Jugando en corto: España, país pobre, de gente rica
De los gloriosos tiempos de Ensidesa, la fabricona que, con Hunosa, tanto ayudaron a que Asturias configurara su perfil de autonomía industrialmente sobredimensionada y económicamente subvencionada, recuerdo una anécdota que le gustaba comentar a mi tío Juan Manuel F. Carrio, entonces jefe de Laboratorio de Baterías de Coque (o Cock, e incluso, cok).
Ensidesa había transmutado la asesoría de los norteamericanos de Armco, propiciada en su momento por Ricardo Díez Serrano, acogiéndose a la tutela tecnológica de la Nippon Steel Co., que habían desembarcado con algunas curiosas propuestas. Una de ellas era la de situar gallinas en las plantas de producción, para que los trabajadores pudieran distraerse ofreciendo comida a estas aves de corral. A la manera -se decía- de esos cuartos provistos de punching ball en los que, dándoles mamporros a sacos de boxeo con la efigie de los jefes, se liberaban las tensiones del curro.
Los japoneses eran gente observadora, y voluntariosa, y se acomodaron rápidamente a la vida de disipación extralaboral que ofrecía la, entonces, floreciente Avilés -previa al Centro Niemeyer-. Cuentan las crónicas que algunos de los industriosos colegas nipones dedicaban las noches, en demasía, a libaciones y francachelas, que disminuyeron rápidamente su alto espíritu laboral, pero les ayudaron a pasar los meses lejos de su patria.
Mi tío cuenta que en una de las reuniones que periódicamente se mantenían para intercambiar experiencias y tomar las pertinentes decisiones de mejora, uno de los japoneses ilustraba la diferencia que había constatado entre ambos países, con una frase de antología: "Japan, rich country, poor people; Spain, rich people, poor country" (Japón, país rico, con gente pobre; España, país pobre de gente rica").
Seguimos siendo así. No de otra forma se explica que, a pesar de la crisis, el español siga empeñado en el disfrute de vacaciones largas, que paralizan completamente la actividad del país y que, si puede como si no puede permitírselo, prefiera viajar a países exóticos y muy lejanos.
Fuera de esos períodos vacacionales, que siguen siendo tomados en tropel, nadie creerá que la productividad haya mejorado: dénse una vuelta por oficinas funcionariales, bancarias, empresariales de todo tipo y, si desean sufrir más, váyanse por las cafeterías y bares de las proximidades, porque sigue sin perdonarse la larga pausa matinal, aunque habría que suponer que, debido a los masivos despidos, habría mucho más trabajo para cada uno. Qué decir de la serpiente de la corrupción, instalada sin rubor entre la clase política (y, por pura obviedad, en su cómplice necesario, la empresarial), que nos hará sospechar con fundamento sobre la dimensión de la economía sumergida (aunque lo sea ahora un poco menos).
Todo indica que, frente a la situación de desánimo colectivo, individualmente los españoles parecen disfrutar de una situación económica sólida, conseguida de forma tan misteriosa como envidiable. País pobre, gente rica.
Quizá la burbuja aún no ha estallado del todo. Ojalá no sea así, pero sospecho que nuestra Arcadia alegre y confiada sigue dándole la espalda a la realidad, posiblmente confiada en que Alemania, Francia y Estados Unidos la saquen de la crisis. Prefiere dormirse en los intangibles, manejando con soltura términos abstractos, como alianza de civilizaciones, lucha contra el cambio climático, desarrollo global, defensa de la biosfera, etc.
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