A sotavento: Organismos multilaterales en crisis
En todas las grandes organizaciones, se aprecian dos fenómenos muy generales: tanto los mastodontes públicos como los privados se parecen, tendiendo a parecidos excesos de burocratización; y, desde un cierto nivel jerárquico hacia abajo, los empleados actúan de forma bastante autónoma, identificándose frecuentemente con principios que conformarían una entidad distinta a la que creen dirigir (a veces ni éso) las cúpulas directivas.
Inercia, saber hacer y pundonor profesional de la plantilla operativa son los grandes baluartes del aceptable funcionamiento de las empresas y organismos. También, por supuesto, de los organismos multilaterales. El principio de Dilbert, por su parte, encontraría igualmente aplicación, al menos por los analistas maliciosos.
Una peculiaridad de los organismos multilaterales es que están influenciados por las tensiones político económicas mundiales mucho más que las entidades locales. Son objeto de críticas –y apoyos- que no tienen que ver exactamente con su eficacia, sino con los intereses en juego, considerados a niveles macroeconómicos.
En el caso de las instituciones gemelas creadas en Bretton Woods -el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional-, el rigor con el que se cumplen los vaivenes del prestigio/desprestigio es fruto, tanto de su origen keynessiano como de la huella de la política exterior norteamericana. Suben a los cielos (en donde estaban, hasta hace poco tiempo, muy bien asentados) y entran en crisis de identidad (como en el caso actual) al unísono.
Otras organizaciones, como es caso de la Corporación Andina de Fomento (CAF), se mueven a niveles económicos y regionales más discretos y, por ello, aunque están también inmersas en graves dilemas internos y tengan quizá aún más problemático que sus hermanos mayores recuperar sus fondos -el primer accionista y destinatario de fondos de la CAF es Ecuador-, ofrecen menos interés para los medios.
Roberto Savio, prestigioso consultor internacional, ha realizado hace un par de días un análisis estupendo de la situación, cuyos argumentos comparto. Las crisis de los organismos multilaterales surgen, en el fondo, por el fracaso del modelo de globalización neoliberal que suponía la revisión de las políticas monetarias y apoyaba ajustes estructurales que minimizaran el poder del Estado, y que se venía aplicando como un catecismo.
Llevados por la devoción a ese lema genérico, y siempre en beneficio de la diosa libre iniciativa, se aconsejó privatizarlo todo; obligar a que la gente pagase por cada servicio público; reducir gastos sociales a los servicios mínimos; y, en fin, se postuló que había que abrir de par en par las puertas a la inversión extranjera. Las recetas del FMI, según se reconoce hoy, provocaron la crisis asiática, de la que solo se salvó Malasia, por no seguirlas.
Porque una cosa es predicar y otra dar trigo. La implementación de una rígida política económica chocaba con las estructuras débiles de los países receptores, los entramados de corrupción e inoperancia y, desde luego, se encontraron con una fuerte protesta social, que llevó a la quiebra económica de muchos modelos.
No soy el primero en afirmar que el libre mercado en una economía poco desarrollada favorece el aumento de las desigualdades.
Quedaba así, por otra parte, minimizado el papel controlador de las organizaciones internacionales. Porque si éstas defendían que el mercado era el rey, y que había que cobrarlo todo y devolver el dinero que se les prestara, los gobiernos de los países receptores no entendían la ventaja de permitir esa intromisión en sus vidas. Podían conseguir dinero menos exigente en otros lugares, favorecer sin tapujos a sus amigos locales, y concentrar las inversiones en lo más fácil y vistoso, sin atender a grandes planificaciones de dudosa eficacia electoral. Optaron, además, por hacerse los remolones para devolver el que le habían prestado los páises ricos.
A mí me da en la nariz que Rato, que es una persona inteligente y a la que profesionalmente admiro, ha dimitido de la presidencia del FMI, no solo para estar más cerca de su familia, sino para estar más lejos de la chamusquina. Siempre que se comparta, claro, que las fogatas que tenemos aquí, en España, se podrían apagar con extintores que están más a la mano.
Pero como no deseo que este comentario parezca frívolo, debo concluir que deseo que la crisis de los organismos multilaterales sea cerrada con seriedad y firmeza. Porque la aplicación del saber hacer de muchos de los profesionales de estas entidades, empleado en tutelar que se empleen de forma eficiente los dineros que se presten -o incluso, regalen- para crear y remodelar infraestructuras en los países en desarrollo, me parece imprescindible y de muy difícil sustitución por otra alternativa.
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