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El blog de Angel Arias

Cuentos de pareja: Correo electrónico

 Estaban ya para casarse. Eran colegas de profesión y de trabajo. Habían estudiado los cinco años sentados en el mismo banco, reconocidos como compañeros de Universidad inseparables. Cuando descubrieron que habían nacido casi el mismo mes, que pertenecían al signo capricornio, tuvieron que hacerse investigar los ascendentes para justificarse muy contrarios. Porque la verdad era ésa: tenían diferente talante, aunque su pelaje estaba hecho de la misma condición humana: eran gente de fiar.  

Cuando Ana pensaba en él, no lo veía guapo, la verdad, pero le podía que fuera tan buena persona. Sus opiniones, algo dogmáticas, eran respetadas sin rechifla en el Departamento, incluso cuando teorizaba sobre fútbol o política; se ponía serio hasta para contar un chiste de leperos. En su mundo, todo estaba claro. Las chicas coincidían en que su tono habitual era bastante aburrido, tal vez porque acostumbraba a ser profesoral sin paliativos; a Ana le alababan, para no meterse en honduras, que su novio fuera inteligente y tan formal, pero en su fuero interno entendían que no le vendría mal que alguien le espetara una guindilla.  Antonio la admiraba.

Ella era parecida a una centella: ágil, extrovertida, ingenua y fugaz como pan candeal en una escuela. Podía estar en ebullición permanente. Preparaba fiestas por motivos imaginativos, con la sana intención de sacar al personal de sus casillas. Por San Cornelio, por ejemplo, siendo la razón principal que era un desconocido; no se olvidaba de onomásticas, ni de aniversarios, ni de faustos. Si alguien pretendía zafarse, lo perseguía con empeño. Allá le iban en pos, en general, como una recua, no numerarios, asociados, titulares, catedráticos; hasta le daba por invitar a la francachela al personal laboral, sin más distingos, y se bailaba, en la inevitable continuación de las juergas en una discoteca, una salsa con el conserje más feo de la Facultad; mientras tanto, Antonio apuraba el vaso de naranjada sin dejar de comentar sobre bacterias.
 

-Con la reducción de consignación para el Departamento, este año van a eliminar tres puestos de asociado -había razonado en tono lúgubre, no hace mucho, el don Aciago-. Me lo ha comentado Isabel;  pero no te chives, que juré que no lo comentaría con nadie.
-Qué noticia. Todos los años dicen lo mismo, y luego renuevan hasta al gato -replicaba, encogiéndose de hombros, la pequeña Ana- . Y si nos licencian, pues nos vamos al paro, como dijo el profeta, a cortar cupón. De hambre no te mueres mientras haya gordos.
-Eres de lo que no hay. Te da todo lo mismo. Cuanto más espeso es el medio, mejor pareces encontrarte. Los seres normales no pueden vivir con esta incertidumbre.
-Pues a mí me parece que no tiene ningún sentido que se ocupen las plazas de asociados con gente como nosotros que acabamos de terminar la carrera. Pero ésa es la teoría; en la práctica, al que me contradiga le muerdo en una oreja. Nosotros  necesitamos más la pasta, ¿no?. Es mejor que nos den las plazas a nosotros que no a tíos que están ya montados y que vendrían a la Universidad a dar una clase como quien perdona vidas. 

Antonio le miraba los ojos, vivarachos, decididos, y pensaba que un mordisco en la oreja dado por aquella hembra podría suponer, de seguro, que le arrancasen al paciente la mitad del cerebro. Así que sacaba su propia conclusión, traída por los pelos: "-Necesitamos acabar la tesis, ya." Ambos preparaban su tesis sobre temas muy contigüos: la Nocardia y la Nostocoida limícola, bacterias filamentosas que causan estragos en las estaciones depuradoras de aguas residuales. El las alimentaba a rabiar -decía- en medio aerobio, con dosis calculadas de aire forzado, aderezadas con cargas orgánicas y sulfuros, en un viejo reactor de laboratorio; ella recogía las natas con una espumadera, las centrifugaba y las destruía sin compasión en un reactor flamante, aumentando la acidez, negándoles oxígeno, bajando la temperatura de cinco en cinco grados. Ambos debían tomar muestras a intervalos determinados; pero a Ana no le importaba suplir con imaginación virtual los defectos de la información real, llenando de puntos continuos los posibles interrogantes científicos, e inventando resultados adecuados cuando se estropeaba alguna preparación o algo no encajaba. "Después de todo, la ciencia es imperfecta. Que alguien me discuta que desde que se ha sabido que el principio de indeterminación dirige todo, no puede ser verdad cualquier elucubración por espantosa que parezca".  

