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El blog de Angel Arias

Problemas de identidad (16 y 17)

16

Duarte llamó, por fin, al móvil, a las nueve de la noche: “La operación de mi madre ha resultado muy bien. Pero quiere que sea yo quien pase la noche con ella”. Resultaba exasperante tanta contradicción; o, tal vez, no eran más que indefiniciones y malos entendidos:”-Me alegra lo de tu hija, o lo de tu madre, o quien quiera que fuera la que se operó hoy. Pero tienes que explicarme lo que está sucedie.do con la auditoría. Qué c…pasa con esos  graves errores contables que me cuentan haber descubierto”. “-Tonterías. Todo está en orden. Ya le dije a Sakumara lo que pasó. Han omitido contabilizar los datos de todo un trimestre. Pasaron por alto nuestro año contable empieza en enero, no en abril.”

17

Al llegar, Sergio encontró su plaza de garaje ocupada por otro coche. Dejó su vehículo en cualquier otro, y salió andando del parking, compró un perro en la primera tienda de animales de compañía con la que se cruzó (“Déme el más adulto que tenga”, solicitó) y buscó al hombre de la caja. Estuvo recorriendo calles de los alrededores, y cuando ya desistía, lo vio casi en el mismo sitio que la otra vez, atravesando la calle arrastrando la misma carga u otra muy parecida: pequeñas maderas y otros desperdicios.

Se acercó al hombre y le ofreció el perro a cambio de la caja. El pordiosero le miró de hito en hito: “-¿Qué voy a hacer con una caja?”- masculló. Pero aceptó el trueque y, sin soltar del collar al perro, que movía la cola, contento posiblemente por haber obtenido mayor libertad, reanudó su camino hacia ninguna parte.

Después, llamó a la oficina, confirmando su sospecha de que allí le esperaban ya Amalia Delicado y el Dr. Juhlek. Habían pedido permiso para  conectar a la corriente un extraño artilugio, semejante a una lavadora de carga lateral. Duarte había dejado un sobre cerrado, muy grueso. Y los auditores estaban camino del aeropuerto.

Supo de inmediato que iba a ser un día sencillo, que el horizonte se le había despejado. Por la puerta entreabierta, advirtió al Dr. Juhlek manipulando los mandos de una máquina prismática, que parecía muy vieja, por tener las chapas oxidadas. Al entrar, empezó un discurso en alemán, que debía estar relacionado con las presuntas habilidades del aparato. Amalia no estaba. Lucía le aclaró que había tenido que ausentarse un momento al servicio. Por sus gestos, entendió que el Dr. Juhlek le pedía algo para quemar, y le ofreció la caja que había dejado junto a la puerta. Puso encima la carta de Duarte. Todo desapareció en un instante, sin dejar rastro. Como volatilizado.

El alemán sonreía aún, mirando hipnotizado su invento, como si lo hubiera recién descubierto, cuando Amalia apareció. Era una mujer de ojos almendrados, no muy alta de estatura, de mediana edad. Se echó en brazos de Sergio, sin dudar, besándolo efusivamente. “-¡Qué alegría, Sergio! Pero, ¿cómo no me dijiste que tu mujer era experta en Psicología Transpersonal, y que estábais separándoos? ¡Eso explica tantas cosas!”

(continúa)

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