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El blog de Angel Arias

Temas de política general

Jugando en corto: Técnicos, políticos y cómicos

Ha fallecido Leopoldo Calvo-Sotelo, ingeniero de caminos, ex-presidente de Gobierno, ministro varias veces, hombre ideológicamente tenido por conservador con rasgos de humor de la derecha liberal, y del que se dice ahora, -época de elogios-, que jugó un papel fundamental en la transición, pero que, en verdad de la buena, contó con pocos apoyos cuando los necesitaba más.

Su votación de investidura estuvo trapaceramente adornada por una asonada cuartelera impropia de lo que  se estaba ventilando, un intento chapuza de golpe de Estado en el que estuvieron involucrados hasta el cuello varios personajes importantes, unos prestamente desenmascarados y otros, seguramente, ocultos todavía y puede que ya para siempre.

Lo que me mueve a escribir este comentario se aleja de lo necrológico, porque traté poco a Calvo-Sotelo. La última vez, con ocasión de la celebración del centenario del Instituto de la Ingeniería de España, en la que me acerqué a él para saludarlo, aprovechando que estaba solo entre tanta gente importante, y ambos esperábamos a que se nos devolviera el abrigo.

Sin embargo, he leído bastante de lo que ha escrito, y analizado su actuación desde mi modesta opinión. Por cierto, le acabo de oir la misma expresión -"mi modesta opinión"- a Alfonso Guerra, justamente hablando del papel que, para él, jugó don Leopoldo en la transición, y que definió como singularísimo, como líder de circunstancias de aquel falso partido, la UCD. Coloso que, desde la soledad del sitial al que le encumbrara la dimisión de Adolfo Suárez, fue capaz de concitar simpatías desde otros ángulos ideológicos muy diferentes, dígase, Felipe González o José María Aznar, hoy todos amigos en su pasado común.

Son pocos los técnicos que se han dedicado a la política, y, entre ellos, escasos los que han durado entre los profesionales del "váyase, señor X"; camaleones capaces de hablar catalán en la intimidad e inglés en Georgetown; tipos de acero aptos para enfrascarse leyendo teletipos sobre lo que pasa en el mundo mientras los colegas le ríen justo al lado sus gracias al que hace que pasen; y mentes versátiles y suficientemente adaptativas como para saltar del ministerio de Sanidad al de Cultura o de Vivienda a Defensa y de Defensa a una empresa privada de fabricación de aviones.

Algunos ingenieros, como mi coetáneo y paisano Francisco Alvarez Cascos, han llegado a ser más conocidos incluso por sus verosímiles capacidades amatorias o la gestión supuestamente visceral de una crisis que le sería difícil lidiar hasta el más pintado, que por sus indudables éxitos de gestión. Otros, como el tan admirado como infumable escritor Juan Benet de Volverás a Región, pasaron sin mucha gloria como funcionarios de poca monta, a pesar de sus interesantes confesiones sobre lo que había que hacer con el agua en este país, hoy muy citadas.

Como soy ingeniero de minas y es conocida la rivalidad permanente con los camineros, no voy a citar a más ingenieros de caminos de los que se entrometieron por las aguas de la política, a salvo de José de Echegaray, liberal y dramaturgo, premio nóbel de literatura, envidia de propios y extraños.

Entre los mineros, cuento con compañeros que se están dedicando a la política o lo fueron hasta no hace mucho, como Gabino de Lorenzo, que pasa por ser uno de los buenos alcaldes de España -y yo creo que lo es, o, por lo menos, lo fue hasta que se propasó con Calatrava-, o como Julio Gavito, que tuvo una actuación destacable como consejero de Industria del Principado de Asturias, o como Adriano Garcia-Loygorri, hoy presidente del Consejo Social de la UPM y antes concejal del Ayuntamiento de Madrid.

Los ingenieros de Minas-Políticos crecen más fácilmente en Asturias, por razones que se podrían explicar. Son buenos ejemplos -pongo por caso- Juan Ramón G. Secades, presidente de lo-que-queda de Hunosa, que acumula un largo itinerario en la Administración de la cosa pública, y Víctor Marroquín, cabeza máxima del Enstitutu pa Emburriar les Asturies (IDEPA).

Dando saltos en la historia, lucieron con luz propia en otras épocas, colegas en los estudios de minas como Casiano de Prado, gallego progresista que se pateó la cordillera cantábrica y otras más, confeccionando planos geológicos que hoy día siguen siendo referencia (aunque los confeccionó en las primeras décadas de 1.800), y que supo de la dureza de pasar más de un año en las cárceles de la Inquisición, que es moco de pavo incalificable para quien hoy es venerado como laico patrón de los ingenieros de la tierra.

