Al pairo: Ni Benedicto XVI es infalible, ni cuando escribió Mahoma el Corán escaseaba el petróleo tanto como ahora
Las elucubraciones sobre lo que nos espera más allá de la muerte, han conducido a través de los siglos de ejercicio de actividad cerebral –y me apresuro a decir que realizada de forma más intensa en unos seres humanos que en otros- a dos tipos de solución a la incógnita existencial:
a) después de nuestra parálisis cerebral total no hay nada;
b) después de nuestra definitiva parálisis cerebral se producirá una nueva actividad, que adoptará, según las creencias, diversas formas, más o menos imaginativas: ascenderemos o descendemos de nivel cognoscitivo, nos esperan seres superiores para premiarnos o castigarnos, nos confundiremos con la energía cósmica o con la naturaleza, recuperaremos o alcanzaremos nuestra plena madurez y nuestro cuerpo se hará eterno, etc.
La relativa tranquilidad con la que algunos seres menos afortunados en la distribución de los talentos de percepción extrasensorial observamos cómo algunos creyentes e iluminados intepretan designios, dogmas, mandamientos o leyes cósmicas y extrasensoriales, mezclando mártires, doctores, imames, reencarnaciones, avatares, móviles, inventos y voluntades varias, se torna en grave inquietud cuando advertimos que nuestros compañeros de viaje según naturaleza se muestran dispuestos a matar a sus semejantes porque les lleven la contraria en lo que creen.
Mi apreciación personal sobre el conflicto generado por la brillante lección magistral del papa Ratzinger en la Universidad de Bratislava el pasado 13 de septiembre –ya muy debatido- tiene dos matices principales. Por una parte, estoy en línea con los que opinan que Benedicto XVI, responsable de un Estado marcadamente confesional y con vocación ecuménica, que ha subsistido por más de veinte siglos a muy variadas épocas y contradicciones internas, tenía que haber refrenado sus cultas apreciaciones sobre la oportunidad de una alianza entre civilizaciones, pasando de puntillas por la lógica (para él y los creyentes católicos) premisa de que todo ha de suceder bajo la superior capucha de la verdadera religión, a saber, el catolicismo, que él mismo representa, impulsa y ordena.
Por ello, quienes han fallado –si de errar se trata- son sus asesores comerciales que le tendrían que haber advertido de las posibles consecuencias de unas manifestaciones hechas fuera de su cátedra divina, expurgando citas de emperadores del siglo XIV, ilustrados, sin duda, para su época, pero nada proclives a admitir sin lucha, ni física ni verbal, que Mahoma hubiera dado con una fórmula de éxito para amenazar el dominio conseguido por el impulso cristiano. El imperio bizantino estaba en su agonía, reducido a mínimos por los seguidores islámicos lanzados a una guerra santa, expansiva y sometedora. También me apresuro a escribir que, en principio, la revelación que hizo profeta al de Medina tenía bastantes similitudes y raíces coincidentes, simplificándola, con la que había alimentado magníficos santos y santas, y muy venerables actuaciones, pero también césaropapismos, cruzadas, inquisiciones, vasallajes y exterminios desde la parte cristiana.
La segunda vertiente de mi apreciación es que, en este momento de crispación mundial –tan torpemente alimentada por el actual gobierno norteamericano, la ambición económica y la escasa diplomacia internacional-, en el que la inmensa incultura de las masas marginales de los países pobres (islámicos como cristianos, paganos como animistas o budistas, etc), hay que saber que el odio de los desplazados necesita muy poco para encenderse, porque todos los días reciben su ración de descontento y la globalización no oculta, sino magnifica, las crecientes desigualdades económicas entre los seres humanos.
Esas gentes que vociferan hoy contra el Papa, que ayer quemaron monigotes con la caricatura de Bush, y mañana seguirán una orden de asesinato contra cualquiera que se les cruce en el camino, están calentadas diariamente por una cadena de intereses económicos y fanáticos a los que les importa un ardite poner bombas en un mercado, explotar trenes, tirar rascacielos, quemar periódicos o amenazar periodistas, justificándolo todo porque se haya publicado una caricatura de Mahoma o se haya copiado mal un versículo de una sura. Tienen las mismas raíces de cretinez, incomprensión, odio visceral, y parecidos móviles de fondo que los que ostigan guerras civiles, crean inestabilidades, defienden las revoluciones como única panacea, aúllan por el final de la propiedad privada mientras ellos se enriquecen, defienden la igualdad para todos desde sus altos pedestales, o prometen un cielo con huríes y mucho alcohol, citando si les apetece a sus intereses el Corán, la Biblia, el Talmud, el Capital o la piedra de Roseta, y hasta serán capaces de llamar texto sagrado u orden divina a cualquier tontería que se les ocurra.