En todo caso, a pesar de los esfuerzos de uno y la imaginación de otra, no avanzaban mucho. Cuando les parecía que acababan de descubrir algo definitivo, (que la motilidad de los filamentos se debía a la acumulación de azufre en las células, que los crecimientos asociados dependían del bajo oxígeno disuelto), el profesor titular que dirigía ambas tesis, el severo tristón apodado Capullito de Alhelí, les restregaba -con la cara de satisfacción que ponen los imbéciles cuando están seguros de hacer daño- indefectiblemente una comunicación de los Laboratorios de Minworth, o de Madford, o de Standfon, que echaba por los suelos la pretendida novedad que les hubiera servido para el grado. "Hay que ser más sistemático. Os lo advertí. No estáis solos en el mundo"-decía con una sonrisa de dientes para afuera.  

Así que Antonio se hartó de ir a la zaga y consiguió una beca para pasarse tres meses en Inglaterra como limpiaprobetas de uno de aquellos Laboratorios eminentes y se marchó a comienzos de primavera, con una carta de recomendación del Dr. Laviña para el Dr. Rether, un monstruo que sacaba conclusiones como churros de cualquier filamentosa, y al que habían conocido en una convención en Granada bajo el prometedor epígrafe de  I Congreso Mundial sobre el futuro de la investigación teórica. 

-Mira si también puedes solucionar algo de lo mío.
-¿Por qué no te vienes tú?. Puedes vivir en mi apartamento y seguro que te dejan entrar en el grupo de Rether, una vez allí, cuando pidamos permiso.-Si tuviera dinero...Pero en mi casa no estamos para dispendios. Además, mi padre anda mal de la próstata.
-Lástima que sólo hubiera dinero para una beca.
-Sí. Pero no me la hubiesen dado igual. Las chicas no tenemos tanta suerte, y mi inglés no es tan bueno como el tuyo. No llego más que a aquello de Dr. Livingston, I supose.
-I presume. -corrigió Antonio- Eso fué lo que dicen que dijo. Los ingleses distinguen entre suposición y presunción. 

Así eran las conversaciones entre ambos. Ana le miraba con ojos que querían comérselo, rezumando sensualidad incluso después de haber estado recontando por el microscopio electrónico durante horas. El mantenía una mirada azul, inexpresiva, acentuada por unas gafas de borde metálico: 
-Descuida, que buscaré algo de lo tuyo. Aunque destruir es más sencillo.
-Se te está poniendo cara de míster Laviña. Sólo te falta decir que las mujeres hubiéramos sido incapaces de inventar la lavadora. 

Se fué a despedirlo a la estación. Prometieron, al darse un beso, que se telefonearían a diario. Lo primero que haría al llegar a Inglaterra, dijo él, sería llamar para darle el teléfono del apartamento. Ella le vió marchar hasta que el tren se convirtió en un puntito negro. Mientras se dirigía de vuelta al párking de la estación, se vió reflejada en un cristal opaco. Se gustó.  Era pequeña, de pelo moreno y suelto, pero no rechoncha. Estaba llena de vivacidad y expectativas. Intervenía con las ideas más atrevidas en cada discusión. El era sereno. Ocultaba con el peine como podía unas entradas ya pronunciadas, de un pelo rubio, lacio. Tenía un rostro de Quijote sobre un cuerpo alto y serio; todo en él era equilibrio, transparentaba frialdad. 