Félix Aranguren, el emisor de la frase "no me la toquéis, así es la rosa" -copiando a Garcilaso para defender una fábrica de acero de un tamaño más de andar por casa-, fue otro ingeniero de minas de postín, creador de la Ensidesa en los cincuenta y autor de otras iniciativas más privadas, polifacético incansable, que, incapaz de estarse quieto, incluso se licenció en derecho al jubilarsecomo funcionario.

En cuanto a lo cómico, todos hemos tenido nuestro momento gracioso. Lo difícil es asumirlo sin empacho. El mío -uno de ellos-, lo fue cuando me llevaron de conejillo de indios para que se pudiera inaugurar bajo mi gorro un centro de CAD-CAM al que le faltaban solo por un par de semanas bastantes de sus equipos electrónicos, lo que, al ser filtrado por la oposición interna de Pedro de Silva, marcó para siempre una de las mejores ideas tecnológicas que se tuvieron para Asturias.

Hay políticos que construyen, generalmente sin pretenderlo, un personaje cómico. Como Manuel Pizarro lanzándose a recoger la moneda de 20 céntimos que se le cayó del bolsillo a de la Quadra Salcedo, mientras éste hablaba del otro dos de mayo. Aunque más cómica aún fue la cara que puso Rajoy transparentándosele lo que pensaba del arrebato, y, tal vez, del arrebatado. (Ya se sabe: "No quiero dinero, pero no merezco que me traten así")

Cómico  resultó José María Aznar, tanto hablando en mexicano como cuando lo hizo en inglés, o lo que a él le parecía que así era. Cómico, Bernat Soria cuando emuló a Sancho Rof metiendo la pata en el aceite de girasol ucranio. Cómico -y dramático- fue Rodríguez Zapatero hablando de su éxito de las negociaciones con ETA mientras los terroristas se felicitaban, de lo suyo, poniendo las bombas que mataron a dos infelices y destruyeron el aparcamiento de la T-4, ...

Fuera de nuestras fronteras, la palma de la comicidad se la lleva Berlusconi, que es un cómico profesional -aunque Alfonso Guerra lo defina de otra manera-. Saltando varias cifras del pib, en los países en desarrollo, son muchos los ejemplos que demuestran la relación entre la farsa y la política, entre la charanga y el disimulo.

Si se mira con ánimo proclive, hasta  puede parecernos objeto de risa la bicefalia de ese objeto virtual indefinible que componen José María Fidalgo y Cándido Méndez cuando responden a las mismas preguntas, como un eco uno del otro, en nombre de la teórica unidad sindical.

En fin, también hay cómicos que, en la vida real, se hacen dramáticos. Andrés Pajares es un ejemplo muy de actualidad, digno de respeto en el diagnóstico seguro de su patente enfermedad y admirable por su trayectoria pasada como actor. Al envejecer, pocos son los que no dejan la piel de su personaje colgando en el empeño de seguir reclamando fama y méritos, como si eso no fuera flor de días. 

Técnicos, políticos y  cómicos configuran, ya queda dicho, las principales parcelas de la vida misma. Saber moverse por todos esos campos sin perder ninguna de las composturas, brillando en todas sin caer en ningún ridículo, está solo reservado a gentes excepcionales.

Leopoldo Calvo-Sotelo, ingeniero ilustre, político notabilísimo, cómico de excepción en la intimidad, descansa en paz. Maestro. Puede que nos volvamos a ver recogiendo los abrigos, escapando de las conmemoraciones del pasado que pretenden servir a la mayor gloria de presentes.

¿Para qué sirve un debate de investidura?

Las recientes elecciones generales en España han venido a demostrar la orientación bipolar del voto ciudadano hacia los dos partidos con los aparatos económicos y mediáticos más poderosos del panorama electoral, el PSOE y el PP, concentrando más del 90% de las predilecciones y dejando con participación testimonial a las demás "fuerzas" políticas.

