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El blog de Angel Arias

Problemas de identidad (3)

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La oficina de coordinación en Londres le había avisado de la inminencia de la visita. ”-Es una auditoría interna sin malicia. Considéralos un grupo de amigos que van a ayudarte, colateralmente, a que cierres tu trabajo en la empresa con broche de oro. El objetivo es hacer el muñeco más atractivo a los futuros inversores” – justificó Philip Bernard, responsable para Europa, con un perfecto español, utilizando su poder convincente, pero matizando-. “-En cualquier caso, son órdenes de Japón, no mías”

 “-Up to you. Me parece prematuro desgajar la empresa del tronco, cuando no está plenamente injertada en el grupo. No se han aprovechado aún todas las sinergias”. Y puntualizó: “- Lo que no será posible es disponer de la documentación de diez años. Cuando los Girola-Serraterra vendieron, se destruyó información. Lo principal está ya en Londres o en Tokio. Fuera de los últimos tres años, aquí se conserva poco.”

No era agradable imaginar al tropel de japoneses e ingleses separando el vidrio del cristal, lo que tenía valor de lo que creyeran no valía la pena. Sin esperar a que el hubiera salido por la puerta. El recelo crecía a medida que los propósitos de la expedición se evidenciaban alejados de los que serían propios de una comprobación rutinaria de cifras de producción y resultados.

Las ávidas raíces de la desconfianza se extendieron también por terrenos ajenos a la empresa, abonados por circunstancias personales inesperadas. Se abstraía a menudo, perdiendo la concentración. No se encontraba bien. Se le estaba yendo la cabeza.

Desde varios frentes, advertía cómo su vida acumulaba incertidumbres, cambiándole el paso.  Su esposa había presentado demanda de separación en el Juzgado, porque decía haberse enamorado de un terapeuta de Psicología Transpersonal y Vibracional (la especialidad le parecía formaba parte de la conspiración). El hueco de las certezas, se le llenaba de pensamientos sombríos y regustos amargos. Restos de pesadillas que resulta imposible borrar, y que nos recuerdan haber pasado una mala noche.

Hasta entonces, había sido confortable comprobar que el comprador extranjero se comportaba con parecida apatía a los socios familiares. Se interesó solo porque se actualizaran las cifras de facturación y resultados, que solicitaban politely en formularios trilingües.

Del sanedrín de ejecutivos multinacionales, Sergio conocía personalmente a cuatro o cinco. El resto, eran nombres y cabezas sin cuerpo, con los que había compartido videoconferencias y, fundamentalmente, silencios. Los encuentros virtuales difundían mensajes de varios japoneses (tal vez fuera siempre el mismo), que, dado el estado de sus dentaduras, ignoraban para qué serviría un dentista. Hablaban de misiones y visiones, valores para los accionistas y responsabilidad social. Esfuerzo que no conseguía borrar en él (no sería el único) la impresión de que les traía sin cuidado si vendían bombas de racimo o sujetadores.

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