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El blog de Angel Arias

A sotavento: El sistema educativo necesita una revisión urgente y profunda

A sotavento: El sistema educativo necesita una revisión urgente y profunda

Por si alguien discrepa por principio, quiero comenzar indicando que, según mi información, la preocupación por la pérdida de calidad del sistema educativo no es cuestión exclusiva de España. En toda Europa se están oyendo voces de juiciosa proveniencia (con independencia de sus orientaciones ideológicas) que reclaman una revisión de los esquemas que se han probado en los últimos 20 o 30 años.

Cuando se analizan en conjunto los resultados de las múltiples reformas educativas que se han implementado en esas dos o tres décadas, se está de acuerdo en que, de la mano de la tolerancia, la permisividad en los controles y la falta de adecuación de los programas a las necesidades de la formación posterior, amparándolos en una mal entendida libertad de cátedra, se ha propiciado también una disminución de la calidad y cantidad en los conocimientos de los egresados de las escuelas públicas, y, paralelamente, creándose un desbarajuste formativo de variado pelaje, que supuso una pérdida en la transmisión de conocimientos relevantes, la falta de homogeneidad en las titulaciones universitarias y la aparición de mayores cuotas de desánimo en docentes y discentes.
 

En las Universidades y Escuelas Técnicas Superiores y Medias, la falta de acomodación de los planes de estudios a la evolución tecnológica y a la demanda empresarial, ha aumentado el desfase entre los conocimientos impartidos y las necesidades reales del mercado, dando como resultado que las empresas confían más en tests psicotécnicos que en currícula universitario, o limitan su oferta a ciertas Facultades y Escuelas, ignorando a las demás.

Parece, pues, llegada la hora de que se analice en profundidad qué es lo que está pasando, y adoptar medidas contundentes, en lugar de continuar ignorando el problema o minimizando los lamentos de lo poco que saben ahora nuestros jóvenes, del crecimiento generalizado de la despreocupación juvenil por la lectura, las artes o lamentando sul desinterés por la cooperación social, por ejemplo.

Es cierto que una parte importante de los jóvenes parece obsesionada por orientarse preferente hacia la consecución de dinero rápido y cómodo, menospreciando esfuerzos futuros en beneficio del disfrute inmediato.
 Pero no será solamente la culpa de los jóvenes, sino de la orientación que les estamos provocando, incluso con nuestra indulgencia.

En las Facultades universitarias, la prolongación de la falta de disciplina en las aulas, que es moneda común en las escuelas de formación primaria y secundaria, y la dramática desigualdad en los comportamientos y resultados académicos de los grupos del alumnado -traducido en aumento de distancia entre los decentiles más y menos eficiente- , alcanza proporciones que no pueden ser menospreciadas. 
 
La permisividad de algunos sectores respecto al comportamiento y aptitudes de los jóvenes y la prudencia en la crítica que ejercen ciertos mayores cuando se trata de juzgar a sus hijos y pupiles, ha permitido contraponer, considerándolas tan fundadas como ellas, opiniones como las que acabo de expresar con otras, contemporizadoras, que alegan de que se olvida que el sistema educativo sido dando jóvenes con magníficos resultados, que nunca hubo tanta información al alcance de la mano de cualquiera como ahora, y que, en fin, siempre ha sido visto con recelo por el poder establecido, el espíritu de contestación y la frescura juveniles. 

La nostalgia de cualquier tiempo pasado estaría en el origen de aquellos juicios críticos, por tanto, para este segundo grupo de opiniones.
 No tiene nada que ver con el síndrome de la juventud perdida, en mi opinión, el correcto análisis de lo que está pasando.

Igual que no se trataba de negar el cambio climático, cuando hay ejemplos del deterioro que sufre la naturaleza delante de nuestras narices, no habrá que esperar a que nos lo digan estadísticas oficiales para concluir que la media de los jóvenes que ahora tienen menos de 20 o 25 años, en la sociedad europea, y en España en particular (pero no de forma más grave, supongo) están peor educados, saben menos, tienen menos motivación, gozan de más títulitis y poseen menos conocimientos prácticos efectivos.


Digámoslo ya: el sistema educativo actual hace agua por múltiples costados y, por desgracia, no parece que se haya organizado el debate de forma suficientemente amplia, sincera y práctica para corregirlo de inmediato. 

Es buena hora. La sociedad, los padres y los políticos debemos decidir qué papel queremos para nuestro sistema educativo. Está muy bien que queramos que la cultura alcance a toda la sociedad, y, por supuesto, no se discute que todos deben tener igualdad de oportunidades, pero se hace imprescindible seleccionar.