No llamó, pero al cabo de tres días, al encender el ordenador del departamento, vió que tenía un largo mensaje en el correo electrónico. Era de Antonio. Contenía algunas explicaciones por haberse demorado en dar señales durante estos tres días, en los que ella había estado navegando sin éxito por los teléfonos de la Universidad de Standfon, preguntando por un becario español que se había incorporado recientemente; le colgaban siempre al cabo de un minuto de espera. Leyó: "Como puedes suponer, no tengo teléfono en el apartamento. El viaje, asqueroso. Nos tuvieron siete horas en la estación de Dunquerque. Por el contrario, el ambiente para la investigación es adecuado. Son gente muy seria. Ayer me presenté al Dr. Rether, porque el primer día me hicieron análisis de sangre y todo eso. La Universidad es impresionante. Nadie conoce a nadie. El Dr. Rether no me hizo mucho caso. Se habla de él con gran respeto. En cinco minutos le dije que estaba estudiando las interacción de los hidrocarburos sobre el epitelio de la Nocardia sp pectans. No parece que le interesen mucho los hidrocarburos. En su opinión, los fenómenos de bulking se aceleran por la interacción de la Nocardia sp. y la presencia de Microthrix parvicella. No estoy seguro de haberle entendido bien. Búscame información sobre la Parvicella. Aquí me da vergüenza consultar una cosa que a todos les pueda parecer elemental".  Seguía una página entera, y otra, y otra, pormenorizando razonamientos biológicos y químicos sobre la acumulación de espumas y la putrefacción de fangos activos.

Ana bostezó. Hasta incluía la fórmula de la descomposición de un hidrocarbonado. Aunque le agradaba saber cosas de él, lo que contaba no despertaba su interés. Llegó al final de las cuatro hojas, buscando la despedida. La leyó varias veces, aunque era totalmente formal: "Creo que en tres meses tendré casi ultimada la tesis, Ana. Antonio". Le gustó ver los dos nombres tan juntos. Pero, ¿no podía haberse dignado a escribir algo así como un beso muy fuerte, o te echo de menos, o te quiero?.
 

Le contestó aquella misma tarde, cuando casi todos (menos el cátedro, que tenía tutorías) se habían ido: "Mi muy querido Antonio: He pensado mucho en nosotros estos tres días. Te tengo tan presente... Aunque no estés a mi lado, no puedo olvidar lo que hemos sentido juntos. Me acuerdo de tus besos, de la manera tan agradable que tienes de querer. Me gustaría que terminásemos de hacer estos trabajos estúpidos sobre las bacterias que forman bloques, para poder concentrarnos en nosotros y hacer cosas que merezcan la pena. ¿Y si nos vamos fuera?. Qué sé yo, a Africa, a China. Aquí no hay campo más que para estudiar chorradas, cuando en realidad más de la mitad del mundo está por hacer. Ayer me encontré con Marta y Santiago. Se marchan a Salvador. Van muy ilusionados, porque creen que podrán ayudar a curar enfermedades elementales, que aquí despreciamos pero allí son una plaga. Nos preocupamos por cosas que no valen para mejorar la vida de los demás ni la nuestra, como si esto fuera a durar infinito, mientras que en otros lugares la gente lucha por subsistir. Me noto vacía, y todavía más desde que tú no estás. Sobre todo a partir de las siete de la tarde. Quizá porque cualquier cosa que hagamos juntos me parece magnífica. Me apetecería que estuvieras aquí junto a mí para sentir el roce de tus piernas junto a las mías." Envió la nota, con una cariñosa despedida, al numero del correo. E-mail: ustfbm@eal.uk. Destinatario: Antonio Hernández.

El recogería ese mensaje a las seis de la tarde, justo antes de irse a casa.
 Estaba mirando por la ventana, deleitándose en que la primavera venía ya muy adelantada, cuando le entró la duda de si no habrá confundido una de las letras del correo electrónico. ¿Era bm o mb?. Padecía de una ligera dislesia, y cometía este tipo de errores con alguna frecuencia, sobre todo cuando se atolondraba. Volvió a reabrir el fichero en su ordenador y comprobó, con el comprensible disgusto, que había enviado su carta, incluída la atropellada declaración de amor, a un desconocido de la compleja e ignorada Universidad de Standfon.

Se quedó mirando la pantalla unos instantes, con mirada estúpida, sin sacar consecuencia alguna. Pero se tranquilizó. Después de todo, no había porqué rasgarse las vestiduras. El/La erróneo destinatario con total seguridad no entendería el castellano, miraría la carta sin comprender su contenido y, dándose cuenta de que no era para él, la tiraría al cesto de los papeles. Incluso, si estuviera próximo al departamento de biología molecular y conociera a Antonio (que ya era casualidad), podría entregársela, sin más, con una sonrisa.
 Así que reenvió la carta a la dirección correcta, y se propuso olvidarse de la historia. 

