A sotavento: Cambio crisis en estado maduro con pasado glorioso por buenas vistas al futuro en país sin desarrollo
Escribo este comentario en relación con los dos que he publicado recientemente en el blog Alsocaire, en los que expuse algunas de las notas que recogí durante las conferencias que pronunciaron Juan Miguel Villar Mir, Miguel Boyer y Juan Antonio González-Adalid en el Instituto de la Ingeniería de España, el pasado 27 de septiembre de 2010.
Aquí me voy a detener en los elementos surgidos en el coloquio, glosándolos a mi particular manera. El título puede no resultar, por tanto, relacionado directamente con lo expresado en él, sino con mi personal apreciación de lo que debieran ser las enseñanzas claves de esta crisis que aún sufrimos -y lo que nos queda-, desde la perspectiva de un país intermedio como España.
1. España es un país menos desarrollado tecnológicamente que los que lideran el control de la crisis y es necesario adoptar una estrategia distinta. Villar Mir lo expresó con claridad: "Hemos creado muchas industrias que están pagando por tecnologías exteriores, que tienen ratios de productividad más débiles y que son más intensivas en mano de obra".
Boyer indicó por su parte (respondiendo a otra pregunta del auditorio): "Hemos subido 8 puntos en el porcentaje de exportaciones, hasta el 26,5 %, muy cerca de Alemania, que incrementó en 10, desde la introducción del euro. No somos tan torpes. Y a diferencia de los alemanes, no nos aprovechamos de una moneda débil (el euro, frente al marco) y hemos aumentado nuestro consumo."
2. España necesita clarificar el modelo energético, eliminando la cuestión nuclear, como un falso problema, y abaratando el coste de la electricidad para no restar competitividad a las empresas.
Todos los ponentes son pro-nucleares. Miguel Boyer: "La energía nuclear es la más ecológica, aunque decir eso no les guste a los ignorantes. Alemania ha levantado el tabú, como también los suecos. El tema del carbón no puede continuar así; se está argumentando por algunos que hay que mantener la producción por motivos de seguridad nacional. La seguridad mayor sería que no se sacara ahora el carbón, dejarlo donde está, para ponerlo en mercado si hay una hecatombe".
También intervino Manuel Acero, como experto en este tipo de energía: "Cada vez que se instala una central nuclear, resurge la industria. Y ya no se necesitan ocho años para ponerla en funcionamiento."
Juan Miguel Villar Mir: "Los costes de la energía en España son un hándicap para el crecimiento." (Lo enuncia, desde la autoridad práctica de ser accionista mayoritario de Ferroatlántica, el 3er. consumidor español, tras Alcoa y Arcelor-Mittal). "La energía eléctrica nos cuesta aquí más del doble que en Francia." El grupo Villar Mir consume del orden de 2.500 millones de Kwh/año y reclama un tratamiento diferencial.
3. La Administración pública necesita una reforma profunda.
Para Miguel Boyer, esta es una condición para reducir los gastos generales. "Los recortes en el número de funcionarios no han de hacerse con el argumento de que son beneficiosos para la economía, sino que son imprescindibles para conseguir el crédito. Es vital para España mantener el flujo de caja -en los presupuestos públicos- en nuestra economía para crecer, a diferencia de, por ejemplo, Estados Unidos y Alemania, cuyo dinamismo interno es suficiente."
La reflexión de Villar Mir fue en el mismo sentido: "Las autonomías absorben el 50% del gasto público, con duplicidades e ineficiencias manifiestas", y la decisión habría de ser, como expresó Boyer, "tener bastantes menos funcionarios y mucho mejor pagados".
4. Es necesario hablar claramente acerca de las posibilidades reales de creación de empleo por nuestra estructura productiva.
En realidad, con los tres primeros puntos termino la reseña del coloquio, de la que he tenido que omitir bastantes cosas, por no hacerla aún más larga.
Pero voy a permitirme completar este comentario con la referencia a una cuestión que no se plantea en los debates sobre la crisis y su evolución, y tampoco lo fue en esta jornada. Y es imprescindible, en mi opinión, crear cuanto antes la sensibilidad socioeconómica para hallar la decisión que resulte pertinente, sin esperar a que se nos eche encima todo el peso del problema.
El punto de partida es reconocer que la evolución tecnológica ha restringido brutalmente las posibilidades de generación de empleo en los países desarrollados. Podemos desear, desde la perspectiva egoísta, que el crecimiento que experimenten los países emergentes nos proporcione algunos elementos paliativos, pero la solución que vendrá de allí no será ni general, ni satisfactoria a medio plazo (diez años, por ejemplo).
El potencial tecnológico que han obtenido los líderes de nuestro actual desarrollo y la globalización de su difusión ha provocado una dicotomía, visible en todos y cada uno de los países, ya sean pobres o ricos, desarrollados o no.
En todos, la polarización es evidente entre las empresas de alta cualificación, (con demanda de trabajadores muy cualificados, seguramente muy bien remunerados, pero con un número de puestos de trabajo reducidos, y en las que los márgenes brutos económicos pueden ser muy elevados), y los centros de producción que se dedican a cubrir las necesidades básicas permanentes de la sociedad (en los sectores agroalimentario, construcción, servicios de sanidad, educación y transporte, ocio, etc. , que demandan trabajadores con poca o nula cualificación, y cuyos márgenes económicos son pequeños e, incluso, pueden caer a valores negativos, por la fuerte competitividad de sus mercados específicos).
¿La solución? Además de pretender paliar la crisis económica, aplicando la fórmula histórica que han empleado siempre los países más fuertes, dedicando las nuevas tecnologías tanto a explotar los recursos de los menos desarrollados y creando en su población necesidades que no tenían (y pintando la operación con los colores que las circunstancias les permitan: invasiones, colonialismo, ayuda al desarrollo, cooperación estratégica, etc.), hay que volcar el análisis sobre lo que más importa: la remuneración al trabajo como forma de distribuir las plusvalías colectivas entre la población.
Si no hay trabajo suficiente para todos, hay que propiciar sistemas de ayuda social suficientemente eficaces -y cada vez más complejos- para los que no lo tengan, y cuyo coste solo podrá cubrirse desde el Estado, aumentando la presión fiscal sobre las empresas que obtengan mayores beneficios y sobre los ciudadanos que obtengan rentas más altas.
Otra opción sería inventarse trabajos serviles e incluso los inútiles, aumentar ficticiamente las jornadas laborales, incrementar los salarios basura, la ineficacia y la falta de productividad para que casi todos tengan acceso a un modus vivendi, aunque sea de subsistencia. Pero no es eso. No se trata de poner adoquines para pavimentar las calles, sino de construir torres con las que disfrutar del logro de haber conseguido un mayor bienestar de la humanidad.
Y a mí me sigue pareciendo más importante disfrutar de una buena comida con los amigos o la familia que poder viajar al Tibet con una máquina digital provista de n superzoom y me conmueve más oir a un desconocido tocar en su viejo bandoneon un tango que sé tararear que seguir en una Tv de alta definición un macroconcierto sicodélico ofrecido por un conjunto musical surgido de la publicidad.
Y me parece sustancial premiar la eficacia, el trabajo bien hecho, el riesgo correctamente asumido, la gestión sin trampas. Por el bien de todos.
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