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El blog de Angel Arias

Jugando largo: La Tierra, para el que la trabaje

En los días finales de abril y principios de mayo de 2009, dos ingenierías de las nueve que componen el elenco de asociaciones agrupadas en el Instituto de Ingeniería de España, han presentado sus fortalezas ante la sociedad. Hablo de los ingenieros de montes y de los de minas, dos de las ingenierías de la Tierra, así, con mayúsculas, pero también de la tierra, con minúsculas, por la índole peculiar del medio donde fundamentalmente trabajan.

 El objetivo, que expresó Manuel Acero, ingeniero industrial especializado en centrales nucleares, Presidente del Instituto, es acercar a las ingenierías al mundo del periodismo y al público en general. Hacerlas, en fin, menos transparentes.

Es un propósito noble, que, de momento, no cuenta con el respaldo masivo que cabría esperar de los propios ingenieros. Asistí a ambas (a la los mineros, como ponente), y aunque los de montes ganaron ligeramente en presencia, los claros del salón de actos eran demasiado marcados. No es fácil mover a los técnicos en la defensa de su propia imagen, y mucho más difícil parece acercar a los legos a comprender qué hacen los ingenieros.

Y es una lástima que no exista tal interés, porque el esfuerzo de los conferenciantes en contar la variedad de sus cometidos profesionales era evidente. Quedó reflejada la pluralidad de destinos, la versatilidad de los trabajos, la profundidad de los contenidos. También se puso de manifiesto que las ingenierías caminan con una cierta convergencia, al menos en los aspectos ambientales, energéticos y nuevas tecnologías.

Ser ingeniero de minas o de montes significa cada vez menos como referencia hacia el saber hacer profesional. Seguro que, en la medida en que las restantes ingenierías desplieguen sus quehaceres y conocimientos reales, ese conjunto intersección por el que competimos, con éxito, los ingenieros de todas las ramas, será puesto aún más cerca de la luz de los celemines.

Hay que sacar a las ingenierías del armario, por supuesto. Y las propias ingenierías tienen que dilucidar qué nombres ponen a los caminos del futuro, que son muchos, algunos inexplorados aún, porque la velocidad con la que se desarrollan los nuevos saberes es impresionante. Nanotecnologías, materiales cerámicos o de características impensables, cooperación con otras ciencias que se creían incompatibles o al margen (biología, medicina, economía, derecho...).

Las viejas autopistas ingenieriles -en metáfora- que, como es bien sabido, partieron del tronco común de los Ejércitos, mantienen denominaciones que no ayudan a clarificar ni lo que hacen, ni cómo lo hacen, ni a dónde van, los vehículos lanzados a toda velocidad de las tecnologías de alto nivel, de las que tan necesitado estará siempre un país que base su bienestar en mejorar el desarrollo. De todos.

Ecónomo-ingenieros, tecnólogos juristas, biotécnicos, informatelecos, tecnomédicos, ecoambientalistas, ingenieros tecnocerámicos, ingenieros nucleares, estructuralistas, ordenadores del territorio, paisajistas, ingenieros de la comunicación, técnicos de desarrollo, ingenieros consultores, tecnofísicos, tecnoquímicos, tecnomatemáticos, ingenieros de fluidos, especialistas en energía de fisión, ...

¿Sabremos romper aguas, inundar los campos de un no-saber aún infinito? ¿Nos dejarán, les formaremos, les tenderemos puentes en lugar de poner diques y zanjas para que los demás no pasen?

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