¿Se ha hablado de ideologías durante la campaña?. No mucho. Más bien se han actualizado, al gusto de los partidarios de ambas agrupaciones en disputa por el poder de gobernar el país, antiguos esterotipos.

a) El PSOE busca el voto de las gentes de izquierdas que, para la otra España, son peligrosos por sus tendencias a despilfarrar los recursos, a vivir sin trabajar cuando no se les controla y ata corto; por haber leído mucho y entenderlo mal, tienen la cabeza a grillos, lo que les lleva a reformar las cosas sin analizar las consecuencias, regalando el dinero de todos, en lugar de crear más empresas; en lo personal, se entregan al libertinaje a las primeras de cambio, son abortistas y propensos a eutanasias activas;sus líderes llevan pantalón de pana por las tardes y ellas presumen de vestirse en Zara; dicen haber leído a Kant y, mayoritariamente, son funcionarios públicos, con segunda residencia -cuando la consiguen- en el pueblo de sus padres.

b) El PP busca el voto de las gentes de derechas que, para los de enfrente, son egoístas y de poco fiar, pues solo piensan en su corto plazo, aprovechando que gozan de un patrimonio heredado -y a saber cómo lo consiguieron-; incultos, apoyan una moral retrógrada que en la intimidad incumplen, pues son pecadores como el que más y cínicos como ninguno; poseen aficiones perversas que les llevan a la explotación de otros, a los que creen, en su fuero interno, inferiores: inmigrantes, negros, pobres, intelectuales de barba y farándula; sus líderes dicen haber leído a Keynes, tienen profesiones que los relacionan con los banqueros, llevan abrigos Loden, corbata con el pijama y usan chubasqueros Barbourgh o pantalón pitillo (según sexos), y, cuando poseen una segunda residencia, la prefieren en la costa mediterránea, sensu lato.

El Sr. Rodríguez Zapatero, cabeza de lista como candidato a la Presidencia del Gobierno, del partido más votado, pero en cantidad insuficiente para gobernar en mayoría, ha presentado ayer (8 de abril de 2008) sus propuestas de actuación. Los representantes de los demás partidos, -y en especial, el Sr. Rajoy, el candidato derrotado por la mínima, avalado por más de 10 millones de votos-, han criticado las medidas, como si hubieran sido propuestas de redacción para la escuela.

Esta dicotomía visceral, sin atender razones del otro, de la que está contagiada la sociedad española, se podría diagnosticar como una evolución maníaco-depresiva, a la que no vendría mal aplicar alguna medicina. Para los observadores que pretendemos conservar la calma para juzgar lo bueno de unos y otros, la situación dialéctica generada en la Cámara de Diputados tiene mucho de desconcertante.

El líder del PP, manteniendo la tónica de las elecciones pasadas, acusa de falta de credibilidad permanente, es decir, de ser un mentiroso crónico, al candidato del PSOE, presidente en la anterior legislatura y, previsiblemente, en ésta que ahora comienza. Argumentación increíble, ad hominem, porque no estamos en campaña electoral -y aunque así fuera- sino debatiendo el programa de la legislatura, en una fase en la que se pretende, al menos en teoría, la búsqueda de apoyos para lograr estabilidad y sacar adelante las propuestas de gobierno.

El líder del PSOE, futuro presidente de Gobierno, acusa al cabeza de lista del PP de catastrofista, crispador sin razones y portador de vacuas propuestas, inconcretas o faltas de sentido, amén de ser un mentiroso y haber sido peor gestor de la vida pública, cuando le tocó gobernar, olvidando a veces que casi la mitad del país lo ha apoyado como alternativa y que no se trata de juzgar al hombre, sino de tranquilizar y convencer a los que no le votaron de que va a hacerlo bien, y que gobernará para todos lo mejor que pueda.

A pesar de la denominación del acto institucional como debate, no se trata de posturas dialécticas, sino de una representación, en la que las minorías que representan intereses con pretensión de globalidad, pero perdedoras en las elecciones, tienen poca relevancia, pues su voto a favor en la investidura no aportaría número suficiente y podría lastrar ideológicamente al nuevo Gobierno.

Los representantes de los partidos regionalistas, por su parte, llevan al Congreso sus condicionandos específicos, totalmente sesgados hacia el interés en mejorar la situación de las autonomías de donde provienen, exigiendo para pactar con el nuevo Gobierno, de forma monocorde, aumentos en la descentralización  y más dineros, sin que les procupe recortar aún más plumas al Estado, que ya apenas controla el 50% del presupuesto, y sin que les parezca preocupar el bienestar general, sino el de sus votantes. 

Las regiones sin representación parlamentaria -pienso en Asturias, por ejemplo- supongo que se morderán las uñas al ver que sus posibles reivindicaciones son silenciadas o ignoradas en el debate, pues se habla solo de Cataluña, Canarias, Galicia y el País Vasco, y ninguno de los partidos mayoritarios osaría introducir cuestiones para las autonomías "apátridas" en sus discursos.

