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El blog de Angel Arias

Editoriales de ENTIBA: Agujas de catedrales y canteras

En Mayo de 1997,  en la revista del Colegio de Ingenieros de Minas del Noroeste de Asturias, en la que el autor de este log había sido Vocal de la Junta Directiva y fundador de la revista ENTIBA, se publicó este Editorial. Ha pasado mucho tiempo, pero el hilo de los argumentos parece subsistir.

Algunas cosas han cambiado, y mucho, para el editorialista. Trasladado a Madrid por motivos de trabajo, y de nuevo particípe en la Junta Directiva del Colegio de Ingenieros de Minas del Centro, hoy me encuentro defendiéndome en los Tribunales de Justicia de la enemiga de algunos (muy pocos, válgame Dios) sedicentes compañeros. Pero, en todo caso, nadie podrá privarme de compartir ideas con los amigos.
 
La selección de una política industrial para la región asturiana viene basculando entre dos conceptos yuxtapuestos, defendidos con pasión por cualificados agentes socioeconómicos. Los unos, pertrechados en general con la autoridad que les confieren sus cátedras o títulos,  y disimulando un perceptible aroma oportunista, demuestran, proponen e ilustran acerca de las ventajas de la iniciativa privada. Los otros, alimentados por la historia reciente, defienden no ya un puesto de trabajo (el suyo), sino que ese puesto esté precisamente en el sector público. De nada vale a éstos que la realidad evidencie que el sector se desmorona, al menos en los campos del acero, de la guerra y del carbón, que dieron trigo en el pasado pero ahora no sirven para pipas. De menos importa a aquéllos que las cifras de creación de nuevo empleo privado desconsuelen, por mucho que se adornen y mimen. Todos se empecinan. 

Corrientes tan diferentes, han encontrado el modo apropiado de expresión. Aquéllos, dan conferencias y participan en foros donde se les escucha obligatoriamente con respeto e interés sobre las excelencias de la libre competencia, y lo pernicioso que resulta soportar con subvenciones a los sectores que ya ha sancionado (dicen) el mercado, sin que les importen los insultos y befas con los que les bautizan quienes están en la política contraria. Estos, se manifiestan con paraguas para tapar mejor la calle, queman cosas de diverso valor para provocar reflexiones a los que obligan a detener sus coches frente al fuego, y, si son de naturaleza trepadora, suben últimamente a las agujas de las catedrales, sin conceder atención a que los sitios laborales que desean mantener o a donde quieren auparse, huelen a humo y, por ello, parecerían lugares de alto riesgo para acampar a gusto. 

Cabría colegir que, como es más fácil opinar desde un sillón que desde lo alto de una torre, estamos más dispuestos a dar simpatía a los que despliegan sus razones encaramados en arriesgado equilibrio que a los que hablan a las ocho de la tarde en un salón y para amigos. Pero no hay que engañarse: ninguna de las dos corrientes de opinión tiene la solución para el colectivo de los que los miramos desde abajo. Lo que necesitamos son empresas, iniciativas que creen riqueza y  puestos de trabajo, y en número importante. Eso es harina de otro costal, y los que la llevan ni leen revistas académicas ni les interesa el arte gótico.

Por tanto, hay que admitir, que tanto los que están en las empresas públicas como, desde luego, los que pugnan por entrar en ellas, defienden sus intereses, aunque los revistan -y se agradece- de amor a la región, pero no están mejorando posiciones a lo nuestro. Por el otro lado, los que cantan los primores de la iniciativa privada, pero no tienen más dinero para invertir que el que les da para comprar una casuca con prado colindante como segunda residencia, defienden  también sus intereses, que son, por supuesto, muy legítimos, pero tampoco nos sirven de consuelo. Todos los que no invierten su dinero en producir bienes para el mercado, lo único que arriesgan son ideas o el vale de comida, pero con esas cosas de la mente y del estómago, no se crean puestos de trabajo para otros. Así que, tantas voces, no favorecen el que aquí se asienten quienes pueden ayudarnos a mejorar el percal, que son los empresarios, tanto si se llaman Estado como si responden a iniciativas más privadas. Al contrario, con los gritos, han creado para esta región el consenso exterior de que Asturias ha dejado de cumplir funciones estratégicas, y de que no somos capaces de ponernos de acuerdo ni para decidir lo que queremos, por lo que los de fuera, en lugar de venir a salvarnos las castañas, entran a hacer fotos.
 Saquemos, pues, el humor tan asturiano. De las dos posturas antedichas, la que resulta más vistosa,  es la de subirse a la catedral y desplegar una pancarta.

Este ejercicio contra el vértigo tiene muchas posibilidades como procedimiento generalizado de protesta. La forma de reivindicación, entronca con las corrientes estagilitas y, salvando las distancias, compite con ventaja con la esquina del Hyde Park donde se lanzan espontáneos para hablar de aquello que les pete.
 Trepar a lo alto de la aguja catedralicia ovetense con un trapo podría convertirse en el símbolo de las protestas asturianas, pasando a formar parte del paisaje urbano. Ya que desde hace meses resulta imposible llevarse un recuerdo de la iglesia gótica flamígera sin pancartas y símbolos de la decadencia de Asturias, saquémosle partido a la miseria. Cuando se acabe esta protesta, hagamos otras, no menos vigentes. Utilicemos permanentemente la torre más preciada de la región para que cada uno pueda manifestar lo que bien quiera. Todo con el permiso de Don Gabino (no el nuestro, el de la iglesia), y si fuera necesario, hasta pagando. Si faltan aguerridos para encaramarse en lo más alto, cabría utilizar servicios de especialistas escaladores que estuvieran dispuestos a subir esos tantos metros y desplegar el anuncio, como hacían aquellas avionetas que daban vueltas mientras llevaban tiras colgando o echaban volutas por la popa. 

