A sotavento: ¿Rebajar la edad del voto a los dieciséis años?
Bajo el agresivo titular de "¡Voto a los 16 años, ya!" y adscrito a la advocación general de “Propuestas para las próximas elecciones”, el periodista de El Pais, Bonifacio de la Cuadra, vuelve a tratar el voto de la población adolescente. En todas las democraciones occidentales se ha convertido este asunto en tema recurrente, y el propio comentarista citado lo trató en 1998 en un artículo entonces laureado por Unicef, con parecidos argumentos a los que emplea en su última entrega.
Nuestra civilización occidental ha quemado en los últimos cien años diversas etapas por la igualdad de derechos ciudadanos: incorporó a los varones pobres y a los oficialmente menos listos al voto electoral y, ya tomada carrerilla, -no sin reticencias, incluso de las mismas feministas- a las mujeres; eliminó -aún con ciertos roces vigentes- la discriminación por motivos de raza, religión u orientación sexual; proclamó -con desigualdades celosamente ocultadas- el derecho general a la educación, la sanidad o las prestaciones sociales...
No quiero centrarme demasiado en el cinismo, a veces demasiado evidente, de la postura de quienes dirigen la sociedad para conseguir sus móviles. En las democracias modernas, el sufragio universal figura en casi todas las Constituciones, aunque se exige a los votantes una edad mínima, que, por masiva mayoría de los Estados, ha sido fijado en los 18 años, en un abanico que abarca desde los 15 años de Irán a los 21 en ciertos países menos proclives, a lo que parece, a reconocer la madurez de sus ciudadanos.
Como a nadie se le había ocurrido inventar una prueba de madurez para poder votar, se argumenta -en concreto, por los defensores del voto juvenil-, que si a los 16 años se supone responsabilidad penal, se pueden conducir coches, o se les considera capaces para el mundo del trabajo y la milicia, en reciprocidad, los mismos jóvenes han de ser reconocidos como ciudadanos de pleno derecho, con todas las consecuencias. Es decir, habrán de poder dedicarse a la política, como si este oficio fuera un premio especial para los niños, que, a diferencia de las restantes opciones que suelen enumerar, no precisara de ninguna prueba de madurez para obtener ese carné.
Pedir la reducción de la edad para votar no es una propuesta inocente. Puede ser que los adolescentes de hoy adquieran más madurez que sus padres a su edad -lo que yo dudo-, pero un votante económicamente dependiente, con un conocimiento de su entorno socioeconómico limitado, y más impresionable ante los argumentos que se le ofrezcan, podría desplazar el voto a uno u otro partido, en especial, de los mayoritarios. No se está defendiendo aquí que sean los adolescentes tempranos más proclives a la izquierda o a la derecha, sino más tiernos para inclinarse a un lado u otro de la tendencia política, sin la misma capacidad de crítica que ejercería un adulto, más avezado en distinguir galgos, podencos y patrañas.
Claro que un argumento demoledor fue ofrecido en El Pais Digital (cito a De la Cuadra), por un lector, ya en 1998: "Si los políticos se portan como niños de 7 años, ¿por qué no podemos votar los niños a partir de esa edad?".A mi el debate no solo me parece sesgado, sino inútil en sus consecuencias prácticas para la sociedad. La posibilidad de voto juvenil solo beneficia a los políticos profesionales. El hecho de votar tiene muy poco significado real en nuestra sociedad civil, en la que la participación en la vida pública es notoriamente escasa. Si los muy jóvenes quieren participar, de veras, en la vida de la polis, lo pueden hacer, y serán bienvenidos, como lo serían los más adultos que quisieran colaborar.
Podrán, así, sin que nadie se lo impida, ayudar en cualesquiera obras sociales, participar con sus ideas y propuestas en los debates políticos de asociaciones, clubs, entidades sociales y, por supuesto, de los partidos, podrán, y se lo agradeceríamos todos, estudiar seria y concienzudamente para formarse mejor.
No todos los jóvenes son iguales, obviamente. No voy a aparentar ser tan estúpido como para negar la evidencia de que la formación sexual se adquiere hoy desde la cuna, y la experiencia en ese terreno es infinitamente superior, más intensa y precoz que la que teníamos los jóvenes de hace treinta años.
Pero, que se me permita decir que nuestro respeto a los mayores, nuestros sentido de la responsabilidad, nuestra curiosidad por saber, y saber bien, nuestra ilusión por la vida, ... nuestro conocimiento de las teorías políticas y filosóficas, nuestra voluntad de participar constructivamente en la vida social, ...nuestro civismo, eran algo -seeguro que por muy poco, y además no tengo datos- superior al de estos niños actuales. Puestos a sugerir peticiones de principio, a lo que todo el mundo parece muy proclive, aquí va la mía.
Yo daría el voto selectivo, a aquellos jóvenes que demostraran su capacidad y su voluntad seria de querer participar. Los seleccionaría, a base de una combinación de notas por sus buenos estudios, su aplicación, sus antecedentes de comportamiento cívico. Construiría con los que superan ese corte, una vez juzgada su aptitud por una comisión local mixta de educadores y otros agentes sociales, un ejemplo para la concienciación de otros jóvenes y niños, y, también, de los más adultos. A los que aprueben ese examen de aptitud,claro que les permitiría votar. Incluso votaría por ellos.
Lo que ya no me atrevería a garantizarles es que su voto, como el de todos los demás, sirviera para algo en nuestra polis. Habría que modificar otras cosas, pero no parece que haya prisa para cambios importantes.
2 comentarios
Administrador del blog -
El último párrafo de mi comentario sitúa, por lo demás, el tono general del mismo: una reflexión algo ácida sobre las razones por las que algunos políticos y sus vocingleros piden el voto para los jóvenes entre 16 y 18 años, (¿800.000 afectados?) pero no consta que sea demandado con igual intensidad por el colectivo en cuestión y, desde luego, cabe cabalmente preguntarse para qué sirve votar en una democracia tan poco participativa.
Tampoco estoy en contra de que a los que hagan cosas útiles para la sociedad les den puntos para comprar en el Corte Inglés (u otros comercios). Eso no es corrupción, ¿verdad?
Miguel -
Con todo, le veo cierto sentido, en plan web 2.0. Aquellos ciudadanos con más intervenciones en la vida real, van consiguiendo puntos de experiencia, que les permitan mayor porcentaje de votos (como la wikipedia), y por qué no, descuentos en el Corte Inglés!.