A mi me parece, desde luego, que tenía que haber muchos debates, y cara al público, de nuestros líderes. Para que se acostumbraran a ser analizados por terceros, no por sus correligionarios y, con ello, perdieran recelos y miedos mutuos, que son producto de una herencia que ya no es de este tiempo.

Creo que Rajoy es mejor improvisador y polemista que Zapatero, el cual tiene más credibilidad aparente aunque menor juego de cintura. Creo que ambos carecen de equipos lo bastante sólidos y formados, que les ayuden a concretar las ideas y a proponer actuaciones mejor documentadas, realistas, técnicamente viables, evitando improvisaciones.

Creo que los dos programas, en realidad, se parecen en lo conceptual, porque son genéricos y bien intencionados, y, por ello, que no hay ya razón para que se presenten como de derechas o de izquierdas en la mayor parte de las propuestas. 

Y creo, en fin, que el verdadero debate estaría en encontrar el punto de acuerdo y entendimiento en varios temas cruciales, olvidándose de esquizofrenias y apriorismos.

He aquí algunos: terrorismo (es preferible no pactar y no dar tregua, como propone el PP); avances en la línea del mayor desarrollo social (cauta pero decididamente, como defiende el PSOE); control en la economía, sin exagerar la dimensión de la actual crisis pero sin menospreciarla(y para gestionarla, me gusta más Solbes que Pizarro); revisión de la política inmigratoria (mayor control, como propone el PP y ayuda en la fuente, como ahora estipula el PSOE); solucionar la cuestión hidrológica con un Plan coherente y a largo plazo (ambos partidos tienen propuestas aprovechables, y los esquemas técnicos deben prevalecer sobre los razonamientos viscerales: trasvases y desalación caben en el modelo); definir claramente el panorama energético (menos folklore ecológico y más realismo, aunque ello nos obligue a defender lo nuclear, buscando así un perfil propio como hacen los demás países de la UE); reforma sustancial del poder judicial y agilización y coherencia en la impartición de justicia; revisión de la política de desempleo, que ha propiciado fraudes de empleados y empleadores; etc.

Jugando en corto: ¿Tiene la política sitio para la técnica -y lo temperamental, acomodo para la razón-?

Jugando en corto: ¿Tiene la política sitio para la técnica -y lo temperamental, acomodo para la razón-?

La pregunta seguramente ofende (no lo pretendo, desde luego), pero la respuesta, no. Política y técnica deberían estar bien avenidas, porque su raíz común no puede ser otra que la de procurar el máximo bienestar al ciudadano. Algún tecnicista enamorado de su ombligo habrá llegado a decir que, si se aceptaran los postulados de la técnica, no necesitaríamos que los políticos tomaran decisiones, porque lo razonable técnicamente no admitiría discusión.

Sin arriesgar convertir este Comentario en un muestrario de obviedades, parece poco cuestionable que en estas elecciones que acabamos de vivir en España, los impulsos temperamentales han superado ampliamente a los razonamientos técnicos. El efecto natural ha sido que (casi) todo el mundo, independientemente de su formación personal, ha podido involucrarse en la campaña con triviales afirmaciones mayestáticas: me gusta, no me gusta; lo quiero, lo detesto. Los izquierdosos impresentables y la derechona zafia, en fin, según el color del cristal con que se mira.

Esta campaña dirigida por los cuidadores de imagen de ambas facciones del modo de deformar la realidad, ha tenido premio. El equipo de Zapatero ha ganado las elecciones, pero también el equipo de Rajoy puede jactarse de haber mejorado en lo cuantitativo y mantenido la distancia en lo cualitativo, a pesar de los pesares. Las dos Españas están ahí, incólumes, más fuertes si cabe. Por cada sonrisa confiada en que las cosas se han hecho bien, hay una mueca de reproche convencida de que lo han hecho mal y que lo podría hacer mejor. Incapaces contra intolerantes, en fin.

La bipolarización de las alternativas y su simplicidad expositiva ha tenido una consecuencia lateral lamentable: los partidos minoritarios se han convertido en másnoritarios y, a salvo de la opción incombustible de CiU, han pasado a ser objetos de museo sociológico. El juego del debate político se ha concentrado para la próxima legislatura, en el enfrentamiento entre dos partidos, cuyas opciones políticas -nostalgias históricas aparte- sucumben ante la personalidad de sus líderes y sus entornos directos, responsables de crear un entramado de cantos de sirena y patadas en los ijares del contrario, en el que sucumben las formulaciones técnicas que permitirían encontrar soluciones a lo que nos debería importar.

