A barlovento: Microempresas y beneficios sociales en un mundo insolidario
Muhammad Yunus, Premio Nóbel de la Paz -que no de Economía- en 2006 me ha parecido, desde que conozco de su existencia, tan simpático y buen comunicador como ingenuo. Un ingenuo listísimo.
Como suele acaecer con quienes nos hablan con cierta dificultad, pero con fluidez, en un idioma que no es el suyo, y que, siendo el inglés, entendemos los angloparlantes aficionados sin perdernos una coma, veneramos lo que nos cuentan, aunque si nos lo hubiera dicho un colega en nuestra lengua vernácula, con alta probabilidad lo hubiéramos puesto de vuelta y media, abriendo un debate lleno de aristas.
Lo que avala a Yunus es haber puesto en pié, surgido de la nada, movilizando la capacidad de trabajo de gente desahuciada, un entramado de estímulos sociales, políticos y económicos, sin precedentes en su país ni en níngún otro. Una actuación que despertó la atención mundial y que ha sido estudiada, copiada -bien y mal- y reanalizada por miles de especialistas, escépticos unos -casi todos los que utilizan la luz de los tratados de economía- y entregados los más -casi todos los que desearían que el sistema capitalista se fuera al carajo- .
Yunus disertó ayer en el foro de esa estupenda iniciativa que es la Fundación Rafael del Pino, y que preside la hija del recién fallecido, María, con seguridad, inteligencia y encanto. Las propuestas de la Fundación son siempre interesantes, de altura, y el éxito de las convocatorias, en lo que tengo visto por mí mismo, abrumador.
Es Yunus un economista atípico -antisistema, diría yo-, que explicó al auditorio, con empatía, los fundamentos de la fórmula del Grameen Bank, que concede microcréditos en Bangladesh, básicamente a mujeres sin recursos, y, en una segunda parte de su intervención, se introdujo por los cerros de los proyectos empresariales que pretenden única y exclusivamente el beneficio social, no el económico.
No es cosa de explicar a estas alturas, y menos en este Cuaderno, en qué consisten los microcréditos. La fórmula del Grameen Bank, que presta recursos mensuales próximos a los 75 millones de dólares, ha tenido un éxito inesperado en el país más pobre de la Tierra, poblado con 150 millones de habitantes y con una superficie equivalente a la de Castilla-La Mancha.
Defiende Yunus la idea, con la que estoy plenamente de acuerdo, en que la pobreza no es una característica de la persona, sino que viene impuesta al pobre desde fuera, por las fuerzas del sistema. Nadie quiere ser pobre, pero los que nacen en la pobreza, o los que caen en ella, tienen muy difícil salir de allí, si nadie les ayuda.
Creo que la fórmula del microcrédito es válida, prácticamente en exclusiva, para ayudar a las personas a que se muevan fuera del sistema, es decir de la economía del mercado. Los receptores traducen un bien sin valor de mercado -¡ay, el tiempo de que disponen!- en mercancías, servicios o bienes que, en general incapaces de competir con los producidos por las empresas mercantiles, son trocados o traducidos en dinero -a precios de dumping-.
Que Yunus alardee de que la fórmula es también válida en New York .el Grameen ha abierto allí una sucursal a principios de año- y, por tanto, en cualquier lugar del mundo, no debe hacernos ocultar que existen lúmpens, economías sumergidas, pobres paupérrimos y desarraigados en todos los lugares del mundo, con millones de necesitados a los que las entidades financieras tradicionales no prestarían cien dólares (o 70 euros).
Por eso, desde luego, su iniciativa es viable siempre que la producción de esos bienes extra-mercado se mantenga restringida (¿qué son, al fin y al cabo, unos cuantos cientos de miles de microempresas unipersonales en un país con una densidad de pobres de casi cien millones?.
Es la otra propuesta de Yunus la que me motiva nuevas reflexiones, que, para no dejar sin Comentario diario a mi otro blog, Alsocaire, quisiera desarrollar allí.
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