Al encender al día siguiente su ordenador encontró que tenía dos mensajes. Uno era de Antonio. Proseguía en su tono doctoral, sistemático: "No utilices el correo electrónico para enviar comentarios personales. Ya te llamaré a casa si hay algo importante. Nunca se sabe quién podría interceptar nuestros mensajes. Sería ridículo. Las posibilidades de completar el trabajo son infinitas. En condiciones de bajo contenido en nutrientes y altos niveles de sulfuros la ecuación de Monod se incumple. El Profesor Dr. Leaton es experto en la Thiotrix, y me invitó a pasar por su apartamento. Creo que está dispuesto a dedicarme especial atención. Le gusta España. Dice que puede ser interesante hacer una siembra de bacterias metanotróficas como sensores, tales como la Flagellata sp. Nos hemos impuesto que en el margen de una semana intercambiemos un resumen de nuestros trabajos". Antonio proseguía pormenorizando las líneas de la exposición que pensaba hacer, y le recordaba la petición de información sobre la Parvicella. Eran dos páginas de detalles, de erudición. Tediosas. Mandaba recuerdos para los compañeros del Departamento: “a todos les vendría bien pasar por aquí”. Esta vez no hacía mención especial a Ana; era una carta impersonal. Parecía una comunicación para una revista científica. 

Recuperó la segunda carta de su correo. Miró la pantalla y sintió como un escalofrío, cuando comprobó que también venía de la Universidad de Standfon. Pero no era de Antonio. La firmaba un tal Steeve, y escribía en español casi perfecto: "He recibido tu carta en mi correo electrónico. Me hubiera gustado que sería para mí, pero me doy cuenta que estarías pensando en otra persona. Admito que me impresionó. No creía que habría mujeres que podrían llamar la atención con solamente una carta. Conozco un poco de España, aunque nunca tuve ocasión de hacer amistad con chicas españolas." Seguían muchas palabras. Le pedía que mantuviesen correspondencia por aquél medio tan simpático. Para mejorar su español. Para conocerse mejor. Le hablaba de cómo era la primavera en Standfon, de cómo los brotes de los prunos se estaban ya rompiendo con toda la fuerza de la naturaleza. Concluía con algo que le hizo sentirse especialmente intrigada: "Me gustaría tenerte aquí cerca para invitarte a pasear por esta bella ciudad. Por las noches, como siempre llueve en la tarde, las calles son húmedas y se refleja mucha luz de los farolas. Te enseñaría en especial la parte antigua, donde los estudiantes toman copas y comentan las clases. Tendríamos muchos motivos para hablar, porque me encanta contar cosas, como tú." Firmaba Steeve Pienazek. ustmb@eal.uk. 

Imprimió las dos cartas, y las estuvo mirando, pasando la vista de una a la otra. Adivinó dos caracteres muy diferentes. Se puso a escribir la contestación para Antonio, pero pensaba en la carta de Steeve. Le atraía. Evidenciaba una persona extrovertida, jovial. No se refería para nada a su trabajo: ¿qué haría en la Universidad? ¿qué significarían las siglas de mb?, ¿tal vez microbiología?. No, no podía ser, porque hubiera comentado algo sobre las bacterias. Parecía romántico y no muy académico. Bueno, y si era el conserje, ¿qué?. 

Surgió en ella el aspecto travieso. Enviaría la misma contestación a las dos direcciones. Podría siempre explicar que se había vuelto a equivocar. "Me ha hecho mucha ilusión recibir tu contestación. Sé que la primavera en Standfon es muy agradable, con hermosos tonos de verde que animan a dar largos paseos. Especialmente me apetecería estar allí por las noches, para conocer el ambiente estudiantil, hablar con la gente de las cosas más variadas. Por ejemplo, compartir ideas felices. Una idea feliz que compartiría es que algunas personas son como el vino de solera y otras como el malta. Hay quien mejora con el paso del tiempo y quien se queda así como está cuando se le embotella. Esta noche pasada he pensado en tí leyendo tu carta. Me excitó, lo reconozco. Debe ser porque mi temperamento de científica flaquea ante mi condición de mujer."