Cosas por las que protestar, ideas que expresar, nunca faltarían, dada la capacidad inventiva de astures y adoptados. Para hacer boca, saquemos un motivo de la declinante pero rentable CSI. Después de las fortísimas inversiones realizadas para hacerla competitiva, debatidos  múltiples planes de desarrollo que fueron desde diversificarla para hacer tornillería hasta manejar la posibilidad de recuperar la potencialida de esa  zona de mariscos, se sabe ahora que lo único procedente es vender la rosa a la siderúrgica francesa, que anduvo más fina con lo suyo. Así que colocaríamos un desplegable que dijera: “Bienvenus”.

Se podría hacer preparar el discurso de recepción a cualquiera de los cuatro técnicos que aún se mueven, solícitos, por los escombros de Ensidesa y Uninsa preparando papeles para las consultoras encargadas del caso y hacer que se arroje desde la misma torre, hechos coffetti, los informes pasados.
 Para Hunosa cabría organizar otro acto con pancarta por lo alto. Los que trepen esta vez, tiznados con la hulla para dar más credibilidad a su momento,  cantarían en coriquín algún corrido, y tras recordar viejos tiempos  y beberse unas sidrinas, lanzarían por la borda un trapo violeta que dijese: “Adiós”, y, si hay más quórum, un segundo tafetán algo más largo: “Los sindicatos no te olvidan”, o algo parecido. Con el atractivo despertado, llegarían muchos otras agrupaciones, colectivos de afectados, con intenciones de hacer manifestaciones de protesta o dar su opinión por este medio. Valga un nuevo caso: si estuvieran de humor, los diferentes gobiernos regionales que aquí han sido, podrían ocupar su lugar en las arribas, con pancarta, en tonos azulgranas o con aspas rojiverdes, que dijera : “Asturies siempre con les comunidades históriques”, que tal vez habría que poner en otras lenguas para que se entendiera sin errores. No vayamos a ser, a estas alturas, mal interpretados. 

Pero como no se trata de dramatizar, y hablando en positivo, Asturias va bien. El tiempo acompaña, las carreteras dan placer, las rentas fluyen todavia. Hasta se encuentran muchos fines de semana a algunas gentes de otras regiones que vienen a visitar nuestros museos, captan imágenes típicas al uso y duermen en una casa rural el par de noches. Se les distingue bien, porque andan de sport, llevan el vídeo y, cuando reposan, echan la sidrina sin escanciar y piden rodaballo en los restaurantes que aconseja una guía que traen en la guantera. Si, nostálgicos, decidimos ir de discotecas, las encontraremos llenas de jóvenes sin curro que, por la tarde, habrán cuidado el buen humor de los abuelos para que les den el dinero de la pensión para ir de juerga. No quedemos ahí. Salgamos al campo, y se nos dirá que hay exceso de demanda de cotos de pesca debido a tanto jubilado, que buscan complementar su necesidad de ejercicio cuando no pasean sus perros por las muchas zonas verdes. Desde este año, además, se puede recorrer en un plis-plas la región de cabo a rabo, yendo, por ejemplo, a comer a Cudillero y,  de camino,  tomar el cafetín en Gijón o en Luarca, (según ruta),  para dormir ya en Santillana o en Burela, que están, como se sabe, en predios del vecino. 

Y, puesta la imaginación a volar, se nos ocurre que los carteles desplegados, doblados con cuidado,  podrían guardarse en una caja a prueba de verdín e introducirse con ceremonia de postín en el mismo castro de Llegú, ahora que su protección ha sido triplicada. La inscripción de la tapa del cajón podría ser, para escarmiento de futuras generaciones: “No nos pusimos de acuerdo en lo que había que hacer”. También es cierto que, en coherencia con lo dicho, como habrá que someterlo a consulta popular, lo más probable es que acabemos cuestionando si merece la pena hacer el gasto, y no haremos nada al fin, que es lo seguro. Así que la naturaleza feraz acabará cubriendo nuestras actuales referencias -la catedral, el Molinón, casa Olivo, la panerona, el LD-3 o el pozo del Entrego- con artos y maleza, y cuando, pasado tiempo, otra máquina de excavar tropiece en cosa dura, los eruditos de entonces pararán la excavación. Se reunirá al Consejo de Defensa del Patrimonio que tendrá su sede en París o en Berlín para decidir si tiene valor el hallazgo de las ruinas y, por la noche, el conductor del ingenio vendrá con su familia, y destruirá a mazazos hasta el último vestigio, no vaya a ser que pierda su puesto de trabajo. Así habrá cumplido la aguja de la catedral de la heroica ciudad de Oviedo en la indómita región asturiana su último destino.  

1 comentario

Rafa Ceballos -

Este Editorial está vigente. Desde el primer párrafo hasta el último parece que lo has escrito ayer mismo y no hace casi diez años. Tan rápido pasa el tiempo y tan grande es la inercia de la sociedad.
Alguna pancarta de entonces decía “No llores, lucha” (Duro Felguera), consigna que también sirve para tantas situaciones de ahora.
El único pero que se me ocurre es que en el último párrafo en el que has puesto la imaginación a volar, el vuelo ha sido corto. Todo lo que describes es hoy patente realidad, incluso la alevosa y nocturna desaparición de vestigios.