Por los que nos mantenemos al margen del debate político, pero obviamente nos interesa, y por los que hemos consumido muchos años de nuestra vida en formarnos para dar soluciones técnicas -siempre en debate, nunca impuestas-, me constituyo, sin que nadie me lo hubiera pedido, en portavoz. Lo que desearíamos es que los dos partidos mayoritarios -hoy, casi únicos- afrontaran, sin miedo, la solución técnica a algunos de los debates abiertos, para los que el consenso sería tan necesario.

Técnica no significa, para mí, ingeniería únicamente. Hay cuestiones técnicas jurídicas, administrativas, biológicas, médicas, económicas,... que merecerían la apertura de los melones correspondientes. El PSOE tiene la palabra. Buena suerte.

A barlovento: Las opciones políticas de las minorías con ganas de participar activamente

Escribo desde la emoción de saber que Eta ha querido intervenir en la campaña, para reforzar -dicen- su mensaje de abstención activa, matando a un socialista, Isaías Carrasco, en Mondragón, Euskadi. Hace cuatro años, otros terroristas, de Al-Qeda en aquel caso, también habían querido intervenir en la elección a Presidente de Gobierno, y puede que indirectamente lo consiguieran; entonces, aquellos otros cuyas raíces comunes con éstos son, sin duda, su desprecio hacia las vidas de los demás- eligieron la fórmula fácil de bombardear a desprevenidos ciudadanos en Madrid.

Ha sido reiteradamente comentado en esta campaña que el bipartidismo forzoso a que nos ha conducido nuestra Ley electoral, ha puesto de manifiesto la debilidad de nuestra democracia en este contexto específico, pues la necesidad de establecer diferencias en temas sustanciales, para marcar publicitariamente el terreno, ha forzado diferencias en puntos en los que se debiera estar totalmente de acuerdo.

El bipartidismo es aceptable en democracias consolidadas y antiguas, pero deja a los votantes con pocas opciones cuando hay temas sustanciales que aún parecen tener que debatirse para conducir lo sustancial de la vida en convivencia, y las llamadas de atención de los partidos minoritarios aparecen como demasiado simples frente a los temas cruciales que ocupan el centro del escenario.

Combatir unánimemente al terrorismo, sin matices, sin diálogos, conscientes de que los terroristas no representan ninguna opción democrática, no debiera haber sido un tema de discrepancia en la campaña, y lo ha sido. Si hay algunos ciudadanos que pretenden defender con las armas, y específicamente con el asesinato de los representantes democráticos o de los guardianes del Estado de Derecho, sus hipotéticas ideas, la posición incontrovertible de los pacíficos ha de ser su marginación absoluta, su negativa a negociar con quienes los amparan y ocultan.

Hay otros temas, posiblemente de menor empaque, pero muy importantes, que tampoco deberían ofrecer margen para fisuras. Defender el medio ambiente, desde la unidad del Estado y la solidaridad, eligiendo  aquellas opciones que sean más favorables desde el punto de vista energético y realistas en lo económico, no debiera haber ocupado el sitio preferente entre las discrepancias, y lo ha ocupado.

La opción de la desalinización del agua de mar como fórmula menos gravosa de afrontar la escasez de agua y el mantenimiento de la energía nuclear como forma necesaria de mantener nuestro mix energético , no debieran haber sido motivo de discrepancia, por bonito que puede parecer defender opciones ecologistas, la belleza del medio ambiente o las energías alternativas. Lo ha sido.

Defender que la inmigración, saludable en general para todos -alóctonos y autóctonos- cuando está controlada y viene a cubrir una necesidad de ambas partes, está causando ciertos desequilibrios a nuestros servicios sociales y a nuestra economía no debería estar en el debate electoral, y lo ha estado. Por supuesto que la inmigración legal es bienvenida, pero que nos hayamos convertido en refugio de los ilegales de Europa, por mucho que nuestros nacionales prefieran cobrar el subsidio de paro antes que asumir ciertos empleos, no puede más que causarnos daño a las economías. Lo está causando, creando inflación y ayudando a mantener bolsas de precareidad laboral y provocando el flujo de dinero negro, preludiando tensiones más graves a medio plazo.

Pretender que nuestro sistema impositivo no tiene la solidez suficiente es algo que debiera ser debatido, y no lo ha sido. No es cuestión de rebajar impuestos o devolver parte de lo recaudado porque nuestro Estado de derecho, al parecer, no saber qué hacer con los excedentes. Es una vergüenza que solo 100.000 personas declaren ganar más de 84.000 euros al año, y pone en evidencia las bolsas de fraude existentes, en especial, entre los no asalariados. Se debe aumentar la inspección fiscal, sin más, antes que debatir sobre los tipos únicos o la eliminación del impuesto de sucesiones.

