Blogia
El blog de Angel Arias

Al socaire: ¿Es posible ser independiente?

Al socaire: ¿Es posible ser independiente?

Una de las obsesiones del hombre es la de consecución de que se me haga justicia o se haga mi justicia, entendida, por supuesto, como el objetivo individual en el que un ser superior nos confirme que las razones que hemos tenido para actuar de una determinada manera -perjudicial para terceros-, son más valiosas que todas las demás alternativas.

En busca y plasmación de ese ideal, que a veces puede concudir a una valoración bastante espúreo de la Justicia, el ser humano ha construído a lo largo de la Historia una sinfonía de arreglos, normas y componendas. Porque, ya que prácticamente todos los individuos de nuestra misma especie han nacido con la misma preocupación, y ni los más listos ni los que ven aplastado su derecho, suelen ser los más fuertes, la situación nos hubiera llevado a que si tuviéramos que solventar nuestras diferencias a mamporros, -ejercicio posiblemente útil para mantenernos en forma-, junto con el despilfarro de energías, solo se llegaría a la selección de los más brutos para dirigir nuestros destinos.

El "yo, más", o "el mío más grande o mejor", o "yo soy más listo que tú", no son, en fin, sino derivaciones del pensamiento principal de creer que formamos parte del ombligo del mundo. Podíamos solventar las diferencias con otros ante toda la colectividad erigida en juez del caso, no nos lleva a una solución practicable, porque la inmensa mayoría de los conflictos importan un rábano a los no litigantes.

Además, demostrar la solvencia a base de hacer pruebas de acceso continuadas, test de idoneidad, torneos, justas y certámenes, también nos absorbería demasiado tiempo. Por eso, solemos caer en la designación digital de los mejores, con métodos más o menos depurados.  Así es, será y ha sido, en las empresas, gobiernos, escuelas, conventos, organizaciones deportivas, grupos mafiosos, premios literarios, etc.

La Historia muestra, en fin, que a las sociedades que han venido eligiendo convencionalmente -con formas, en los casos más relevantes, muy sofisticadas- a algunos de sus miembros para convertirlos en mejores, no les ha ido tan mal. Príncipes, sabios, jueces, presidentes, obispos o bramanes han salido airosos, por lo general, en la defensa de sus virtudes para el caso y en el desempeño cabal de sus funciones.

En caso de que alguien dudara de la razón del prócer o el prócer se viera obligado a confrontar las suyas con los de otras tribus, siempre se podrá acudir a tomar la decisión a porrazos, cuchilladas, castigos, marginaciones, cañonazos o bombas atómicas. Así se viene haciendo, y justamente en algunos casos muy importantes para la tranquilidad colectiva.

Gracias a la civilización, los humanos hemos sabido incorporar múltiples y sofisticados arreglos a la idea inicial, -que, recuerdo al lector, era tener razón y justicia por narices-, dando progresivamente facultades a interlocutores intermedios (juzgadores) entre los supuestos seres superiores y sucesivos niveles de seres inferiores. Siempre habrá discrepancias sobre el método, pero la cosa funciona. Así se han robustecido los poderes de reyes, jefes de gobierno, ministros, papas y ayatolás, magistrados, árbitros, jueces, catedráticos, universitarios, policías, mecánicos de taller, abades, monjas de clausura, peritos, guardias, ayas, etc.

Podría aparecer como ácrata con lo que estoy escribiendo, pero no quiero que se me vea radical, sino gracioso. Los métodos usados para seleccionar interlocutores intermedios por la sociedad no han venido tan mal, y especialmente a quienes han sabido aprovecharse de las circunstancias.

Si hubiera tiempo, cabría hablar por ese camino de cómo las religiones han servido para satisfacer las inquietudes de justicia de los buenos muy buenos y de los más pobres, (al menos, mientras estuvieran vivos...), controlando los ímpetus de unos y la desilusión de los otros. Pero ese camino está ya bastante trillado por mentes más claras que la mía, y hay importantes tratados sobre las consecuencias, sus razones, y la vigencia del concepto.