Tengo amigos musulmanes, católicos, jansenistas, agnósticos o ateos. Por ejemplo. Lo que me une a ellos es la tolerancia, el entendimiento de que el ser humano individualmente es frágil y que nuestra fortaleza está en unirnos en la comprensión de nuestras razones.
Por eso quiero citar una cita incluída en la conferencia del Papa Benedicto XVI que merecía, en mi opinión, haber sido difundida con preferencia a la frase del intercambio epistolar que Manuel II Paleólogo (1325-1425) mantuvo con un erudito persa, mientras la ciudad de Constantinopla estaba asediada por los musulmanes -hacia 1391-, y que él mismo recogió en su obra “Conversaciones con un musulmán”.
“Aquí recuerdo algo que Sócrates le dijo a Fedón. En conversaciones anteriores, se habían vertido muchas opiniones filosóficas falsas, y por eso Sócrates dice: «Sería más fácilmente comprensible si a alguien le molestaran tanto todas estas falsas nociones que por el resto de su vida desdeñara y se burlara de toda conversación sobre el ser, pero de esta forma estaría privado de la verdad de la existencia y sufriría una gran pérdida». (párrafo de la lección de Benedicto XVI en Bratislava, 13 de septiembre 2006)
Cito al Papa que cita a Séneca porque estoy de acuerdo en que la verdad de la existencia incluye entender de todas las nociones sobre el ser, religiosas como impías, agnósticas como creyentes. Y, por supuesto, tanto los católicos como los miembros de las otras religiones verdaderas o falsas, como los no creyentes en fuerzas divinas y designios mesiánicos, tendríamos que reflexionar por qué la religión mahometana cuenta hoy con más de 1.500 millones de seguidores en todo el mundo. Item más, algunos de ellos, dispuestos a inmolarse para matar creyentes de otras religiones por ganar un cielo que promete lo que algunos disfrutan indolentes aquí abajo.
a) después de nuestra parálisis cerebral total no hay nada;
b) después de nuestra definitiva parálisis cerebral se producirá una nueva actividad, que adoptará, según las creencias, diversas formas, más o menos imaginativas: ascenderemos o descendemos de nivel cognoscitivo, nos esperan seres superiores para premiarnos o castigarnos, nos confundiremos con la energía cósmica o con la naturaleza, recuperaremos o alcanzaremos nuestra plena madurez y nuestro cuerpo se hará eterno, etc.
La relativa tranquilidad con la que algunos seres menos afortunados en la distribución de los talentos de percepción extrasensorial observamos cómo algunos creyentes e iluminados intepretan designios, dogmas, mandamientos o leyes cósmicas y extrasensoriales, mezclando mártires, doctores, imames, reencarnaciones, avatares, móviles, inventos y voluntades varias, se torna en grave inquietud cuando advertimos que nuestros compañeros de viaje según naturaleza se muestran dispuestos a matar a sus semejantes porque les lleven la contraria en lo que creen.
Mi apreciación personal sobre el conflicto generado por la brillante lección magistral del papa Ratzinger en la Universidad de Bratislava el pasado 13 de septiembre –ya muy debatido- tiene dos matices principales. Por una parte, estoy en línea con los que opinan que Benedicto XVI, responsable de un Estado marcadamente confesional y con vocación ecuménica, que ha subsistido por más de veinte siglos a muy variadas épocas y contradicciones internas, tenía que haber refrenado sus cultas apreciaciones sobre la oportunidad de una alianza entre civilizaciones, pasando de puntillas por la lógica (para él y los creyentes católicos) premisa de que todo ha de suceder bajo la superior capucha de la verdadera religión, a saber, el catolicismo, que él mismo representa, impulsa y ordena.
Por ello, quienes han fallado –si de errar se trata- son sus asesores comerciales que le tendrían que haber advertido de las posibles consecuencias de unas manifestaciones hechas fuera de su cátedra divina, expurgando citas de emperadores del siglo XIV, ilustrados, sin duda, para su época, pero nada proclives a admitir sin lucha, ni física ni verbal, que Mahoma hubiera dado con una fórmula de éxito para amenazar el dominio conseguido por el impulso cristiano. El imperio bizantino estaba en su agonía, reducido a mínimos por los seguidores islámicos lanzados a una guerra santa, expansiva y sometedora. También me apresuro a escribir que, en principio, la revelación que hizo profeta al de Medina tenía bastantes similitudes y raíces coincidentes, simplificándola, con la que había alimentado magníficos santos y santas, y muy venerables actuaciones, pero también césaropapismos, cruzadas, inquisiciones, vasallajes y exterminios desde la parte cristiana.