Creo que en estas elecciones hemos vuelto a echar en falta el afloramiento de partidos, por la izquierda y por la derecha, que amplíen el campo de opciones políticas y, dentro de los partidos mayoritarios, que se construya un auténtico debate social sobre lo que conviene hacer, desde la pluralidad, el entendimiento sin crispaciones, el conocimiento de la realidad técnica y económica, la tolerancia ideológica, el laicismo de la sociedad, el apoyo al desarrollo de los pueblos, la integración plena en la cabeza de Europa, y una postura internacional perfectamente asumida por todos, cuyas raíces han de ser la tolerancia, el respeto a la autonomía de los pueblos, la cooperación internacional, la investigación y la ayuda para salir de la pobreza.

No son exactamente, en el fondo, cuestiones de izquierda y derecha, son de sentido común. Y, obviamente, en los partidos minoritarios, despreciados y vituperados por los grandes, hay muchas ideas que son plenamente asumibles. Votemos, pues, y pensemos en la bondad del pluralismo, analizando todas las opciones, incluso (o en particular) las que no han gozado del ímpetu mediático.

A sotavento: republicanos, divididos, neoecologistas e ingenuos

La serie de calificativos que se recoge en el título del Comentario no servirá para definir a los partisanos de Izquierda Unida, pero le son aplicables. Al menos, en el sentir de muchos de los que siguen las evoluciones, amenazadoramente de aspecto terminal, de esta formación política.

El asentamiento de la democracia en España ha traído varios efectos colaterales y uno de los más interesantes es la progresiva extinción del espíritu comunista. Aunque se dice que la izquierda del PSOE tiene una clientela fiel de casi 1,5 millones de votantes, la Ley d´Hont, las luchas intestinas y la falta de un programa político pragmático, han convertido en testimoniales a los partidos de la izquierda irredenta, en los que habían probado sus dientes muchos de los que luego poblarían las primeras filas del socialismo.

Para mí, el eje fundamental de la izquierda no gobernante en nuestro país, en este momento, podría ser la cuestión ecológica. Son muchos los temas abiertos en este asunto trascendental, que no pueden ser resueltos desde una perspectiva contemporizadora, a la que, por razones obvias, se tienen que ajustar los partidos mayoritarios. Ser ecologista o verde y ser marxista son cuestiones completamente diferentes.

La defensa de los intereses de los trabajadores ha pasado a mejor vida en una situación de relativa prosperidad económica, en la que un 11% (o más) de los empleados trabajan como funcionarios para el Estado, teniendo un puesto de trabajo fijo, y en el que los parados y subempleados del sistema tienen muy difícil organizarse, además de ser relativamente pocos, en comparación con los asalariados que, aunque no lleguen a fin de mes con holgura, andan en utilitario y veranean veinte días laborables.

Una explicación interesante respecto a lo que sucede, en estos momentos, con los izquierdosos, se puede encontrar en relación con la ostentación del espíritu republicano, que es, y no hay porqué justificarlo de puro evidente, característica intrínseca de la defensa de las igualdades. No cabe identificar, sin embargo, a republicanos y marxistas, pues esa respetable forma de Gobierno que rechaza la genética como llave de acceso a la cúpula del Estado, no tiene color ideológico.

Pero sucede que este carácter reivindicativo, con su bandera incluída, está en las esencias de la izquierda española, ahuyentando así votos de los que asocian el cambio a la forma de gobierno República desde la Monarquía con una revolución. Tal vez IU, después de estas elecciones -en las que vaticino un fuerte retroceso- se anime a recapacitar sobre las esencias de la izquierda de un partido mayoritario que ha secuestrado, para bien, los ánimos reivindicativos de la mayoría de los trabajadores.

Jugando en corto: Rajoy y Zapatero tienen difícil convencer a quienes no son sus partidarios

En el debate que está a punto de terminar cuando escribo estas líneas, los dos candidatos a Presidente del Gobierno de España han demostrado que saben nadar y guardar la ropa, que es cualidad fundamental para un político.

No han tenido empacho alguno en descalificarse mutuamente, de la manera más directa que puede hacerse: "Usted no merece presidir este país", dijo Zapatero a su contrincante en estas elecciones. "Usted no tiene ninguna idea de la nación española", había dogmatizado poco antes Rajoy, refiriéndose al actual Presidente del Gobierno.