Escribió mucho más, a vuela pluma. Hablaba de cómo le gustaría organizar una vida sin limitaciones, cómo le agradaría haber hecho el viaje juntos, cómo se aburría con el trabajo mecánico y la preparación de las clases, que era como hacer una comida para la cocina económica. Sabiendo que la iba a leer también el otro, no tuvo, sin embargo, reparo en terminar con unas palabras que sólo podrían ir destinadas a Antonio:"Te quiero, te deseo, me descontrolas. Ana".
 Se arrepintió de la travesura. ¿A dónde quería llegar?. Habría un pobre Steeve que iba a recibir una segunda carta para la que no era destinatario y que no iba a entender nada del juego. Lo suyo era exhibicionismo. No de otra forma se podría interpretar ese deseo de encender la pasión de un desconocido, despertar más curiosidad a alguien que había interceptado un correo de amor, que estaba a muchos kilómetros de distancia y a quien no iba a ver nunca. Se fué para su casa y en la televisión vió el habitual programa de preguntas y respuestas. 

Al día siguiente su correo tenía dos contestaciones. Una era de Antonio, de tres páginas, que no le despertó mayor curiosidad, así que recuperó primero la de Steeve. Parecía haber hecho alguna exploración acerca de los españoles, porque hablaba de un compatriota de Ana que había llegado a la Universidad para hacer un trabajo sobre una bacteria de nombre ininteligible y que andaba "como una pulpa en el garage". Así que sacó la conclusión de que Steeve no estaba interesado en las bacterias. Más adelante escribía que estaba terminando la licenciatura en románicas. Se sorprendía de que Ana se hubiera vuelto a equivocar en el directorio, y le sugería que revisara su módulo de transferencia de textos. Explicaba que mb eran las iniciales de modern bookshop, es decir, librería moderna (para distinguirla de la antigüa) y que en su misma Universidad existían los directorios mm (mid-term microcomputing), bm (biology and microtechnology) y bb (brigitte bardot). Todo porque los ingleses no habían desarrollado mucha imaginación, y la mayor parte de las palabras inglesas empezaban por esas dos letras, y -ampliaba con sentido del humor- el correo electrónico estaba subvencionado. 

Podría ser mucho más larga la historia. Hubo, desde luego, más cartas que fueron enviadas simultáneamente, y con el mismo texto, a las dos direcciones de la Universidad inglesa. Las contestaciones divergían siempre, distanciándose cada vez más. Así que Ana empezó a preocuparse de los comentarios que debía hacer directamente a Steeve y le escribía diariamente cartas largas y sentidas, como si fueran conocidos de toda la vida. A Antonio lo despachaba con páginas copiadas del libro Wastewater Microbiology. Un buen día, se encontró escribiéndole a Steeve que sacara el billete para Leeds y que fuera a esperarla al aeropuerto. No le dijo nada a Antonio, así que su correo electrónico se acumuló durante varios días.   

3 comentarios

Administrador del log -

Estimado Guillermo:

Cuando escribí este cuento, no pensaba que pudiera suscitar protestas (ni siquiera las emitidas en tono cariñoso) de la AGPTU (Asociación General de Profesores Titulares de Universidad, para los no familiarizados). No siendo yo ni catedrático ni profesor titular de la Universidad (aunque sí durante más de 10 años, fui PNN y profesor asociado), permítaseme la licencia de elegir, literariamente, las cualificaciones de mis personajes imaginarios. Esto lo digo, curándome en salud, pues creo que en la Universidad española actual, la diferencia que separa en buena parte de los casos, a los catedráticos de los profesores titulares sigue siendo, básicamente, el mayor peso de sus relaciones endogámicas.

guillermo -

Bonito cuento que demuestra la necesidad de hacer investigación aplicada.Protesto, com vicepresidente de la AGPTU, pues capullito de alhelí, tiene más características de catedrático que de TU, aunque todo se pega, menos el amor. Podría se run final para un cuento

Rafa Ceballos -

¡Qué cuento tan bonito!, entendiendo por bonito un complejo número de adjetivos. Estas lecturas van empezando a formar parte de mi hábito vital y cuando esté de viaje, lejos de un cibercafé, voy a sentir el mono porque el estado de satisfacción que me deja en el cuerpo es muy grande. Gracias.