La segunda vertiente de mi apreciación es que, en este momento de crispación mundial –tan torpemente alimentada por el actual gobierno norteamericano, la ambición económica y la escasa diplomacia internacional-, en el que la inmensa incultura de las masas marginales de los países pobres (islámicos como cristianos, paganos como animistas o budistas, etc), hay que saber que el odio de los desplazados necesita muy poco para encenderse, porque todos los días reciben su ración de descontento y la globalización no oculta, sino magnifica, las crecientes desigualdades económicas entre los seres humanos.
Esas gentes que vociferan hoy contra el Papa, que ayer quemaron monigotes con la caricatura de Bush, y mañana seguirán una orden de asesinato contra cualquiera que se les cruce en el camino, están calentadas diariamente por una cadena de intereses económicos y fanáticos a los que les importa un ardite poner bombas en un mercado, explotar trenes, tirar rascacielos, quemar periódicos o amenazar periodistas, justificándolo todo porque se haya publicado una caricatura de Mahoma o se haya copiado mal un versículo de una sura. Tienen las mismas raíces de cretinez, incomprensión, odio visceral, y parecidos móviles de fondo que los que ostigan guerras civiles, crean inestabilidades, defienden las revoluciones como única panacea, aúllan por el final de la propiedad privada mientras ellos se enriquecen, defienden la igualdad para todos desde sus altos pedestales, o prometen un cielo con huríes y mucho alcohol, citando si les apetece a sus intereses el Corán, la Biblia, el Talmud, el Capital o la piedra de Roseta, y hasta serán capaces de llamar texto sagrado u orden divina a cualquier tontería que se les ocurra.
Tengo amigos musulmanes, católicos, jansenistas, agnósticos o ateos. Por ejemplo. Lo que me une a ellos es la tolerancia, el entendimiento de que el ser humano individualmente es frágil y que nuestra fortaleza está en unirnos en la comprensión de nuestras razones.
Por eso quiero citar una cita incluída en la conferencia del Papa Benedicto XVI que merecía, en mi opinión, haber sido difundida con preferencia a la frase del intercambio epistolar que Manuel II Paleólogo (1325-1425) mantuvo con un erudito persa, mientras la ciudad de Constantinopla estaba asediada por los musulmanes -hacia 1391-, y que él mismo recogió en su obra “Conversaciones con un musulmán”.
“Aquí recuerdo algo que Sócrates le dijo a Fedón. En conversaciones anteriores, se habían vertido muchas opiniones filosóficas falsas, y por eso Sócrates dice: «Sería más fácilmente comprensible si a alguien le molestaran tanto todas estas falsas nociones que por el resto de su vida desdeñara y se burlara de toda conversación sobre el ser, pero de esta forma estaría privado de la verdad de la existencia y sufriría una gran pérdida». (párrafo de la lección de Benedicto XVI en Bratislava, 13 de septiembre 2006)
Cito al Papa que cita a Séneca porque estoy de acuerdo en que la verdad de la existencia incluye entender de todas las nociones sobre el ser, religiosas como impías, agnósticas como creyentes. Y, por supuesto, tanto los católicos como los miembros de las otras religiones verdaderas o falsas, como los no creyentes en fuerzas divinas y designios mesiánicos, tendríamos que reflexionar por qué la religión mahometana cuenta hoy con más de 1.500 millones de seguidores en todo el mundo. Item más, algunos de ellos, dispuestos a inmolarse para matar creyentes de otras religiones por ganar un cielo que promete lo que algunos disfrutan indolentes aquí abajo.
A muchos nos gustaría que se corrigiera, y de inmediato, el sustento de tanto desatino. Detectando a quienes están detrás de los que asesinan monjas, inmolan rehenes, queman librerías y efigies, o salen a la calle para vociferar contra gentes y por argumentos que no conocen ni sabrían analizar. Quitando razones a sus más radicales imames y clérigos fanáticos, shiítas o tal vez también suníes, reyes o presidentes tanto como iluminados de la más modesta esquina o perdida jaima. Dando cultura a los iletrados, y apoyos, medios, ganas, a los muchos sabios y prudentes que, cristianos como no cristianos, buscamos la verdad del ser, luchando entre la razón, la fe y el desconsuelo.
2 comentarios
Administrador del Blog -
Luis -
Otra cosa es el petróleo, como lo fue el territorio de los ambiciosos señores feudales del pasado, pero al menos tengo la impresión de que en Occidente ya no hacemos hipócritamente las cosas en el nombre de Dios, gracias a El.