viril no se acostumbra: después de años de mirarlas a las piernas, se resiste a reconocerles su mérito principal en la cabeza. Nuestra tribu humana se fue preparando durante siglos para el dominio de los hombres, quizá porque corrían más, eran algo más fuertes y, sobre todo, no parían hijos y, en consecuencia, no tenían porqué cuidarlos.
Con ese frágil núcleo, creció el mito de unos seres más sanos, inteligentes y robustos: con la pierna quebrada, las mujeres fueron consideradas más débiles, más frágiles, más tontas.
Así se tejió una tradición de sutiles menosprecios, repartos no acordados de labores supuestamente más recias y más blandas, subordinaciones obligadas por el que maneja el dinero, cuentos nada inocentes acerca del macho que trabaja duro, bebe, fuma y controla el mundo exterior por pertenecer al clan de los más fuertes, frente a la hembra frágil, religiosa, austera, que se rodea de hijos que la quieren como santa pero ignora cómo sobrevivir más allá de las cuatro paredes de la casa.
Presos ambos sexos de estos condicionandos históricos, todavía andan las unas defendiéndose a golpe de cuotas obligatorias, luchando por entrar en la mina y en la cabina del piloto, trabajar de noche, hacer la mili. Aún están los otros paseando estadísticas acerca del tamaño de su cerebro, despreciando la sensibilidad como miseria, ofendiendo con chistes procaces y alarde de fuerza bruta.
El juego es algo tonto: unas se empeñan en pequeños logros que tienen un carácter más simbólico que efectivo; y la sociedad viril obliga frecuentemente a las mujeres a pagar el peaje de aparecer más varoniles para reconocerles su valor: no es ya infrecuente ver una cohorte de sonrientes mujeres arrastradas a su triunfo en torno a un varón rampante al que deben crédito, estima, admiración, esencia.
Pobres víctimas de la seducción efímera del poder de algún ególatra. No se engañe nadie, sin embargo. La situación está perdida para los que creen como un axioma en el predominio del varón sobre la hembra. Se multiplican los ejemplos de mujeres que compiten con éxito en las aulas, asumen sin fallo puestos de responsabilidad, ocupan las primeras posiciones en la promoción, en la política, en la cátedra o en la judicatura.
Por mucho que la sociedad viril recele de ellas, por más que subsistan quienes sigan únicamente mirándolas como objetos o valorando su contoneo y vaciando de contenidos espirituales su belleza, ellas acabarán encontrando un valor de mercado a sus cerebros, se cotizarán por sus ideas y no sólo por sus formas. De la misma manera en que, liberadas de prejuicios, están confesando que, además de la inteligencia de sus interlocutores, son capaces de apreciar su encanto físico, su simpatía, su sensibilidad y sinceridad, mucho más que el monolito frágil de su pretendida resistencia.
De entre todas las mujeres, queremos destacar, como peculiares heroínas de la batalla por reinvindicar una posición de igualdad a la mujer, a nuestras compañeras de profesión, las ingenieras de minas. Fueron alumnas y compañeras de un mundo especialmente machista. Aguantaron estoicamente en las primeras filas de las aulas, consiguieron hacerse un hueco de igualdad entre los colegas de sus cursos, tuvieron tal vez que rendir un poco más para hacerse acreedoras a la distinción del aprobado o el sobresaliente.
No contaron con mucho apoyo de sus casas, en donde se las veía como a chicas raras que desaprovechaban su capacidad para estudiar carreras de letras, dedicarse a la abogacía o preparar unas buenas oposiciones a cátedra de instituto. Consumieron muchos fines de semana estudiando para ser las mejores, mientras no faltaba quien les insinuaba que se les iba a pasar la hora de encontrar novio, quemándose las cejas.
Con el título en la mano, tienen que seguir demostrando cosas que sólo les competen a ellas. Soportan que sicólogos aficionados les pregunten acerca de su capacidad para mandar obreros, resolver situaciones imaginariamente complicadas o reaccionar con faldas a nubes de vientos imaginarios.
Muchos de quienes deciden las contrataciones laborales, despreciando sus expedientes y los tests, sucumben proclives a la desconfianza de que las órdenes emitidas con voz más aflautada se cumplan, de que estos futuros mandos con tacones reaccionen con idéntica agresividad o fortaleza ante un problema de empresa, rindan igual en el trabajo cuando hay que quedarse después de la hora.
Eligen hombres. La experiencia les está haciendo recelar de compañeros que les sonríen con aparente comprensión mientras se enteran de detalles vanos de su curriculum y aficiones y luego, aunque dicen estar dispuestos a tenderles una mano, a la hora de la verdad, las marginan frente a candidatos varones.
Ellas saben mejor que nadie que todas esas reservas caerán, pero les toca ser pioneras. Que se sepa de una vez: No les importa viajar, desplazarse, tener relaciones sociales obligadas por el trabajo, asumir retos difíciles sin pestañear más que los otros.
Les importa a los que las miran desde el falso pedestal de su virilidad, a los que creen torpemente que las mujeres deben estar abajo, a los que sentirían menoscabada su posición si no eliminaran de un plumazo, a la mitad de la posible competencia, despreciando globalmente a las mujeres.
No son ni más ni menos cumplidoras, ni más ni menos hábiles con los cálculos, ni más ni menos ambiciosas. Son ingenieros mujeres: parte de la sociedad en progreso, un elemento imprescindible para definir la esencia humana, una base sustancial para acercar una profesión histórica pero oscura a una visión algo más intuitiva, un poco menos racional, con ellas, más completa, sin ellas, menos flexible, de los temas que ocupan a la ingeniería del presente, haciendo así las conclusiones más amplias, y por lo tanto, más efectivas.
Compañeras ingenieras: son cada vez más, como cada vez son menos los que les niegan su derecho a demostrar lo que saben y pueden hacer. Aunque -¿dirán ellas lo contrario?- no les disguste en absoluto que, fuera del trabajo, las valoren también por sus piernas.
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