A barlovento: Cena de la promoción de ingenieros de Minas en Oviedo
Acabo de llegar de la cena de mi promoción de ingenieros de minas, después de 37 años de haber terminado la carrera. Se dice pronto, pero se explica mal. Nos hemos reunido ventiún ingenieros, todos obviamente peinando canas -y claros en el cogote-, la mayor parte ya jubilados.
Tenemos entre 59 y 69 años. Felices de contar los éxitos de nuestros hijos, enseñar las fotos y encajar las anécdotas de nuestros nietos. Algunos, muy amigos, hemos conseguido encajar en el afecto también a nuestras parejas. Otros, algo menos efusivos, pero siempre atentos a las evoluciones del compañero, con el que hemos compartido tantas horas. Hay quien, -nos cuenta-, anda en las segundas nupcias, separado de aquella que fue novia desde el final de la carrera y con la que se casó luego de los primeros dineros.
Una historia como la de todos. Más viejos, más escépticos, posiblemente más cansados. Hay también quien se encuentra en momento más duro, se halla superando un tumor, tiene más tiempo para preguntarse por las razones de la vida propia y la de otros. Están los que acarician los penúltimos éxitos, se inician con ilusión juvenil en nuevos negocios por otras ramas muy diferentes de aquellas que habían orientado su actividad hasta ahora... Viviendo.
No tiene interés general nuestra historia peculiar. Una promoción de estudiosos, en un momento llenos de ánimo e impulso, hoy en buena parte estando ya al cabo de la calle, de algunas calles. Fértiles intelectualmente, todavía, por supuesto.
Hemos recordado las muchas cosas que nos unieron, que nos unen todavía. Como cualquier promoción de mayores que se reúne para festejar la satisfaccción de encontrar a los viejos amigos, a las personas con las que se ha compartido y comparten aún y para siempre ya, muchas cosas. Buenas la inmensa mayoría.
Los organizadores han tenido la gentileza de hacerme/dejarme decir unas palabras. Improvisadas, por supuesto. Se me ha venido de pronto a la mente la idea, trivial para estos sesentones que tienen cuerda para rato aunque les han parado a casi todos los relojes, de que hemos perdido oportunidades para ayudarnos más, para utilizar mejor nuestras influencias, para conocernos mejor.
Pero, al tiempo, como les estaba mirando a la cara, y recibía sus miradas de vuelta en mi cerebro, he comprendido que habíamos hecho lo que habíamos podido, dentro de lo que nos habían dejado. Saber, eso sí, que nos encontramos ahí para los otros, después de haber tenido tantas vivencias juntos -asignaturas difíciles, momentos de complicidad, milicias, fines de curso, persecuciones ideológicas, pasos del ecuador, polvonias....-.
No hemos perdido el tiempo, qué va. Lo hemos utilizado a nuestra manera, como pudimos. En días como éstos, saliendo un poco a la orilla del camino, tratarmos de mirarnos desde fuera y nos dejamos contagiar por la euforia que produce compartir.
Felicidades, compañeros. Hasta el próximo año, o, tal vez, hasta mañana.
2 comentarios
Carlos Quiros -
Llara -
Un abrazo