También sería factible referirse a la administración de Justicia (esta vez, con mayúsculas). Nunca nos acostumbraremos, -en especial, cuando perdemos un pleito-, a que una persona que ha superado diferentes exámenes con los que ha dejado probada su capacidad memorística ante un par de predecesores en su iter hacia el mismo signum, haya entendido nuestras razones y las de nuestro abogado, negándonos la pretensión que habíamos sometido a su buen juicio.

Si ganamos el pleito, el juez será para nosotros un figura, dios, un tipo inteligente y ecuánime. Si lo perdemos, no dudaremos en ponerlo a caldo, es un inepto, está corrupto, carece de experiencia. Al fin y al cabo, solo se le ha elegido por saber repetir como un loro resúmenes de dudoso valor literario cuyo sentido solo entienden plenamente sus propios redactores. No hay, en suma, argumentaremos, porqué correlacionar su capacidad memorística, con la capacidad de abstraerse de todo lo que es ajeno al caso que se le presenta, aplicando con libertad y objetividad una colección de leyes, principios, usos y costumbres cuyo conocimiento e interpretación completa es humanamente imposible... A fastidiarse tocan, pues.

No te complico más el argumento, querido lector. Hoy quiero referirme únicamente a la independencia de quienes han sido elegidos para un cargo relevante por el  partido en el Gobierno (el que sea) y reclaman su plena autonomía para actuar sin interferencias, de acuerdo con sus solos personales criterios, dejando al descubierto algunas tripas del sistema.

La España política reciente ha generado, por lo menos, dos personajes entrañables de este insólito objetivo: Manuel Conthe y Baltasar Garzón. La voluntad de ambos ejemplares de excepción en querer convertir un procedimiento bastante falseado para su selección -la designación digital- en un éxito del sistema, por haberlos elegido precisamente a ellos, levanta mi admiración. Su empeño en sentirse paladines en defender su independencia, especialmente contra quienes los escogieron, habría de ser objeto de meditación universal.

Qué valiosa información nos dan, qué recuerdos avivan en nuestra memoria colectiva. Porque, aunque ya ha sucedido otras veces, se estaba convirtiendo en algo muy raro que uno de los escogidos por la rueda de convenios, falsedades y ritos que la sociedad ha tejido para obtener intermediarios entre los seres superiores y los tipos de a pié, nos devolviera a nuestros orígenes, anunciando urbi et orbe que no eran libres, que estaban siendo mediatizados  por el poder y que, por ello, se les impedía tomar decisiones de forma independiente.

Habrá que escuchar lo que nos cuenta Conthe, habrá que seguir oyendo a Garzón. Ambos se conocen desde dentro el Sistema, y tienen, por ello, mucha más y mejor información que los demás. Han sido alimentados con el polen y la jalea real que solo reciben los que están previstos para abejas reinas. Se han escapado de la colmena cuando se dieron cuenta que solo les dejaban jugar el papel de marionetas, y que sus evoluciones tenían un guión.

Hace años, los hubieran arrojado a la hoguera o asaeteado con varas envenadas. Hoy pueden celebrar ruedas de prensa, dar conferencias y contarnos lo bien que podían haberlo hecho por nosotros, por la objetividad absoluta, por la Justicia como desideratum supremo, de haberles dejado seguir. Lo malo es que ya no tienen el mismo poder que antes para liberarnos de este enredo, si es que hay tal enredo.

Mientras aguardamos, impacientes, a que nos expliquen sus razones, y por si acaso los perdemos en la hoguera, habrá que desear que existan muchas otras larvas de abejas reina con adns mutantes que estén trabajando dentro de nuestra colmena enderezando los mecanismos para implementar su idea de orden, que es el orden absoluto.

Infiltrados que, felices y activos, todavía no se habían visto obligados hasta ahora a elegir entre su independencia y la idea de verdad, oportunidad o justicia que les querían imponer sus seres superiores, que son, también los nuestros. Me refiero a los que los nombraron para el cargo. Qué lío, qué regalo.

0 comentarios