A sotavento: El Oviedín del alma pasóse de vueltas
Dentro de Asturias, en el núcleo gordo de la región que conforma la autopista con forma de Y que une a la capital autonómica con Gijón y Avilés y que se prolonga hacia Mieres y Langreo como un lengüetazo, buscando sus orígenes minerosiderúrgicos, Oviedo es en cierto modo la cabeza y los demás son los tentáculos, todos con vida propia, pero a los que ella arrastra con su fuerza y carácter.
Me es difícil sentirme extraño en esta ciudad singular, porque he nacido en ella, y aquí pasé mi niñez y estudié mucho de lo que sé, busqué novias, hice mis primeros dientes profesionales, literarios y artísticos, sufrí y gocé como en pocos sitios. En ella permanece una buena parte de mi familia, y aquí mantengo muchos amigos y cientos de conocidos de ésos que te saludan al pasar con un "hasta luego", aunque lleves fuera ya varios años.
Si hago este comentario introductorio, es porque, desde que, vivo fuera de Oviedo, siempre ví con admiración la transformación que se operaba en la ciudad, que le permitió recuperar su centro histórico, convertirlo en peatonal, entregar la ciudad a sus habitantes, sacar a sus industrias y transportes de viajeros y mercancías fuera del núcleo urbano y, en fin, abrirse hacia las alas.
El centro de Oviedo está hoy -diríamos- planchado, y es un escaparate de ciudad con solera, pero moderna al mismo tiempo.
Pero en la permanente evolución de la ciudad, acelerada en los últimos años, hay algo que no me gusta.
Manolo Avello, el cronista del Oviedín del alma, que tiene una estatua en el Parque San Francisco, llevando una Nueva España de fundición en las manos, lo diría mejor, pero yo me atrevo a a decir que Oviedo está pasándose de rosca, cargada de vueltas, como si jugando a las siete y media, y llevando siete, pidiera que le dieran otra carta más, en lugar de plantarse y esperar a la mano.
Me parece excelente casi todo lo que se hizo en los últimos años. Creo un acierto, por ejemplo, la nueva estación de Llamaquique, aunque a algunos de los de Oviedo de toda la vida les parezca regular que se llame además de Clara Campoamor, y sobre todo, todo porque se enteraron en el brindis inaugural de la ministra de Fomento que se iba a llamar así.
El riesgo que ha corrido Oviedo, y en el que, para mi gusto, ha fracasado, es recargarse de nueva monumentalidad, sin contar con espacio. No caben ciertos excesos en una ciudad pequeña, como Oviedo. Así es la rosa, como diría Garcilaso, y la están fastidiando.
La obra de Calatrava para el nuevo Palacio de Congresos, en concreto, me parece excesiva, terriblemente dominante para el resto de la ciudad, una falsa catedral moderna. La ciudad, -mi querida ciudad, al menos- no necesitaba de ese exabrupto arquitectónico.
Yo nunca participé en el debate político y, digo además por la mano, para que no haya malengaños, que me considero tan amigo de Gabino de Lorenzo como de Antonio Masip, y que, a ambos en su estilo, los aprecio como personas. Me parece también estupendo que haya permanente batalla política por hacer mejor la ciudad que más aprecio, y deseo que todos los candidatos presenten buenos programas, y que todos se aprovechen de lo mejor de los otros.
Pero, cuando, después de haberme sobrecogido desde abajo con la aparición de la obra casi terminada en lo que fue el Carlos Tartiere -me recordó el chiste de la polla, que alguno de mis lectores recordará- lo contemplé desde arriba, desde Santa María del Naranco, me dí cuenta de que algo va mal.
No juzgo la obra del laureado Santiago Calatrva por su belleza -o fealdad- , sino por su tamaño, que es un elemento relativo y que ha de referise al lugar en donde se ubica. Es como si un metorito se hubiera incrustado en mi ciudad.
No se si se podrá quitar, o si para darle de comer a ese monstruo arquitectónico que ha surgido en Oviedo, habría que demoler unos cuantos de los edificios circundantes. No sé si acabaremos todos, propios y ajenos, acostumbrándonos a ese gigante Goliat, a esa torre de Hércules construída sin tener aún la victoria ganada, pero lo que se me ocurre ahora es que me estorba. No encaja con mi pueblo. Para mí, sobraba.
La cuestión ahora es saber qué hacemos con ese macromegálico de ladrillos y hormigón que juega en otra división ciudadana, cuando lo nuestro, lo del Oviedo tradicional, era apostar por lo justo, sin estridencias. Incluso hasta nos habíamos créído que lo que nos gustaba era lo bueno, lo manejable, lo pequeño. ¿Quién quiere convencernos de lo contrario? ¿Por qué?
6 comentarios
Administrador del blog -
Has sido la principal culpable, con tu comentario, de mi anotación de ayer, dándole otra vuelta al tema de Oviedo y las elecciones municipales. Respecto a la cuestión de la amistad, ya sabes que en las ciudades pequeñas, como Oviedo, todo el mundo se conoce, y todos somos amigos unos de otros. Entre los colegiados de una profesión suele utilizarse, por demás, aquello de "querido amigo y compañero". A mí me han dado algunos latigazos después de haberme acercado a la mano que manejaba la fusta con esas palabras que pueden ser de engaño. Conozco bastante bien a Gabino de Lorenzo (a pesar de la diferencia de edad, y de caracteres) y es un buen tipo ingenioso, al que, desde luego, no me gustaría tener como enemigo. Conozco bastante bien a Antonio Masip (a pesar de la diferencia de edad, pero con mayor proximidad de caracteres) y es un buen tipo, inteligente y al que me gustaría tener como buen amigo. A ninguno de los dos les debo nada, y los dos me han tenido a su lado cuando me lo pidieron. Así son las cosas, así soy yo.
Administrador del blog -
Ya veo que no has tenido tiempo este fin de semana para opinar sobre el tema, lo que, como excelente artista visual que eres, tendría gran interés para todos. Pero, a falta de esa opinión, no modifico la mía, admirado Ramón: Oviedo es demasiado pequeño para el monumento a la imaginación de Calatrava, y quien debe subordinarse es el edificio a la ciudad, no al revés. Ese huevo de cuco en el nido pacífico de la estética ovetense, conformada durante siglos, no debía haber sido puesto allí nunca.
Administrador del blog -
Inquietante imagen la del iceberg con montera calatraveña, pero profundamente enraizado en el corazón de la ciudad, en donde quienes creen tener en sus manos el destino de los ovetenses, tejen y destejen proyectos, iniciativas y conclusiones, convenciéndonos de que eso es lo que necesitamos. A los que nos gusta la perspectiva, mantener distancia para ver las cosas en conjunto, que nos planten delante de las narices algo, por mucha estética que le hayan metido en el cóctel, nos da náuseas. El Palacio de Congresos es un error, y, coincido contigo, no es el único que se ha cometido con Oviedo. Un abrazo,
Mª Luz Naredo -
No sabes como me alegra, que coincidas conmigo en que los espacios, especialmente los urbanos, han de ser armoniosos, más viniendo de un "ingeniero" que eso imprime carácter y hace que sus opiniones, (en ocasiones y no para mí, pero...) cobren realce.
Ramón Collado -
Cómo Hijo pródigo de la ciudad , exiliado 17 años en Madrid y reinstalado de nuevo cerca de la calle que me vio nacer ( Cimadevilla ) me gustaría darte mi opinión sobre el tema, así que si me lo permites buscaré un hueco este fin de semana y trataré de darte la opinión de alguien que estuvo fuera, pero que vive este proceso otra vez desde dentro.
Un saludo !!
chus -