Fue una magnífica confrontación de conocidas posiciones -apelación a solvencia frente a crispación, recíprocamente lanzadas para descalificar al contrario- , pero no resultó motivador para quienes no estaban previamente convencidos. Los dos candidatos presentaron idéntica capacidad de persuasión, misma firmeza, un parecido talante. Si se hubiera tratado de dos testigos aportados por las respectivas partes en litigio, habría que concluir que nada añadieron a la credibilidad de los argumentos, porque ambos pudieron el mismo énfasis en repetir sus versiones, completamente diferentes aunque los hechos que deberían enjuiciar eran, por supuesto, los mismos.

Parecía que ambos se manejaban con informaciones complementarias, y que los datos se pudieran acomodar al antojo para argumentar tanto el pro como los contras de las cuestiones que se dilucidaron. Zapatero y Rajoy son, al margen de sus ideologías, muy parecidos. Tímidos, serios, nada divertidos en su imagen pública: uno no se los imagina contando un chiste, sino sonriendo aquiescentes a las palabras de su interlocutor, menos dados a la polémica enardecida que a la tranquilidad de un paseo por el monte en grupo.

Su currículum los evidencia como dos personas con una amplia experiencia política, que no se arrugarán, por tanto, ante la contundencia del contrario y que saben muy bien que el éxito de una intervención está en poner énfasis en las palabras más que en las cifras, porque los que escuchan, y han de votar, se van a guiar por el tono, por la música y no por la letra.

Algo ha de ser motivo de tranquilidad para los que voten como para los que no lo hagan. Cualquiera de los dos tiene bagaje para ser un buen Presidente de Gobierno, o va a intentarlo al menos. En mi opinión, Rodríguez Zapatero ya lo ha demostrado. En eso, lleva ventaja. Yo, lo que echo de menos es verdadera confrontación de programas, no un debate singular con aires de gran derby que, por su misma naturaleza, no va a servir para que se desequilibren los previsibles resultados electorales de PSOE y PP.

Las terceras fuerzas políticas, por el centro, por los regionalismos o por la izquierda, tienen, pues, sus opciones, no solamente intactas, sino a máxima temperatura. Ellas ganarán las elecciones, porque el debate de los partidos mayoritarios, para los que no estaban convencidos, sigue en tablas.

Jugando en corto: Preparado para ser Presidente de Gobierno

No es un secreto, porque lo ha venido reiterando, de manera más o menos solapada, en varias ocasiones: Alberto Ruiz Gallardón, alcalde de Madrid y ex-Presidente de la Comunidad que lleva el mismo nombre, quisiera ser Presidente de Gobierno. Ayer, 19 de febrero de 2008, en una entrevista ante "el más serio de los periodistas actuales de España" (sic) -Buenafuente, en la Sexta-, lo ha ratificado: está preparado para colmar ambiciones más altas que la de ser alcalde de Madrid.

Pero las fuerzas misteriosas de su propio partido -distintas de las que personifica su oponente político aparente, Esperanza Aguirre, actual Presidenta de Madrid-  se lo impiden.
Le han impedido adquirir carta de diputado, privándole de la oportunidad de que toda España pueda ser consciente de la capacidad para defender intereses generales en la que se ha venido formando, desde la misma facultad de Derecho, cuando era estudiante.

Ruiz Gallardón no oculta su disgusto, y puede que también una mayoría de ciudadanos crean que esa zancadilla a las expectativas de promoción política del personaje, es un perjuicio hacia la brillantez de los debates en el Congreso y, en última instancia, un obstáculo a la comprensible preocupación de que los mejores lleguen a las más altas cotas de servicio ciudadano.

No debe sentirse, sin embargo, tan cabizbajo. Ser alcalde de Madrid es un magnífico renglón para cualquier currículo. Haber ejercido el doblete de ser Presidente de una Comunidad y Alcalde, es un mérito que no figura más que en la hoja de servicios de unos pocos elegidos, aquí y en Pernambuco. Haber subsistido prácticamente incólume hasta ahora a la imaginable serie de cuchilladas espalderas, digerido varias dosis de sapos y culebras y presentar logros de ejecución comparables sin desdoro a los artífices de reformas que se estudian en los libros de Historia, ha de ser un orgullo para cualquier superviviente.

Acabe o no desaparecido en el combate de las luchas intestinas por las púrpuras, Ruiz Gallardón tiene muchos y más amplios méritos que otras víctimas de los cuchillos politiqueros: nada que ver con los Vestrynge, Pimentel, Imaz, Hernández Mancha o Iglesias; mejor que los Herrero de Miñón, Almunia o García Valverde; equiparable a otros ilustres, también maloportunamente acuchillados, a los que puede, según pareceres, oponer incluso mejores matices, como Morán, Marín, Carrillo o el propio mentor Fraga.

