A sotavento: El pozo María Luisa cubrió de humo Langreo
La palabra "pozo" tiene, para la mayor parte de los hispanoparlantes, una connotación peyorativa en la actualidad. Nadie piensa en agua, sino en agujero, en sima, en oscuridad.
Para los mineros del carbón, por el contrario, un pozo significa trabajo, tarea, dinero que llevar a casa. Pero también son conscientes de que un pozo entraña riesgo, peligro, sufrimiento, y si la mala suerte acompaña, muerte. Muy conscientes, porque la tierra se encarga de recordárselo de vez en cuando, a pesar de toda la prudencia y de la técnica que se pone en el trabajo de extracción de lo que la naturaleza no regala.
El pozo María Luisa es el símbolo de la minería del carbón asturiana, que vivió, desde luego, tiempos muchos mejores. La visita a las explotaciones de María Luisa, Sotón y al lavadero de Modesta formaba parte del rito iniciático de las promociones de ingenieros de minas en la asignatura de Laboreo de Minas, y era el primer contacto de los jóvenes estudiantes con la dura realidad de la explotación minera, más allá de los téoricos planes de labores y de los cálculos de geofísica.
Mi vida profesional ha tenido relativamente poco que ver con la minería subterránea. Pero mis relaciones personales con los colegas -algunos de mi familia- que trabajan en y con las minas, y con las restantes gentes de la mina, me han hecho entender y admirar una categoría de ser humano, que es la del minero.
Hoy los periódicos recuerdan una canción muy triste, que se canta, sin embargo, en todas las fiestas de las cuencas, porque es la más conocida de la minería del carbón. Se refiere a un accidente en la mina en la que murieron cuatro mineros, a principios del siglo pasado.
Nel pozu María Luisa,
murrieron cuatro mineros.
Mirai, mira Maruxina, mirai,
mirai como vengo yo.
Traigo la camisa roxa
de sangre d´ un compañeru.
Mirai, mira Maruxina, mirai,
mirai como vengo yo.
Ayer, un incendio en la cinta transportadora que lleva el carbón del Pozo María Luisa al lavadero de Modesta, a 500 m bajo tierra, sembró la alarma en Sama y Ciaño, que se vieron envueltas en humo durante varias horas. Se difundieron oscuros auspicios, se albergaron serios temores sobre el alcance del accidente.
Mi compañero Juan Ramón Secades, presidente de Hunosa, acostumbrado a lidiar con situaciones difíciles, dió la cara desde el primer momento para tranquilizar a la población, al Gobierno y a cuantos seguían la noticia, haciendo de Langreo su centro de operaciones. Tiene buenos asesores y, sobre todo, cuenta con un personal esforzado y valiente, que no se arredra, sino se crece, ante las dificultades.
Muy pronto, cuando todo empezaba a estar en vías de control, anunció la decisión de inundar las galerías de la explotación a partir de la planta séptima. Una solución drástica, factible gracias a la peculiaridad de la explotación de María Luisa, y acertada, frente a otras opciones de mayor riesgo. Prima la seguridad.
La medida provocará el cierre circunstancial de los pozos de María Luisa y Sotón, así como del lavadero de Modesta, durante uno o dos meses, significando una regulación temporal de empleo para los trabajadores de estos talleres. Las pérdidas materiales serán importantes, pero soportables. El retraso en el cumplimiento de los planes de Hunosa, posible. Los comentarios críticos respecto a las conveniencias de mantener abiertas las explotaciones mineras, que tantos quebraderos causan, seguros.
El incendio del pozo María Luisa, que se comenzó a difundir con tintes de grave alarma ("riesgo de incendio en todo el pozo"; "posibles varios muertos"; "evacuada la población de Sama") ha quedado apenas en un susto y, sin haber hecho cálculo alguno, en algunos millones de euros perdidos. Pero apuesto a que, cuando se disipe el humo y se vayan los olores a goma quemada, volverán a cernirse pájaros de mal agüero sobre los pozos de las cuencas. Tienen como presa predilecta los mineros.
No tienen que ver con los accidentes ni con las muertes en la mina. Tienen que ver con la incapacidad de nuestra sociedad para distribuir el trabajo disponible, recolocar a sus efectivos cuando algún sector se vuelve obsoleto, progresar con el esfuerzo de todos y no desperdiciar el de ninguno. Y reconocer que algunos -por ejemplo, los mineros- están asumiendo riesgos altos en sectores imprescindibles, soportando, a veces, el lastre adicional de la baja estimación social de ese sacrificio.
(La foto que acompaña este Comentario corresponde a madrigueras de conejo de campo que viven -en grave peligro, desde luego- en uno de los laterales de la autovía A-6, cerca de lo que fueron otrora las lagunas de Villalfáfila, refugio ancestral de avutardas y otras especies amenazadas o perdidas.
El terreno está minado por el trabajo desordenado, pero eficiente, de aquellos roedores, y, en toda su extensión, el viajero puede encontrar centenares de cartuchos usados, testimonios de las matanzas que los humanos vienen provocando en sus colonias, supongo que en tiempos de paz -léase, veda- como de guerra.)
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