Si el proceso educativo ha de servir para seleccionar a los mejores y más capaces, dándoles sucesivamente las herramientas y los conocimientos que necesitarán utilizar en las empresas y en las Universidades, el camino es uno. Si queremos, por el contrario, la promoción a ultranza de la igualdad, permitiendo que los sistemas educativos lleven a todo el mundo hacia el final de una supuesta formación, cerrando los ojos ante las deficiencias y los déficits de conocimientos alcanzados, el camino es otro.

Las dos posiciones son incompatibles, porque si se quiere seleccionar a los mejores, habrá estudiantes que deberán ser rechazados, lo que debe ser asumido por la sociedad, por los padres y por los propios estudiantes.  

Las Universidades japonesas y norteamericanas están siguiendo otro esquema, que permite la selección de los graduados y dotarles de la formación adecuada, en lugar de convertirse en el coladero y paraíso torpemente educacional en el que han caído la mayor parte de las Universidades europeas, cuya calidad es ahora muy deficiente.
 No es cuestión de número, sino de calidad.

He leído estos días un comentario de un ciudadano británico, en relación con este mismo tema, en el que se defiende la idea de que, “igual que la mejor manera de evitar una guerra nuclear sería prohibir la fabricación de bunkers para que los gobernantes y sus familias pudieran esconderse en ellos después de apretar el botón, la mejor manera de mejorar los estándares educativos  sería obligar por ley y sin excepción a que todos los políticos, educadores y líderes locales envíen a su descendencia a la escuela pública (o a la Universidad, añado yo) más cercana a su domicilio." Porque la mejor manera de concentrar la mente en la búsqueda de soluciones es ser expuesto directamente a las consecuencias de las propias acciones.

Son mayoría los padres que han debido confiar la educación de sus hijos al Estado, desde la Escuela pública, incapaces de pagar escuelas privadas, o superar los enigmáticos procedimientos que a menudo rigen la admisión en los centros concertados. Al principio, sufrimos un espejismo o una ilusión pasajera. La combinación de una escuela pública con profesores motivados, practicando una enseñanza abierta, mixta, y reforzado el mensaje con padres ilusionados que tenían tiempo para sus hijos al final de su jornada y, por supuesto, durante los fines de semana, pareció muy prometedora. En realidad, triunfó durante unos años, y dió algunos ejemplares de excepción en la generación de los que ahora tienen entre treinta y cinco y veinticinco años. 

Esos tiempos pasaron, sin embargo. No se puede culpar a un solo factor, sino a varios, que solamente a título de ejemplo, me permito citar aquí: llegada masiva de inmigrantes, con otros valores sociales y otros objetivos educativos, abandono del cuidado y tutela formacionales por progenitores ahora estresados, que buscan más intensamente su propio placer y están menos dispuestos a sacrificios, pérdida de motivación por una buena parte del profesorado, modificaciones erráticas en los sistemas educativos, etc. 

El Estado, por su parte, ha contribuido a devaluar el factor educador de la familia, concediendo igual valor al matrimonio heterosexual que al homosexual o a la oferta monoparental. Supongo que se me entenderá que no estoy hablando de replicar contra la igualdad de las parejas de hecho o la posibilidad de matrimonios homosexuales, ni tiene que ver mi aserto con la incorporación de las parejas de hecho, mixtas o no, a las ventajas fiscales y hereditarias  Pero es necesario valorar la educación mixta, en la que ambos progenitores -hombre y mujer, obviamente- contribuyen al refuerzo de la educación del infante, y le enseñan una visión heterosexual de la convivencia.

Por lo demás, la falta de competencia y motivación en ciertos docentes y de disciplina en las escuelas es dramática.  El número de certificados de estudios emitidos, o el creciente número de universitarios y postgraduados no se ha traducido proporcionalmente en un incremento de los conocimientos de la colectividad, ni se puede decir que existan más patentes propias, más investigación en las Universidades o mayores éxitos científicos, salvo las excepciones bien conocidas.

Los padres creen ahora  que la educación se debe recibir únicamente en las escuelas, y tienen poca intervención sobre los planes de estudios y vigilan aoenas la educación que reciben sus hijos. Se consideran una víctima más. Es un error, en mi opinión, porque no se puede abandonar, y ahora menos que nunca, la educación de la descencendencia en manos de quienes no saben claramente cómo hacerlo bien. El debate debería abrirse, porque, independientementemente de que parezca que yo tenga o no razón, la realidad es que las voces de alarma están sonando en muchos sitios y en algunos de ellos hace tiempo que se apresuran a tomar soluciones correctoras.

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