Problemas de identidad (2)
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Durante las últimas semanas un equipo de siete auditores había estado revisando las cifras de la compañía. El Directorio del Grupo internacional, con sede en Osaka, había decidido en su reunión de enero segregar la actividad de hormigones y áridos y sacarlo a Bolsa. La modificación de la estrategia afectaba directamente a la filial española, cuando faltaban solo dos meses para que se cumpliera el período de salvaguarda de la compraventa.
Hacía casi tres años que los Girola-Serraterra-Ferrer habían vendido la empresa a los japoneses. Según los acuerdos, los anteriores propietarios conservarían por ese tiempo una participación minoritaria, y él, Sergio Ferrer, 51, Licenciado en Economía por la Universidad de Murcia (primera promoción), debería seguir entretanto como responsable de la gestión.
Concienzudo y poco locuaz, Ferrer pertenecía a la rama natural (“antiguamente considerada ilegítima”, gozaba en puntualizar Pablo Serraterra III) causada por la fogosidad extramarital del bisabuelo común, que reconoció su pecado en un testamento singular, dejándole a su abuelo, nacido de la relación con una sirvienta, la tercera parte de la empresa.
La venta había sido un destino previsible para el resultado de la perspicacia empresarial de aquel Pablo Serraterra I, facultativo de minas, al pasar de los años. Manifestar su oposición no hubiera servido. Los Serraterra y los Girola estaban felices de hacer caja: los primeros, porque no habían tenido descendencia y ya eran ancianos; los otros, porque su descendencia no quería saber de perspectivas rentables, sino de disfrutes seguros. Así que, cuando se jubiló el último de los Serraterra –al fin-, y Sergio asumió la gerencia como representante de la familia, y con ello pasó a ser poseedor de la llave que guarda el dinero, consciente del recelo que despertaban sus orígenes en las ramas más puras, temió que sería por poco tiempo.
Pero habían pasado ocho años. De disfrute del placer de concentrar los antojos en una sociedad de fácil manejo, llena de trasfondos atractivos –también en lo económico- que ignoran los demás propietarios, conformes con obtener sin esfuerzo su renta regular.
(continuará)
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