A barlovento: Los cursos de la Granda (Avilés), y la energía de Teodoro López-Cuesta
La Residencia de La Granda, en Avilés, está en un idílico lugar, que antes era aún más idílico -relativamente-, porque estaba rodeado de humos por todas partes. Se construyó para que el generalísimo Franco tuviera un lugar representativo en el que estar y recibir a sus admiradores, cuando le apeteciera venir a visitar una de sus obras cumbres (y del marqués de Suanzes), la Ensidesa. Allí, en los entreactos, los directivos de la fabricona también organizaban recepciones y comidas para obsequiar a ilustres huéspedes.
Cuando el dictador pasó a mejor (?) vida, se propusieron varias opciones para rentabilizar el edificio. A Teodoro López-Cuesta, catedrático emérito de la Universidad de Oviedo, rector perpetuo de la misma, activista incansable con mensajes de paz, sonrisa permanente, amigo de todo el mundo, omnipresente, -Dientéfano como mote cariñoso, también para sus amigos-, se le ocurrió organizar allí cursos de verano, para reunir a profesores y gentes de la empresa, eruditos, entendidos y aficionados, con el objetivo de que se conocieran entre sí y discutieran sobre lo que nos importa.
Lleva la idea viva 30 años, y esto es prueba suficiente de que el invento cuajó y sobrevivió a la envidia de sus detractores. Por allí han (hemos) pasado centenares de personajes y personajetes, teorizando sobre lo que había que hacer y polemizando sobre lo que los otros habían hecho mal o regular.
Teo estuvo siempre detrás y por delante de los Cursos de La Granda. Supo apoyarse en los flancos más débiles por amigos del peso de Juan Velarde Fuertes, otro infatigable, que vale para un roto como para un descosido. A Velarde me lo encontré -por ejemplo- como asesor del alcalde de Navia y, abiertas las plicas, decía con convicción: "Ardo en deseos de leer todas estas ofertas" , en un proceso que, si no recuerdo mal, se adjudicó a Asturagua.
En La Granda conocí personalmente a Severo Ochoa. Me senté a su mesa, y, aprovechando un hueco entre los que le hacían la pelota, le conté una anécdota que de vez en cuando sacaba a relucir mi padre, por la que nos convencía a sus hijos de que estuvo a punto de ser colaborador del Premio Nóbel, pero no se atrevió a irse a los Estados Unidos. "Hizo bien", fue el diagnóstico indulgente del sabio.
En La Granda hablé de la reindustrialización de Asturias, allá por los finales de los 80, cuando la cosa ya empezaba a estar difícil, y yo acababa de leer una tesis sobre el tema.
Estas últimas semanas, en La Granda se discutió sobre la energía. Faltaron los representantes del carbón, supongo que no porque carecieran de cosas que decir, sino porque no está el asunto para airear en público lo mucho que necesitamos de esta fuente de energía que pasa por un mal momento, en el que todo el viento sopla a favor de las llamadas energías limpias. (Y no solamente quiero con ello significar la energía eólica, sino de todas las consideradas alternativas). Estuvo el Presidente del Foro de la Energía Nuclear, Eduardo González, que defiende a la nuclear no solamente porque le pagan por ello, sino porque está persuadido de que seguiremos necesitando a esta desgraciada.
Pero, como fuente de energía limpia, la que más me gusta es la de Teodoro López-Cuesta. Mantiene su ritmo en toda situación, propone, hace, crea, construye siempre. Y no destruye jamás, si presiente que lo que el otro ha hecho, lo hizo convencido de su valor.
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