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El blog de Angel Arias

Problemas de identidad (4 a 6)

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Dos días después de la llamada de Bernard, aparecieron. Mr. Tocino (Robert Speck), DAF para Europa, había telefoneado a las nueve en punto, para reiterarle el objetivo: "-You know, Sergio, they will help us preparing the figures before the big jump". Entonces le avisaron de que estaban subiendo. “-Bob, they are already here”, cortó.  “-Oh, sorry, I forgot you start the journey earlier as other companies in Spain”. "-Don´t worry, Bob, all is running pretty well by now", replicó secamente, antes de colgar. (1)

Se despreocupó de retener los nombres, recogió inexpresivamente la carta de presentación firmada por Speck que esgrimía el cabecilla del pelotón recién llegado, y ordenó a la eficiente Lucía, hija de un antiguo conserje, que los trasladara en bloque al despacho de Duarte, el director financiero. Birds of the same feather flock together, ¿no?

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Volvió a ver a los auditores cuando se cruzaba con ellos en los pasillos, o coincidían en los lavabos, pero no consintió que despertaran su simpatía. Hablaban en inglés con los japoneses y en español con Duarte. Gente disciplinada, obsesiva, que seguían discutiendo de cifras hasta en los servicios. "-¿No debería Vd. decirles algo? ¿Interesarse por lo que hacen?", le preguntó Lucía en una sola ocasión, atenta a las formas. "-¿Para qué? Mejor que me vean como alguien hosco y distante. Así, si lo que pretenden es clavarme el cuchillo, se lo pensarán dos veces".

Habían ocupado la sala de reuniones, lo que recriminó a Duarte. "-¿No podías haberlos dejado en tu despacho?". "-Quisieron tener un espacio independiente. Me llaman cuando necesitan algo. Por cierto, mucho". Tuvo ganas de ironizar: “-Estarán preparando sus tesis doctorales”.

Pero no le resultaba cómodo que volvieran a destripar la niña bonita del bisabuelo, y esta vez, no para confirmar el precio que podían pagar por ella, sino para adornarla como buscona de baratillo.  Por los vales que le entregaban para visar, veía que sacaban miles de fotocopias. Sin embargo, cuando se iban, la mesa de reuniones  quedaba limpia y sus gruesos maletines, amontonados en una esquina, habían sido cerrados con llave. Hasta las papeleras estaban vacías. No dejaban huellas de su trabajo.

Cuando preguntaba a Duarte sobre la evolución del asunto, éste le repetía que querían verlo todo. “-¿Todo? Van a quedarse a vivir con nosotros”. “-No falta mucho ya. Tiran con buena puntería y trabajan como animales”. “-¿Pero están encontrando algo raro?”. “-No te preocupes. Todo está  en orden. Me han dicho que seré el primero en tener los informes. Y tú el segundo, yo me encargo”, le tranquilizaba Duarte, con sonrisa de no saber romper un plato.

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Entró en el despacho con la misma pregunta con la siempre respondía a los “Buenos Días” de su secretaria: “-¿Hubo algo?”.  “-Los auditores quieren verte”, le contestó Lucia. Y añadió, resolviendo por sí misma, como acostumbraba: “Por fin dan señales de querer acercarse al que manda. Pero los llamaremos después de que te tomes el café”.

Sobre la mesa, de caoba y cuero teñido de verde, - que se había propuesto llevar a su casa  como recuerdo (claro que, con la separación…), estaba la selección de noticias que un gabinete de prensa externo preparaba a diario. En los anaqueles, la foto de Currita y las niñas y pilas de revistas e informes con bordes polvorientos.

Revisó, con la mente vacía, los precios de las Bolsas de metales y minerales en Londres, Tokio y Nueva York; los análisis de coyuntura en el sector de la construcción; los movimientos de cambios de control en el mercado de primeras materias. Datos todos que eran de escaso o  nulo interés para el negocio, pero que recibía por rutina.

No sabría explicar porqué presentía que el proyecto al que Pablo Serraterra I había pronosticado vida eterna, estaba a punto de romperse, pero ese era el destino de los jarrones de porcelana si se deja que los niños jueguen con ellos a las casitas. Ni la familia ni la multinacional valoraban la satisfacción que se obtiene de alimentar y cuidar a una vaca lechera. En lugar de pasarle, agradecidos, la mano por el lomo, pensaban solo en revenderla al peso, como carne, obcecados en engordarla para mejorar su valor actualizado neto.

Estaba, desde luego, agradecido a Pablo Serraterra III, que, ignorando el distanciamiento con el que los Serraterra-Girola castigaban el desvío de su antecesor con la criada Mercé Ferrer, le había acercado a su sombra y aconsejado estudiar económicas, incorporándolo a la empresa siendo aún adolescente, “para aprender el oficio”. Esa docencia eficaz le había facilitado descubrir, antes de que aumentaran de tamaño, las amenazas, alojadas en coyunturas técnicas o económicas, y cuya superación pudo enfocar como un deporte.

Terminó el café. Sentía curiosidad. ¿Habrían terminado, por fin su misión? “-Vete a buscar a los auditores”, ordenó a Lucía. “-Y dile a Duarte que  venga.” “-¿Le gustó el café?” “-¿Qué le has echado?  Noté algo raro...” “-Era descafeinado. Hay que cuidar la tensión. Pero tenía unas gotas de Bourbon.”  “-Me siento rodeado por el enemigo”.- sonrió, complacido.

Lucía aún no había vuelto cuando entró una llamada por la línea exterior. Después de oír varias veces el timbre de llamada, pensando que podía ser Pablo Serraterra-Girola, que, a sus 81 años, acostumbraba a telefonear mientras tomaba su desayuno, cogió personalmente la comunicación. “-Derivados al habla “–dijo, con la voz matinal algo rota de fumador que lo había dejado hacía poco. La empresa se llamaba en realidad “Sedimentos y Derivados S.A.” (antes S.L.), pero el nombre era largo. Los japoneses habían querido cambiarlo a “Osaka Derivates”, pero se les había hecho desistir. “-Buenos días. Qué música más bonita tienen ustedes en espera. ¿Me puede pasar con el director general?”, preguntó una atractiva voz de mujer.

Lucía llegó justo entonces. “-Déjelo, Sr. Ferrer. Yo contesto”, expresó, solícita, mientras dejaba a los auditores a la puerta del despacho. La llamada debía corresponder a una compañía de seguros. Empleaban a mujeres de voz agradable, previendo que sus interlocutores serían varones cuarentones impresionables. Que Lucía se entendiera con ella.

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(1) “-Ya sabes, Sergio, que nos ayudarán a preparar las cifras antes del gran salto”. “-Bob, ya están aquí” “-Oh, lo siento. Olvidé que empezáis a trabajar antes que otras empresas españolas”

 

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