Al socaire: Madrid consolida su atractivo para desarraigados
Favorecida, sin duda, por el clima más suave de toda Europa en la actualidad, España se está consagrando como el lugar preferido para los desarraigados de Europa.
Tengo que aclarar de inmediato, para los que leen deprisa, que no me estoy refiriendo a quienes vienen en cayucos, carromatos, autobuses, fondos de camiones o charters con billete unirideccional, desde las lejanas Bolivia, Ecuador, Brasil Bangal Desh, China o Colombia, o las vecinas Marruecos, Mauritania, Sudán, ... ni siquiera a los provenientes de Ucrania, Rumania o Kazakstán, ... ni en general a todos cuantos llegan aquí con una mano delante y otra atrás, pero con buena disposición para trabajar en aquellos puestos que los españoles ya no consideramos que están a nuestra altura, y que conforman una inmensa bolsa de ilegales hasta la próxima regularización. Todos esos ciudadanos que se ocupan de los enfermos y ancianos, realizan labores de jardinería y guardería, son criados y porteros, camareros u obreros de la construcción y chapucillas varios...., son base fundamental de nuestra economía sumergida y seguramente ya no podríamos vivir sin ellos
No. Me refiero a los desarraigados genuinos, una buena parte de ellos, españoles, pero últimamente también venidos de todos los lugares de la Unión Europea. Son muchos los que, atraídos por la llamada de los ya presentes, se incorporan cada año para llenar de una nota folclórica, maloliente, cutre, -no estoy hablando de falta de dignidad humana, sino de higiene física- nuestras calles más céntricas y nuestros lugares más emblemáticos.
En especial, Madrid ocupa un sitio preferente, superando con mucho la posición que antes mantenía París. A la anteriormente citada cualidad climática, se añade la estupenda variedad y cantidad de locales abandonados, la excelente pasividad del personal y la solícita atención de la policía municipal, que, en estricto cumplimiento constitucional de la libertad de circulación y residencia, se encarga de que nada perturbe el sueño de estas personas que, por razones no siempre comprensibles, han decidido hacer de la calle el salón de su casa, y de la intemperie su aire acondicionado.
Todavía quedan algunos sitios muy aceptables, pero está claro que los más atractivos ya se encuentran adjudicados. No tengo la más remota idea de cuál es el precio medio del alquiler de un metro cuadrado de baldosa, pero, por algunas peleas callejeras que a veces sorprendo, hay lugares por los que parece merece la pena enzarzarse en una disputa a navajazos.
Así, en la Plaza Mayor y sus alrededores mora un grupo estable de unos quince vagabundos, que se aprovechan de las estupendas vistas de ese lugar emblemático de la capital, y que, como lugar de residencia marginal, cuenta con especiales ventajas. Dispone este rectángulo de oro de un gran tránsito de público, y sus amplios soportales ofrecen huecos protegidos del ocasional vientecillo de madrugada; y, para más comodidad, se ubican en la zona multitud de tiestos de los restaurantes de la meca gastronómica de la villa del oso y del madroño, con plantas de variadas especies, que siempre agradecerán un poco de abono natural.
En la zona del conocido mercado de San Miguel, en importante remodelación urbana, para potenciar ese enclave del Madrid modernista, los interesados pueden tomar conocimiento, obtener fotografías, dar limosna y hasta discutir con violencia, con un grupo mixto e incluso heterogéneo y multinacional de desarragaidos, que integra diferentes animales de compañía. Con alguno de sus componentes -si el estado mental lo permite, lo que dependerá de la hora del día- se podrán intercambiar ideas sobre la situación mundial, la política en general, el pasado que fue mejor o las posibilidades de compra de bebidas alcohólicas o droga.
Son muchos los lugares que ya están ocupados, siendo muy solicitadas las clásicas cabinas bancarias, resguardadas de miradas curiosas, las entradas a los portales y garajes (aunque deberían tenerse en cuenta las posibilidades de ser arrollado por algún vehículo), y los solares a la espera de la autorización para ser rehabilitados. Ningún barrio de Madrid (como de otras ciudades españolas, pero me refiero a la capital por su singularidad), en especial, los llamados residenciales, deja de tener sus inquilinos callejeros, y, aunque no me dedico a hacer estadísticas ni censos de esa población (que no es flotante, aunque algunos flotan), su número aumenta regularmente.
En fin, debemos felicitarnos todos por convertir, con paso firme y seguro, la capital de España en un excelente refugio para borrachos, drogadictos, desarraigados, locos, y enfermos mentales de todo tipo. La tolerancia y consideración ciudadana hacia estos congéneres de categoría (digamos) B es ejemplar, y destaca, entre todos los habitantes de categoría A (es un decir), la ciudad de Madrid, por su completa apatía respecto al problema, su absoluto desprecio hacia lo que está sucediendo, su perfecta asunción de que el problema es de todo punto insoluble.
Nadie parece haberse dado cuenta que esos personajes que forman parte de nuestro paisaje urbano, y a los que vemos como animales de la calle, y a los que, cuando se ponen pesados, tiramos unas monedas, son seres humanos y cada uno de ellos, con certeza, tiene un problema verdadero y cada uno de ellos, por supuesto, tiene una solución.
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