España, ¿en el camino a convertirse en una anarquía sin respeto ni valores?
Puede que este comentario sea integrado junto a otros que han surgido de la indignación que, en muy diferentes escalas, está recorriendo -como un nuevo jinete de la Apocalipsis- el mundo.
No pretendo alinearme con los indignados del 15-M, ni -aunque debo manifestar mi simpatía a su expresión de fondo- compartiría mesa y mantel con esas otras diversidades de descontentos que están protagonizando, con resultados muy confusos- la llamada "primavera árabe" (hoy camino de su otoño).
Pero es cierto que, como otros españoles -no sé si centenares, miles, o millones; no tengo posibilidades de contarlos: muchos- participo de la sensación de estar sufriendo la presión de un descontento grave, un malestar que encuentro generalizado, que produce una frustración colectiva honda, respecto a la situación en la que nos encontramos y la capacidad de los actuales gestores y sus alternativas conocidas para sacarnos de ella.
La desilusión abarca órdenes tan profundos, tan serios, que si tuviera la seguridad de ser el único en sentirme así correría a que me tratara un siquiatra. Desgraciadamente para la realidad, no estoy, ni mucho menos solo.
Ni me parece que podamos jactarnos de vivir en una democracia, ni, en lo que conozco -y conozco batante-, puedo defender que las instituciones y las principales empresas del país se comporten con la lealtad, la diligencia y la honestidad que debiera exigírseles.
Ni los partidos políticos pueden alardear de estar haciendo las cosas bien, defendiendo los intereses generales, entregándose sus miembros más significados a la labor de mejorar las cosas y hacer propuestas serias y compatibles, ni es posible creer que las administraciones públicas, los órganos judiciales, los consejos de administración de las empresas más relevantes de España, los servicios públicos y los responsables de las más significativas iniciativas privadas, estén en situación de defender que están haciendo lo que deberían para mejorar la situación, cumpliendo con su deber, ejecutando lo que esperábamos de ellos.
Estamos, en este momento, en un país a la deriva, cansado, viviendo una falsa situación de democracia -era otra cosa; esto se parece más a una anarquía-, alimentando un mundo de fantasía, jalonado de mentiras, medias verdades, sustos y parches de última hora. Son demasiados los ejemplos que conocemos de faltas de honestidad, de diligencia, de inteligencia, de conocimientos, en quienes están ocupando los puestos relevantes. Y es mucho más, seguro, lo que ignoramos todavía.
Hace falta un cambio profundo, producto de una reflexión global, sincera, activa, de lo que nos está pasando.
Esto no puede seguir así. Yo, como supongo que todos los que conmigo coinciden en manifestar su buena voluntad pero sus limitados conocimientos, no tengo la solución. Solo puedo ofrecer mi trabajo, mi respeto a los valores básicos de la persona, mis principios éticos inquebrantables, y mi saber -limitado a aquello en lo que tengo experiencia y he podido conocer y estudiar en profundidad-, y, desde luego, mi lealtad para ayudar a encontrar una vía.
Como otros, estoy, estamos disponibles.
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