A sotavento: Salmón noruego contaminado y vacas locas inglesas, pruebas superadas. Caballo en pista: Gripe aviar.
Así que todo el mundo parece haber caído otra vez en situación de pánico, en este momento debido a la cadena H5N1 de la gripe aviar que aunque no ha mutado para alcanzar a los humanos, está al parecer a solo dos pasos de hacerlo.
Las heridas abiertas en el asunto de las vacas locas están aún supurando para los restaurantes, carniceros, ganaderos y granjeros británicos que sufrieron la drástica condena de sus productos, antes apreciados. Toda Europa padeció, en mayor o menor medida, de grandes pérdidas, no totalmente cubiertas por subsidios y, en todo caso, con dinero salido de los contribuyentes. Si entonces los sesudos cerebros que asesoraban a los Gobiernos europeos había predicho miles de muertes por la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, salvo algunos resultados aún discutidos, no sucedió nada de particular, y lo cierto es que se perdieron millones de euros en la decisión de liquidar todas las cabañas bovinas sospechosas. Por eso ahora se está recclamando que, antes de tomar medidas drásticas, debería esperarse y se alienta a los británicos y a todos los europeos de buena voluntad a comer carne de pavo de la multinacional Bernard Matthews, en prueba de solidaridad y como defensa ante lo que se cree una maniobra con turbios intereses.
No me importaría participar en la campaña a favor de la calma, pero ya que estamos en una guerra comercial continuada, utilizando lo que los políticos mejor suelen hacer, que es atemorizar a la gente con fantasmas de todo tipo, propongo intercambiar nuestros cromos: los ingleses deben permitirme entrar en su país sin imponerme condiciones en sus aduanas, incluído el pasar con mis preferidos jamones de pata negra en la maleta.
Por cierto, mi organismo debe estar lleno de sustancias peligrosas. Cuando la central nuclear de Chernobil explotó dejando un rastro de conmoción en la Europa del núcleo duro, yo andaba por Italia, visitando algunos productores de fibra de vidrio reforzada. Era la temporada de fresas, y los productos agrícolas, de aspecto muy apetitoso, se ofrecían en los mercados a precios de risa. Después de un rápido conciliábulo de autoridades, mi amigo y colega Héctor y yo, nos autoconvencimos de que no había riesgo alguno, y después de limpiar con la mano los posibles restos de tierra del producto, nos engullimos en aquellos días, kilos y kilos de apetitosas fresas de Liguria. Sin reacción conocida, al menos hasta hoy, tanto para Héctor (a quien ví hace unos días en Oviedo, y gozaba de buena salud), como para mí, a salvo -en mi caso- de los achaques de la edad: pérdida de neuronas y apetitos, y creciente malhumor incontrolado.
A lo largo de mi vida me he convencido de que el mayor enemigo de la salud humana es el efecto pánico sobre las neuronas más débiles de nuestro organismo.
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Gonzalo -