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El blog de Angel Arias

Al pairo: Polimerasas a favor de la mutación genética

El principio de la selección natural de las especies ha contado siempre con la resistencia encarnizada por parte de esta especie singular, llamada a dominarlo todo –incluso por mandato divino-, a la que pertenecemos los humanos.

No estoy abogando, por supuesto, a favor de practicar la eutanasia o eliminar a los más débiles. Me refiero únicamente a la forma obstinada en que algunos representantes de nuestra especie, cuando adquieren poder, defienden su carácter superior frente a los demás congéneres.

El deseo de proteger a la propia descendencia, procurando garantizarles una existencia cómoda, ha llevado a ciertos progenitores, aprovechándose de la credibilidad de que gozaban entre sus coetáneos, a atribuirse y atribuir a sus hijos y descendientes cualidades mágicas, cumplimiento de designios divinos, visibles o invisibles marcas especiales de superioridad que garantizarían bienestar para los que acataran sus órdenes, etc.

Por diversas razones, surgidas en general, al abrigo de alguna oportunidad histórica, los congéneres de estos espabilados, convertidos en aquiescientes y sumisos súbditos, han admitido que el mantenimiento de esas dinastías en el poder era lo mejor que podía pasar a una colectividad.
 

No solamente no estoy hablando del pasado, sino que los ejemplos de esa perpetuación los encontramos en nuestra historia contempóranea. Seguimos estando en tiempo de sagas. Desde familias que, a trancas y barrancas de revoluciones y reveses, y en democracias de modelo, mantienen que su sangre es azul porque se conoce, casi sin error, quienes fueron sus antepasados hasta la el final de la Edad Media, hasta visionarios de nuevo cuño que defienden que están más capacitados que ningún otro de sus connacionales para dirigir el destino del país.

Mejorada la información y la cultura básica del pueblo, ya no les hace falta, en general, argumentar que tienen señales divinas o son reencarnaciones o avatares de ningún ser extraterreste. N
o estoy ahora hablandode monarquías, sino de repúblicas. La realidad contemporánea nos permite presentar sin esfuerzo que puede haber familias especializadas en ser presidentes de Estados Unidos, como los Bush o los Kennedy, y seguramente los Clinton.

La competencia familiar de algunos clanes no exige apelar a oscuras metodologías de acceso al poder ni a complicadas ciencias y maneras que pudieran estudiarse en prestigiosas universidades. Sirven igual revoluciones, suplencias, testigos recogidos por asesinato del progenitor o del amigo, etc: Se pueden así incoporar a la feria de las vanidades a los Castro en Cuba o los Bubarak en Egipto, los Assad en Siria, por poner solo algunos ejemplos de países menos desarrollados, demostrativos de que también existe, una predisposición genética para alcanzar el poder y mantenerlo entre los países más pobres.
 

Dados los avances de la genética, y la ya amplia historia de la Humanidad, no hay que pensar en coincidencias. Estamos ante la constatación de que se está dando una mutación en la especie humana, por la que algunas familias privilegiadas tienen genes que les proporcionan habilidades para controlar a sus congéneres, y demostrarles que son óptimas para dirigir sus mortales destinos.

 El que, en una ciertos casos, coincida que las mismas familias acumulen masas importantes de capital no hay que considerarlo como una perversión del sistema, sino como una consecuencia lógica más de los efectos de la selección de las especies que se opera en ellas. 

No me sorprende, en fin, que el conocimiento extendido de que los talentos intelectuales, patentes como soterrados, se hereden, esté provocando movimientos mundiales en el cmapo de la genética aplicada. Es bien sabido que los centros de inseminación artificial seleccionan a sus candidatos y candidatas entre los jóvenes universitarios. Se pretende así garantizar que el hijo o hija nacido con ayuda de las probetas, supere ampliamente la capacidad intelectual de sus padres. 

Animo a estos especialistas de la inseminación a que se carguen de probetas con el semen de los líderes, oligarcas y visionarios de nuestra era. Nada de universitarios, especie que estaría bien demostrado que no tiene ningún especial valor que aportar a nuestra sociedad, máxime en países como el nuestro donde, con paciencia y una caña, todos pueden obtener un título rimbombante.

No. Acudamos a los Kornberg. Ellos sí que saben, La demostración más evidente (y, en mi opinión, muy atractiva) de la fuerza de los genes, la han protagonizado ellos. No es su apellido verdadero, al menos, no el que correspondería al fundador moderno de la saga, que se llamaba Queller, y tuvo que cambiar su nombre, tomándo el apellido prestado de otra persona, para librarse de hacer el servicio militar y aparentar así estar incapacitado.

Roger Kornberg consiguió a principios de octubre el premio Nóbel de Química por haber conseguido crear una maquina microscópica compuesta por 50 proteínas que puede leer los genes humanos. La pieza central del invento  es la enzima ARN polimerasa.  Su padre, Arthur, también fue premio Nóbel en 1959,  compartido con Severo Ochoa, por aislar la enzima ADN-polimerasa, descubriendo el mecanisco que actúa en la síntesis biológica de los ácidos ribonucleicos y desoxiribonucleicos.
 

Pregunto:
¿Dónde estábamos los mortales de a pie cuando se repartieron los talentos y dones? ¿Es que solo nos va a tocar aplaudir en nuestra aparición fugaz por el planeta?

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