A sotavento: ¿Hay vida en Arco después de Picasso?
La magnífica exposición del quehacer (fundamentalmente, pictórico) de Pablo Picasso a lo largo de su prolífica vida, que tiene lugar estos días en el Museo de Arte Reina Sofía de Madrid, permite hacerse un composición de lugar de la evolución del artista, tanto en sus aspectos simplemente humanos -afectivos- y creativos.
Por otra parte, la feria del arte que constituye Arco, proporciona también una medida de los postulados que integran, al menos desde las perspectiva de los galeristas y sus víctimas, las corrientes artísticas más significativas del momento.
Picasso es un creativo que dedicó su vida a la investigación del impacto visual. La fuerza cromática de sus composiciones, en los que la figura humana es elemento esencial como definidora del contorno, es, en la inmensa mayoría de su prolífica producción, magnífica. Sus temas, sin embargo, no son muchos: la figura femenina, como elemento anónimo; la pareja, generalmente constituída por el artista -en actitud de crear, o como simple contrapunto sexual de masculinidad-, la pareja de jóvenes (efebos, casi siempre); el toro y el caballo como representaciones animales de dos constantes vitales: la virilidad rompedora, constituída por el astado; la masculinidad sojuzgada, representada por el equino.
Picasso no se mueve cómodo en la representación compositiva, no ordena sus figuras en escenas, salvo contadas ocasiones: para acumular esquematizaciones femeninas, siempre con los genitales muy aparentes; para plasmar iconografías respecto a la pareja, a menudo -sobre todo en la época de mayor estabilidad personal- realizando el acto sexual; para reflejar estereotipos sentimentales: dolor, lujuria, indiferencia. Pero en todos sus cuadros de madurez, se cumple un axioma: la iluminación de las figuras no es importante, el color natural es irrelevante, la combinación cromática para conseguir un efecto placentero de conjunto, es lo sustancial.
Picasso deja así un largo camino sin recorrer entre las cuidadas composiciones dramáticas del realismo (y de los clásicos, desde Tiziano a Velázquez, de Greco a Rubens o Goya) y la línea gráfica que el explora con genialidad y, en muchos casos, hasta el agotamiento.
La pintura y el arte actual deben mucho a Picasso, pero lo lamentable -desde mi punto de vista- es que no haya habido una preocupación especial en la expresión gráfica contemporánea por la escenografía, a salvo del cómic. Son escasos los pintores que realicen composiciones dramáticas.
Arco es, desde sus comienzos, exponente y esclavo de esa limitación de la creatividad actual. Nacido para asombrar, para causar admiración o repulsa en un acto único de consumo, la mayor parte de los artistas buscan el efecto dramático en la complicidad del observador, sorprendido en su mundo habitual con una agresión que le hace ver la realidad desde otro punto de vista. Nacido, tambíén, como elemento decorativo por parte de un público que puede costeárselo, sin preguntarse por el valor y solo por el precio, muchos artistas se concentran en expresar manchas cromáticas, muy efectivas, sí, para combinar con los muebles del salón, pero ya sin significado.
Mi propuesta es que los artistas actuales, además de manifestar una excelente cualificación como pintores, se esfuercen en representar escenas, en dotar a sus cuadros de un mensaje que apele a los sentimientos, que exija una mayor labor introspectiva, y no solamente la plasmación de un arrebato.
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