Por qué crece el número de fanáticos dañinos
La población noruega está conmocionada por el asesinato en masa provocado por un fanático al que se ha catalogado como "fundamentalista cristiano", según fuentes policiales locales. (1)
Han sido, por lo menos, 97 las personas las que, en dos acciones perpetradas el día 22 de julio de 2011, -según parece, por un solo individuo-, han perdido la vida en un tranquilo país, en el que, según coinciden los entrevistados, con el rostro congestionado por la tragedia, "ahora ya no se está seguro".
La investigación policial está sometiendo a un exhaustivo interrogatorio, supongo, al sospechoso de haber confeccionado el maquiavélico plan, para tratar de descubrir sus móviles, dilucidar si ha actuado solo y, en fin, si habrá ideado más atentados-bomba. Por las pesquisas ya realizadas, el asesino protagonizó directamente ambos atentados; en el más sangriento, disfrazado de policía, consumó el asesinato a tiros de 90 personas, causando, además, varias decenas de heridos, todos ellos, jóvenes simpatizantes del Partido Laborista noruego: no es, por lo tanto, en verdad, ni un "fundamentalista cristiano", ni un "antiislamista", ni un "antisistema", ni un "loco sin ideología".
Es un fanático obsesionado con amedrentar a los jóvenes de la izquierda moderada de su propio país, utilizando el asesinato como arma persuasiva.
Me temo que está creciendo el número de fanáticos dañinos, y es imprescindible que los pacíficos analicemos las razones. Habrá que apuntar, por supuesto, a un conglomerado de causas, si bien -contrariamente a lo que podría aparecer como una rápida conclusión de porqué estamos ahora viviendo más episodios de violencia protagonizados por individuos aislados o grupúsculos marginales- no me parece que la principal sea la tolerancia complaciente de nuestra sociedad, fruto del buenismo y la relativa facilidad con la que un individuo anónimo se puede convertir, de la noche a la mañana, en un terrorista cuyo nombre ocupa la primera página de nuestros diarios occidentales.
Tampoco hay que culpar a sus parientes cercanos, incluso putativos: la hipotética dejadez, el alto grado de inopia, la anomia (2), etc. de la sociedad hacia los que se exceden, el relativo escaso castigo hacia los que matan, siempre menor que el que han inflingido a sus víctimas.
Cada día me convenzo más que la razón fundamental del fanatismo exacerbado de unos pocos, que les lleva incluso al estado de enajenación de creer que con su actuación destructora pueden dar un mensaje - tanto si están o no dispuestos a llegar a su propia inmolación-, es la intolerancia creciente que se pone en evidencia, con excesiva frecuencia, por los líderes de la sociedad, que contribuyen, en su conjunto, a colocar en un grado cada vez más alto la crispación y el desprecio al otro, cuando es diferente, y que se han instalado, como valor -asqueroso valor- entre nosotros.
Hay que decir, con un clamor, que no tiene razón nadie que vea en su diferencia el mérito principal de su existencia. No por haber nacido en una zona del mapa, ni por profesar un credo, ni por hablar una lengua, ni por pertenecer a una etnia, ni tampoco por tener más dinero o más poder, se es mejor, ni se tienen más valores, ni se ha adquirido el menor derecho a avasallar a los demás.
Deben manifestarlo, ante todo, los que manejan los mayores grados de comunicación y potestad: Los gobernantes, los políticos, los empresarios, los sindicalistas, los líderes religiosos, los responsables de cualquier institución u organismos, cuantos se erigen en cabecillas de grupos, y quienes organizan cualquier tipo de asociación, evento, exhibición, o arriesguen exponer cualquier teoría que presente, sin dar razones, lo suyo como mejor al del oponente-.
Han de saber que animar al desprecio al que opina diferente, al que no es miembro, al que no es igual, es una invitación a que, aunque no lo pretendan, algunos individuos entiendan que están autorizados para poner orden por su cuenta, aniquilando o agrediendo al que esté fuera.
Si no basta esta argumentación, si se quiere poner imágenes a una historia bien construída y no se quiere apelar a la Historia de la Humanidad, invito a ver "La ola" (Die welle, la película dirigida por Denis Gansel en 2008 con base en el experimento de "La tercera ola") y a adentrarse sin pudores en el mensaje.
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(1) Quien lanzó esta apreciación, tal vez pretendía, con esta denominación, invitar a un paralelismo con el "fundamentalismo islámico", al que se le imputan los atentados de AlQueda y otras fuentes de desequilibrio en el orden internacional. Me parece que son ganas de retorcer los análisis, agrediendo de paso a los creyentes de las dos religiones con más proyección en este instante, basadas hoy, después de un período de maduración, para la inmensa mayoría de seguidores, en la tolerancia, y el respeto.
(2) Anomia en el sentido de "ausencia de ley".
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