Al socaire: Las dos Españas. ¿Hay alguien más ahí?
La imagen del grabado de Goya en el que dos personajes, enterrados hasta la rodilla en el suelo, están ventilando a garrotazos sus diferencias, me ha venido a la memoria varias veces a lo largo de mi vida, que ahora las canas van aceleradamente recordando que se acaba.
También tengo presente aquel otro cuento de los libros de fábulas con los que los niños de mi generación aprendíamos a leer (y, algunos, al mismo tiempo, a pensar): dos cabras se encuentran en direcciones opuestas sobre un tronco que permitía salvar un precipicio, e incapaces de ceder su paso a la otra, se enzarzan en una pelea que termina con las dos cayendo juntas al vacío, hermanadas en su estupidez.
Completa el escenario de mi imaginería respecto al tema del desentendimiento, los conocidos de versos de Antonio Machado: "Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios: una de las dos Españas ha de helarte el corazón". Esta persistencia de las diferencias irreconciliables entre facciones, caracteriza, interna y externamente, este país. Nos caracteriza y nos limita. Subsisten las dos Españas, ciertamente, superponiéndose a la experiencia desastrosa de guerras civiles -y una tan reciente-, a los escarceos de un responsable ejercicio democrático -siempre afectado por odios y afectos personalistas que no tiene que ver con los programas-, al ejemplo de otros países más prósperos.
Una y otra vez, en el trabajo, como en la diversión, como en la política, surgen dos grupos irreconciliables, adversos, siempre dispuestos a decir que no si adivinan que el otro está por afirmar que sí, a negar el color blanco si los de enfrente ya lo han adivinado, a dejarse arrancar un ojo si existe la más remota posibilidad que al otro lo dejen ciego, a morir en el empeño de demostrar que el otro no tiene ninguna, ni la más mínina, razón.
No importará a ese esquema irracional del "envido más", ir de farol, estar fuera de juego o tener las posaderas con síntomas de la descomposición que los acarrota. En ese empeño por no ceder paso al otro, cada grupo que lidera las dos Españas presentará batallar hasta despeñarse con el otro.
Compro con regularidad los dos periódicos de mayor tirada en España, porque me he convencido que, en algún lugar entre ambos, está la verdad. Ni El Mundo ni El País han conseguido liberarse, muy al contrario, de unas posiciones que, más que ideológicas, yo califico de sectarias. Defenderá el uno las posiciones del PP como defiende el otro las de la cúpula del PSOE, en el vano de empeño de convencer a sus lectores (me temo que, sin embargo, a priori convencidos), de que la verdad está solamente de un lado.
Valga un ejemplo: El debate sobre los atentados del 11-M se ha centrado en la cuestión de la autoría de los mismos, sin importar que Al Queda los haya reclamado y ETA negado y, lo que es más importante, saltándose a la torera la investigación policial, las conclusiones sumariales o lo que la razón dictaría. A mí me parece más importante el respeto y solidaridad con las víctimas, la solidaridad con sus familiares, la mejora de la seguridad ciudadana, el refuerzo y motivación de las fuerzas de seguridad del Estado, la coordinación única contra el terrorismo. Me interesa muy poco ventilar el grado de verdad de las declaraciones de un delincuente en cuestiones apreciativas o la intencionalidad de unos partidos y otros en la difusión de lo que se iba sabiendo sobre la autoría del atentado.
Vengan otros casos: Me parece importante, siguiendo por el camino de desbrozar algunos de los puntos de desencuentro de los dos partidos mayoritarios, el acuerdo sobre un Plan Energético, en vez de retrasar la toma de decisión sobre el mantenimiento de la opción nuclear (¿Y de dónde vamos a sacar la energía, si no?); me parece necesario, incorporar las estrategias de desalación a las del trasvase y a una política agraria que tenga en cuenta las singularidades y diversidad del territorio español; me parece imprescindible, la persecuciónsistemática de la corrupción en la vida política, tan vinculada a la gestión del suelo municipal, y no solo concentrarla en municipios en donde la alcaldía esté en manos de terceras fuerzas o disidentes de los partidos mayoritarios...
Tal vez me anime a incluir otros ejemplos algún día. Pero la pregunta que hoy me apetece hacer es: ¿Hay alguien más allí?. ¿Estamos todos conformes en que las dos tendencias mayoritarias de este país consuman su tiempo, y el dinero que les pagamos para que nos representen, en profundizar en las diferencias de las dos Españas?.
2 comentarios
Administrador del blog -
Mis dos Españas crónicas son las de la capacidad, la seriedad, la honradez, -en la que milito por convicción- y la España de la desfachatez, el disimulo, la trampa, la corrupción... en la que encuentro con frecuencia a quienes ocupan puestos de relevancia y toman importantes decisiones. No estoy dispuesto a cambiar, con Newton o sin Newton. Prefiero estar cerca de las cabezas bien amuebladas. Los culos que los laman otros.
Luis -
Hoy dos años y medio más tarde, las dos Españas las podemos ver en todos los ámbitos: la España del Mundo y del País, la España del PP y de los nacionalistas, la España del fútbol y del baloncesto,...
A lo mejor es que esa dualidad amigo-enemigo histórica es inherente a nuestra personalidad. Deberíamos aprender a aplicar el tercer principio de Newton...