Enhorabuena, pues, alcalde de Madrid. Se comprende bien que en esa cabeza de excelente opositor hayan bullido fabulosas propuestas para reformar España, trazando en una legislatura nuevos asfaltos, puentes, pantanos y reformas de todo tipo. Nos quedaremos, tal vez, con las ganas de ver al país puesto boca arriba, planchado para que lo disfruten futuras generaciones.

Enhorabuena también a aquellos que, faltos de visión de futuro, se contentan con vivir en la mejor paz posible, atendiendo a los garbanzos, la planificación de las vacaciones de la parienta y de los niños y buscando con qué pagar el plazo mensual del utilitario y la letra vencida del refugio.

Jugando en corto: La volatilidad entra en campaña

La nueva caída brusca de las Bolsas europeas y norteamericanas (5 de febrero de 2008), consecuencia de la inestabilidad económica y de los malos indicadores, lo que mantiene una percepción pesimista del futuro que nos espera, plantea la cuestión de la volatilidad.

En un programa radiofónico matinal (la Ser, 9h del 6 de febrero del corriente), un oyente se interesaba por saber qué era eso de la volatilidad de las Bolsas, a las que tan reiteradamente se hacía referencia en estos tiempos de mudanza. Un erudito contertulio del programa del periodista Francino le contestaba que la volatilidad era un concepto intrínseco al esquema bursátil, y que las bajadas y subidas de los valores eran quienes daban actividad a los operadores y hacían ganar dinero a los cuidadores de los grandes inversores, a costa de las pérdidas de los pequeños ahorradores, que no tenían capacidad para reaccionar ante los cambios bruscos y veían, en consecuencia, cómo sus dineros se volatilizaban.

La cuestión de la volatilidad es intrínseca a nuestro sistema económico. Si fuéramos capaces de predecir con total exactitud el comportamiento futuro de nuestras empresas y actividades, no habría riesgo y, por tanto, no cabría especulación sobre los resultados. La volatilidad es la consecuencia de que el futuro ya no es lo que era -lo que nos habíamos imaginado que iba a ser- y, por tanto, debemos de corregir las expectativas desde un presente mejor informado.

Claro que no todo es así de simple. El ciudadano de a pié no genera ilusiones respecto al futuro empresarial, porque no tiene datos ni capacidad de influencia sobre ellos, ni sobre los agentes económicos. Se guía por la información que le proporcionan aquellas fuentes a las que concede credibilidad, y la credibilidad la generan en cada uno de nosotros, con sus opiniones, aquellos individuos o grupos que nos merecen confianza.

Es muy importante, por ello, que se disponga de información neutral y objetiva, y técnicamente documentada, sobre las cuestiones que nos afectan. Lamentablemente, las opiniones se ven sistemáticamente enmascaradas por el ruido de los intereses particulares. Lo advertimos en cualquier debate político, lo detectamos en casi todas las discusiones y foros. Quienes más chillan, más interrumpen, más vehemencia ponen en lo que dicen, parecen tener más razón.

En la campaña electoral española se han introducido, nuevamente, elementos volátiles.

La posición respecto a los trasvases de agua (el neo-candidato Manuel Pizarro reabre la caja de Pandora del PP abogando por el trasvase del Ebro, cuando Barcelona se prepara para recibir agua de las desaladoras de Almería, excedentarias porque el campo, para el que estaban previstas, no puede pagar por ese agua); el papel de la energía nuclear en el mix energético (el programa de IU aboga por el cierre de todas las centrales antes de 25 años, de forma incoherente respecto al argumento de que, hoy, no garantizan seguridad ni control de residuos); la negociación con las facciones de nacionalismo terrorista como elemento de separación entre los pacíficos (cuando, puesto que en un estado de derecho contrario a la pena de muerte y crítico respecto a la respuesta armada o desproporcionadamente violenta de las fuerzas del Estado, la cohesión total de los demócratas es el único elemento de fuerza contra los disidentes); ...

Cuando seamos capaces de corregir las previsiones del futuro respecto a los elementos temperamentales que hemos introducido en el debate, el presente ya tendrá otras cualidades, y los cuidadores mejor posicionados para conducir en su provecho los valores de nuestra sociedad, habrán sacado su rédito a costa de la falta de información objetiva de los ciudadanos normales, que habrán invertido sus ahorros y sus esperanzas emocionales en entornos volátiles, mutables, subjetivos.